1990–1999
“Lavados y purificados”
Abril 1997


“Lavados y purificados”

“Imaginen la sensación de consuelo, de liberación, de exaltación que sentirán cuando vean la realidad de la Expiación y el valor práctico que tiene para cada uno de ustedes en su vida diaria.”

Mi mensaje es para nuestra gente joven. Sentimos gran preocupación por los jóvenes que crecen sin valores en los cuales basar su conducta. Siempre he creído que el estudio de las doctrinas del Evangelio mejorara la conducta mas rápidamente que el mero hablar de la conducta.

El estudio de la conducta mejora notablemente cuando se relaciona con normas, con valores. En las Escrituras y en las doctrinas que estas revelan se encuentran valores prácticos, útiles en la vida diaria. Les daré un ejemplo: “Creemos que por la Expiación de Cristo, todo el genero humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio”(1).

Mientras son todavía jóvenes, deben aprender que, aunque la expiación de Cristo se aplica a la humanidad en general, su influencia es individual, es personal y muy beneficiosa. Aun para ustedes, principiantes en la vida, la comprensión de la Expiación tiene un valor inmediato y muy practico en su vida cotidiana.

Hace mas de cincuenta años, durante la Segunda Guerra Mundial, tuve una experiencia; la tripulación de nuestro bombardero se había adiestrado en Langley Field, Virginia, para utilizar la invención mas moderna: el radar. Recibimos órdenes de ir hasta la costa oeste, y de allí al Pacífico.

Nos transportaron en un tren de carga cuyos vagones tenían literas plegables adosados a la pared, que se bajaban a la hora de dormir. No había un vagón comedor; en su lugar, habían instalado cocinas de campaña en vagones que tenían el piso cubierto de tierra.

Nuestros uniformes de verano eran de color claro. El vagón que llevaba el equipaje quedo atrás, de manera que en los seis días del viaje no tuvimos mudas de ropa para cambiarnos. El calor era intenso al atravesar los estados de Texas y de Arizona, y cl humo y las cenizas de la locomotora hacían el viaje sumamente incómodo. No teníamos donde bañarnos ni donde lavar los uniformes. Llegamos a Los Ángeles una mañana -un grupo de soldados sucios y desgreñados- y nos dijeron que al atardecer debíamos volver al tren.

En lo primero que pensamos fue en la comida; los diez compañeros de nuestro grupo juntamos el dinero de todos y nos encaminamos hacia el mejor restaurante que pudimos hallar.

Estaba lleno de gente y nos pusimos en una fila para esperar asientos; yo era el primero, y estaba detrás de unas mujeres muy bien vestidas. Sin siquiera darse vuelta, una elegante señora que estaba delante de mi se percató en seguida de nuestra presencia.

Se volvió y nos miró; al momento, se volvió otra vez y me miró de la cabeza a los pies. Allí estaba yo, con el uniforme ajado, transpirado, sucio y cubierto de ceniza. Ella exclamó, con un tono de disgusto en la voz: “¡Qué barbaridad! ¡Que hombres mas sucios!”, y todas las miradas se volvieron a nosotros.

Sin duda, la señora deseaba que no estuviéramos allí; yo deseaba lo mismo. Me sentí tan sucio como estaba, muy molesto y avergonzado.

Tiempo después, al empezar un serio estudio de las Escrituras, noté que hay referencias al ser espiritualmente limpio; una de estas dice:

“… seríais mas desdichados, morando en la presencia de un Dios santo y justo, con la conciencia de vuestra impureza ante el, que si vivierais con las almas condenadas en el infierno”(2).

Comprendí eso. Recordé lo que había sentido aquel día en Los Ángeles y saque en conclusión que ser espiritualmente sucio me traería una vergüenza y una humillación mucho mas intensas de las que sentí entonces. Encontré por lo menos ocho referencias que dicen que ninguna cosa impura puede entrar en la presencia de Dios(3). Aunque me daba cuenta de que esos pasajes no se referían a ropa desaseada ni a manos sucias, decidí que deseaba mantenerme espiritualmente limpio.

Y a propósito de aquel día. fuimos después a andar en canoa por un parque; empezamos a jugar y, por supuesto, la canoa se volcó. Volvimos a la orilla sin problemas y, a su debido tiempo, el sol nos seco la ropa; a la hora en que regresamos al tren, teníamos en realidad un aspecto bastante presentable.

Aprendí después que, cuando no me comportaba como debía, el limpiarme espiritualmente no era tan fácil como darse una ducha o ponerse una muda de ropa limpia o caerse de una canoa al agua.

Aprendí sobre el gran plan de felicidad y que estamos en la tierra para ser probados. Todos cometeremos errores. El apóstol Juan enseñó esto: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no esta en nosotros”. Felizmente, después agregó: “Si confesamos nuestros pecados, el es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”(4). Me llamó la atención en particular la palabra limpiarnos.

Yo pensaba que el arrepentimiento, igual que el jabón, debía utilizarse con frecuencia. Me di cuenta de que cuando pedía disculpas por los errores, todo andaba mejor; pero, para los errores serios, una disculpa no era suficiente, a veces ni siquiera era posible. Aunque esos errores no eran, en su mayoría, realmente graves, el dolor espiritual que se llama culpabilidad invariablemente me aquejaba; sabía que tarde o temprano tendría que resolverlos, pero no sabía que hacer. Eso sucede cuan(lo se rompe algo que uno solo no puede arreglar.

Entre ustedes habrá algunos que estén “abrumado[s]”, como dijo Pedro, “por la nefanda conducta de los malvados”(5). Otros harán bromas sobre las normas y no verán ninguna necesidad de cambiar, diciéndose a si mismos que no tiene importancia “porque todos lo hacen”.

Pero eso no da resultado, porque ustedes son buenos por naturaleza. (Cuantas veces han oído a alguien que, después de un acto generoso o heroico o de ayuda a un semejante, comenta lo bien que le ha hecho sentir lo que hizo? Como toda emoción natural, esa reacción es una parte innata de ustedes. (Seguramente habrán sentido algo así! La felicidad esta inseparablemente ligada a la conducta limpia y decente.

El profeta Alma le dijo rotundamente a su hijo extraviado que, por haber transgredido, se hallaba “en un estado que es contrario a la naturaleza de la felicidad” y que “la maldad nunca fue felicidad”(6). Los que no saben como borrar los errores cometidos se sienten muchas veces acorralados y rebeldes, y se pierden en una vida indigna. Si ustedes andan con transgresores, sufrirán mucho mas de lo que yo sufrí en aquel restaurante.

La mayoría de los errores los puede reparar uno mismo, por medio de la oración y el arrepentimiento; los pecados serios requieren ayuda externa; sin ella, serán como el que no puede o no quiere lavarse ni bañarse ni ponerse ropa limpia. El camino que deben seguir se halla en las Escrituras; léanlas y su fe en Cristo aumentara. Escuchen a aquellos que conocen el Evangelio.

Aprenderán sobre la caída del hombre, sobre el propósito de la vida, sobre el bien y el mal, sobre las tentaciones y el arrepentimiento, y sabrán como obra el Espíritu. Lean lo que dijo Alma sobre el arrepentimiento: “… ya no me pude acordar mas de mis dolores; sí, dejo de atormentarme el recuerdo de mis pecados”(7).

Escuchen lo que dice el Señor:

“He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo mas”(8). La doctrina puede cambiar la conducta mucho mas rápidamente que el mero hablar de la conducta.

Al leer las Escrituras y escuchar, pude entender, al menos en parte, el poder de la Expiación. )Se imaginan lo que sentí cuando al fin me di cuenta de que si obedecía toda condición que el Redentor hubiera establecido, no tendría por que soportar nunca el tormento le estar espiritualmente sucio? Imaginen la sensación de consuelo, de liberación, de exaltación que sentirán cuando vean la realidad de la Expiación y el valor practico que tiene para cada uno de ustedes en su vida diaria.

No tienen por que saberlo todo para que el poder de la Expiación surta efecto en ustedes. Tengan fe en Cristo, ¡y empezara a surtir efecto el mismo día que lo pidan! La escritura menciona “obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio”(9). Todos sabemos muy bien lo que quiere decir obedecer las leyes. Pero )cómo obedecemos las ordenanzas?

Hablando en general, entendemos que la ordenanza del bautismo, bajo la condición del arrepentimiento, lava nuestros pecados. Hay quienes piensan que quizás se hayan bautizado antes de tiempo; que ojalá pudieran bautizarse ahora y empezar de nuevo limpios. Pero eso no es necesario. Mediante la ordenanza de la Santa Cena se renuevan los convenios del bautismo; si cumplen con todas las condiciones del arrepentimiento, por difíciles que sean, pueden ser perdonados y sus transgresiones no los molestaran mas.

El presidente Joseph F. Smith tenía seis años cuando su padre, Hyrum, fue asesinado en la cárcel de Carthage. El pequeño Joseph cruzó las llanuras con su madre viuda y, cuando tenía quince años, lo llamaron para cumplir una misión en Hawai. Allá se sentía perdido y solo; el mismo dijo: “… me sentía muy agobiado. Estaba casi sin ropa y completamente sin amigos, con excepción de la amistad de un pueblo pobre, sin esclarecimiento … Me sentía tan rebajado en mi condición de pobreza, falta de inteligencia y conocimiento, de edad tan tierna, que difícilmente me atrevía a mirar [a nadie] a la cara”.

Mientras se hallaba en esa condición, el joven élder tuvo un sueno “real … una realidad”. Sonó que iba corriendo, con toda la rapidez posible, y que llevaba un bulto chico en la mano. Al fin llegó a una hermosa mansión, que era su punto de destino. Al acercarse, notó un letrero donde decía “Baño”; se desvió del camino y rápidamente entró allí y se lavo; abrió el pequeño bulto y en el encontró ropa limpia, “cosa”, según dijo, “que no había visto desde hacia mucho tiempo”. Se la puso y corrió hacia la puerta de la mansión.

“Toque”, continúa diciendo, “y se abrió la puerta, y el hombre que se presentó era el profeta José Smith. Me dirigió una mirada un poco reprensora, y las primeras palabras que me dijo fueron: (Joseph, llegas tarde! … sentí confianza y le dije: (Si, pero estoy limpio; me encuentro limpio!’’(10). Lo mismo les puede pasar a ustedes.

Les repito que el conocimiento de los principios y las doctrinas del Evangelio afectaran mas su conducta que el hablar de la conducta.

He mencionado la Expiación como uno de muchos ejemplos. El Evangelio de Jesucristo contiene valores que sirven de base a una vida feliz.

Les expreso mi testimonio de que nuestro Padre Celestial vive. La Expiación de Cristo puede bendecir su vida. ¡Si pudiera decirles lo que significa para mi la Expiación! Una vez trate de expresarlo por escrito con estas líneas con las que concluyo:

En tiempo antiguo, “¡Inmundo!”

al leproso se gritaba.

“¡Inmundo! “, resonaba el grito

y la gente, temerosa, se apartaba.

Creían que el contacto del leproso

la horrible aflicción transmitiría;

y no había cura para la dolencia,

solo una lenta agonía.

Jabón ni bálsamo ni medicina

había para el dolor evitar;

tampoco había ungüentos ni baños

que los pudieran sanar.

Mas habla el registro de Uno

cuya mano con Su toque

los limpiaba,

les aliviaba el sufrimiento

y la carne corrompida restauraba.

Su venida se había profetizado

y de Su nacimiento las señales;

Hijo de Dios, y de mujer nacido,

iba a limpiar la tierra de sus males.

El día en que sano a los diez

leprosos,

el día. en que los purificó,

fue un símbolo de Su ministerio

y de lo que Su vida representó.

Y aunque eso fue un milagro,

no es la razón por la que El vino,

sino a rescatarnos de muerte

y pecado, de un vergonzoso destino.

Milagros mayores, dijo El,

Sus siervos iban a efectuar,

que en vez de sanar a pocos

toda alma habían de rescatar.

Aunque de muerte rescatados,

aun no podremos entrar

sin estar limpios, purificados,

de todo pecado mortal.

Mas no podemos hacer solos

lo que nos va a purificar,

la ley eterna requiere

que haya Uno puro para expiar.

El dijo que la justicia

por la misericordia va a esperar.

Ya arrepentidos y bautizados,

por la palabra de Dios hemos de obrar.

Si tan sólo comprendiéramos

lo que hemos visto y oído,

sabríamos que no hay don mayor

que ser purificados y limpios.11

En el nombre de Jesucristo. Amén.