1990–1999
Ésta es nuestra época
Abril 1999


Esta Es Nuestra Época

“Las maravillas de la ciencia y la tecnología modernos no nos exaltarán. En realidad, el gran desafío que enfrentamos al prepararnos para el futuro es el de ser más espiritualmente ilustrados”.

Mis queridos hermanos, hermanas y amigos: Con gran fervor busco la influencia del Espíritu durante los breves momentos en que voy a estar frente a este púlpito, y oro con el fin de recibir guía y sabiduría para que lo que diga sea del agrado de nuestro Padre Celestial.

Hermanos y hermanas, ésta es la época de la que habló el profeta José Smith, de la cual todos“los profetas, reyes y sacerdotes [en épocas pasadas] han tratado con gozo particular. [Y] han mirado adelante, con gloriosa expectación, hacia el día en que ahora vivimos; e inspirados por celestiales y gozosas expectaciones, han cantado, escrito y profetizado acerca de esta época … Nosotros somos el pueblo favorecido que Dios ha elegido para llevar a cabo la gloria de los últimos días”’.1 Desde que el profeta José dijo eso en 1842, el hombre ha adquirido más conocimiento que en todo el tiempo transcurrido antes de su ministerio.

Nos encontramos en los umbrales de un nuevo siglo. Desde este punto estratégico del tiempo, debemos tener presente que los acontecimientos más significativos de los últimos dos mil años no fueron las maravillas de los adelantos de la ciencia, la tecnología y el transporte; fueron la expiación del Salvador y la restauración del Evangelio, con las llaves y la autoridad del sacerdocio. Esos dos singulares acontecimientos continuarán siendo de importancia trascendental para la humanidad a medida que avanza el tiempo. El pasado, el presente y el futuro giran en torno a esas maravillosas intervenciones divinas.

El 1º de enero de 1901, en este mismo edificio, la Primera Presidencia expresó al mundo lo siguiente:

“Nos encontramos en la alborada de un nuevo siglo. Los cien años que acaban de cumplirse fueron los más memorables de la historia del hombre sobre este planeta. Ni en cien días sería posible hacer un breve resumen de los extraordinarios acontecimientos, de los maravillosos adelantos, de los grandes logros y las benéficas invenciones y descubrimientos que marcan el progreso de diez décadas que han quedado atrás en la incesante marcha de la humanidad. La sola mención del siglo diecinueve hace pensar en adelantos, en progreso, en libertad y en luz. ¡Qué felicidad el haber vivido en medio de la realización de esas maravillas y de haber participado de esos preciados tesoros de inteligencia!”2,

Cuando se hizo esta declaración hace cien años, la gente todavía viajaba a caballo y en calesa; la era del teléfono y de la electricidad apenas despertaba; no existía el transporte por avión, ni el correo electrónico, ni las máquinas de fax, ni el Internet. Ha habido una explosión de conocimiento secular. Creo que Dios ha abierto estos tesoros de inteligencia con el fin de realzar Sus propósitos en la tierra. El nuevo siglo traerá adelantos aún más extraordinarios a este tipo de tesoros.

Mi mensaje de hoy se relaciona con el hecho de prepararnos para el futuro. Esta es nuestra época, e implica mucho más que simplemente mirar el reloj. Algunos de nosotros estamos mirando el reloj con bastante ansiedad a medida que sus agujas se mueven inexorablemente hacia el nuevo siglo. La percepción que tenemos del tiempo afecta la forma en que actuamos y pensamos. Este concepto se deja ver en el relato de un reloj que había en la vidriera de un restaurante y que se“había parado unos minutos después del mediodía. Un día un amigo le preguntó al dueño si se había dado cuenta de que el reloj no marchaba.‘Sí’, le contestó el dueño del negocio,‘pero te sorprendería saber cuántas personas miran el reloj, piensan que tienen hambre y entran a comer algo”3.

¡Si tan sólo hubiera un mecanismo divino que despertara hambre espiritual en la gente! ¿De qué tiene hambre la mayoría de la gente? Pienso que de liderazgo espiritual y moral. El aumento en la tecnología, en las invenciones científicas y en los milagros de la medicina han sido maravillosos e increíbles, pero es necesario que los utilicemos apropiadamente para que nos brinden gozo y, para ello, es necesario el liderazgo espiritual y la moral. La civilización ha estado a nuestro alrededor por mucho tiempo. Aun cuando las computadoras son una gran comodidad y una extraordinaria ayuda para alivianar el trabajo, debemos recordar que los nefitas vivían“de una manera feliz”4 a pesar de no tener computadoras. Las maravillas electrónicas en realidad pueden traer ciertos riesgos. Por ejemplo, navegar el Internet puede llevarnos a situaciones que, si se sigue adelante con ellas, podrían destruir nuestro matrimonio, nuestro hogar y aun nuestra vida.

En la actualidad muchas personas están obsesionadas con la crisis que el año dos mil presentará para las computadoras y se preocupan si la fecha aparecerá correctamente en ellas debido a la forma en que están programadas. Como alguien dijo una vez acerca del tiempo:“[Éste] cambia con la época: en la juventud, avanza normalmente; en la madurez, vuela; y en la vejez, se acaba”5. Hemos llegado a depender demasiado de los aparatos electrónicos para desempeñar nuestro trabajo diario y naturalmente nos sentimos preocupados acerca de la necesidad de programar las computadoras de manera que funcionen en el próximo siglo. Aunque quizás haya algunas dificultades y problemas al respecto, estoy seguro de que no habrá un colapso catastrófico de las computadoras que conmocione a la sociedad durante nuestra entrada al nuevo siglo. A lo que más temo es al deterioro de los valores tradicionales de la sociedad.

En verdad, estoy más preocupado por el fracaso de nuestras computadoras morales de la honradez, la integridad, la decencia, los buenos modales y la pureza sexual. ¿Cuántas personas hay en el mundo hoy día que son en verdad incorruptibles? Son tantos los que quedan atrapados en las redes de la popularidad y de la retórica. Ese desmoronamiento de los valores morales sucede porque separamos las enseñanzas de Dios de nuestra conducta personal. Una persona honrada se comprometerá personalmente a vivir de acuerdo con ciertas formas de conducta que se haya impuesto a sí misma, sin necesidad de que nadie se cerciore de que lo esté haciendo. Tengo la esperanza de que podamos cargar nuestras computadoras morales con tres principios de integridad: el ser justos con nosotros mismos, el ser justos con los demás y el reconocer la ley de la cosecha.

También espero que nuestra adoración personal del Salvador permanezca libre de complicaciones a fin de que la sencilla majestuosidad de la veracidad del Evangelio funcione para brindarnos paz. Debemos conservar sencilla nuestra fe y pura nuestra adoración. La religión es algo más que un ritual; es rectitud.

No tengo ninguna duda de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, como institución, puede superar el reto de entrar al año dos mil. El aumento del número de miembros, el número de templos nuevos y la organización inspirada se encuentran en su lugar para avanzar con fuerza al nuevo siglo. El tener en nuestra mente la perspectiva de la tecnología es digno de encomio, pero para poder seguir adelante espiritualmente debemos tener la imagen del Salvador en nuestro rostro6 y en nuestro corazón.

A medida que se acerca el culminante año dos mil, aumenta la emoción ya que no sólo entramos en un nuevo siglo sino también al tercer período de mil años desde el nacimiento de Jesucristo, el Salvador y el Redentor del mundo. Esta figura solitaria, Jesús de Nazaret, sin posición social, prestigio ni riqueza, cambió al mundo. De lo que sabemos, durante Su vida Él no poseyó tierras ni cosas materiales con excepción de la simple vestimenta que tenía puesta.

Su mensaje también fue sencillo:“Paz sea a esta casa”7.“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”8.“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”9. Con estos y otros principios sencillos Él introdujo una nueva forma de vida; enseñó acerca del amor, de las doctrinas de esperanza y de salvación, del sendero para obtener paz en este mundo y en el mundo venidero; habló acerca de la Resurrección, cuando las tinieblas espirituales serían disipadas y la brillante luz y la esperanza de la vida eterna fueran dadas a toda la humanidad.

Después de Su ascensión al cielo, Pedro, Santiago y Juan, junto con otros apóstoles y setentas, que tampoco poseían educación formal, se convirtieron en hombres de inmensa fortaleza espiritual al llevar ese mensaje de luz al mundo. Con sus primitivos medios de transporte y comunicación, este pequeño grupo de misioneros salió intrépidamente a dar a conocer este nuevo mensaje de esperanza e hizo una obra de por más espléndida al llevar las doctrinas inspiradas de Cristo a todas partes.

Los avances en el transporte y la comunicación han ayudado a la institución de la Iglesia a avanzar rápidamente en la proclamación del Evangelio. Más investigadores están recibiendo a nuestros misioneros gracias a las referencias que se consiguen mediante los medios de comunicación. La Iglesia produce videos que ayudan a los misioneros a explicar el mensaje del Evangelio y la misión de la Iglesia. Pero, en forma individual, ¿estamos haciendo nuestra parte para sacar adelante esta obra santa? En la actualidad, la supercarretera de la información, con todos los diferentes medios de comunicación, nos proporciona la oportunidad de llevar adelante la misión en forma mil veces más rápida y fácil de lo que pudieron haberlo hecho Pedro, Santiago, Juan y los demás intrépidos discípulos. Miles de mensajeros, calzados los pies con el apresto del Evangelio de la paz, salen ahora a dar a conocer el mensaje de Dios.

La tecnología proporciona gran ayuda a la misión continua de la Iglesia. A fines de la década de 1950, al comienzo de la era de los aviones a reacción de propulsión, el presidente David O. McKay abordó uno luego de dedicar el Templo de Nueva Zelanda. Al llegar a Los Ángeles, le dijo al élder Henry D. Taylor y a otros:“Hermanos, el próximo jueves, durante la reunión de la Primera Presidencia y del Consejo L de los Doce, voy a proponer que se organice una estaca en Nueva Zelanda”. Luego continuó diciendo:“Con estos aviones tan rápidos va a ser posible que las Autoridades Generales viajen rápidamente a cualquier parte del mundo para visitar las estacas a medida que éstas se organicen”10. En la actualidad tenemos cientos de estacas fuera de los Estados Unidos.

El avance en la comunicación y en el transporte durante este último siglo ha apresurado el ritmo por medio del cual la palabra del Señor sale de Sión”.11 Pienso al igual que Isaías, que habló de nuestro tiempo, cuando“la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”12. Creo que este maravilloso derramamiento de conocimiento ha incrementado nuestra capacidad para llevar el mensaje de salvación del Señor al mundo, de“que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones”13.

A medida que nos acercamos al año dos mil, el apremio de dominar las maravillas de la tecnología se hace cada vez más desafiante. En la lucha por lograrlo, podríamos volvernos más diestros en el aspecto que atañe a la tecnología, pero analfabetos en lo que tiene que ver con lo espiritual. No hay duda de que la educación académica nos abre las puertas del futuro, pero es necesario que nos aseguremos que nuestras computadoras de la fe estén funcionando para que permanezcamos constantemente en el camino de la rectitud. Lo podemos lograr por medio de la oración diaria, la lectura de las Escrituras, las noches de hogar y al guardar a diario nuestros convenios y ordenanzas. Nuestra adoración debe ser más profunda que los símbolos externos y que abarque los profundos y sencillos principios de la conducta humana expresados en las enseñanzas del Salvador:“Arrepent[íos] y volv[ed] a mí con íntegro propósito de corazón”14. Con fe, debemos“volver[nos] como un niño pequeñito, y ser bautizados en [Su] nombre”15. El mandamiento que el Salvador nos da es el siguiente:“Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”16.

El más difícil de todos los cometidos que se nos ha dado es:“… quisiera que fueseis perfectos así como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”17. La perfección es una meta eterna. Aun cuando no podamos ser perfectos en la vida terrenal, el esforzarnos por lograrlo es un mandamiento que, al final, por medio de la Expiación, podemos guardar. Recuerden que las maravillas de la ciencia y la tecnología modernas no nos exaltarán. En realidad, el gran desafío que enfrentamos al prepararnos para el futuro es el de ser más espiritualmente ilustrados. Todo ese nuevo y creciente conocimiento intelectual debe ser por cierto dominado por medio de gran esfuerzo y aprendizaje; pero la erudición técnica no sirve para nada a menos que haya un propósito espiritual y un significado para la misma. Estoy seguro de que el Señor espera que la apliquemos para el progreso de Sus propósitos y para la bendición de la humanidad; sin embargo, debemos adoptar esos elevados ideales como si fueran metas y deseos personales antes de orientar la tecnología en esa dirección.

Al acercarnos al comienzo del tercer período de mil años desde el nacimiento del Salvador, ¿cómo debemos sacar adelante Su obra, los diez millones de nosotros que nos hemos bautizado en Su nombre? Podemos hacerlo al seguir la dirección establecida por el presidente Hinckley, la Primera Presidencia, el Quórum de los Doce y las demás Autoridades Generales. La mayor parte de nuestra obra debería concentrarse en cambiar nuestra propia vida y nuestra propia forma de pensar; debería abarcar lo que el Salvador llamó el nuevo mandamiento:“Que os améis unos a otros”18. Para todos nosotros, el apacentar a Sus ovejas es una responsabilidad constante19.

Como indicó el profeta José, éste es nuestro día y nuestra época. Creo que el futuro guarda bendiciones aún más grandes para la humanidad que las que jamás se han visto. Me regocijo en este grandioso derramamiento de conocimiento espiritual, en el que“la tierra [se está llenando] del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar”20. El conocimiento y la inteligencia caen“como la dulce lluvia del cielo’’21 para bendecir la vida de todos nosotros. Debemos aprovechar toda oportunidad que se nos presente para seguir adelante con fe, mirando más allá del año dos mil, hacia un futuro resplandeciente de esperanza, reconociendo que todo lo bueno se recibe por divina providencia. Con ese aumento de conocimiento se recibe una responsabilidad más grande aún. Si trabajamos con ahínco, hacemos una prudente administración de nuestras mayordomías personales y vivimos de manera frugal, el Señor nos prosperará en el uso de este elevado conocimiento para adelantar Su santa obra.

El presidente Gordon B. Hinckley es el Profeta de nuestros días y de nuestra época. Él es muy consciente de esa gran responsabilidad y con gran entusiasmo está haciendo todo lo posible por llevar a cabo los propósitos de Dios sobre la tierra. Cada uno de nosotros debe hacer todo lo que esté a su alcance para ayudar a que esta obra siga adelante. Como el salmista dijo:“De parte de Jehová es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos”22. Tengo la convicción de ello y así lo testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

NOTAS

  1. Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 282-283.

  2. James R. Clark, comp., Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1966, tomo III, pág. 333.

  3. Jacob M. Braude, comp., Braude’s Treasure of Wit and Humor, 1964, pág. 178.

  4. 2 Nefi 5:27.

  5. Evan Asar, comp., 20.000 Quips and Quotes, 1995, pág. 812.

  6. Véase Alma 5: 14.

  7. Lucas 10:5.

  8. Mateo 22:37.

  9. Mateo 22:39.

  10. Henry D. Taylor, en Conference Report, abril de 1960, págs. 118-119.

  11. Véase Miqueas 4:2.

  12. Isaías 11:9.

  13. Lucas 24:47.

  14. 3 Nefi 10:6.

  15. 3 Nefi 11:37.

  16. 3 Nefi 12:44.

  17. 3 Nefi 12:48.

  18. Juan 13:34.

  19. Véase Juan 21: 15-17.

  20. Habacuc 2:14.

  21. William Shakespeare, El mercader de Venecia, Acto IV, escena 1. Véase también Deuteronomio 32:2.

  22. Salmos 118:23.