1990–1999
Palabra de honor
Abril 1997


Palabra de honor

“Para los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ‘la honradez es la única norma”.

Crecí en una pequeña granja en el norte de Utah, donde tuvimos la bendición de tener suficiente tierra … no la suficiente para subsistir, pero suficiente para que trabajara un jovencito. Mis padres eran gente buena, muy trabajadora e industriosa . Con objeto de satisfacer nuestras necesidades, mi padre consiguió otro trabajo fuera de la granja. Cada mañana, antes de salir, mi padre hacia una lista de tareas que deseaba que yo cumpliera antes de que el regresara al atardecer. Recuerdo que en una oportunidad una tarea de la lista era llevar al taller del herrero una pieza de un rastrillo para el heno para que la reparara. No me sentía muy bien con el mandado porque mi padre no había dejado dinero y yo no sabia que hacer. Lo deje de lado mientras pude; pero cuando termine todos mis otros encargos, sabia que no podía posponerlo por mas tiempo. Mi padre esperaba que la pieza estuviera reparada cuando el regresara a casa y yo era el responsable de hacerlo. Todavía recuerdo el camino de un kilómetro y medio al taller del herrero. Incluso recuerdo lo incómodo que me sentía mientras lo observaba al soldar el la pieza. Cuando terminó, le dije muy nervioso que no tenía dinero pero que mi padre le pagaría mas tarde. Estoy seguro de que el se dio cuenta de mi angustia. Me dio una palmadita en el hombro y me dijo: “No hay problema, hijo, la palabra de tu padre es sagrada”. Recuerdo que corrí todo el camino de regreso, aliviado porque la pieza estaba reparada y agradecido de que la palabra de mi padre fuera reconocida como sagrada.

Como niño no entendí realmente lo que eso significaba, pero sabia que era algo bueno y deseable. Años mas tarde me di cuenta de que una persona cuya palabra es sagrada es una persona honrada e integra, una persona en la que se puede confiar. En el mundo de la actualidad, hay gente que no le da importancia al romper su palabra, sus promesas, sus convenios con el hombre y con Dios. ¡Que bendición es hacer tratos con aquellos en los que se puede confiar!

Se encuentra un poderoso ejemplo de esto en el Libro de Mormón. Recordaran la asignación que recibieron Nefi y sus hermanos, de su padre Lehi, de ir a Jerusalén a obtener las planchas de bronce de Labán. Después de intentarlo sin éxito, los hermanos sintieron deseos de regresar al desierto a donde estaba su padre. Nefi comprendió que tenían una tarea que hacer, una asignación que cumplir. Dijo: “… no descenderemos hasta nuestro padre en el desierto hasta que hayamos cumplido lo que el Señor nos ha mandado”(1). Lo intentaron nuevamente y nuevamente fallaron; luego Nefi entró “furtivamente en la ciudad y [se] dirigió a la casa de Labán”(2). Fue allí donde encontró a Labán borracho de vino y obedeció la voz del Espíritu que le dijo: “Mátalo, porque el Señor lo ha puesto en tus manos … Es preferible que muera un hombre a dejar que una nación degenere y perezca en la incredulidad”(3). Luego, se puso la ropa de Labán, fue al lugar donde se hallaba el tesoro de Labán y obtuvo las planchas. Nefi había cumplido con aquello que se le había mandado. Pero no debemos pasar por alto el poderoso ejemplo dado por el siervo de Labán, Zoram. Nefi le mando que lo siguiera al salir del lugar del tesoro y no fue sino hasta que llamo a sus hermanos que Zoram se dio cuenta de que Nefi no era Labán. Las Escrituras nos dicen que Zoram “… empezó a temblar, y estaba a punto de huir”(4), cuando Nefi lo detuvo y le dijo que no tenía por que temer y que seria un hombre libre si iba con ellos al desierto(5). Zoram prometió que lo haría; dio su palabra, y Nefi dijo; “… cuando Zoram se juramentó, cesaron nuestros temores con respecto a el”(6). Era un hombre en quien se podía confiar, su juramento lo obligaba, su palabra era sagrada.

La honradez y la integridad no son principios anticuados; son igualmente importantes en el mundo de hoy. En la Iglesia se nos ha enseñado que:

Cuando nos comprometemos … cumplimos.

Cuando se nos da un llamamiento … lo desempeñamos.

Cuando pedimos prestado … lo devolvemos.

Cuando tenemos una obligación financiera … la pagamos.

Cuando hacemos un contrato … lo respetamos.

El presidente N. Eldon Tanner relato la siguiente experiencia: “Un joven vino a mi no hace mucho tiempo y me dijo: ‘Hice un contrato con un hombre que requiere que yo pague cierta cantidad cada año. Estoy atrasado en el pago y no puedo hacer esos pagos, porque si los hago voy a perder mi casa. ¿Que debo hacer?’ Lo mire y dije: ‘Cumpla con su contrato’. ‘¿Aun a costa de perder mi casa?’ Yo le dije: ‘No estoy hablando de su casa, estoy hablando de su contrato; considero que su esposa preferiría tener un esposo que cumple con su palabra, paga sus obligaciones, guarda sus compromisos y convenios, y tiene que arrendar una casa, a tener una casa con un esposo que no cumple sus compromisos y convenios”(7).

Es muy cierta la máxima: “La honradez es la mejor norma”. Para los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días “la honradez es la única norma”. Debemos ser honrados con nuestros semejantes; debemos ser honrados con nuestro Dios; y somos honrados con Dios cuando honramos los convenios que hacemos con El.

Somos un pueblo que hace convenios. Hacemos convenios en las aguas bautismales (8). Renovamos ese convenio todas las semanas cuando participamos en forma digna de la Santa Cena. Tomamos sobre nosotros el nombre de Cristo, prometemos que le recordaremos siempre y que guardaremos Sus mandamientos. Y a cambio, El nos promete que Su Espíritu estará siempre con nosotros. Hacemos convenios cuando entramos al templo y recibimos en recompensa las bendiciones prometidas de vida eterna … si guardamos esos convenios sagrados.

No se deben tomar a la ligera los convenios con Dios. En Doctrina y (Convenios, el Señor nos dice: “… he decretado probaros en todas las cosas para ver si permanecéis en mi convenio aun hasta la muerte, a fin de que seáis hallados dignos”(9).

El relato de los anti-nefi-lehitas, en el Libro de Mormón, es un ejemplo emocionante de eso. Ammón y sus hermanos pasaron catorce años predicando al pueblo lamanita y miles llegaron al conocimiento de la verdad, y aquellos que se convirtieron al Señor “nunca mas se desviaron”(10): “… pues eran completamente honrados y rectos en todas las cosas; y eran firmes en la fe de Cristo, aun hasta el fin”(11). Estaban tan agradecidos por la misericordia de Dios que hicieron convenio con El “… de que antes que derramar la sangre de sus hermanos, ellos darían sus propias vidas”(12). Recordaran que enterraron sus armas de guerra y fueron tan fieles al convenio que cuando llegaron los ejércitos de los lamanitas, “… salieron a encontrarlos, y se postraron hasta la tierra ante ellos y empezaron a invocar el nombre del Señor’’(13). No ofrecieron resistencia; muchos fueron asesinados. Esa gente estuvo dispuesta a morir antes que romper el convenio que habían hecho con el Señor.

Seamos un ejemplo de honradez e integridad en nuestros tratos tanto con Dios como con los hombres. El élder Joseph B. Wirthlin nos dice: “Las recompensas de la integridad son inmensurables: una es la indescriptible paz interior que sentimos al saber que hacemos lo que es correcto; otra es la ausencia de culpabilidad e inquietud que acompañan al pecado. Otra recompensa de la integridad es la confianza que nos da para dirigirnos a Dios … La recompensa suprema de la integridad es la compañía constante del Espíritu Santo … Vivamos fieles a la confianza que el Señor ha puesto en nosotros”(14).

Ruego que podamos honrar los compromisos y los convenios que hacemos con Dios y con nuestros semejantes; que se diga de cada uno de nosotros: “Nuestra palabra es sagrada”. En el nombre de Jesucristo. Amén.