1990–1999
Gracias al Señor por Sus bendiciones
Abril 1999


Gracias Al Señor Por Sus Bendiciones

“Grandes son nuestras bendiciones. Enorme es nuestra responsabilidad … marchemos hacia adelante sin temor para propagar entre los gentes de todos partes la rectitud del Señor”.

Mis hermanos y hermanas: éstos han sido dos días maravillosos. La inspiración y el poder del Santo Espíritu han reposado sobre nosotros, sobre todos los que han hablado y sobre todos los que han escuchado. Nos hemos regocijado juntamente. Al concluir esta conferencia, tenemos toda justificación para dar gracias al Señor por Sus bendiciones.

La música ha sido admirable. Hemos sido elevados y edificados con el canto de los coros. Las oraciones nos han acercado más al Señor y los que nos han dirigido la palabra lo han hecho por el poder del Espíritu Santo.

Ya este notable y excepcional siglo va llegando gradualmente a su fin. En cierto sentido, ha sido un período vergonzoso de la historia del mundo. Ha sido el peor de los siglos con más guerras, con más de la inhumanidad del hombre para con el hombre, más conflictos y disturbios que en cualquier otro siglo de la historia del mundo. Ha sido la más sangrienta de todas las épocas. Ha sido un tiempo en el que el adversario de la verdad ha traído su maligna influencia de destrucción, de miseria y de dolor a millones de millones de los hijos de nuestro Padre Celestial, como lo evidencia lo que está ocurriendo en Yugoslavia. El Padre de todos nosotros debe llorar al contemplar desde lo alto a Sus rencillosos hijos.

Pero en un sentido más amplio, éste ha sido el mejor de los siglos. En la larga historia de la tierra no ha habido nada que se le iguale. El promedio de vida del hombre se ha prolongado veinticinco años. Piensen en eso. Es un milagro. Los adelantos científicos se han manifestado en todas partes. De un modo general, vivimos más largo tiempo, vivimos mejor. Ésta es una época de mayor entendimiento y conocimiento. Vivimos en un mundo de gran diversidad. A medida que aprendemos más los unos de los otros, nuestro aprecio va aumentando. Esta ha sido una época de instrucción. Los milagros de la medicina moderna, del modo de viajar, de las comunicaciones exceden lo que se puede creer. Todo eso nos ha abierto las puertas a nuevas oportunidades que debemos aprovechar y utilizar para el avance de la obra del Señor.

Y sobre todas esas maravillosas dádivas está la restauración del

Evangelio de Jesucristo con toda la extraordinaria autoridad y las bendiciones que han venido con ella. Ésta es verdaderamente la dispensación del cumplimiento de los tiempos que ha traído consigo lo que nunca más será quitado de la tierra.

Creo que Pedro nos hablaba a nosotros cuando dijo:

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

Volvamos ahora a nuestros hogares con la resolución en el corazón de proceder mejor de lo que lo hemos hecho en el pasado. Todos podemos ser un poco más bondadosos, un poco más generosos, un poco más considerados los unos con los otros. Podemos ser un poco más tolerantes y más amigables para con los que no son de nuestra fe, haciendo un esfuerzo extra para mostrar nuestro respeto por ellos. No podemos permitirnos ser arrogantes ni santurrones. Es nuestra obligación tender una mano de ayuda, no sólo a los nuestros, sino también a todos los demás. El interés de ellos en esta Iglesia y su respeto por ella aumentarán si lo hacemos.

Estoy agradecido de que como Iglesia enviemos ayuda humanitaria cuando haya aflicciones extremas. Hoy mismo van saliendo de nuestros almacenes grandes envíos de alimentos y de ropa a los que sufren en Kosovo, en Albania y en Macedonia. Hemos hecho mucho por ayudar a numerosas personas que no son de nuestra fe pero que también son hijos de nuestro Padre. Continuaremos haciéndolo mientras contemos con los medios para hacerlo. Damos gracias a todos los que han contribuido para esta obra.

Esforcémonos constantemente por fortalecer nuestras familias. Maridos y esposas, cultiven un espíritu de absoluta lealtad el uno para con el otro. No dejemos de apreciarnos verbalmente el uno al otro, sino más bien esforcémonos constantemente por alimentar un espíritu de amor y de respeto mutuos. Debemos evitar criticarnos y debemos evitar el enojo y la falta de respeto el uno para con el otro.

Padres, protejan a sus hijos, críenlos en la luz y la verdad como el Señor ha mandado. Prodíguenles cariño, pero no los malcríen. Compartan su testimonio con ellos. Lean juntos las Escrituras. Guíenlos y ampárenlos. No tienen mayor bendición ni mayor responsabilidad que las que el Señor les ha encomendado. Oren juntos. No hay nada que pueda reemplazar la oración familiar cuando todos se arrodillan juntos ante el Señor.

Seamos personas honradas e íntegras, y hagamos lo recto en todo momento y en todas las circunstancias.

Grandes son nuestras bendiciones. Enorme es nuestra responsabilidad. Arrodillémonos y roguemos al Señor que nos dé orientación. En seguida, pongámonos de pie, enderecémonos y marchemos hacia adelante sin temor para propagar entre las gentes de todas partes la rectitud del Señor.

Para concluir, siento la impresión de anunciar que de entre todos los templos que estamos construyendo, pensamos reconstruir el templo de Nauvoo. Un miembro de la Iglesia y su familia han hecho una cuantiosa aportación para hacer esto posible. Estamos agradecidos a ellos. Si bien pasará un tiempo antes de que esto se concrete, los arquitectos ya se han puesto a trabajar. Este templo no tendrá mucha actividad la mayor parte del tiempo, ya que estará un tanto aislado; pero prevemos que durante los meses del verano tendrá mucho movimiento. Y el nuevo edificio se erigirá a la memoria de los que construyeron la primera estructura en las orillas del Misisipi.

Repito lo que he dicho anteriormente. Los amo. Dejo mi bendición y mi testimonio de esta grande y prodigiosa obra de los últimos días. Dios esté con ustedes hasta que volvamos a reunirnos, ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.