1990–1999
Edifiquemos plazas fuertes
Octubre 1997


Edifiquemos plazas fuertes

“Hermanas, reciban todas ustedes mis saludos. Hemos esperado con anhelo el poder reunirnos con ustedes esta noche.”

Deseo agradecerles las muchas tarjetas y cartas que nos han enviado, pero mas que nada, quiero darles las gracias por sus oraciones en favor de nosotras. Con agradecimiento y humildad reconocemos la guía y la enseñanza que nos brindan los grandes lideres del sacerdocio y la de nuestro Padre Celestial.

Recientemente lleve a mi nieta de tres años a una reunión sacramental en la que iba a hablar un joven antes de irse a la misión. Yo había llevado los acostumbrados libros y cosas a fin de ayudarla a ser reverente, pero ella es una pequeña lista y vivaracha, de modo que en un momento dado la subí al banco, a un lado mío, para que pudiera ver al misionero que dirigía la palabra. Entonces le susurre al oído: “Este joven va a ir a la misión, y eso significa que va a vivir lejos de su casa y les hablara a las personas en cuanto a Jesús”. Ella miró alrededor de la capilla llena de gente y dijo: “¿Y donde esta Jesús?”. Ella había visto una pintura de El en la Primaria, pero no podía encontrarlo entre los que estaban presentes.

No se imaginan que gusto me dio el poder decirle dónde esta Jesús. A medida que la capacidad de ella para entender aumente, le diré quien es El, lo que El ha hecho por ella y por mi, y lo que puede significar en su vida. En esa ocasión, volví a darme cuenta de la gran oportunidad que nosotras las mujeres tenemos de ser una influencia en la vida de las personas que nos rodean. Quiero a mis hijos y a mis nietos y deseo protegerlos. A veces este mundo es un lugar atemorizante; sin embargo, creo que las mujeres tienen oportunidades singulares y dones y talentos especiales para proteger, para cuidar con amor y para influir en los demás. Podemos edificar plazas fuertes en donde los matrimonios, los hijos y las familias puedan prosperar y evitar la maldad de este mundo.

En 1978, mientras dirigía la palabra en una reunión general de las mujeres, el presidente Spencer W. Kimball dijo: “El ser una mujer justa es algo glorioso a cualquier edad; el ser una mujer justa durante estas cruciales y finales etapas de la historia de la tierra, antes de la segunda venida del Salvador, es en verdad un llamamiento noble y especial. La fortaleza e influencia actual de una mujer justa puede tener un valor muy superior al que tendría en tiempos mas pacíficos. Ella fue puesta aquí para ayudar a enriquecer, proteger y salvaguardar el hogar, que es sin lugar a dudas la institución básica y mas noble de la sociedad. Otras instituciones sociales pueden flaquear y hasta fracasar, pero la mujer justa puede ayudar a salvar el hogar, que puede llegar a ser el ultimo y único refugio que algunos mortales conozcan en medio de la tempestad y la contienda” (“Privilegios y responsabilidades de la mujer” Liahona, febrero de 1979) pág 139).

En 1996, el presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Hermanas, dondequiera que ustedes vivan, son las verdaderas arquitectas ele su nación, porque han edificado hogares fuertes, donde hay paz y seguridad, que constituyen la fortaleza misma de toda patria” (“Las mugieres de la Iglesia”, Liahona, enero de 1997, pág. 75).

Este es un tiempo maravilloso para vivir en la tierra. Nuestros días los han visto en visión muchos de los Profetas a través de las edades. Se llamaría la dispensación del cumplimiento de los tiempos porque el Evangelio se habría de restaurar en su plenitud a fin ele que fuera una bendición en la vida de los que vivan en esta época. Todos los que oigan las buenas nuevas tendrán el privilegio de recibir todas las ordenanzas salvadoras y exaltadoras del Evangelio de Jesucristo y la paz y la felicidad que estas brindan a las personas y a las familias.

No obstante, tal como el padre Lehi enseñó: “porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas” (2 Nefi 2:11). Cuando los Profetas vieron y profetizaron concerniente a este día de regocijo, también amonestaron que sería un día de iniquidad (véase 2 Timoteo 3:1-19, 13), un día de tribulación (Mateo 24:21) y un día de maldad (véase D. y C. 27:15) cuando “todas las cosas estarán en conmoción” (D. y C. 88:91).

Hermanas, no creo que ustedes y yo estemos aquí en este tiempo particular por accidente. Creo que, al igual que Ester de antaño, “… para esta hora [hemos] llegado al reino” (Ester 4: 14), en que nuestra influencia, nuestro ejemplo, nuestra fuerza y nuestra fe servirán de baluarte contra la creciente ola de maldad que amenaza destruir nuestros hogares, nuestras familias y nuestros seres amados.

En el Libro de Mormón hay una historia emocionante que comienza en el capitulo 48 de Alma. Era una época de peligro y conmoción para la nación nefita; sus enemigos han jurado derrotarlos y llevarlos al cautiverio. A pesar de aparentemente tenerlo todo en contra, el capitán Moroni debía buscar la manera de defender a su pueblo, de preparar plazas fuertes para ellos. Hizo que la gente cavara fosos profundos y luego levantar montones de tierra alrededor de las ciudades. Mas tarde, Moroni mejora las tácticas de defensa previas, añadiendo obras de maderos con una cerca de estacadas, y luego erigen torres mas altas que estas para poder ver. La estrategia resulta tan eficaz que los ejércitos de los lamanitas son sorprendidos y derrotados, no obstante que eran mucho mas numerosos que los nefitas. Los nefitas se encuentran seguros dentro de sus ciudades y contienen los ataques de los lamanitas.

Mientras que sus enemigos obtuvieron su poder mediante el fraude y el engaño, Moroni faculto a los nefitas enseñándoles a ser fieles a Dios (véase Alma 48:7). ¿Cómo podríamos nosotras, al igual que el capitán Moroni, crear plazas fuertes para los que nos rodean, en estos tiempos a veces atemorizantes y peligrosos? Podemos comenzar siguiendo la exhortación que se encuentra en 1 Timoteo 4:12: “… se ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”.

Cuando yo tenia diez años de edad, estaba en una reunión sacramental y vi a mi bella madre de pie ante el púlpito relatar sus experiencias de cuando era una joven misionera en la Misión de los Estados del Sur. Comparó el llevar a alguien al bautismo a la emoción de dar a luz y de traer a una nueva criatura al mundo. Ella dio SU testimonio con fortaleza y convicción; no era necesario que me dijera que la obra misional era importante, ya que su ejemplo lo decía todo; no era necesario que me dijera lo que era un testimonio, ya que yo lo sentí ese día cuando la escuche expresar el de ella con los miembros del barrio y conmigo. A todo nuestro derredor hay personas que necesitan el beneficio de nuestro buen ejemplo. El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “La predica mas persuasiva del Evangelio esta en la vida ejemplar de un fiel Santo de los Ultimos Días” (“No hemos llegado a la cima”, Liahona, julio de 1982, pág. 91).

En la Primaria cantamos “Siempre obedece los mandamientos, tendrás gran consuelo y sentirás paz” (Canciones para los niños, pág. 68). Y mas que todo, el capitán Moroni le demostró a su pueblo que el Señor los guiaría si seguían Sus mandamientos. La mujer que guarda los mandamientos utiliza los planos de nuestro Padre Celestial para edificar una plaza fuerte para si misma y para su familia. Los que la rodean saben que pueden confiar en ella; pueden sentir la seguridad y la paz que emanan de su persona. La observancia de los mandamientos del Señor son los cimientos de la fortificación de ella.

Con el fin de proporcionar seguridad para los que nos rodean, nosotras, como hermanas, debemos ampliar nuestro conocimiento de todas las cosas espirituales; debemos aprender y obtener conocimiento y enseñar a nuestros hijos aquellas cosas que los harán menos sensibles al engaño y a los designios de los que conspiran contra la rectitud. La ignorancia no es felicidad; es peligrosa.

En la sección 68 de Doctrina y Convenios, se ha mandado a los padres a enseñar a sus hijos las verdades sencillas y salvadoras del Evangelio restaurado. Nuestros hogares deben ser centros maravillosos donde se aprenda el Evangelio. El élder Neal A. Maxwell dijo: “Cuando los padres no se preocupan por enseñar el testimonio y la teología junto con la decencia, esa familia estará sujeta, una generación después, a un serio deterioro moral al perder sus inquietudes espirituales. En ningún otro lugar se manifiesta la ley de la cosecha con mas fuerza ni en forma mas despiadada que en la familia misma” (véase Liahona, julio de 1994, pág. 103). Al igual que los jóvenes guerreros del Libro de Mormón, a los hijos se les puede estimular, bendecir y, mas que nada, proteger mediante la fe y el sabio consejo de madres rectas.

La oración sincera puede ser mas eficaz para proteger a nuestras familias que los muros de tierra que Moroni levanto alrededor de las ciudades nefitas. Es imposible arrodillarse y explicarle al Señor los problemas que tenga, sin que se le ablande el corazón. Los cambios que la oración realiza en nuestros hogares son innumerables: devuelve la paz y da esperanza; anima los corazones afligidos y sana las heridas del pecado; restablece la perspectiva, permitiéndonos reconocer nuestras bendiciones aun en medio de nuestras tribulaciones. Por ultimo, nos guía al tomar decisiones. Fue mediante la oración que el profeta José Smith dio comienzo a la gloriosa restauración del Evangelio verdadero en estos últimos días. El había aprendido a orar por medio del gran ejemplo de su madre Lucy Mack Smith.

Un lunes por la tarde, no hace mucho tiempo, caminaba por un parque en donde una joven familia se dividía en equipos para jugar un juego. Escuche a uno de los niños exclamar: “Mama, escógeme a mí”. Esas palabras resonaron en mi mente mientras iba caminando. La vida en el mundo de hoy pone muchas demandas en los recursos de tiempo y energías de la mujer. Podemos elegir emplear nuestros talentos en muchos mas campos que nunca antes, pero son muy pocos los lugares en los que nuestra influencia es irremplazable. Me puedo imaginar a los niños de todo el mundo decir: “Mama, cuando decidas dónde vas a utilizar el tiempo y los dones que Dios te ha dado, escógeme a mi”. Pense luego en las abuelas ancianas que quizás se sientan solas o estén demasiado débiles para aventurarse a salir solas y tal vez digan: “Nieta, cuando estés buscando a una amiga a quien llevar al cine o para salir a almorzar, escógeme a mi”. Pense en las madres solas que agradecerían la oportunidad de que sus hijos recibiesen la influencia de un justo poseedor del sacerdocio y que dirían: “Vecino, cuando este buscando a alguien para invitarlo a participar en la noche de hogar, escójame a mi y a mis hijos”. Estas elecciones, hermanas, proporcionan plazas fuertes no sólo en nuestros propios hogares, sino en nuestro vecindario, en nuestro barrio y en nuestra comunidad.

José Smith comparó la vida a una rueda alrededor de la cual giramos. El dijo: “Hay ocasiones en que nosotros estamos en la parte superior de la rueda, y otra persona esta abajo. Pero dentro de poco, será al revés” (citado por Truman G. Madsen, The Highest in Us, pág. 26). Esa es la razón por la que nos necesitamos mutuamente. Hay veces en que estamos arriba y podemos levantar a otros, pero el turno para que alguien nos levante a nosotros inevitablemente llegará.

Hace un año, durante la conferencia de octubre, el presidente Hinckley nos exhortó, diciendo: “Hay viudas que ansían escuchar una voz amiga y ser recipientes de esa actitud de interés real que habla del amor. Además, están aquellos que una vez fueron fervientes en la fe, una fe que ahora se ha enfriado, muchos de ellos querrían volver pero no saben cómo y necesitan manos amigas que se extiendan hacia ellos. Con un poco de esfuerzo seria posible traer a muchos para que se deleitaran otra vez en la mesa del Señor” (“Una mano extendida para rescatar”, Liahona, enero de 1997, pág. 97).

Cada vez que elevamos a alguien estamos, esencialmente, edificando plazas fuertes para ellos. El presidente Kimball tenia razón. La fortaleza y la influencia de una mujer recta son grandiosas; son muchas las oportunidades que ella tiene para crear refugios seguros para las almas afligidas.

Quiero que sepan que yo se que nuestro Padre Celestial es real; El vive y nos ama mas allá de nuestra capacidad para comprenderlo. El envió a Su Hijo Jesucristo a expiar nuestros pecados. Mediante José Smith, El restauró en la tierra el Evangelio verdadero. El guía y dirige a nuestro Profeta hoy día. Seamos como el capitán Moroni y utilicemos todos los recursos que están a nuestro alcance para proteger aquello que es de mas valor para nosotros y para nuestro Padre Celestial. Que podamos hacerlo con sabiduría, devoción y renovada dedicación, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amen.