1990–1999
Para Que Demos Testimonio De El
Octubre 1998


Para Que Demos Testimonio De El

“En una sociedad de valores inciertos y opiniones confusas, el testimonio puede ser, la vía mediante la cual los padres den a los hijos un ancla para su fe”.

Debido a que nuestro Padre Celestial desea que lo conozcamos y sintamos Su amor, Él planeó un mundo lleno de magnificas creaciones que testifican de Él y de Su Hijo Jesucristo. ¿Han contado alguna vez todas las cosas que dan testimonio del Salvador? Tenemos puestas de sol y caracoles marinos, lirios y lagos, insectos y animales, mañanas milagrosas y cielos estrellados.

El Señor mismo dijo a Moisés: “… se han creado y hecho todas las cosas para que den testimonio de mí; tanto las que son temporales, como las que son espirituales; cosas que hay arriba en los cielos, cosas que están sobre la tierra, cosas que están en la tierra y cosas que están debajo de la tierra, tanto arriba como abajo; todas las cosas testifican de mí” (Moisés 6:63; cursiva agregada).

Dondequiera que vivamos en este mundo, vemos el glorioso sol naciente, que testifica de la Luz de Cristo que llena nuestros corazones e ilumina nuestras mentes. Los ríos caudalosos y los sinuosos arroyos dan testimonio de que el Salvador es la fuente de agua viva que saciara nuestra sed de las cosas espirituales. Los lirios del campo e incluso el más pequeño gorrión da testimonio de Su generoso y personal cuidado.

Pero de todas las creaciones extraordinarias de Dios, sólo nosotros, Sus hijos, somos creados a Su imagen y semejanza. Sólo nosotros, Sus hijos, tenemos la capacidad para desarrollar nuestras propias convicciones espirituales. Y únicamente nosotros, Sus hijos, podemos dar voz y expresión al testimonio que tenemos de Él. Nosotros, Sus hijos, nos regocijamos en nuestro privilegio y obligación sagrada de dar testimonio de Él y de Su Evangelio.

Hace poco, nuestra nieta Susie recibió un ejemplar de las Escrituras. Ella vive en un lugar en donde sus compañeros y la maestra de su clase no son miembros de la Iglesia, de modo que deseaba compartir con ellos los Artículos de Fe que se encuentran registrados en sus nuevas Escrituras. Decidió que seria apropiado hacerlo en la escuela durante el tiempo que estaba programado para dar a conocer algo que fuera de interés periodístico. Cuando le llegó el turno, Susie, de ocho años, se puso de pie ante sus compañeros y comenzó: “Nosotros creemos en Dios, el Eterno Padre, y en Su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo” (Articulo de Fe Nº 1). Siguió adelante, pero cuando llego al séptimo Articulo de Fe, uno de los niños se quejó y dijo: “¡Eso no es un acontecimiento actual!”. La maestra respondió de inmediato: “¡Comprendo, pero para mí si es noticia!”.

Cada uno de nosotros puede compartir las buenas nuevas del Evangelio y declarar sus convicciones. Si somos sensibles a la inspiración del Espíritu, podremos encontrar oportunidades para expresar con humildad nuestras creencias. Incluso una tímida niña de ocho años sintió el deseo de compartir los artículos de su fe.

Cuando damos testimonio de las buenas nuevas del Evangelio, nuestro testimonio oral invita al Espíritu Santo a dar Su testimonio de la veracidad del mensaje. No son nuestras palabras las que llevan el poder, sino el Espíritu de Dios que acompaña nuestras palabras y las confirma en el corazón de los que escuchan. En el Libro de Mormón, Nefi explicó: “… porque cuando un hombre habla por el poder del Santo Espíritu, el poder del Espíritu Santo lo lleva al corazón de los hijos de los hombres” (2 Nefi 33:1).

Cuando damos a conocer nuestra opinión y con humildad expresamos lo que creemos y sentimos, el Espíritu también da testimonio a nuestra alma de que lo que decimos es verdadero. El presidente Boyd K. Packer lo expresó con sencillez: “Un testimonio se encuentra cuando se expresa” (“La lampara de Jehová”, Liahona, diciembre de 1988, pág. 32).

En una sociedad de valores inciertos y opiniones confusas, el testimonio puede ser la vía mediante la cual los padres den a los hijos un ancla para su fe. Esto lo hacemos en nuestras familias al dar testimonio de Jesucristo y de Su Evangelio a través de nuestras acciones y palabras. Lo hacemos cuando oramos juntos, estudiamos las Escrituras y efectuamos noches de hogar con regularidad. Alrededor de la mesa del comedor, los padres y los hijos pueden compartir lo que estén aprendiendo en las reuniones y en las actividades de la Iglesia, así como sus experiencias cotidianas al poner en practica los principios del Evangelio. Dentro de este sagrado circulo familiar, los hijos aprenden a expresar sentimientos de amor y de gratitud por nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo, y por las bendiciones que recibimos al vivir juntos como familias en esta hermosa tierra.

Los niños poseen su propia sensibilidad espiritual, y ellos hacen sus propias observaciones en cuanto a las creaciones de nuestro Padre Celestial. Naturalmente les interesa el gusano que se arrastra en el charco de agua, escuchan encantados el sonido del océano en un caracol marino, observan maravillados las figuras mágicas de las nubes que se mueven a través del cielo. Es un agradable privilegio para cualquiera de nosotros tomar a un niño de la mano y acompañarlo a medida que descubre este mundo hermoso, pero es un privilegio aun más grande y más sagrado el ayudar a ese niño a conocer al Creador de este mundo y a darle testimonio del amor que Él tiene para todos Sus hijos.

Cuando compartimos nuestros sentimientos con nuestros pequeñitos y les testificamos del Creador, propiciamos el momento para que ellos compartan sus experiencias y expresen sus propias percepciones y sentimientos espirituales. Y cuando ayudamos a los niños a identificar la fuente divina de esos sentimientos, la comprensión y el amor que sientan por el Salvador crecerá línea sobre línea y precepto tras precepto.

A medida que los niños escuchan las palabras de las Escrituras y más tarde las leen ellos mismos, se familiarizan con un vocabulario que les permite expresar sus propios sentimientos espirituales. Aun los niños más pequeños, mucho antes de que sepan leer, sienten el mensaje de las Escrituras y empiezan a comprender el amor que Dios tiene para ellos.

A Bradley, de tan sólo dos años de edad, le encantaba ser parte del tiempo que la familia dedicaba al estudio de las Escrituras. Cuando le llegaba su turno, sostenía sus Escrituras y con mucho cuidado volvía cada pagina, diciendo: “Mi Padre Celestial me ama; mi Padre Celestial me ama”. El sentir el amor incondicional de nuestro Padre Celestial y el de Jesucristo es el cimiento del testimonio.

Conozco a un abuelo que, durante una reciente reunión familiar efectuada en las montañas, llevó a sus nietos a una caminata. Al llegar a un claro entre los arboles, invitó a los niños a sentarse sobre un tronco mientras les hablaba acerca de un joven de catorce años, llamado José Smith, que deseaba hacerle a nuestro Padre Celestial algunas preguntas que le inquietaban. El abuelo explicó que el joven José fue a una arboleda, cerca de su casa, para orar, teniendo la fe de que Dios le contestaría. Los niños escucharon con atención, pero Johnny, de cuatro años, que a menudo no puede permanecer quieto, no pudo aguantar mas, y exclamó: “Ya he oído esa historia antes”.

El abuelo habló en cuanto a la oración sincera de José y de la forma en que fue contestada con una gloriosa visita del Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo. Al terminar, el pequeño Johnny agarró al abuelo de la mano y le dijo: “Fue un testimonio muy bueno, abuelo”. Le encantaba escuchar el relato una y otra vez.

No obstante que el abuelo había repetido ese sagrado relato en muchas otras ocasiones durante su vida, dijo: “El Espíritu del Señor nunca había testificado con tanto poder como cuando di mi testimonio de José Smith a mis propios nietos”. El abuelo y los niños sintieron el testimonio del Espíritu Santo. Al igual que Johnny, nuestros hijos tal vez hayan escuchado los relatos de las Escrituras, pero ¿nos han escuchado dar nuestro testimonio personal en cuanto a la veracidad de los relatos y de los principios que estos enseñan?

¿Quién puede medir la influencia de esas sencillas y sagradas palabras de testimonio? ¿Quién puede calcular el impacto del Espíritu que confirma esas palabras? Las semillas de testimonio que se plantan en el corazón de los hijos cuando son pequeños se nutren a través de su vida al escuchar el testimonio de aquellos que los aman lo suficiente para testificarles de la verdad.

A los padres se les ha dado una responsabilidad sagrada. Pero los padres necesitan ayuda de tíos, tías, amigos, lideres y maestros que añaden su testimonio cuando comparten sus testimonios con los niños y los jóvenes. Varias veces, las Escrituras nos dicen: “… por boca de dos o tres testigos se establecerá toda palabra” (D. y C. 6:28).

Es fácil para aquellos de nosotros cuyos hijos ya han crecido sentirnos desalentados y desear que hubiésemos hecho mas para dar testimonio cuando nuestros hijos eran pequeños. Pero nunca es demasiado tarde. Mi padre, que falleció el año pasado, fue un testimonio viviente para mí a través de su vida. Pero al acercarse el fin, el también escribió su historia personal a fin de dar testimonio no sólo a sus hijos y nietos, sino a toda su posteridad, para las generaciones futuras. Nada de lo que hubiera podido legar a su familia es de mas valor que el registro de su testimonio y de su amor.

Recuerdo lo que mi padre me enseñó acerca de su testimonio, con los dedos de la mano.

1. Dios es nuestro amoroso Padre Celestial.

2. Su Hijo Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor.

3. José Smith fue un profeta de Dios y fue el instrumento mediante el cual se restauró el Evangelio de Jesucristo en la tierra y mediante el cual se tradujo el Libro de Mormón.

4. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días es la Iglesia del Señor sobre la tierra hoy en día.

5. Esta Iglesia es guiada por un profeta viviente que recibe revelación.

Mis hermanos y hermanas, este es mi testimonio. Con humildad les testifico que estas cosas son verdaderas. Junto con todas las creaciones de Dios, ruego que cada uno de nosotros de testimonio de Él. En Su santo nombre, Jesucristo. Amén.