1990–1999
Escuchen La Voz Del Profeta
Octubre 1998


Escuchen La Voz Del Profeta

“Si escuchamos la voz del Señor por medio de Su profeta viviente y seguimos su consejo, nunca nos descarriaremos”.

Una noche, cuando tenía once años, escuché un alboroto afuera de mi ventana. Me asome y vi que en la calle había niños voceros que llevaban bultos de periódicos en donde se anunciaba el fallecimiento del presidente George Albert Smith, octavo presidente de la Iglesia. El presidente Smith había sido el único profeta que yo había conocido en mi breve tiempo en la tierra. Fue durante la administración de él que sentí los primeros brotes de un testimonio, y aun en ese entonces, sabía cuan importantes son los profetas de Dios. De las enseñanzas que recibí en la Primaria, así como de las que recibí de padres amorosos en nuestro hogar, sabia que el presidente Smith era nuestro vínculo terrenal con nuestro Padre Celestial y con Su Hijo Jesucristo, y que ellos podían hablar conmigo por medio de él … ¡Qué gran concepto para una pequeña! El Espíritu le había confirmado a mi mente de once años que eso era verdad. Cuando me entere de su muerte, sentí una gran perdida.

Sin embargo, cinco días después del fallecimiento del presidente Smith, el presidente David 0. McKay se dirigió a la congregación en este tabernáculo. Los santos acababan de sostenerle como profeta, vidente y revelador. Mientras se secaba las lágrimas, él dijo: “Nadie puede presidir la Iglesia sin antes estar en armonía con la cabeza de la Iglesia, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Él esta a la cabeza; ésta es Su Iglesia; y con Su divina guía y con Su inspiración, no fracasaremos”1.

En poco tiempo, llegue a amar y a venerar al presidente McKay del mismo modo que había amado y honrado al presidente Smith. De hecho, recuerdo haberle visto en este púlpito, con su resplandeciente y blanca cabellera, y haber pensado que parecía un ángel.

Los profetas antiguos y los contemporáneos fueron y son gigantes del Señor, escogidos y ordenados antes de venir a esta tierra. Nuestros profetas son hombres a quienes el Señor ha levantado específicamente para presidir la Iglesia durante la época particular de su servicio. El Señor esta trabajando a través de los lideres de Su Iglesia hoy en día, como siempre lo ha hecho en el pasado.

El presidente Wilford Woodruff dijo “Si tuviéramos todas las revelaciones que Dios ha dado al hombre … y las amontonáramos a 30 metros de altura, la Iglesia y el reino de Dios no progresarían, ni en ésta ni en ninguna otra época del mundo, si no contaran con los oráculos vivientes de Dios”2.

Hermanos y hermanas, escuchen las instrucciones y la promesa que se encuentran en Doctrina y Convenios: “Por tanto … daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba, andando delante de mí con toda santidad; porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca” (D. y C. 21:45).

La voluntad del Señor a Abraham no fue suficiente para el pueblo de la época de Moisés y la voluntad del Señor a Moisés no fue suficiente para el pueblo de la época de Isaías. Las distintas dispensaciones requirieron instrucciones diferentes, y lo mismo sucede en nuestros días. En la dispensación en que vivimos se ha combinado el conocimiento de todas las demás dispensaciones del Evangelio. Que bendición es vivir en esta época en que contamos con la bendición de la plenitud del Evangelio.

Hoy me gustaría extender una invitación a todos los que estén al alcance de mi voz, de que escuchen la voz del Profeta. ¡Todo miembro de la Iglesia, de toda época y circunstancia, recibirá inspiración y bendiciones si sigue el consejo inspirado de los profetas del Señor!

Se cuenta la historia de un acontecimiento que ocurrió en Nueva York cuando el presidente David 0. McKay regresaba de un viaje a Europa. “Se habían hecho los arreglos para tomarle fotografías, pero el fotógrafo asignado no pudo ir, así que, en su desesperación, la agencia United Press envió al fotógrafo de la sección de homicidios, un hombre acostumbrado a las asignaciones más difíciles de Nueva York. Fue al aeropuerto y se quedó unas dos horas; después salió del cuarto de revelado con un montón de fotografías cuando se suponía que sólo debía tomar dos. Su jefe inmediatamente le reprendió: “¿Para que estas desperdiciando tu tiempo y tanto material fotográfico?”. El fotógrafo respondió con sequedad que con gusto pagaría los materiales y que incluso podían deducirle del sueldo el tiempo extra que le había tomado. Varias horas después, el vicepresidente lo llamó a su oficina para indagar lo que había sucedido. El fotógrafo dijo: ‘Cuando yo era pequeño, mi madre me leía el Antiguo Testamento, y toda la vida me había preguntado que aspecto tendría un profeta de Dios. Pues bien, hoy encontré uno’”3.

¿Tenemos plena conciencia de la maravillosa bendición que es para cada uno de nosotros el haber encontrado a nuestro Profeta? Son numerosas las formas en que hemos sido enriquecidos al escuchar la voz de nuestro Profeta. Tenemos una idea más clara de quienes somos y de lo que significamos para nuestro Padre Celestial. Vemos el lugar que ocupamos en Su plan. Hemos recibido mandamientos y consejo para guiarnos, recordatorios para mantenernos en el sendero estrecho y angosto y palabras de animo para motivarnos cuando nos desanimamos. Si escuchamos las voces del mundo seremos engañados, pero si escuchamos la voz del Señor por medio de Su profeta viviente y seguimos su consejo, nunca nos descarriaremos.

En un articulo de un periódico reciente se dio encomio al presidente Hinckley; se dijo que “… claramente es el hombre del momento. Estrecha manos, da elogios, sabe que decir y cómo decirlo, y a menudo con sentido del humor”4.

Hermanos y hermanas, eso es sólo lo que el público en general ve. Nosotros, como miembros de la Iglesia, vemos mucho más. Por medio de los susurros del Espíritu Santo sabemos que el Señor Jesucristo, que es en realidad la cabeza de esta Iglesia, se comunica con nosotros a través del presidente Hinckley. Yo tuve la bendición y el privilegio de sentir ese espíritu hace un año y medio cuando acudí a la oficina del presidente Hinckley para recibir mi llamamiento a la presidencia general de la Sociedad de Socorro. Antes de conocer el propósito de mi presencia allí, le estrechó la mano y recibí un poderoso testimonio personal de que estaba en la presencia de un profeta de Dios. Ese testimonio me inspiró gran humildad y reverencia. Sí ese día estaba un poco callada, presidente Hinckley, ese fue el motivo.

Somos tan bendecidos de tener a un profeta viviente que hace conexiones que nunca antes se han hecho. José Smith hizo esta profecía durante la dedicación del Templo de Kirtland: “… para que tu iglesia salga del desierto de las tinieblas, y resplandezca hermosa como la luna, esclarecida como el sol e imponente como un ejercito con sus pendones” (D. y C. 109:73). El presidente Hinckley ha sido preparado para nuestra época, para un mundo conocedor de los medios de información.

En el exterior de las ventanas de nuestra vida hay muchas voces que anuncian el fallecimiento de la honradez, la muerte de la integridad, el acabamiento del bien y de la rectitud, y que incluso anuncian la defunción de la familia tradicional. Cuan bendecidos somos como Santos de los Ultimos Días por saber que Dios puede hablarnos hoy a través de nuestro profeta viviente y darnos guía, instrucción y animo para seguir adelante, así como sigue adelante la verdadera Iglesia del Señor, firmes y seguros en el sendero que nos lleva de regreso a Su presencia.

No hay muchas garantías en la vida. No hay un automóvil que tenga una garantía que cubra cualquier eventualidad. Ningún banco en el mundo puede garantizar que nuestro dinero está completamente seguro. Aun los sellos que afirman que los productos del mercado han pasado inspección, llevan impresa una exención de responsabilidad. Nada que este hecho o que sea controlado por el hombre se puede garantizar de verdad. Pero he aquí el milagro. El Señor nos ha dado garantías maravillosas sin exenciones de responsabilidad, y esta es una de ellas: Él escogerá al profeta y nunca permitirá que ese hombre nos desvíe. Imagínense por un momento el impacto de esa promesa. Tenemos por lo menos un recurso al que podemos acudir para recibir guía pura y libre de contaminación.

Como hermanas en la Sociedad de Socorro, nuestra obra, bajo la dirección del sacerdocio, es ayudar a llevar a las mujeres y a sus familias de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial para vivir con El de nuevo tal como todos lo hicimos antes de venir a esta tierra. La voz de un profeta viviente, que comunica el mensaje de Dios, es clara, firme, segura y directa.

El mensaje de Dios nunca fue mas claro, firme, seguro y directo que cuando el presidente Gordon B. Hinckley leyó, como parte de su mensaje de la reunión general de la Sociedad de Socorro, efectuada el 23 de septiembre de 1995, “La Proclamación en cuanto a la familia”5. Consideren las lecciones que Dios enseñó a un mundo incierto por medio de esta proclamación: El matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios. Somos creados a Su imagen. El ser hombre o mujer se determinó antes de venir a la tierra y forma parte de nuestra identidad eterna. Vivimos con Él antes de venir a la tierra. Dios nos mandó tener hijos, pero nos advirtió que los poderes de la procreación sólo deben emplearse dentro de los sagrados lazos del matrimonio. Dios nos dice por medio de Su profeta que el esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, de educar a sus hijos con amor y rectitud y de proveer para sus necesidades físicas y espirituales. La familia es ordenada por Dios. Los padres tienen deberes y responsabilidades específicos: el padre debe presidir, proveer y proteger y las madres deben criar a los hijos. Además la proclamación contiene esta advertencia sumamente importante: Los que abusen de su cónyuge o de sus hijos, o que no cumplan con sus responsabilidades familiares, responderán ante Dios. Y además esta advertencia, que la desintegración de la familia traerá sobre el individuo, las comunidades y las naciones las calamidades predichas por los profetas antiguos y modernos. Hermanos y hermanas, en este mismo instante estamos en medio de esa realidad. Todos tenemos el deber de proteger y fortalecer a la familia.

De nuevo les invito a que escuchen la voz del Profeta. El profeta José Smith estableció la Sociedad de Socorro como resultado de una revelación de Dios, a fin de que “… el conocimiento y la inteligencia fluyan desde este momento en adelante”. José Smith prometió: “Recibiréis instrucciones por medio del orden del sacerdocio que Dios ha establecido, por medio de los que sean nombrados para dirigir y guiar los asuntos de la Iglesia en esta última dispensación”6.

En la Sociedad de Socorro se nos enseñan las maneras de proteger y fortalecer a la familia.

El presidente Hinckley ha dicho: “Lo mejor yace adelante … Si permanecen en el sendero estrecho y angosto, lo mejor esta por delante. Es maravilloso vivir en esta época. Es un tiempo estupendo para ser miembros de esta Iglesia, en el que pueden sostener la cabeza en alto sin avergonzarse y sentir cierto orgullo en esta gran obra de los últimos días”7.

Escuchen la voz del Profeta a fin de que conozcan la voluntad de Dios, para que puedan tener Su luz para dirigirles por el sendero. Ruego que también puedan recibir el testimonio personal, como yo lo he recibido, de que nuestro actual Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, tiene instrucciones salvadoras para ustedes y para los suyos; si seguimos esas instrucciones, nos llevaran de regreso al hogar celestial, a salvo y sin mancha del mundo. Digo estas cosas en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Classic Stories From the Lives of Our Prophets, pág. 263.

  2. “The Keys of the Kingdom”, Millenial Star, 51:548.

  3. “Memories of a Prophet”, Improvement Era, febrero de 1970, pág. 72.

  4. Deseret News, 23 de mayo de 1998,

  5. Véase Liahona, junio de 1996, pág. 10.

  6. History of the Church, 4:607.

  7. Graduación del seminario de West High School, 14 de mayo de 1995; citado en el Church News, 2 de septiembre de 1995, pág. 2.