1990–1999
Una Voz De Amonestación
Octubre 1998


Una Voz De Amonestación

“Nuestra capacidad para influir en los demos con nuestra voz de amonestación es importante para todos los que por convenio son discípulos de Jesucristo”.

Porque es muy bondadoso, el Señor llama a Sus siervos, para que adviertan a la gente sobre los peligros. Ese llamamiento es aun más serio e importante cuando las advertencias de mayor mérito son acerca de peligros que la gente no cree que sean reales. Pensemos en Jonás. Jonás evadió primero su llamamiento de amonestar a la gente de Nínive a quienes el pecado les había enceguecido contra los peligros. Sabia que a través de los tiempos los hombres habían rechazado a los profetas y que a veces los mataban. Sin embargo, cuando Jonás salió adelante con fe, el Señor lo bendijo con protección y con éxito.

También podemos aprender de nuestras experiencias como padres y como hijos. Los que hemos sido padres hemos experimentado la angustia que se siente al presentir peligros que nuestros hijos no alcanzan a ver todavía Muy pocas oraciones son tan fervorosas como las del padre que quiere saber como lograr que uno de sus hijos se aleje de los peligros. La mayoría de nosotros habrá tenido la bendición de escuchar y obedecer la voz de amonestación de sus padres.

Todavía recuerdo la ocasión en que mi madre me habló con dulzura cuando yo era niño y un sábado por la tarde le pedí permiso para hacer algo que yo creía perfectamente razonable y que ella sabía que era peligroso. Aun hoy me asombra el poder que recibió, estoy seguro, del Señor, para convencerme con tan pocas palabras. Según las recuerdo, tales palabras fueron: “Oh, supongo que podrías hacerlo. Pero la decisión es tuya”. La única advertencia estaba en el énfasis de las palabras podrías y decisión. Pero eso fue suficiente para mí.

El poder que tenía para amonestar con tan pocas palabras emanaba de tres cosas que yo apreciaba en ella. Primero, sabia que me amaba Segundo, sabia que ella había hecho ya personalmente lo que quería que yo hiciera y había sido bendecida por ello. Y tercero, me había dado su firme testimonio de que la decisión que yo habría de tomar era tan importante que el Señor me haría saber lo que debía hacer si tan sólo yo se lo pidiera. El amor, el buen ejemplo y el testimonio: esas fueron las claves aquel día y lo han sido cada vez que he recibido la bendición de escuchar y obedecer la amonestación de un siervo del Señor.

Nuestra capacidad para influir en los demás con nuestra voz de amonestación es importante para todos los que por convenio son discípulos de Jesucristo. Este es el cometido que se ha dado a todos los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: “He aquí, os envié para testificar y amonestar al pueblo, y conviene que todo hombre que ha sido amonestado, amoneste a su prójimo” (D. y C. 88:81).

Este mandamiento y advertencia sobre los peligros se les dio a aquellos que fueron llamados como misioneros a principios de la Restauración. Pero el deber de amonestar a nuestro prójimo recae sobre todos los que hemos aceptado el convenio del bautismo. Es preciso que hablemos sobre el Evangelio con nuestros amigos y familiares que no son miembros de la Iglesia. Nuestro propósito es invitarlos a fin de que los misioneros que han sido llamados y apartados para ello puedan enseñarles. Cuando una persona acepte nuestra invitación de que se le enseñe, habremos creado una “referencia” de una gran promesa que muy probablemente la conducirá a las aguas del bautismo y luego a permanecer fiel.

Como miembros de la Iglesia, bien pueden anticipar que los misioneros regulares o los de estaca les pidan la oportunidad de visitarlos en su hogar. Ellos les ayudaran a preparar una lista de las personas con quienes podrían compartir el Evangelio. Quizás les sugieran que piensen en algunos familiares, vecinos o amigos. Quizás les pidan que fijen una fecha para la cual podrían preparar a una persona o familia para enseñarle y aun para que inviten a los misioneros. Yo he tenido tal experiencia. Siendo que nuestra familia aceptó la invitación de los misioneros, yo he tenido la bendición de bautizar a una viuda de mas de ochenta años a quien enseñaron las hermanas misioneras.

Cuando coloque mis manos sobre la cabeza de ella para confirmarla miembro de la Iglesia, sentí la inspiración de decirle que su decisión de bautizarse habría de bendecir a varias generaciones de su familia, antes y después de ella. Ella ya ha fallecido, pero en pocas semanas estaré en el templo con su hijo que se va a sellar a ella.

Ustedes quizás hayan tenido experiencias similares con personas a las que invitaron para que se les enseñe y seguramente saben que pocos momentos en la vida son más hermosos que estos. Estas palabras del Señor se aplican a los misioneros y a cada uno de nosotros: “Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18:16.)

Los misioneros nos ayudaran y alentaran, pero el que tales momentos ante la pila bautismal y en el templo sucedan con mayor frecuencia dependerá principalmente de cómo percibamos nuestra responsabilidad y lo que decidamos hacer al respecto. El Señor no emplearía la palabra amonestar si no hubiera peligro alguno. Pero no mucha gente que conocemos lo entiende. Han aprendido a pasar por alto la creciente evidencia de que la sociedad se esta dividiendo y de que su vida y sus familias carecen de la paz que una vez consideraron posible. Esa disposición para hacer caso omiso a las señales de peligro fácilmente puede inclinarlos a pensar: ¿Por qué hablarle sobre el Evangelio a alguien que parece ya ser feliz? ¿Qué peligro hay para esa persona o para mí si no hago o digo nada?

Pues bien, el peligro podría ser difícil de percibir, pero es real, tanto para los demás como para nosotros mismos. Por ejemplo, en algún momento de la vida venidera, todas aquellas personas a las que lleguen a conocer sabrán lo que ustedes saben ahora. Sabrán que la única manera de vivir para siempre con nuestras familias y en la presencia de nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo era escoger entrar por la puerta del bautismo bajo las manos de aquellos que poseen la autoridad de Dios. Sabrán que la única forma en que las familias pueden vivir juntas para siempre es al aceptar y cumplir los sagrados convenios que se ofrecen en los templos de Dios sobre la tierra. Y sabrán que ustedes lo sabían. Y recordaran si les ofrecieron lo que a ustedes se le ofreció.

Es muy fácil decir: “El momento no es oportuno”. Pero existe el peligro de la postergación. Hace años trabaje con un hombre en California que me empleo, fue bondadoso conmigo y parecía respetarme mucho. Quizás yo era el único Santo de los Últimos Días que él jamás había conocido bien. No se cuales fueron todas las razones por las que espere un momento más oportuno para hablarle acerca del Evangelio. Solo recuerdo los sentimientos de pesar que experimente cuando, después de haberse jubilado y mudado a otro lugar, me entere que el y su esposa habían muerto en un accidente de automóvil una noche en que se dirigían a su hogar en Carmel, California. Él amaba a su esposa y a sus hijos; había amado a sus padres; amaba a sus nietos, y amara a los hijos de estos y querrá vivir con ellos para siempre.

Ahora bien, no sé cómo se relacionaran las multitudes en la vida venidera, pero supongo que lo encontraré, que me mirará a los ojos y que percibiré en los de él la pregunta: “Tú lo sabías. ¿Por que no me lo dijiste?”.

Cuando pienso en él, cuando pienso en la viuda que bautice y en su familia, la cual estará sellada a ella y los unos a los otros, deseo hacer mucho más. Deseo aumentar mi poder para invitar a la gente a recibir la enseñanza del Evangelio. Con ese deseo y con fe en que Dios nos ayudara, todos podremos hacer mucho más. No es difícil percibir cómo hacerlo.

El amor siempre esta primero. Un simple acto de bondad rara vez será suficiente. El Señor describió con estas palabras el amor que debemos sentir y que aquellos que invitemos deberán reconocer en nosotros: “El amor es sufrido”, y “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4, 7).

Yo he visto lo que significa “es sufrido” y “todo lo soporta”. Cierta familia se mudó a una casa cerca de la nuestra. La casa era nueva, así que yo participe con otros vecinos en dedicar varias noches a preparar el jardín. Recuerdo que la ultima noche que lo hicimos, encontrándome al terminar junto al padre de esa familia, él observó el resultado de la labor y nos dijo: “Esta es la tercera vez que ustedes, los mormones, nos han preparado un jardín, y creo que es el mejor de todos”. Y entonces, con calma pero con firmeza, me contó cuan satisfecho se sentía como miembro de su propia iglesia, conversación que tuvimos con frecuencia durante los años en que vivió allí.

Durante todo ese tiempo, los actos de bondad demostrados a él y a su familia nunca cesaron porque los vecinos realmente llegaron a quererlos. Una noche, al regresar a casa, vi un camión estacionado a la entrada de su garage. Se me había dicho que estaban por mudarse a otro estado. Me acerqué a ver si podía ayudarles. No alcancé a reconocer al hombre que estaba cargando algunas cosas en el camión. Al acercarme, me dijo en voz suave: “Hola, hermano Eyring”. No lo había reconocido, pero era un hijo de esa familia, ya mucho mayor, quien antes había vivido allí, se había casado y mudado a otro lugar. Y a raíz del amor que muchos le habían demostrado, era ahora miembro bautizado de la Iglesia. No sé el final de esa historia, porque no tendrá fin, pero sé que comenzó con el amor.

Segundo, debemos ser mejores ejemplos de lo que invitamos a los demás que hagan. En un mundo ensombrecido, este mandamiento del Salvador será cada vez más importante: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que esta en los cielos” (Mateo 5:16).

La mayoría de nosotros somos lo suficientemente modestos como para pensar que nuestra pequeña lámpara de ejemplo quizás sea muy débil para ser percibida. Pero a ustedes y a SUS familias se les observa mas de lo que puedan imaginar. Este año, en primavera, tuve la oportunidad de asistir a las reuniones de casi 300 ministros y lideres de otras iglesias y dirigirles la palabra. Conversé a solas con cuantos pude y les pregunté por que habían escuchado con tal atención mi mensaje, el cual se basó en los orígenes de nuestra Iglesia, en la Primera Visión del joven José Smith y en los profetas de la actualidad. En cada caso, todos me dieron básicamente la misma respuesta. Se refirieron a una persona, o a una familia, diciendo que conocían a algunos de ustedes. Algo que se mencionó a menudo fue sobre una de esas familias Santos de los Últimos Días: “Era la mejor familia que jamas haya conocido”. A menudo hablaron de determinados esfuerzos comunales o de la reacción publica ante ciertas tragedias en las que los miembros de la Iglesia trabajaron de una manera que a ellos les pareció extraordinaria.

La gente que conocí en esas reuniones no pudo reconocer todavía la verdad de nuestra doctrina, pero ya había visto los frutos de ella en la vida de ustedes, así que estaban preparados para escuchar. Estaban listos para escuchar en cuanto a las verdades de la Restauración, que las familias pueden ser selladas para siempre y que el Evangelio puede transformar nuestra propia naturaleza. Estaban preparados gracias al ejemplo de ustedes.

La tercera cosa en la que tenemos que hacer mucho mas es invitar con testimonio. El amor y el ejemplo abrirán el camino, pero todavía tenemos que abrir la boca y dar nuestro testimonio. Hay un simple hecho que nos ayuda, y es que la verdad y la decisión están inseparablemente unidas. Para todos y cada uno hay algunas decisiones que debemos tomar a fin de merecer un testimonio de las verdades espirituales. Y. una vez que conozcamos una verdad espiritual, todos tenemos que decidir si hemos de apegar a ella nuestra vida. Esto quiere decir que debemos hacer ciertas cosas antes de invitar a nuestros amigos a que tomen una decisión. Y cuando les damos testimonio de la verdad, debemos explicarles las decisiones que, una vez que conozcan la verdad, tendrán que tomar. Hay dos ejemplos importantes: invitar a alguien a leer el Libro de Mormón e invitar a alguien a acceder a recibir la enseñanza de los misioneros.

Para saber que el Libro de Mormón es verdadero, es necesario leerlo y decidir hacer lo que encontramos en Moroni: orar para saber si es verdadero. Una vez que hayamos hecho esto, podremos dar testimonio de ello por experiencia personal a nuestros amigos, de modo que puedan tomar esa decisión y conocer la misma verdad. Cuando lleguen a saber que el Libro de Mormón es la palabra de Dios, tendrán que tomar otra decisión, y esta es si aceptarán recibir las enseñanzas de los misioneros. Para poder invitarlos con un testimonio, es preciso que ustedes sepan que los misioneros son llamados como siervos de Dios.

Pueden obtener ese testimonio al invitar a los misioneros para que vayan a su hogar y enseñen a su familia o amigos. Los misioneros aceptaran gozosos tal oportunidad. Cuando estén con ellos a medida que enseñen, como yo lo he hecho, sabrán que son inspirados por un poder que sobrepasa tanto su edad como su misma educación. Entonces, cuando inviten a otras personas para que elijan recibir las enseñanzas de los misioneros, ustedes podrán dar testimonio de que ellos les enseñarán la verdad y les ofrecerán las decisiones que conducen a la felicidad.

Quizás algunos de nosotros no alcancemos a creer que amamos lo suficiente, o que nuestra vida sea lo suficientemente buena, o que nuestro poder para testificar sea bastante para que nuestros vecinos acepten nuestras invitaciones. Pero el Señor sabia que podríamos sentirnos de esa manera. Escuchemos Sus palabras de aliento, las cuales indicó que debían incluirse al principio de Doctrina y Convenios, cuando mandó: “Y la voz de amonestación ira a todo pueblo por boca de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días” (D. y C. 1:4).

Y escuchemos también la descripción que Él nos dio acerca de las cualidades de esos discípulos y de nosotros: “Lo débil del mundo vendrá y abatirá lo fuerte y poderoso …” (D. y C.1:19).

Y entonces, después dijo: “para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra …” (D. y C. 1:23).

Y nuevamente: “Y para cuando fuesen humildes, fuesen fortalecidos y bendecidos desde lo alto …” (D. y C. 1:28).

Esta confirmación fue dada a los primeros misioneros de la Iglesia y a los misioneros en la actualidad. Pero también nos ha sido dada a todos nosotros. Debemos tener fe en que podemos amar suficientemente y en que el Evangelio ha influido en nuestra vida lo suficiente para que nuestra invitación pueda ser recibida como procedente del Maestro, porque de Él es la invitación.

Él es el ejemplo perfecto de lo que tenemos que hacer. Ustedes han sentido Su amor y Su interés, aun cuando no hayan respondido, así como aquellos a quienes ustedes ofrezcan el Evangelio tal vez no respondan. Una y otra vez, Él les ha invitado a recibir las enseñanzas de Sus siervos. Quizás no lo hayan reconocido en las visitas de los maestros orientadores y de las maestras visitantes, o en la llamada telefónica de un obispo, pero esas han sido Sus invitaciones para ayudarnos y enseñarnos. Y el Señor siempre ha aclarado cuales son las consecuencias y nos ha permitido entonces decidir por nosotros mismos.

Su siervo Lehi enseñó a sus hijos lo que siempre ha sido cierto para todos nosotros: “Y ahora bien, hijos míos, quisiera que confiaseis en el gran Mediador y que escuchaseis sus grandes mandamientos; y sed fieles a sus palabras y escoged la vida eterna, según la voluntad de su Santo Espíritu” (2 Nefi 2:28).

Y entonces, de Jacob, viene esta exhortación de cumplir con nuestra obligación de testificar, como debemos, que la decisión de recibir las enseñanzas de los misioneros equivale a entrar en el sendero hacia la vida eterna, él más grande de todos los dones de Dios: “Anímense, pues, vuestros corazones, y recordad que sois libres para obrar por vosotros mismos, para escoger la vía de la muerte interminable, o la vía de la vida eterna” (2 Nefi 10:23).

Les testifico que solamente al aceptar y vivir el Evangelio restaurado de Jesucristo obtendremos la paz que el Señor nos ha prometido en esta vida y la esperanza de la vida eterna en el mundo venidero. Les testifico que se nos ha dado el privilegio y la obligación de ofrecer la verdad y las decisiones que conducen a esas bendiciones a los hijos de nuestro Padre Celestial, quienes son nuestros hermanos y hermanas. Jesús es el Cristo, Él vive, y esta es Su obra. En el nombre de Jesucristo. Amén.