1990–1999
Maravillosas Son Las Revelaciones del Señor
Abril 1998


Maravillosas Son Las Revelaciones del Señor

“Debemos abrazar, estudiar y valorar los verdades revelados que tenemos. Debemos declarar el Evangelio en forma generosa y bondadosa a todos los hijos de nuestro Padre”.

Uno de los acontecimientos más extraordinarios de la historia del género humano ocurrió un día de primavera de 1820, cuando el joven José Smith fue al bosque que estaba cerca de su hogar para pedirle a Dios guía, luz y verdad. Al arrodillarse en humilde y sincera oración, de acuerdo con su propia descripción de lo ocurrido, “… vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí”.

“… Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!”1.

En ese momento, el mundo pasó a ser un lugar diferente. Los cielos, que habían estado silenciosos por mucho tiempo, se abrieron nuevamente y emanaron la luz y la verdad reveladas, lo cual finalmente resultó en la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días sobre la tierra.

Fueron tiempos increíbles a medida que el espíritu de revelación hablaba en forma poderosa al profeta José Smith. A menudo hubo otras personas presentes con él cuando se recibieron revelaciones, y ellas dieron testimonio del Espíritu y de la presencia de manifestaciones del espíritu en esas oportunidades. Por lo general, hablaban de la blancura o luminosidad que rodeaba a José. Por ejemplo, cuando se dio la sección 76 de Doctrina y Convenios, Philo Dibble escribió que José “parecía estar cubierto con un elemento de blancura gloriosa y su rostro brillaba como si fuera transparente”2. Y Brigham Young testificó que “aquellos que conocían a José sabían cuándo el Espíritu de revelación estaba con él, porque su semblante denotaba una expresión peculiar de él cuando estaba bajo esa influencia. Predicaba por el Espíritu de revelación y enseñaba en sus consejos de la misma forma, y los que lo conocían podían reconocerlo de inmediato, porque en tales instancias su rostro tenía una claridad y transparencia peculiar”3.

Algunas personas que compartieron esa maravillosa experiencia reveladora se quedaban impresionadas con la soltura con que esas revelaciones fluían del Señor y de la forma en que, con mínimas correcciones, tales como ortografía o puntuación, no era necesario editarlas. Parley P. Pratt dijo: “Cada frase era pronunciada lenta y con mucha claridad, y con pausas entre ellas, lo suficientemente largas para que las registrara a mano un escribano común … Nunca había ninguna clase de vacilación, revisión o necesidad de que el escribano se lo volviese a leer para seguir la continuidad del tema, ni tampoco ninguna de esas comunicaciones pasó por revisiones, alteraciones ni correcciones. Se quedaban tal como las dictaba, según lo que he podido ver; y yo estuve presente para presenciar el dictado de varias comunicaciones de varias páginas cada una4

Es interesante notar que aquellos que conocían mejor a José eran a los que más les asombraba este proceso. Comprendían más que nadie la limitaciones que tenía con respecto a su educación formal y a su habilidad natural. En consecuencia, tenían la visión más clara de la forma milagrosa en que Dios hablaba por medio de su Profeta viviente.

La esposa de José, Emma, dio un testimonio similar al de Parley P. Pratt, de que seguía sorprendiéndose ante el proceso por el cual se recibían las revelaciones. Años después de la muerte del Profeta, ella dijo: “Estoy segura de que ningún hombre podría haber dictado las palabras de los manuscritos a menos que hubiera sido inspirado; porque, cuando yo actué como su escribiente, [José] me dictaba hora tras hora; y cuando regresaba después de comer, o después de interrupciones, él podía empezar de inmediato en donde se había quedado, sin siquiera mirar el manuscrito o sin que se le leyera alguna porción de él”5.

Mis queridos hermanos y hermanas, ¿valoramos el maravilloso milagro de la revelación? Mediante la revelación hemos recibido el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y La Perla de Gran Precio, los cuales

contienen la palabra de Dios a nosotros, Sus hijos. ¡Cuán maravillosas son las revelaciones que hemos recibido del Señor! A menudo he dicho que José Smith fue el instrumento del Señor por medio del cual se logró la restauración del Evangelio de Jesucristo en su plenitud, o no lo fue. Es imposible transigir en esta doctrina. Elevo mi voz ante el mundo en testimonio de que yo sé sin reserva o duda alguna que José Smith abrió esta dispensación por medio de la revelación divina y empezó la restauración de la verdadera Iglesia de Jesucristo en la tierra.

Entre las revelaciones más maravillosas dadas al hombre está la sección 76 de Doctrina y Convenios, a me nudo llamada simplemente “La visión”. Esta visión quizás haya sido una de las experiencias espirituales de mayor poder y significado del profeta José. Mientras él y Sidney Rigdon oraban para comprender la resurrección de los justos y de los injustos, esta gloriosa visión-o más bien dicho, una serie de seis visiones-, descendieron con gran fuerza sobre ellos. José y Sidney literalmente conversaron con el Señor durante aproximadamente una hora y media mientras el Salvador les mostró lo que más tarde José describió como “la eternidad revelada en una visión de Dios de lo que fue, de lo que ahora es, y de lo que será”6. Al dar comienzo, los dos hombres percibieron la gloria del Hijo de Dios a la diestra del Padre y fueron inspirados a exclamar: “Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!

“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre …”7.

En seguida, José y Sidney vieron a Lucifer en el mundo preterrenal cuando cayó de la presencia de Dios debido a su rebelión. Luego vieron a los hijos de perdición y lo que será de ellos en los mundos eternos. Después, vieron visiones de los reinos celestial, terrestre y telestial y aprendieron sobre los requisitos necesarios para lograr cada reino, y las diferencias de gloria en cada uno de ellos, respectivamente. Aprendieron que los que califican para la gloria celestial “morarán en la presencia de Dios y de su Cristo para siempre jamás”8.

¡Qué experiencia tan maravillosa para el profeta José y para Sidney! Durante más de una hora el Señor les mostró nuestra vida premortal, la vida en la tierra y la vida después de la muerte. Como resultado de esta revelación, se extendió y aclaró el entendimiento del género humano a un nivel admirable con respecto al plan de nuestro Padre Celestial para nuestra felicidad y paz eternas. Por supuesto, se debe hacer notar que a José se le instruyó no escribir todo lo que vio en la visión; los santos de la época no estaban preparados para recibir toda la nueva información que se le dio a él. Pero al observar las enseñanzas que más tarde dio el Profeta, vemos que se enseñan lo que parecen ser porciones de esta gran revelación, un poco aquí y un poco allí, a medida que los santos progresaban en su habilidad de entender lo espiritual.

Es por eso que el Señor hace constante hincapié en la educación, en particular la educación espiritual. No podemos salvarnos en la ignorancia,9 pero el Señor sólo nos puede revelar luz y verdad al grado que estemos preparados para recibirla. Por eso es imperativo que cada uno de nosotros haga todo lo posible por aumentar nuestro conocimiento y entendimiento espiritual por medio del estudio de las Escrituras y de las palabras de los profetas vivientes. Cuando leemos y estudiamos las revelaciones, el Espíritu le confirma a nuestro corazón la veracidad de lo que estamos aprendiendo; de esa forma, la voz del Señor se dirige a cada uno de nosotros 10. Al reflexionar con respecto a las enseñanzas del Evangelio y al aplicarlas en el diario vivir, nos preparamos mejor para recibir luz y verdad adicionales. Hoy día, espero que estemos preparados y ávidos de entender lo que nos está enseñando el presidente Gordon B. Hinckley, porque él, junto con los demás apóstoles, nos enseñarán cómo enfrentar estos tiempos difíciles y cómo vivir en ellos.

Como se promete en las Escrituras “… todavía no habéis entendido cuán grandes bendiciones el Padre tiene … preparad[as] para vosotros … no podéis sobrellevar ahora todas las cosas; no obstante, sed de buen ánimo, porque yo os guiaré. De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras’’11.

¡Cuán agradecido estoy por las revelaciones que han realzado mi entendimiento de nuestro Padre Celestial, de Su Amado Hijo Jesucristo y del Evangelio. Ese conocimiento ha sido una bendición en mi vida y en la de los de mi familia. Hace varios años nos sentamos juntos en el Templo de Kirtland y tratamos de imaginarnos cómo habrá sido para el profeta José y Oliver Cowdery ver, por medio de la verdad revelada, “el refulgente trono de Dios, sobre el cual se hallaban sentados el Padre y el Hijo”12, o ver “al Señor sobre el barandal del púlpito” y escucharlo decir “vuestros pecados os son perdonados … por tanto, alzad la cabeza y regocijaos”13.

¿Pueden imaginarse, hermanos y hermanas, cómo se habrán sentido José y Oliver cuando Moisés, Elías y Elías el Profeta se les aparecieron y les entregaron llaves, dispensaciones y poderes para sellar, en forma no muy diferente a lo que ocurrió en el Monte de la Transfiguración, cerca de dos mil años antes?

No creo que nadie que busque luz y conocimiento pueda leer la revelación dada al presidente Joseph F. Smith en octubre de 1918 sin sentir el espíritu y el poder de la verdad revelada. La sección 138 de Doctrina y Convenios está llena de la doctrina de la naturaleza eterna del hombre y del objetivo de la gran obra de esta Iglesia. El presidente Smith dijo: “Fueron abiertos los ojos de mi entendimiento, y el Espíritu del Señor descansó sobre mí, y vi las huestes de los muertos, pequeños así como grandes.

“Y se hallaba reunida en un lugar una compañía innumerable de los espíritus de los justos, que habían sido fieles en el testimonio de Jesús mientras vivieron en la carne,

“Todos éstos habían partido de la vida terrenal, firmes en la esperanza de una gloriosa resurrección mediante la gracia de Dios el Padre y de su Hijo Unigénito, Jesucristo.

“Vi que estaban llenos de gozo y de alegría, y se regocijaban juntamente porque estaba próximo el día de su liberación.

“Mientras esta innumerable multitud esperaba y conversaba, regocijándose en la hora de su liberación de las cadenas de la muerte, apareció el Hijo de Dios …

“y allí les predicó el evangelio sempiterno, la doctrina de la resurrección y la redención del género humano de la caída, y de los pecados individuales, con la condición de que se arrepintieran.

“y los santos se regocijaron en su redención, y doblaron la rodilla, y reconocieron al Hijo de Dios como su Redentor y Libertador de la muerte y de las cadenas del infierno.

“Sus semblantes brillaban, y el resplandor de la presencia del Señor descansó sobre ellos, y cantaron alabanzas a su santo nombre …

“Así se predicó el evangelio a los que habían muerto en sus pecados, sin el conocimiento de la verdad, o en transgresión por haber rechazado a los profetas.

“A ellos se les enseñó la fe en Dios, el arrepentimiento del pecado, el bautismo vicario para la remisión de los pecados, el don del Espíritu Santo por la imposición de las manos,

“y todos los demás principios del evangelio que les era menester conocer …

“De modo que se dio a conocer entre los muertos, pequeños así como grandes, tanto a los inicuos como a los fieles, que se había efectuado la redención por medio del sacrificio del Hijo de Dios sobre la cruz”. 14

El presidente Smith vio la obra de los profetas, tanto antiguos como modernos, “presagiando la gran obra que se efectuaría en los templos del Señor en la dispensación del cumplimiento de los tiempos para la redención de los muertos, y para sellar los hijos a sus padres, no fuera que toda la tierra fuese herida con una maldición y quedara enteramente asolada a su venida”15.

Él vio “que los fieles élderes de esta dispensación, cuando salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio de arrepentimiento y redención, mediante el sacrificio del Unigénito Hijo de Dios, entre aquellos que están en tinieblas y bajo la servidumbre del pecado en el gran mundo de los espíritus de los muertos.

“I os muertos que se arrepientan serán redimidos, mediante su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios,

“y después que hayan padecido el castigo por sus transgresiones, y sean lavados y purificados, recibirán una recompensa según sus obras, porque son herederos de salvación”16.

Qué gran luz y conocimiento eternos recibimos de las maravillosas revelaciones de Dios a sus fieles profetas. Cuán agradecidos deberíamos estar por el entendimiento que hemos recibido como resultado de todas las revelaciones que se nos han dado en esta dispensación. Dondequiera que voy por el mundo hay fieles miembros de la Iglesia que saben, como yo sé, que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera porque nos lo ha sido revelado por medio del poder del Espíritu. Cualquiera que con sinceridad desee saberlo también puede tener la confirmación de esas verdades por el mismo poder del Espíritu.

Mis hermanos y hermanas, debemos abrazar, estudiar y valorar las verdades reveladas que tenemos. Debemos declarar el Evangelio en forma generosa y bondadosa a todos los hijos de nuestro Padre para que toda alma camine en la luz y en la verdad del Evangelio restaurado de Jesucristo. Ruego que el Señor bendiga a cada uno de nosotros con mayor conocimiento y testimonio y que seamos accesibles y receptivos al espíritu de revelación que ha descendido sobre nuestros profetas de antaño y que aún descenderá sobre los profetas en el futuro, es mi humilde oración en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

  1. José Smith-Historia 1:16-17.

  2. “Early Scenes in Church History”, Four Faith Promoting Classics, 1968, pág. 81.

  3. Journal of Discourses, 9:89.

  4. Autobiography of Parley P. Pratt, 1985, pág. 48.

  5. “Last Testimony of Sister Emma”, The Saints’ Herald, 19 de octubre de 1879, pág. 289.

  6. Times and Seasons, 1° de febrero de 1843, pág. 82.

  7. D. y C. 76:22-23.

  8. D. y C. 76:62.

  9. Véase D. y C. 131:6.

  10. Véase D. y C. 18:34, 36.

  11. D. y C. 78:17-18.

  12. D. y C. 137:3.

  13. D. y C. 110:2, 5.

  14. D. y C. 138:11-12, 14-15, 18-19, 23-24, 32-35.

  15. D. y C. 138:48.

  16. 12). y C. 138 57 59.