1990–1999
Nuestro Hoy Determina Nuestro Mañana
Octubre 1998


Nuestro Hoy Determina Nuestro Mañana

“Que cada uno de nosotros aprenda de Él, crea en Él, confíe en Él, le siga, le obedezca. Al hacerlo, podremos llegar a ser como Él”.

Es un gozo y un privilegio para mí estar ante ustedes, un auditorio tan vasto de poseedores del sacerdocio aquí y en otros lugares. Las reuniones generales del sacerdocio de la Iglesia siempre han sido un deleite para mí desde la época en que estaba en el Sacerdocio Aarónico hasta la actualidad. Escuchar lo que “Dios manda a los profetas, que predican la verdad ‘, como lo expresa uno de nuestros himnos, es una preciada bendición.

Sostenemos a Gordon B. Hinckley como el Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y como el Profeta, Vidente y Revelador de la Iglesia en nuestra época. Una carta que recibí de un orgulloso padre cuenta de un incidente con su hijo que entonces tenía cinco años, del amor de ese niño por el Presidente de la Iglesia y del deseo que tenía de emular su ejemplo. El padre escribió:

“Cuando Christopher tenía cinco años, se vestía casi solo para ir a la Iglesia los domingos. Un domingo en particular, decidió que iba a usar un traje y una corbata, lo que nunca había hecho antes. Buscó en su armario una corbata usada y encontró una con nudo prefabricado, para colgársela en la camisa sin tener que hacer el nudo. Se ajustó la corbata a la camisa blanca y se puso la pequeña chaqueta azul marino que había estado colgada por años en el armario de sus hermanos.

“Luego fue solo al baño y con cuidado peinó su rubio cabello a la perfección. En ese momento, yo también entre en el baño para terminar de alistarme y encontré a Christopher con una radiante sonrisa frente al espejo. Sin quitarse los ojos de encima, dijo con orgullo: ‘Mira papa: ¡Christopher B. Hinckley!”1. Y el padre se dio cuenta de que un niño había estado observando a un profeta del Señor.

Nuestros hijos observan: ellos absorben las lecciones eternas y moldean su futuro. ¿Qué ejemplos les estamos dando?

Hace varios años, cuando Clark, nuestro hijo menor, asistía a una clase de religión en la Universidad Brigham Young, durante la clase el maestro le preguntó: “¿Qué experiencia con tu padre es la que más recuerdas?”.

Posteriormente el instructor me escribió y se refirió a la respuesta que Clark había dado en la clase. Clark dijo: “Cuando era diácono en el Sacerdocio Aarónico, papa y yo fuimos a cazar faisanes cerca de Malad, Idaho. Era lunes, el ultimo día de la temporada de caza. Caminamos campo abierto a través de innumerables terrenos en busca de faisanes pero sólo vimos unos pocos, y no les dimos en el blanco. Papa entonces me dijo: ‘Clark, descarguemos las armas y pongámoslas en la zanja, y después arrodillémonos para orar’. Pensé que papa pediría mas faisanes, pero me equivoqué; me explicó que el élder Richard L. Evans estaba gravemente enfermo y que a las doce del mediodía de ese lunes en particular, los miembros del Quórum de los Doce, sin importar donde se encontraran en ese momento, debían arrodillarse y, de alguna manera, unirse todos en una ferviente oración de fe a favor del élder Evans. Luego de quitarnos los gorros, nos arrodillamos y oramos”.

Recuerdo bien esa ocasión, pero nunca pensé que un hijo observaba, aprendía y edificaba su propio testimonio.

Al analizar los resultados estadísticos de los que poseen el Sacerdocio Aarónico como diáconos, maestros y presbíteros, nos preocupa cuando un gran numero de diáconos cae en la inactividad y no se les puede ordenar maestros en el debido tiempo. Es lo mismo con algunos que son maestros y que no son ordenados presbíteros y, en particular, con los presbíteros que nunca reciben el Sacerdocio de Melquisedec. Hermanos, esto nunca debe suceder: tenemos una tremenda responsabilidad de guiar e inspirar a estos jóvenes en el sendero del sacerdocio para que ninguna avalancha de pecado o de error impida su progreso o los desvíe de sus metas eternas.

Obispos y consejeros de obispos, ¿podrían llevar a cabo un estudio del nivel de actividad de cada joven del Sacerdocio Aarónico y trazar su propio plan para asegurar el progreso y la actividad de cada uno de ellos?

Un obispo recién llamado, en su primera reunión con sus consejeros,

declaró: “El Sacerdocio Aarónico es nuestra primera responsabilidad”. Al segundo consejero dijo: “Le ruego que se responsabilice personalmente de que todo diácono, cuando llegue a la edad indicada, sea digno y se le ordene a maestro”. Al otro consejero expreso: “¿Podría usted hacer lo mismo con respecto a los maestros, para que cuando llegue el momento sean dignos y sean ordenados presbíteros?”. Luego el obispo continuo: “Yo haré lo mismo con respecto a los presbíteros a fin de que reciban el Sacerdocio de Melquisedec y sean ordenados élderes. Juntos, y con la ayuda de Dios, podremos hacerlo”. Y lo hicieron.

Nuestra juventud necesita menos criticas y más ejemplos para seguir. Ustedes, asesores de los quórumes del Sacerdocio Aarónico, son maestros y ejemplos para los jóvenes. ¿Conocen el Evangelio? ¿Han preparado la lección? ¿Conocen a cada joven y determinan, con la ayuda de la oración, de que manera pueden llegar a su mente y a su corazón, y de ese modo ejercer una influencia en sus posibilidades futuras?

Recuerden, no es suficiente el suponer que cuando ustedes enseñan el joven esta escuchando lo que dicen. Permítanme ilustrarlo:

En lo que llamamos la Sala de Conferencias Oeste del Edificio de Administración de la Iglesia se halla un precioso cuadro pintado por el artista Harry Anderson. La obra representa a Jesús sentado en un pequeño muro de piedra con numerosos niños a su alrededor que saben que son el objeto de Su amor. Cada vez que contemplo el cuadro, pienso en el pasaje de las Escrituras que dice: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios”2.

En una ocasión, había dado una bendición del sacerdocio en esa habitación a un pequeño que pronto pasaría por una intervención quirúrgica seria. Les referí a él y a sus padres la pintura de Jesús y los niños; luego exprese unos comentarios concernientes al Salvador y Su inextinguible amor. Pregunte al niño si tenía alguna pregunta. “Si”, dijo seriamente. “Hermano Monson, ¿cómo puede un niño conseguir una cabra y una correa como las que están en el cuadro?”.

Por un momento me sorprendió la inesperada pregunta, un poco preocupado por mi habilidad de enseñar, pero después respondí: “Jesús nos da a ti y a mis dones más importantes que una cabra y una correa; nos provee de un mapa a seguir para llegar al cielo. Sus enseñanzas, Su ejemplo y Su amor son dones mucho mas grandes que los que se ofrecen en el mundo”.

“Ven, sígueme”3, invitó Él. ¡Y somos sabios cuando le seguimos!

Hagamos que todo hombre joven que posee el Sacerdocio Aarónico aprenda y viva las enseñanzas del Salvador y se prepare para recibir el Sacerdocio de Melquisedec.

Quisiera compartir con ustedes, hermanos, la experiencia personal que tuve cuando era presidente del quórum de maestros. El miembro del obispado que tenía la responsabilidad sobre nosotros invitó a la nueva presidencia y al secretario a su casa para una capacitación de liderazgo; quería nuestras ideas con respecto a cómo llevar a cabo las nuevas tareas que se nos habían dado. Nosotros aceptamos con la condición de que pidiera a su esposa Nettie que nos sirviera un pastel de carne por el que ella era famosa, y él estuvo de acuerdo. Hermanos, ¿no les asombra cómo los hombres comprometemos a nuestra esposa a hacer cosas, muchas veces sin avisarle? La reunión fue una de las mejores a las que he asistido. Se nos enseñó acorde con nuestro nivel de comprensión y se nos inspiró a velar por los miembros de nuestro quórum.

Luego de un delicioso pastel de carne con salsa, pedimos al consejero del obispo y a su esposa que jugaran con nosotros al Monopoly. Estoy seguro que tenían otras cosas que hacer; sin embargo, aceptaron sin problemas nuestra petición.

No recuerdo quien ganó el juego, pero nunca olvide las lecciones que aprendí esa noche con respecto al gobierno de la Iglesia y a la administración de un quórum del sacerdocio.

Durante el fervor de los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, Fritz, miembro de nuestro quórum de maestros, quería defender nuestro país, pero no quiso esperar hasta tener la edad mínima requerida para el servicio; así, mintió en cuanto a su edad y se enlistó en la Marina de los Estados Unidos. Pronto se encontró muy lejos, en medio de las batallas del Océano Pacifico. Finalmente, el barco donde servia fue hundido y muchas vidas se perdieron. Fritz sobrevivió y más tarde apareció en nuestra reunión del quórum con su uniforme completo y con sus galardones de combate. Recuerdo haberle preguntado: “¿Tienes algún consejo para nosotros?”, pues todos estábamos a punto de ser llamados al servicio militar obligatorio.

Fritz reflexionó por un momento y luego dijo: “¡Nunca mientan en cuanto a su edad ni en cuanto a nada!”. Todavía recuerdo esa respuesta de una sola frase.

Los Hombres Jóvenes de 12 a 17 años se hallan en una época de preparación y de crecimiento espiritual; en consecuencia, la finalidad de los objetivos del Sacerdocio Aarónico es ayudar a cada persona ordenada a hacer lo siguiente:

  1. Convertirse al Evangelio de Jesucristo y vivir de acuerdo con sus enseñanzas;

  2. Magnificar los llamamientos del sacerdocio y cumplir con las responsabilidades de su oficio en el sacerdocio;

  3. Prestar verdadero servicio;

  4. Prepararse para recibir el Sacerdocio de Melquisedec y las ordenanzas del templo;

  5. Comprometerse, prepararse y servir una misión regular honorable;

  6. Prepararse para ser un digno esposo y padre4.

En todo el mundo existe una gran fuerza misional que anda haciendo el bien, como lo hizo el Salvador. Los misioneros enseñan la verdad; disipan la obscuridad; esparcen gozo y traen almas preciosas a Cristo.

En ese día especial en que se recibe el llamamiento misional, padres, hermanos, hermanas y abuelos se reúnen alrededor del futuro misionero y perciben su nerviosismo cuando abre cuidadosamente la carta del llamamiento. Hay una pausa y luego el anuncio del lugar donde el Profeta de Señor lo ha asignado a servir. Los sentimientos se desbordan, las lágrimas se derraman con facilidad, y la familia se regocija en el vínculo de amor y en la bondad de Dios.

Los misioneros regulares y todos aquellos que se embarcan en la obra del Señor han respondido a Su llamado. Estamos en Su obra. Tendremos éxito en el solemne mandato de Mormón de declarar la palabra del Señor entre el pueblo. Mormón escribió: “He aquí, soy discípulo de Jesucristo, el Hijo de Dios. He sido llamado por él para declarar su palabra entre los de su pueblo, a fin de que alcancen la vida eterna”5.

En 1926, el presidente Fred Tadje, presidente de la Misión Alemania-Austria, convocó una conferencia de misión a realizarse en Dresden, Alemania, en el mes de agosto. Los misioneros tenían que caminar a dicha conferencia desde sus lugares de trabajo, básicamente “sin bolsa ni alforja”, aunque si tenían que llevar un poco de dinero para que no los arrestaran por vagabundos.

El élder Alfred Lippold y su compañero, el élder Parker Thomas, tomaron la ruta norte. En alguna parte de su recorrido, los dos se detuvieron en una casa donde conocieron a una mujer y a sus ocho hijos. Ella dijo a los élderes que su marido los había abandonado y que no tenían dinero. Después de hacerlos pasar, la mujer dijo “Si ustedes viajan sin bolsa ni alforja, seguramente tienen hambre. Siéntense”. Entonces dio a cada uno una gran rodaja de pan con mermelada de ciruelas; los misioneros bendijeron el desayuno, y al bendecir los alimentos, pidieron al Señor que diera a la mujer lo que necesitara.

Después los misioneros partieron, pero tras haber caminado mas o menos un kilómetro, el élder Thomas dijo: “Tengo que volver”, hecho que procedió a hacer sin explicación.

Cuando el élder Thomas regresó, el élder Lippold le preguntó: “¿Por que volvió allá?”.

El élder Thomas explicó: “En nuestra oración pedimos que se diera a la mujer lo que necesitara. Yo tenía lo que necesitaba: un billete de 20 dólares. Estaba en mi bolsillo y regrese para dárselo; de otra manera, me hubiera quemado el bolsillo.

Hace treinta años, yo tenía la responsabilidad de supervisar gran parte de la obra el Pacifico Sur. Se llamó al hermano J. Vernon Monson, junto con su esposa, para viajar a la lejana Rarotonga, en las Islas Cook, a fin de servir como presidente de distrito.

Tiempo después me informó por carta “Estamos muy agradecidos por el progreso realizado y me gustaría mencionar especialmente la buena voluntad y las maravillosas relaciones que se han establecido con los representantes del gobierno y de la comunidad empresarial hacia nosotros y la Iglesia.

“Dicha aceptación publica es el resultado de una cosa”, escribió: “el haber tenido entre nosotros a nuestros sobrinos, el Dr. Odeen Manning y su esposa, quienes brindaron un servicio sobresaliente aquí en las Islas Cook. El Dr. Manning es oftalmólogo y le escribí para presentarle una propuesta de servicio a la gente de Rarotonga. Mi propuesta incluía lo siguiente: (1) No habría remuneración; (2) él tendría que sufragar sus propios gastos; (3) tendría que pasar su clientela a otros profesionales durante los tres meses que se ausentara; (4) les daríamos comida y alojamiento en Rarotonga, y (5) tendría que traer sus instrumentos quirúrgicos, puesto que en Rarotonga no se contaba con ellos”.

La carta del hermano Vernon Monson continua: “Los Manning enviaron por correo aéreo su respuesta de dos palabras: ‘Propuesta aceptada’. Al comenzar los preparativos, el gobierno de las Islas Cook asignó a médicos competentes para que asistieran al Dr. Manning y para que aprendieran de él. En total, se examinó a 284 pacientes, de los cuales, la mayoría necesitaba anteojos; además, cincuenta y tres de esos pacientes se sometieron a cirugías de la vista, como es el caso de cataratas.

“El programa de tres meses de duración fue maravilloso y enternecedor; fuimos tremendamente bendecidos. Se ha fortalecido a los santos, pues renovaron su orgullo por ser miembros de la fe que trajo servicios médicos a estas islas”. Allí terminó la carta.

Años mas tarde, mi esposa y yo fuimos invitados a un crucero auspiciado por la Universidad Brigham Young para visitar la Tierra Santa. Una tarde, mientras nos encontrábamos sentados en la cubierta, el hombre sentado a mi lado me dijo: “Elder Monson, me llamo Odeen Manning; soy de Woodland Hills, California. Soy oftalmólogo de profesión y serví en una breve misión médica en Rarotonga cuando mis tíos prestaban servicio allí”.

Le mencione que sabía de su sacrificio y servicio y le pregunté: “Al reflexionar en esa experiencia, ¿le gustaría contarme algunos de los sentimientos que tuvo al respecto?”.

Respondió con emoción, diciendo: “Fue la experiencia espiritual más gratificante de mi vida”.

Creo que fue mucho más que una coincidencia el hecho de que mi esposa y yo estuviéramos en ese crucero, en ese momento en particular, y en esa parte de la cubierta, sentados al lado de un hombre al que nunca habíamos conocido. El cielo estaba muy cerca cuando el Dr. Manning y yo nos abrazamos y le exprese gratitud por su servicio no sólo a los ciegos que ahora podían ver, sino también al Señor y Salvador, que declaró: “… grandes son las promesas de Señor para los que se hallan en las islas del mar”6

De Aquel que nos libró a cada uno de la muerte sin fin, sí, de Jesucristo, testifico que es un maestro de verdad, pero es mas que un maestro; es el Ejemplo de la vida perfecta, pero es mas que un ejemplo; es el Gran Médico, pero es mas que un médico: Aquel que rescató al batallón perdido de la humanidad es literalmente el Salvador del mundo, el Hijo de Dios, el Príncipe de paz, el Santo de Israel, sí, el Señor resucitado, quien declaró: “Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre”7.

Mis queridos hermanos, que cada uno de nosotros:

aprenda de Él;

crea en El,

confíe en Él;

le siga a Él;

lo obedezca a Él.

Si lo hacemos, podremos llegar a ser como Él. De esta verdad doy testimonio solemne, en el nombre de Jesucristo. Amen.

  1. “Dios manda a profetas”, Himnos, N” 11. Letra de Joseph S. Murdock, 1 822-1 899,

  2. Marcos 10:14.

  3. Lucas 18:22.

  4. Véase Manual para líderes del Sacerdocio Aarónico, 1991, pág. 6.

  5. 3 Nefi 5:13.

  6. 2 Nefi 10:21.

  7. Doctrina y Convenios 110:4.