1990–1999
Cuidemos de los nuevos conversos
Octubre 1997


Cuidemos de los nuevos conversos

“En la edificación del reino de Dios, todo hecho positivo, todo saludo amigable, toda sonrisa cálida, toda muestra de consideración contribuye a la fortaleza colectiva.”

Mis hermanos y hermanas, les traigo el saludo de los santos del sur de México. Yo nací en ese país, al igual que mi padre y mi abuelo. Aun cuando me crié y me eduqué en los Estados Unidos desde que tenia unos seis años de edad, conserve a lo largo de mi vida un gran cariño y fascinación hacia Latinoamérica, su gente maravillosa y su amplia gama de culturas. Aun cuando de niño siempre fui consciente de mis raíces en México y del papel que desempeñó mi familia en el establecimiento del reino del Señor allí, mi verdadero apego empezó cuando, de joven misionero en Argentina, vi a muchas personas, preparadas por el Espíritu, abrazar con entusiasmo el Evangelio, el cual llenaba su vida de paz y de dicha.

Mi creciente amor no fue solamente hacia Latinoamérica, sino hacia la obra del Señor entre la gente de allí. Por eso, en 1975, con menos de cuatro años de haberme recibido de abogado, no vacile en absoluto cuando me ofrecieron un puesto como asesor legal de la Iglesia en Sudamérica. Acompañados de nuestros tres hijos pequeños, mi esposa y yo nos mudamos a Montevideo, Uruguay. Fuimos bendecidos con cinco hijos mas en los años que siguieron, los cuales nacieron en diversos países de América del Sur. Nuestros hijos se criaron en países de habla hispana y cada uno de ellos tiene un profundo respeto hacia la diversidad de su patrimonio cultural e idiomático.

En los pasados 22 años, hemos sido espectadores directos del dinámico despliegue de la obra del Señor en la América Latina. Literalmente, millones de personas se han unido a la Iglesia en estos años, y nosotros la hemos visto crecer de un puñado de estacas a mas de 700 en la actualidad. Tenemos seis templos en funcionamiento y cinco mas en construcción en esos países. Que época tan maravillosa en la cual vivir y tomar parte en esta gran obra de ser una bendición para los hijos de nuestro Padre.

Si, todos estos años han sido increíblemente fascinantes, desafiantes e inmensamente robustecedores para nosotros como familia; pero hemos aprendido mucho mas que geografía, cultura e idioma. Hemos ganado una comprensión renovada y mas profunda de palabras tales como amor, dicha, servicio y sacrificio. Por ejemplo, hemos sido testigos de la forma en la que algunas familias han ahorrado durante años, para luego viajar hasta 72 horas, con hijos pequeños, en un autobús repleto y por caminos en pésimo estado, tan solo para recibir las bendiciones de las sagradas ordenanzas del templo. Hemos visto a humildes y dedicados lideres del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares luchar a brazo partido para edificar el reino, así como para ser una bendición en la vida de los santos, y sin las ventajas le un teléfono ni de un medio de transporte propio.

También hemos aprendido que ninguna cultura, pueblo ni país tiene el monopolio del amor, de la calidez y de la bondad. Al regresar periódicamente a los Estados Unidos para visitar a familiares y a amigos, tentamos el privilegio de asistir a diferentes barrios en distintos estados. No fue sino hasta que nuestros hijos entraron en la adolescencia que empezamos a notar las diferencias que había en el espíritu de los diversos barrios. A nuestros hijos les encantaba visitar algunos de ellos porque en seguida hacían amigos y se nos recibía con los brazos abiertos. Pero había otros a los que nuestros hijos regresaban sin tanto entusiasmo, pues se notaba la ausencia de la calidez que caracterizaba a los demás.

Entonces empezamos a advertir que en algunas de las unidades que visitábamos en los Estados Unidos y también en Latinoamérica, si hubiéramos sido investigadores o miembros nuevos, no nos habríamos sentido bien acogidos. El apóstol Pablo enseñó a los efesios: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19). Sin embargo, hubo ocasiones en las que nos sentimos como “extranjeros y advenedizos” en la misma Iglesia de Jesucristo a la que pertenecemos.

Estas experiencias nos ayudaron a comprender lo incómodos que se sentirán a veces quienes visitan nuestras capillas por primera vez y nos hicieron ganar conciencia de la necesidad que todos tenemos de mejorar lo que llamamos nuestra capacidad de hermanamiento. De vez en cuando, hemos observado en algunos barrios de la Iglesia tanto de América Latina como de España y de los Estados Unidos que humildes nuevos conversos no han sido recibidos con el corazón y los brazos abiertos; es por eso que todos nosotros hemos visto la necesidad que existe de mejorar la retención de los nuevos conversos.

Hermanos y hermanas, tenemos las bendiciones mas ricas que Dios puede dar a Sus hijos. Tenemos la plenitud del Evangelio de Jesucristo. Debemos ser la gente mas hospitalaria, mas amigable, mas feliz, mas bondadosa, mas considerada y mas amorosa del mundo entero. Cumplimos bastante bien con nuestros llamamientos, con el asistir a las reuniones, con el pago de nuestro diezmo; pero, hemos aprendido verdaderamente a vivir el segundo gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo?” (Mateo 22:39). Esto no es algo que se puede simplemente asignar al quórum de élderes o a las maestras visitantes; esto tiene que emanar del corazón de todo verdadero discípulo de Cristo: una persona que, en forma natural y sin que se le pida, busque oportunidades de servir, de elevar y de fortalecer a su prójimo.

Recordemos las palabras del Salvador: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tu viereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). ¡Nos reconocerán quienes no son miembros de la Iglesia, los nuevos conversos y quienes visiten nuestras capillas como discípulos de Cristo por la calidez de nuestro saludo, por la sinceridad de nuestra sonrisa y por la bondad y el interés genuino que reflejan nuestros ojos?

Prestemos mas atención a aquellos que son nuevos en nuestras congregaciones. En el Sermón del monte Jesús enseñó: “Porque si amáis a los que os aman, ¿que recompensa tendréis? … Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿que hacéis de mas? …” (Mateo 5:46-47).

En la edificación del reino de Dios, todo hecho positivo, todo saludo amigable, toda sonrisa cálida, toda muestra de consideración contribuye a la fortaleza colectiva. Ruego que seamos hospitalarios, sociables, amigables y serviciales con todos los que se acerquen a nosotros. Pero prestemos particular atención y brindemos especial interés a los nuevos conversos. Cuando notemos algún tropiezo o vacilación en ellos al comenzar su nueva jornada por el sendero del Evangelio, estemos dispuestos a levantarlos y a apoyarlos con palabras de bondad e interés genuino; estemos prestos para dar consejos amorosos que fortalezcan y sostengan. Busquemos concienzudamente oportunidades de demostrar ese amor que el Salvador nos pidió que tuviéramos cuando nos dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros …” (Juan 13:34).

Testifico que ésta es la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo, que El vive y dirige esta gran obra, en el nombre de Jesucristo. Amén.