2000–2009
“Porque mi Padre me envió”
Abril 2000


“Porque mi Padre me envió”

“Un padre se enaltece cuando da un paso hacia adelante y asume su responsabilidad como tal, amando, orando y haciendo siempre lo que pueda por su familia sin darse nunca por vencido”.

La semana pasada me encontraba en un ocupado aeropuerto, cuando en medio de toda esa multitud de personas que se apresuraban a tomar sus respectivos aviones, vi a un padre, de rodillas junto a su hijito, ayudándole a comer un helado de cucurucho, ya que el niño era muy pequeño para sostenerlo por sí mismo. El pequeñito necesitaba ayuda porque vestía un traje de esquiar que, si bien lo mantenía abrigado, le impedía doblar los brazos. Y pensé: ¡Qué buen padre!

No debe haber otra palabra que sea más importante para nosotros que padre o madre, y es sobre la palabra padre que me gustaría hablar. No se trata sólo de cómo ser un buen padre, ya que sobre el tema se ha escrito mucho y se han dado buenos consejos, incluso en esta conferencia. Sobre lo que me gustaría hablar también es acerca de la determinación de ser un buen padre.

La historia del Evangelio de Jesucristo, desde Adán y Eva hasta la actualidad, está estrechamente relacionada con el padre, la madre y la familia. En los pasajes introductivos del Libro de Mormón vemos que el gran profeta Nefi, conforme relata las dificultades y las bendiciones de este día, rinde primero honor a su padre diciendo: “Yo, Nefi, nací de buenos padres y recibí, por tanto, alguna instrucción en toda la ciencia de mi padre; y habiendo conocido muchas aflicciones durante el curso de mi vida, siendo, no obstante, altamente favorecido del Señor todos mis días; sí, habiendo logrado un conocimiento grande de la bondad y los misterios de Dios, escribo, por tanto, la historia de los hechos de mi vida”1.

Del mismo modo, Enós veneró a su padre por la preparación que recibió: “He aquí, aconteció que yo, Enós, sabía que mi padre era un varón justo, pues me instruyó en su idioma y también me crió en disciplina y amonestación del Señor --y bendito sea el nombre de mi Dios por ello”2.

Cuando el profeta José Smith recibió la primera visita del ángel Moroni, se le instruyó que se lo dijera a su padre quien, a su vez, confirmó que era verdad y que José debía seguir las instrucciones de Moroni. Aun tratándose de la restauración del Evangelio, el Señor no separó al hijo de su justo padre.

El Salvador del mundo, al darnos una definición del significado del Evangelio en 3 Nefi, capítulo 27, dijo claramente que Él había venido para ocuparse del plan de salvación y para dar Su vida en beneficio de toda la humanidad porque el Padre lo había enviado. El amor entre el Padre y el Hijo era tan perfecto que el Salvador lo dio como el primer motivo por el cual vino a la mortalidad y sufrió como lo hizo por nosotros en el huerto de Getsemaní y en la cruz.

El Evangelio fue diseñado para enseñarnos lo que debemos hacer como padres y madres, y parecería que cuando las familias están bien constituidas, podemos actuar bien y dar como primer motivo de ello “porque mi padre me envió”3 o porque un padre indicó el camino a seguir.

He tenido el honor de trabajar con los misioneros de la Iglesia durante más de tres décadas, y sé que una gran mayoría de ellos han sobrellevado esos difíciles primeros minutos, horas y días de la misión gracias a sus respectivos padres o madres. Recuerdo el caso de un buen joven que se había criado en una hacienda, al igual que su padre. Cuando llegó a la misión, todo le resultaba extraño; había mucha gente, muchos edificios, y muy poco espacio al aire libre, y sintió un gran deseo de regresar a su casa. El presidente de misión finalmente hizo que el joven llamara por teléfono a su padre. Éste, después de escuchar pacientemente las explicaciones de su hijo sobre lo mucho que extrañaba el hogar, le dijo en términos que su hijo pudiera entender, con firmeza pero con amor, y cuando supe de ello, no pude menos que sonreír: “Hijo, sólo tienes que responder como un buen ’vaquero’ “. El joven entendió exactamente lo que eso significaba y trata de mantenerse firme mientras surge en él el espíritu de la obra misional. Él sabe que su padre no lo abandonará.

Son innumerables los jóvenes que gracias a la buena influencia de su padre y de su madre no se dieron por vencidos y regresaron al hogar paterno durante los primeros días de estar lejos por causa de sus estudios o por haberse ausentado por primera vez del hogar.

Cuando me senté frente al presidente David O. McKay, hace unos 32 años, y fui llamado para este llamamiento, recuerdo que después que me explicó lo que yo debía hacer, me dio el desafío de servir y me pidió que cumpliera con este llamamiento de forma tal que complaciera a mi propio padre. Ese fue un desafío para toda la vida. El presidente McKay conocía a mi padre, quien había sido presidente de estaca durante 20 años, y yo lo consideraba uno de los mejores hombres que yo conocía. Llegué a comprender cuán importante era yo para mi padre y cuán real era el Salvador para él cuando le oí orar por nosotros en oración familiar.

Sé que hay excepciones, tales como la muerte y otras circunstancias serias, pero lo que hoy necesitamos son padres que se comprometan a ser tales; que, cueste lo que cueste, asuman la responsabilidad y se ajusten a ella, a fin de llegar a ser un ancla para todos los que le sigan. Si ustedes no han tenido un ejemplo en esto, entonces inicien vínculos afectivos para ayudar a establecerlo y si no hay nadie más, tomen la determinación de que ese ejemplo comience con ustedes si no hay nadie más. Si no todo es perfecto en su hogar, que comience a serlo con ustedes.

Fue el presidente Harold B. Lee quien dijo que el volver el corazón de los hijos a sus padres, y el corazón de los padres a los hijos no era una asignación de hacer sólo la obra por los muertos, sino que también se aplicaba a los vivos y a la importancia de conservar intactas en esta vida esas relaciones familiares4.

Finalizo con las palabras del poeta Edgar A. Guest, quien escribió sobre el hombre común de todos los días y su familia. La última frase de su poesía dice: “De todos los elogios, si alguno se merece, el de buen padre, lo enaltece”5. Un padre se enaltece cuando da un paso hacia adelante y asume su responsabilidad como tal, amando, orando y haciendo siempre lo que pueda por su familia sin darse nunca por vencido.

Que el sagrado nombre de Padre Celestial se pronuncie con reverencia en nuestros respectivos hogares.

Que el nombre padre lleve en sí la clase de amor y de confianza que despierten paz, esperanza y justa determinación.

Quisiera agregar ahora mi propio testimonio en cuanto a la veracidad de esta obra, añadiendo a lo que ya se ha dicho desde este púlpito durante esta gran conferencia. Siento como si hubiera estado al lado del profeta José Smith en la Arboleda Sagrada cuando aparecieron el Padre y el Hijo; como si hubiera estado sentado con los santos de Kirtland cuando el templo del Señor fue aceptado y dedicado; como si hubiera recibido mis convenios en Nauvoo; como si me hubiera arrodillado en el cementerio de Winter Quarters para sepultar a un ser querido; como si hubiera levantado el brazo para sostener a Brigham Young como Presidente de la Iglesia; como si hubiera estado en Ensign Peak con el hermano Brigham un día después de que llegara al valle, contemplara la expansión que ya había visto en una revelación y que a raíz de esa experiencia supiera dónde se habría de construir el templo. Sé que esta obra es verdadera. Sé que Dios vive. Sé que Él vive. Sé que Dios vive. Sé que Jesucristo es nuestro Redentor y nuestro Salvador, que el profeta José vio lo que dijo que vio, que Gordon B. Hinckley posee las llaves de esta gran obra en la actualidad, y que éste es el Evangelio de Jesucristo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. 1 Nefi 1:1.

  2. Enós 1:1.

  3. 3 Nefi 27:13.

  4. Harold B. Lee, “Preparing to Meet the Lord”, Improvement Era, febrero de 1965, págs. 123-124.

  5. “Old Man Green,” en Collected Verse of Edgar A. Guest (1934), págs.559–560.