1990–1999
Nuestro deber sagrado de honrar a la mujer
Abril 1999


Nuestro Deber Sagrado De Honrar A La Mujer

“Den gracias al Señor por estas hermanas que, al igual que nuestro Padre Celestial, nos aman no sólo por lo que somos, sino por lo que podemos llegar a ser.”.

Es un gozo estar con ustedes esta noche, hermanos, y es maravilloso ver a tantos jóvenes con sus padres. Nos reunimos porque tenemos el deseo de dar oído a las palabras de los líderes de la Iglesia; pero esta congregación es especial. No veo a ninguna madre. Ninguno de nosotros podría haber estado aquí sin una madre; sin embargo, aquí estamos todos, sin nuestras madres.

Esta noche yo vine con un hijo, con yernos y con nietos. ¿Dónde están sus madres? ¡Reunidas en la cocina de nuestro hogar! ¿Qué están haciendo? Están haciendo rosquillas caseras, y cuando regresemos nos deleitaremos con esas rosquillas. Mientras las disfrutemos, esas madres, hermanas e hijas escucharán con atención mientras cada uno de nosotros habla de las cosas que aprendió esta noche. Es una hermosa tradición familiar que simboliza el hecho de que todo lo que aprendamos y hagamos como poseedores del sacerdocio debe bendecir a nuestra familia 1.

Hablemos de nuestras dignas y maravillosas hermanas, en particular de nuestras madres, y consideremos el deber sagrado que tenemos de honrarlas.

Cuando yo era un joven estudiante universitario, uno de mis compañeros nos rogó con urgencia a un grupo de nosotros, sus amigos Santos de los Últimos Días, que donáramos sangre para su madre que estaba sangrando profusamente. Fuimos directamente al hospital para que nos clasificaran la sangre. Nunca olvidaré el impacto que sentimos cuando se nos dijo que uno de los donantes quedaba descalificado porque la prueba de sangre que le habían hecho había resultado positiva de una enfermedad venérea. ¡Esa sangre infectada era la de él! Felizmente su madre sobrevivió, pero jamás olvidaré el gran dolor de él. Sufrió la culpa de saber que su inmoralidad personal lo había descalificado para brindar la ayuda necesaria a su madre, y que había sido el causante de más angustia para ella. Aprendí una gran lección: Si alguien deshonra los mandamientos de Dios, deshonra a su madre; y si alguien deshonra a su madre, deshonra los mandamientos de Dios’.

HONRAR LA MATERNIDAD

Durante mi carrera profesional de doctor en medicina, a veces me preguntaban por qué elegí hacer ese trabajo tan difícil. Yo respondía diciendo que, en mi opinión, el trabajo más noble y sublime en esta vida es el de una madre. Dado que yo no contaba con esa opción, pensé que el cuidar a los enfermos podría asemejársele. Traté de cuidar a mis pacientes en forma tan compasiva y competente como mi madre me cuidó a mí.

Hace muchos años, la Primera Presidencia emitió una declaración que ha tenido una profunda y duradera influencia en mí. “La maternidad”, escribieron, “se acerca a lo divino. Es el servicio más sublime y más sagrado que podemos llevar a cabo. Coloca a la mujer que honra SU sagrado llamamiento y servicio a la altura de los ángeles”2.

Debido a que las madres son esenciales en el gran plan de felicidad de Dios, Satanás, que desearía destruir a la familia y desmerecer el valor de la mujer, se opone al sagrado trabajo de ellas.3

Ustedes, jóvenes, deben saber que casi no podrían lograr su más alto potencial sin la influencia de buenas mujeres, particularmente su madre y, en unos pocos años, una buena esposa. Aprendan ahora a mostrar respeto y gratitud. Recuerden que su madre es su madre. Ella no debería tener que dar órdenes: su solo deseo, su esperanza, su insinuación, deberían brindar una guía que ustedes deben honrar. Exprésenle su agradecimiento y su amor, y si ella está luchando por criarlos sin el apoyo del padre de ustedes, tienen el deber doble de honrarla.

La influencia de la madre de ustedes les bendecirá durante su vida, especialmente cuando sirvan como misioneros. Hace muchos años, el élder Frank Croft servía en el estado de Alabama. Mientras predicaba a la gente fue secuestrado a la fuerza por una chusma violenta para darle azotes y latigazos con la espalda descubierta. Le ordenaron quitarse el abrigo y la camisa antes de amarrarlo a un árbol. Al hacerlo, cayó al suelo una carta que recientemente había recibido de su madre. El abominable líder de la pandilla tomó la carta; el élder Croft cerró los ojos e hizo una oración en silencio. El atacante leyó la carta de la madre del élder Croft. Cito una parte de una copia de la carta:

“Mi amado hijo … recuerda las palabras del Salvador cuando dijo: ‘Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros’. Recuerda también al Salvador en la cruz sufriendo por los pecados del mundo cuando hubo pronunciado estas inmortales palabras: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’. En verdad, mi hijo, aquellos que te maltratan … no saben lo que hacen, de lo contrario no lo harían. Algún día, en alguna parte, lo entenderán y se arrepentirán de sus acciones y te honrarán por la gloriosa obra que estás haciendo. Sé paciente, hijo, ama a los que te maltratan y dicen toda clase de mal contra ti y el Señor te bendecirá y te magnificará… Recuerda, también, hijo mío, que tu madre ora noche y día por ti”.

El élder Croft miró al hombre, que estaba lleno de odio, mientras éste estudiaba la carta. Leía una o dos líneas … luego se sentaba y meditaba. Se levantó para enfrentar a su cautivo y le dijo: “Has de tener una madre maravillosa. ¿Sabes? Yo también tuve una un día”. Luego, dirigiéndose a la chusma, dijo: “Hombres, después de leer la carta de la madre de este mormón, no puedo seguir con lo que íbamos a hacer. Creo que mejor lo dejamos que se vaya”. El élder Croft fue puesto en libertad sin daño alguno4.

Estamos sumamente agradecidos por las fieles madres y los fieles padres de nuestros maravillosos misioneros. El amor que tienen por sus hijos es sublime.

Honrar A Las Hermanas

Nosotros, los que poseemos el santo sacerdocio, tenemos el deber sagrado de honrar a nuestras hermanas. Tenemos la edad y el conocimiento suficientes para saber que no es bueno hacer bromas pesadas. Respetamos a las hermanas, no sólo a las de nuestra familia inmediata, sino a todas las maravillosas hermanas en nuestra vida. Como hijas de Dios, su potencial es divino; sin ellas, sería imposible obtener la vida eterna. Nuestro mayor respeto hacia ellas debería emanar de nuestro amor a Dios y del conocimiento del noble propósito que ellas tienen en el gran plan eterno de Dios.

Por lo tanto, les advierto en cuanto a la pornografía; degrada a la mujer; es diabólica; es infecciosa, destructiva y adictiva. El cuerpo cuenta con los medios con los cuales puede librarse de los efectos dañinos de alimentos o bebidas contaminados; pero no puede vomitar el veneno de la pornografía. Una vez que queda grabada, permanece sujeta para siempre al recuerdo, proyectando en un instante sus imágenes pervertidas por la mente, con el poder para alejarlos de las cosas sanas de la vida. ¡Evítenla como una plaga!

Honrar A La Esposa

Ustedes, los que aún no se han casado, piensen en su futuro matrimonio. Elijan bien a su compañera; recuerden los pasajes de las Escrituras que enseñan la importancia del matrimonio en el templo:

“En la gloria celestial hay tres cielos o grados;

“y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio [es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio];

“y si no lo hace, no puede alcanzarlo”5.

Las ordenanzas más sublimes de la casa del Señor las reciben el esposo y la esposa, juntos y por igual, ¡o no las reciben en absoluto!

En retrospección, veo que el día más importante de mi vida fue el día en el que mi querida Dantzel y yo nos casamos en el santo templo. Sin ella, yo no podría tener las bendiciones más sublimes y perdurables del sacerdocio. Sin ella, no sería el padre de nuestros maravillosos hijos o el abuelo de nuestros preciosos nietos.

Como padres, debemos tener un amor sin límites hacia la madre de nuestros hijos. Debemos concederle la gratitud, el respeto y la alabanza que merece. Esposos, para mantener vivo el espíritu del romance en su matrimonio, sean considerados y bondadosos en la tierna intimidad de su vida matrimonial; permitan que sus pensamientos y acciones inspiren confianza; hagan que sus palabras sean prudentes y que el tiempo que pasen juntos sea edificante. No permitan que nada en la vida tenga prioridad sobre su esposa: ni el trabajo, ni la recreación, ni los pasatiempos.

Un matrimonio ideal es una verdadera sociedad entre dos personas imperfectas, en la que cada una se esfuerza para complementarse mutuamente, guardar los mandamientos y hacer la voluntad del Señor.

Los Padres Presiden A La Familia Con Amor

La familia es la unidad más importante de la sociedad y de la Iglesia. La familia es ordenada por Dios; es la parte central de Su plan para el destino eterno de sus hijos6. “Dios ha establecido familias para llevar la felicidad a Sus hijos, permitirles aprender principios correctos en un entorno de amor y prepararlos para la vida eterna”7.

Los padres tienen la responsabilidad primaria de velar por el bienestar de sus hijos8. La Iglesia no reemplaza esa responsabilidad paternal. En forma ideal, una familia Santo de los Últimos Días está presidida por un hombre digno que posee el sacerdocio. Esta autoridad patriarcal ha sido reconocida entre el pueblo de Dios en todas las dispensaciones. Es de origen divino, y esa unión, si está sellada por la debida autoridad, continuará durante la eternidad. Aquel que es el Padre de todos nosotros, y la fuente de esa autoridad, requiere que el gobierno en el hogar se lleve a cabo en amor y rectitud9.

Ustedes, padres, pueden ayudar a lavar los platos, a atender a un bebé que llora y a cambiar pañales. Y quizás algún domingo podrían preparar a los niños para ir a la Iglesia mientras su esposa se sienta en el auto y les toca la bocina.

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”10. Con esa clase de amor, hermanos, seremos mejores esposos y padres, líderes más amorosos y espirituales. Hay más posibilidades de lograr la felicidad en el hogar cuando lo que ahí se practica se basa en las enseñanzas de Jesucristo11. Es nuestra la responsabilidad de asegurarnos de que llevemos a cabo la oración familiar, el estudio de las Escrituras y la noche de hogar. Es nuestra la responsabilidad de preparar a nuestros hijos para que reciban las ordenanzas de salvación y de exaltación y las bendiciones que se prometen a los que pagan el diezmo. Es nuestro el privilegio de dar bendiciones del sacerdocio de salud, consuelo y dirección.

El hogar es el gran laboratorio del amor. Allí la materia prima del egoísmo y de la codicia se funden en el crisol de la cooperación y dan paso al interés compasivo y al amor del uno por el otro12.

Hermanos, honren a las hermanas especiales de su vida. Expresen su amor a su esposa, a su madre, a su hermana. Elógienlas por la paciencia que tienen con ustedes aun cuando no se comporten como deben. Den gracias al Señor por estas hermanas que, al igual que nuestro Padre Celestial, nos aman no sólo por lo que somos, sino por lo que podemos llegar a ser. Agradezco humildemente a Dios por mi madre, mis hermanas, mis hijas, mis nietas y por mi amada compañera y amiga especial: mi esposa.

Que Dios nos bendiga para que honremos a todas las mujeres virtuosas, es mi ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

NOTAS

  1. Véase D. y C. 23:3.

  2. Muchos pasajes de las Escrituras nos enseñan a honrar a nuestros padres. Véanse Éxodo 20:12; Deuteronomio 5:16; Mateo 15:4; 19:19; Marcos 7:10; 10:19; Lucas 18:20; Efesios 6:2; l Nefi 17:55; Mosíah 13:20.

  3. James R. Clark, comp., Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Chrlst of Latter-day Saints, tomo 6, pág. 178. En 1935, la Primera Presidencia declaró que “el verdadero espíritu de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días pone a la mujer en el lugar de honor más alto en la vida humana”. (Véase “Los compañeros que valen”, Liahona, enero de 1998, pág. 37).

  4. Véase Arthur M. Richardson, The Life and Ministry of John Morgan, 1965, págs. 267-268.

  5. D. y C. 131:1-3.

  6. Véase “La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 1998, pág. 24.

  7. Gozo para la familia, (folleto, 1992), pág. iv.

  8. Véase D. y C. 68:25-28.

  9. Véase D. y C. 121:41 45.

  10. Efesios 5:25.

  11. Véase “La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 1998, pág. 24.

  12. Véase Mosíah 4: 14-15; D. y C. 68:25-31.