1990–1999
Un Tiempo de Preparación
Abril 1998


Un Tiempo de Preparación

“Los días de nuestra probación están contados, pero ninguno de nosotros conoce el número de esos días y, por eso, cada día de preparación es precioso”.

Mis queridos hermanos y hermanas, estoy agradecido por reunirme con ustedes otra vez en una conferencia general de la Iglesia y ruego que pueda tener la guía del Espíritu Santo. Me gustaría reflexionar con ustedes sobre la importancia de la vida terrenal como un tiempo para prepararse; tal como Amulek testificó: “… esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra”‘.1

Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días poseemos una comprensión especial sobre la naturaleza eterna de nuestra alma. Sabemos que tuvimos una existencia premortal, que aceptamos el gran plan de felicidad de nuestro Padre Celestial y que escogimos seguir al Señor y Salvador Jesucristo. Los principios que adoptamos y por los que luchamos fueron: (1) el albedrío, la habilidad de elegir entre lo bueno y lo malo; (2) el progreso, la habilidad de aprender a ser como nuestro Padre Celestial y de llegar a ser como Él; y (3) la fe, la confianza en el plan de nuestro Padre Celestial y en la expiación de Jesucristo que nos permiten regresar a la presencia de Dios. En consecuencia, se nos permitió entrar en la vida mortal y, concerniente a ésta, el Maestro dijo: “Y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”2.

Nosotros comprendemos que viviremos una vida posmortal de duración infinita, y que somos nosotros los que determinamos la clase de vida que será por medio de nuestros pensamientos y nuestras acciones en la mortalidad. La mortalidad es muy breve, pero enormemente importante.

De las Escrituras aprendemos que “la vía del Señor es un giro eterno’’3 y que Dios conoce “todas las cosas, dado que existe de eternidad en eternidad”4. Además, somos seres eternos; nuestra presencia en la tierra es un paso esencial en el plan de la felicidad de nuestro amado Padre Celestial para Sus hijos. “[Nosotros existimos] para que [tengamos] gozo”5. El profeta José Smith enseñó que: “La felicidad es el objeto y

propósito de nuestra existencia … si seguimos el camino … [de] virtud, justicia, fidelidad, santidad y obediencia a todos los mandamientos de Dios”6.

Ahora, este mismo momento es parte de nuestro progreso eterno hacia el regreso, con nuestra familia, a la presencia de nuestro Padre Celestial. El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Estamos aquí [en esta vida] con una herencia maravillosa, una investidura divina. ¡Cuán diferente sería este mundo si toda persona se diera cuenta de que todos nuestros actos tienen consecuencias eternas! ¡Cuán satisfactorios serían nuestros años si … reconociéramos que lo que hacemos a diario aquí determinará nuestra vida en la eternidad!”7.

Ese entendimiento nos ayuda a tomar decisiones sabias en muchas elecciones de nuestro diario vivir. El divisar la vida desde una perspectiva eterna nos ayuda a concentrar nuestras limitadas energías terrenales en lo que más importa: evitar el gastar nuestra vida haciéndonos “tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen”8 y, en cambio, hacernos tesoros en el cielo y no cambiar nuestra primogenitura espiritual eterna.

Éste es el día de nuestra probación terrenal. Comparemos nuestra jornada eterna a una carrera de tres etapas alrededor de una pista: hemos completado la primera etapa con éxito y hemos tenido un progreso maravilloso; hemos dado comienzo a la segunda etapa y, en este momento, ¿podrían imaginarse a un corredor profesional detenerse en el camino para recoger flores o para ir detrás de un conejo que se acaba de cruzar en el camino? Sin embargo, eso es lo que hacemos cuando dedicamos nuestro tiempo a la búsqueda de lo mundano, eso que nos mantiene lejos de la tercera etapa, la etapa que se dirige hacia la vicia eterna, el mayor de todos los dones de Dios9.

En Su ministerio, tanto del viejo como del nuevo mundo, el Salvador mandó: “Sed, pues, vosotros perfectos”10. La palabra griega original que se tradujo como “perfecto” significa “completo, refinado, desarrollado en forma total”. Nuestro Padre Celestial desea que utilicemos esta probación terrenal para “desarrollarnos en forma total”, para lograr lo máximo de nuestros talentos y habilidades. Si así lo hacemos, cuando llegue la hora del Juicio Final, experimentaremos el gozo de comparecer ante nuestro Padre Celestial como hijos e hijas “completos” y “refinados”, pulidos por la obediencia y dignos de la herencia que Él ha prometido a los fieles.

El Salvador ha establecido el ejemplo para nosotros y manda que “las obras que [le hemos] visto hacer … ésas también las [haremos ]”11. Siempre me ha impresionado la poderosa invitación que Moroni ofreció como advertencia final de su ministerio terrenal: “… venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad”‘?.12

Alma explicó a sus seguidores que el bautismo requiere que sirvamos a los demás, que “ [llevemos] las cargas los unos de los otros … [lloremos] con los que lloran … [consolemos] a los que necesitan de consuelo … y [seamos] testigos de Dios en todo tiempo”13.No podemos labrar nuestra salvación solos; no podemos regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial sin ayudar a nuestros hermanos y hermanas. Una vez que comprendamos que somos literalmente hermanos y hermanas en la familia de Dios, también debemos sentir la obligación en lo que respecta al bienestar de cada uno y demostrar nuestro amor mediante actos que muestren bondad e interés. La caridad, “el amor puro de Cristo’’14, debe motivarnos en nuestra relación con cada uno de los hijos de nuestro Padre Celestial.

Al progresar y ser más como el Salvador, podemos fortalecer todo grupo con el que nos asociemos, incluso familiares y amigos. El Señor nos coloca en esas comunidades de santos en las que podemos aprender y aplicar los principios del Evangelio en nuestro diario vivir; esos grupos son una escuela, o sea un lugar de probación y, a la vez, un laboratorio en donde aprendemos y experimentamos al practicar el Evangelio.

Al escribir a los corintios, Pablo suplicó por la unidad en la Iglesia y que los miembros se sirvieran los unos a los otros “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen … y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan”15. Solo somos tan fuertes como lo es cada miembro del cuerpo, o la Iglesia, de Cristo. Debemos hacer todo lo que podamos para ayudar a todo miembro a lograr su potencial divino como “herederos de Dios, y coherederos con Cristo”16.

Al brindar nuestro servicio a los demás, debemos recordar el consejo del presidente Hinckley acerca de extender la mano de la hermandad, así como de compartir nuestro amor con los cientos de miles de conversos que se unen a la Iglesia todos los años. El instrumento más importante con el que cuenta cl Señor para dar la bienvenida a los nuevos conversos y para “guardarlos en el camino recto”17 es el amor que extienda cada uno de nosotros al dedicar de nuestro tiempo para presentarnos a los miembros nuevos, para aprender sus nombres, para escucharles y para aprender algo acerca de ellos.

El unirse a una nueva Iglesia y el comenzar una nueva vida nunca es fácil y a menudo infunde temor.

Cada uno de nosotros tiene que ser la clase de amigo que todo miembro nuevo necesita a fin de que permanezca activo y fiel en la Iglesia. Al desarrollar amistades, los nuevos conversos no serán más “extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”18. Cuando la gente se bautiza “se [inscriben] sus nombres” y se agregan a los registros de miembro de la Iglesia “a fin de que se [haga] memoria de ellos y [sean] nutridos por la buena palabra de Dios”19.

Refiriéndose al cambio milagroso que ocurre en la vida de los nuevos miembros, cuando se les nutre en forma debida por medio de la buena palabra de Dios, el élder John A. Widtsoe dijo: “Gente común, normal, que acepta cl Evangelio de los labios de algún humilde misionero mormón, cambia tanto debido a esas verdades esclarecedoras del Evangelio que ya no puede seguir siendo la misma clase de gente”20.

En nuestro progreso por la vida terrenal cometemos errores y, por lo tanto, nos desviamos de curso. Si persistimos en nuestro error, nos alejaremos más y más de donde deberíamos estar.

Podemos comparar nuestra vida con el vuelo de una nave espacial. Al encenderse el motor, se puede controlar su trayectoria en forma precisa. Cualquier desviación del curso previsto debe corregirse de inmediato, pues, si no se corrige, el cambio de una fracción de grado en su curso llevará a la nave a miles de kilómetros más allá de su destino final. Cuanto más se tarde en corregir el curso, más se tardará en realizar los ajustes requeridos. ¿Pueden imaginarse cuán lejos de nuestro destino podemos llegar a estar si no corregimos nuestra trayectoria?

El Señor nos ha proporcionado profetas, Escrituras, padres y otros sabios líderes para enseñarnos el curso que debemos seguir; ellos nos ayudan a controlar nuestro progreso y a corregir la dirección que hayamos elegido según sea necesario, tal como una estación de seguimiento controla el progreso de un satélite y lo mantiene en la trayectoria correcta. Nuestro rumbo en la tierra es muy importante y se determina por las decisiones que tomemos cada día. Es imposible separar las consecuencias que tendrán en el futuro nuestros pensamientos y nuestros actos actuales.

Podríamos preguntarnos si somos dignos de las bendiciones del plan de nuestro Padre Celestial de acuerdo con la clase de vida que estemos viviendo. Los días de nuestra probación están contados, pero ninguno de nosotros conoce el número de esos días y, por eso, cada día de preparación es precioso.

He observado la diestra mano de la mujer navajo en el sudoeste estadounidense cuando teje diseños intrincados en sus hermosos tapices. Ella selecciona y prepara cada hebra de color con mucho cuidado y lo inserta con precisión en el lugar correcto; además, teje los variados colores de manera artística para crear tapices que al final se ajustarán al plan que ha preconcebido.

En forma similar, nosotros tejemos en el género de nuestra vida el diseño que presentaremos como producto final. Si seguimos el plan del Diseñador Maestro, los actos de nuestra vida mortal se insertarán cada día en algo de intrincada hermosura. Cuando realicemos una mala elección, deberemos vivir con una mancha en cl género de nuestra alma o deberemos volver nuestros pasos por medio del arrepentimiento y quitar los hilos errantes que hemos tejido

en nuestro carácter, para reemplazarlos con los hilos preciosos que nuestro Maestro querría que usáramos.

El tapiz de nuestra vida está diseñándose ahora mismo. El Señor se refirió a nuestra vida antes de venir a la tierra como a nuestro primer estado y prometió a cada uno de nosotros que: “… a los que guarden su primer estado les será añadido; y aquellos que no guarden su primer estado no tendrán gloria en el mismo reino con los que guarden su primer estado; y a quienes guarden su segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás’’21.

La demora y la indecisión pueden dificultar nuestro esfuerzo de prepararnos para la vida que sigue a la vida terrenal; en cuanto a esto el élder Joseph Fielding Smith dijo: “La demora, aplicada a los principios del Evangelio, es la ladrona de la vida eterna, que es vida en la presencia del Padre y del Hijo”22; y, en el Libro de Mormón, leemos el ruego de Amulek: “… os ruego, por tanto, que no demoréis el día de vuestro arrepentimiento hasta el fin … porque el mismo espíritu que posea vuestros cuerpos al salir de esta vida, ese mismo espíritu tendrá poder para poseer vuestro cuerpo en aquel mundo eterno’’23.

Se ha dicho: “La vida es un don tan precioso que debe protegerse de engaños innecesarios. Cada día no es tan sólo un día más, sino que es como la caída de una gota de agua, un momento de vida brillante que se suma al creciente lago de nuestra existencia” ‘24.

La indecisión puede inmovilizarnos o paralizarnos, dificultando nuestra preparación en esta vida. Podemos llegar a ser como la gente de Nínive, a La que el Señor describió a Jonás como: “personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda”25. El apóstol Santiago observó que “el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos”26. Un antiguo adagio suizo describe tal indecisión con estas palabras:

“Con un pie dentro

y otro fuera

no se está dentro

ni se está fuera;

no se es frío ni caliente,

ni redondo ni cuadrado.

Pobre, muy pobre

y siempre muy limitado

es el indeciso,

que no sabe comenzar

ni a dónde ir”27.

No debemos ser de doble ánimo en nuestra relación con nuestros cónyuges, nuestros padres o nuestros hijos. ¿Vamos a gozar de nuestros hijos después de que crezcan un poco y no estemos tan ocupados? ¿Y qué haremos con esa amistad que se ha desvanecido a causa de que hemos planificado escribir una carta amable, larga, pero que nunca terminamos y, por lo tanto, no enviamos? ¿Somos fieles al asistir a nuestros templos en forma regular? Consideren los libros que leeremos, los impulsos de bondad sobre los que actuaremos, y las buenas causas que apoyaremos. ¿Estamos siempre empacando las maletas con lo que valoramos más en esta vida, pero no hacemos el viaje? ¿Seguimos dejando todo para mañana? Determinemos comenzar a vivir hoy-no mañana, sino hoy-en esta hora mientras todavía tenemos tiempo.

Sabemos que la muerte es una transición indispensable y nos llegará tarde o temprano a cada uno de nosotros; nuestro cuerpo terrenal regresará a la tierra y nuestro espíritu retornará al mundo de los espíritus; y, en virtud del sacrificio expiatorio del Salvador, todos resucitaremos, cada uno de nosotros se encontrará ante el gran Jehová y se nos recompensará acorde con nuestros actos en la vida terrenal.

Si tomamos cada decisión terrenal con esa restauración y juicio en mente, habremos utilizado nuestra probación terrenal con sabiduría, y sus días nos otorgarán la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero.

Testifico que estas doctrinas son verdaderas. Ustedes pueden saber de la verdad del Evangelio por medio de la confirmación del susurro del Espíritu a su alma. El Señor dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”28.

El Salvador vive y ama a cada uno de nosotros, eso lo sé con todo mi corazón. Somos hijos de un amoroso Padre Celestial que levantó al profeta José Smith con el fin de restaurar la plenitud del Evangelio. Nuestro Padre Celestial también nos ha bendecido con un profeta viviente en nuestro día con objeto de guiarnos de regreso a Sus amorosos brazos. El presidente Gordon B. Hinckley es ese Profeta; lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén .

  1. Alma 34:32.

  2. Abraham 3:25.

  3. I Nefi 10:19

  4. Moroni 7:22.

  5. 2 Nefi 2:25.

  6. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312.

  7. Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 174.

  8. Mateo 6:19.

  9. D. y C. 14:7.

  10. Mateo 5:48; véase también 3 Nefi 12:48.

  11. 3 Nefi 27:21.

  12. Moroni 10:32.

  13. Mosíah 18:8-9.

  14. Moroni 7:47.

  15. I Corintios 12:25-26; véanse también versículos 12-27.

  16. Romanos 8:17.

  17. Moroni 6:4.

  18. Efesios 2:19.

  19. Moroni 6:4.

  20. “Symbolism in Irrigation”, Improvement Era, junio de 1952, pág. 423.

  21. Abraham 3:26.

  22. The Way to Perfection, décima edic., l 953, pág. 202.

  23. Alma 34;3.3-34.

  24. Thomas J. Parmley, como lo citó R. Scott Lloyd, “Alumnus, 95, Returns to High School”, Church News, 12 de junio .le 1993, pág. 13.

  25. Jonás 4:11.

  26. Santiago 1:8.

  27. Citado en Hans B. Ringger, “Escogeos hoy a …”, Liahona, julio de 1990, pág. 32.

  28. Juan 7:14-17; véanse también versículos 14-16.