1990–1999
Abrir Las Ventanas De Los Cielos
Octubre 1998


Abrir Las Ventanas De Los Cielos

“El diezmo es un principio fundamental para la felicidad y el bienestar personal de los miembros de la Iglesia de todo el mundo, tanto ricos como pobres”.

Siempre es una responsabilidad abrumadora estar ante este púlpito y lo hago con humildad. Ruego que puedan comprender por medio del Espíritu todo lo que voy a decir.

Deseo hablar acerca de abrir las ventanas de los cielos. De pequeño aprendí una gran lección de fe y de sacrificio cuando trabajaba en la granja de mi abuelo durante la terrible depresión económica de la década de 1930: se habla vencido el plazo para pagar los impuestos de la granja, y el abuelo, al igual que muchas personas mas, no tenía dinero; además, había una sequía en la tierra y algunas vacas y caballos morían por falta de pasto y heno. Una día en que cosechábamos el poco heno que había en el campo, el abuelo nos dijo que arrimáramos la carreta hasta la esquina del campo que tenía el mejor heno, que la llenáramos hasta el tope y que la lleváramos a la oficina de diezmos a fin de pagar su diezmo en especie.

Yo me pregunté cómo podía el abuelo usar el heno para pagar el diezmo cuando algunas de las vacas de las que dependíamos para nuestro sustento quizás murieran de hambre; incluso me pregunte si el Señor esperaba de él tanto sacrificio; pero, con el tiempo, me maravilló su gran fe en que el Señor de alguna manera proveería. El legado de fe que dejó a su posteridad fue más grande que el dinero, porque estableció en la mente de sus hijos y de sus nietos que más que nada amaba al Señor y Su santa obra por encima de las cosas terrenales: nunca llegó a ser rico, pero murió en paz con el Señor y consigo mismo.

El presidente Henry D. Moyle, quien vivió en mi barrio cuando yo servia como un joven obispo, me enseñó mas acerca del espíritu del diezmo. En un ajuste de diezmos, el presidente Moyle declaró: “Obispo, este es mi diezmo completo y un poco mas porque así es como hemos sido bendecidos”.

El diezmo es un principio fundamental para la felicidad y el bienestar personal de los miembros de la Iglesia de todo el mundo, tanto ricos como pobres. El diezmo es un principio de sacrificio y la llave para abrir las ventanas de los cielos. En la Primaria aprendí de memoria un poema acerca de los diezmos: “¿Qué es el diezmo? Se los diré. Diez centavos de cada peso y un centavo de cada diez”. Pero no lo comprendí plenamente hasta que me lo enseñaron el abuelo y el presidente Henry D. Moyle.

La ley del diezmo es sencilla: Pagamos anualmente una décima parte de nuestro interés personal1. La Primera Presidencia ha interpretado que la palabra interés significa ganancia2. La cantidad que representa el diez por ciento de nuestra ganancia personal depende de cada uno de nosotros y de nuestro Creador: no existen reglas legalistas. Tal como lo dijo una vez un converso en Corea: “Con el diezmo, no importa si uno es rico o pobre. Se paga el diez por ciento, y uno no tiene que avergonzarse si no ha ganado mucho. Si gana mucho, se paga el diez por ciento. Si gana poco, aun así se paga el diez por ciento. Nuestro Padre Celestial nos amara por hacerlo y podemos mantener la cabeza en alto con orgullo”3.

¿Por que se debe alentar a los miembros en todo el mundo, muchos de los cuales quizás no tengan suficiente para sus necesidades diarias, a guardar la ley del diezmo del Señor? Tal como lo dijo el presidente Hinckley en Cebú, Islas Filipinas, si los miembros, “… aunque vivan en pobreza y miseria … aceptan el Evangelio y lo viven, pagan sus diezmos y ofrendas, aunque estos sean escasos … tendrán arroz en su plato, ropa con que abrigarse y techo donde cobijarse. No veo ninguna otra solución”4.

Algunos tal vez piensen que no pueden pagar el diezmo, pero el Señor prometió que preparara un camino para que guardemos todos Sus mandamientos5. Al principio, el pagar el diezmo requiere un esfuerzo extra de fe; pero, como dijo Jesús: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá… la doctrina”6. Aprendemos acerca del diezmo al pagarlo; de hecho, creo que es posible salir de la pobreza si uno tiene la fe para devolverle al Señor parte de lo poco que tenemos.

Los miembros de la Iglesia que no pagan el diezmo no pierden su condición de miembro; sencillamente pierden bendiciones. A través de Malaquías el Señor pregunta: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En que te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas”7. Si depositamos nuestra confianza en el Señor, Él nos abrirá “las ventanas de los cielos” a los que le devolvamos la décima parte que él nos pide. Su promesa es segura: “… derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”8. Aunque el diezmo nos provee de bendiciones tanto temporales como espirituales, la única promesa absoluta a los fieles es: “… tendréis las riquezas de la eternidad”9.

El presidente Heber J. Grant lo puso en contexto cuando dijo “Reciben prosperidad los que observan la ley del diezmo, y al decir prosperidad, no estoy pensando solo en el sentido del dinero … Lo que yo considero la verdadera prosperidad … es el crecimiento en el conocimiento de Dios, en el testimonio y en el poder de vivir el Evangelio y de inspirar a nuestra familia a hacer lo mismo. Esa es la verdadera prosperidad”10.

La hermana Yaeko Seki experimento parte de esa preciosa promesa. Ella escribió:

“Habíamos ido a pasar el día al Parque Nacional de los Alpes Japoneses … Yo estaba embarazada de nuestro cuarto hijo y me sentía un tanto cansada, de modo que me acosté bajo los arboles … Comencé a pensar en los problemas económicos por los que estábamos pasando. Me sentí abrumada y comencé a llorar … Señor, pagamos el diezmo integro; hemos hecho sacrificios para servirte, ¿cuando se abrirán las ventanas de los cielos para nosotros y cuando se aligeraran nuestras cargas? ”11.

“Ore con todo el corazón y después volví la cabeza para observar a mi esposo y a nuestros hijos jugando y riendo juntos … De repente, el Espíritu me testificó que había recibido bendiciones en abundancia y que mi familia era la máxima bendición que podía darme nuestro Padre Celestial”12.

A muchos de nosotros se nos han abierto las ventanas de los cielos y por esa razón no consideramos el diezmo un sacrificio, sino una bendición e incluso un privilegio.

Una de las bendiciones más grandes que tiene el pueblo de esta Iglesia es el reunirse con el obispo una vez al año, participar en el ajuste de diezmos e informar que lo que se ha pagado en contribución constituye un diezmo. Esta experiencia también es una gran bendición para los obispos. Recuerdo a un hombre de nuestro barrio que tenía una familia grande y llevaba a todos los hijos al ajuste de diezmos. Comenzando con el más pequeño, le pedía a cada uno que informara al obispo si sus contribuciones constituían un diezmo. Al terminar los informes de todos los hijos, él daba el informe para su esposa y su familia. Esa familia fue bendecida en abundancia por su fidelidad.

Tengan la certeza de que los diezmos de esta Iglesia se administran según se indicó en la revelación dada en 1838 al profeta José Smith. Los dieciocho líderes de la Iglesia designados en la sección 120 de Doctrina y Convenios se reúnen para administrar estos fondos sagrados. Los que hemos integrado ese consejo sabemos que esa responsabilidad sagrada se lleva a cabo de acuerdo con la “voz [del Señor]… dirigida a ellos”12.

El presidente Hinckley ha anunciado la construcción de mas templos que en cualquier otra época de la historia. Existe una gran necesidad de templos en todo el mundo, y es debido a que son santuarios espirituales. Los que asisten a los templos pueden recibir protección contra Satanás y contra su deseo de destruirles a ellos y a su familia. A los miembros en comunidades aisladas de la Iglesia que deseen contar con un templo, les sugiero que primero demuestren su fidelidad mediante el pago del diezmo para ser dignos de recibir las bendiciones del templo. El Señor reveló a los élderes de la Iglesia en Kirtland: “… el tiempo presente es llamado hoy hasta la venida del Hijo del Hombre; y en verdad, es un día de sacrificio y de requerir el diezmo de mi pueblo” 13.

El Señor habla de ofrendas en plural. Yo creo que El espera que nosotros, como condición de nuestra fidelidad, paguemos nuestro diezmo y nuestra ofrenda de ayuno para ayudar a los pobres y a los necesitados; sin embargo, tenemos el privilegio de hacer otras ofrendas, no por asignación ni dirección eclesiástica. Entre ellas se cuentan los donativos al fondo general misional, al fondo de ayuda humanitaria y al fondo del Libro de Mormón. También tenemos el privilegio de contribuir voluntariamente a la edificación de los nuevos templos que el presidente Hinckley ha anunciado.

Hace poco recibí una carta anónima de una persona que hizo un sacrificio considerable para el fondo general de templos de la Iglesia. Ella dijo: “Decidí que cada vez que sintiera el deseo de gastar dinero en mi misma no lo haría, sino que lo depositaría en un fondo para el templo. Eso significaba que no compraría ropa ni zapatos nuevos, libros ni collares, que no iría al salón de belleza ni compraría nada de naturaleza personal hasta que alcanzara mi meta. Yo pensé que seria un sacrificio, pero al contrario, sentí gozo. Ha sido una experiencia gratificante y satisfactoria”.

El profeta José Smith dijo una vez: “… una religión que no requiera el sacrificio de todas las cosas nunca tendrá poder suficiente para producir la fe indispensable para la vida y la salvación”. Y continua: “Los que no hagan el sacrificio no podrán disfrutar de esa fe, porque los hombres dependen de ese sacrificio para obtener esa fe”14.

Nuestros donativos son santificados mediante la fe. Recientemente asistí a la reunión sacramental en mi propio barrio. Antes de que comenzara la reunión, unas cuantas personas entregaron sobres de donativos a los miembros del obispado, llegaron con una sonrisa y un rostro feliz. Esos sobres contenían sus diezmos y otras ofrendas que pagan con gozo como una humilde expresión de su gratitud por las bendiciones del Señor: eso era un testimonio de su fe.

La obra del Señor avanza en muchas partes del mundo como nunca antes lo ha hecho, sobre todo en los países que no tienen altas normas económicas y en los que los miembros aun están aprendiendo el principio de la fe y como se relaciona con las bendiciones. El ser miembros fieles de la Iglesia requiere sacrificio y consagración; significa que nuestra meta primordial en la vida no debe ser los placeres del mundo ni las posesiones terrenales porque para obtener el don de la vida eterna se requiere que estemos dispuestos a sacrificar todo lo que tengamos y seamos.

En los tiempos del Antiguo Testamento, el Señor envió una pestilencia sobre Israel y murieron muchas personas. Entonces, mando a David ofrecer un sacrificio en la propiedad de Arauna jebuseo. Cuando David acudió a Arauna y el se entero del propósito de la visita, generosamente ofreció darle lo que necesitara para el sacrificio. La respuesta de David fue profunda: “No, sino por precio te lo comprare; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada”15. Compro la propiedad, ofreció el sacrificio y la plaga cesó.

En nuestra época, abunda la pestilencia de la violencia, de la maldad y de la iniquidad en sus muchas formas. Los que guarden sus convenios y paguen sus diezmos y ofrendas tendrán una defensa adicional contra estas modernas formas virulentas del mal; pero esa protección no se recibirá en base a un sacrificio que no nos cueste.

Digo esto porque es obvia la dirección religiosa del mundo. Si algo se puede obtener barato, sin esfuerzo ni sacrificio, a las personas no les importa tener un poco. En contraste, las bendiciones de ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días requieren tanto esfuerzo como sacrificio. El recibir las bendiciones requiere que se paguen diezmos y ofrendas. Nuestra religión no es una religión sólo de día domingo; exige conducta y esfuerzo ejemplares todos los días de la semana. Comprende el aceptar llamamientos y servir en ellos con fidelidad; significa fuerza de carácter, integridad y honradez con el Señor y con nuestros semejantes; significa que nuestros hogares deben ser lugares de santuarios y de amor; significa una batalla implacable en contra del bombardeo de los males del mundo; significa, en ocasiones, no gozar de popularidad y a veces defender lo que para alguna gente parece inaceptable.

Es para mi un gran honor y privilegio desempeñar una pequeña parte en esta obra sagrada. Esta es una gran época de extenso crecimiento espiritual por todo el mundo. Es maravilloso contemplarlo. Es la obra de Dios, dirigida por quien esta a la cabeza de esta Iglesia, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El presidente Gordon B. Hinckley es Su profeta, vidente y revelador. Yo creo que la dirección inspirada del presidente Hinckley bendice a todo el genero humano.

La máxima ofrenda fue la del Salvador cuando dio Su vida, y ello hace que todos nos preguntemos: ¿Cuantas gotas de sangre derramó por mí? Yo testifico que Jesús es el Cristo, el santo Hijo de Dios, el que cura nuestra alma, el Salvador y Redentor del genero humano. Esto lo testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amen.

  1. D. y C. 119:4.

  2. Manual de Instrucciones de la Iglesia, 1998, Libro 1.

  3. Carta del presidente D. Brent Clement, Misión Corea Seul, 1981

  4. Ensign, agosto de 1997, pág. 7

  5. Véase 1 Nefi 3:7.

  6. Juan 7:17.

  7. Malaquías 3:8.

  8. Malaquías 3:10.

  9. D. y C. 38:39

  10. Gospel Standards, Heber Grant, pág. 48.

  11. D. y C.120.

  12. Yaeko Seki, “The Windows of Heaven”, Liahona, marzo de 1992, pág. 17.

  13. D. y C. 64:23

  14. José Smith, Lectures on Faith, Lecture Six; véase también Liahona, julio de 1994, pág. 40.

  15. 2 Samuel 24:24.