1990–1999
Las Mujeres Jóvenes: Estandartes de la Libertad
Abril 1998


Las Mujeres Jóvenes: Estandartes de la Libertad

“No tienen que ser el capitán Moroni para ejercer una buena y notable influencia Nuestro Padre Celestial necesita que cumplan con su deber en su familia Él lo planeó así”

¡El capitán del ejército nefita estaba irritado! Amalickíah, un disidente inicuo y ambicioso, intentaba destruir los hogares, las familias y el país de los nefitas justos. El capitán Moroni tomó su túnica, la rasgó y con un trozo de ella hizo un estandarte; y en él escribió lo siguiente: “En memoria de nuestro Dios, nuestra religión, y libertad, y nuestra paz, nuestras esposas y nuestros hijos …” (Alma 46:12) y lo ató a un asta y lo llamó “el estandarte de la libertad”. Y se enarboló sobre todas las torres que se hallaban en toda la tierra: como un recordatorio para proteger a las familias de los inicuos intrusos.

Mujeres Jóvenes, ustedes son como estandartes de la libertad cuando se esfuerzan por proteger a su familia de intrusos como el egoísmo, la dureza, el enojo y los conflictos familiares. El estandarte de ustedes se enarbola por la paz, por el amor y por el servicio a sus familiares.

Escuchen el ejemplo de una jovencita que escribió: “Al presente, mi familia está pasando momentos difíciles. Se me ha dado la oportunidad de realizar los deberes de mi madre. A veces no participo en actividades después de la escuela porque tengo que cuidar a mi hermano. A veces no salgo con mis amigas porque tengo que preparar la cena o ir de compras”. Y añade: “Gracias a esta responsabilidad, he aprendido muchísimo acerca del papel de madre, del madurar y del asumir responsabilidades, no tan sólo para mi propio bien sino también para el de los demás”.

Al llevar ustedes su estandarte de la libertad, hallarán muchas formas de ser una bendición para sus familiares, de quererlos y de estar prestas a ayudarles.

Por ejemplo, cuando mi hija Shelly iba a regresar de la misión, yo no enarbolé mi túnica en un asta; pero busqué un trozo de alfombra roja largo y angosto. Cuando Shelly volvió a casa, entró en ella caminando por la alfombra roja.

Pero no hacen falta ni una alfombra roja ni una túnica rasgada. A veces tan sólo una notita que se deje en la almohada o una sonrisa o un abrazo es mejor que cualquier otra cosa para expresar amor.

El servicio pone de manifiesto el amor.

Lindsey izó en alto su estandarte al prestar servicio a su madre. La joven escribió: “Mi mamá durmió la siesta, y yo limpié la casa. Cuando se levantó, se llevó una sorpresa”. Escuchen lo que de eso dijo Lindsey: “Experimenté un sentimiento muy agradable”. ¿Qué habrá sentido la madre de la joven? ¿Qué habrá sentido nuestro Padre Celestial por lo que ella hizo?

Mujeres Jóvenes, en mi corazón extiendo la alfombra roja para cada una de ustedes y me pongo de pie para aplaudirlas.

No tienen que ser el capitán Moroni para ejercer una buena y notable influencia. Nuestro Padre Celestial necesita que cumplan con su deber en su familia. Él lo planeó así. Su familia no sería la familia que es sin ustedes. Ustedes son muy importantes.

Recuerdo que cuando yo tenía doce o trece años, mi hermana mayor iba a marcharse lejos para proseguir sus estudios. Yo lloraba desconsoladamente. Intentando consolarme, me dijo: “No llores, Sharon; voy a volver”. Con la cara bañada en lágrimas, la miré y le dije: “Sí sé que vas a volver; pero, ¿quién va a limpiar el suelo de la cocina cuando tú no estés?”. Creo que a eso se le llama “¡volver el corazón a ti misma!”

No tardé en descubrir que era más que tener el suelo limpio lo que echaría de menos. Nos necesitamos mutuamente. Debemos apoyarnos la una a la otra.

Unos años después, esa misma hermana mía tuvo un gesto muy bello para conmigo cuando le pedí que me prestara su automóvil para ir a visitar a mis amigas. Me lo prestó, pero me dijo que debía devolvérselo antes de las cuatro de la tarde. Muy contenta, me fui en su auto. Me divertí tanto que, cuando miré el

reloj, me costó trabajo creer que fuesen ¡las seis de la tarde! Al entrar como rayo en la casa, mi hermana no estaba allí, pero en la mesa había un hermoso pastel de chocolate, mi preferido, con una nota que decía: “No te preocupes. Sé que lo estabas pasando bien. Me las he arreglado para conseguir transporte. Te quiero”. Eso es “¡volver el corazón a la familia”, izar en alto el estandarte! Ella se preocupó por mis sentimientos cuando ¡yo había sido la que le había causado un inconveniente!

Hay fortaleza cuando las hermanas se ayudan una a otra. Hay fortaleza entre hermanos y hermanas. Hay fortaleza entre padres e hijos para sostenerse mutuamente y, sí, incluso para “salvarse” unos a otros.

Pensemos en la fortaleza para salvar la vida que se describe en el siguiente relato: Hace unos años, las gemelas Brielle y Kyrie les nacieron prematuramente a la familia Jackson. Las pusieron en incubadoras separadas a fin de reducir el riesgo de infección. Kyrie, la más grande, que pesó un poco más de un kilogramo, comenzó a subir rápidamente de peso y dormía apaciblemente. Pero Brielle, que pesó menos de un kilo al nacer, no prosperaba como su hermana. Un día, de repente, el estado de Brielle se volvió crítico. La enfermera se valió de todos los medios que se le ocurrieron para estabilizar a Brielle, pero la niña se retorcía y se agitaba al bajar le rápidamente el oxígeno en la sangre y acelerársele el ritmo cardíaco. Entonces la enfermera recordó un procedimiento del que había oído, y dijo a los atribulados padres: “Tan sólo permítanme poner a Brielle junto a su hermanita para ver si eso surte algún efecto”. Los padres consintieron, y la enfermera puso la niña que se contorsionaba en la incubadora junto a su hermana. Apenas cerró la incubadora, Brielle se acurrucó junto a Kyrie y se calmó de inmediato. A los pocos minutos, el oxígeno en la sangre de Brielle alcanzó el mejor nivel que había tenido desde que nació. Al quedarse dormida, Kyrie rodeó con su bracito a su pequeña hermana (“A Sister’s Helping Hand”, Reader’s Digest, mayo de 1996, págs. 155-156).

Médicos y enfermeras habían agotado todos los recursos médicos y científicos para ayudar a la niña, pero nada había dado resultado. Nada logró hacer por la pequeña que luchaba por la vida lo que su propia hermana pudo hacer por ella. Eso es lo que las hermanas pueden hacer la una por la otra. Eso es lo que los miembros de la familia pueden hacer unos por otros.

Mujeres Jóvenes, la vida de ustedes es el estandarte que protegerá a su familia de los inicuos intrusos. Las exhortamos a ser grandes ejemplos de bondad, de abnegación y de servicio para aquellos a quienes más quieren, que son sus familiares, lo cual ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.