2000–2009
Honremos el sacerdocio
Abril 2000


Honremos el sacerdocio

“El sacerdocio no es algo que nos quitamos durante la semana y nos lo ponemos el domingo; es un privilegio y una bendición las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana”.

Buenas tardes, hermanos. Durante meses nos hemos preocupado de que este edificio estuviera listo para la conferencia general. Se ha logrado un milagro porque gente profesional, así como hombres y mujeres comunes, han demostrado singular devoción, sacrificio e inspiración que superan las normas comunes de la industria. Expreso agradecimiento a mis consejeros y a toda persona que ha dedicado sus talentos a este proyecto.

He estado en este edificio muchas veces durante su construcción, pero al verlo esta noche lleno de poseedores del sacerdocio, me maravillo por su tamaño y su belleza. Para los que siguen de cerca el fútbol internacional, la distancia desde donde yo estoy hasta la última fila del balcón es aproximadamente tres cuartas partes del largo de un campo. La distancia es el equivalente a tres canchas de básquetbol, una enseguida de la otra, y casi cuatro canchas de tenis. Un golfista probablemente escogería un palo número nueve para lanzar la pelota hasta la última fila del balcón y un velocista de categoría mundial podría correr la distancia en unos nueve segundos. ¡Es verdaderamente asombroso!

En ocasiones me gusta participar o ser espectador en eventos deportivos. Mi esposa me indica que lo hago con demasiada frecuencia. En muchos deportes, si un participante o un entrenador coloca los dedos extendidos de una mano en posición perpendicular contra la palma de la otra, es señal de que se pide tiempo. Se detiene por unos momentos la competencia mientras los entrenadores y los jugadores analizan su estrategia. Algunos padres usan esta señal de “pedir tiempo” para hacerles saber a sus hijos el lugar donde van a parar si continúan comportándose mal. El “pedir tiempo” permite a la persona meditar en su comportamiento.

Mis compañeros del Sacerdocio Aarónico, voluntariamente “pidamos tiempo” esta noche para hablar de asuntos del sacerdocio.

Hace varias semanas conversaba con mi nieta de 16 años. Le pregunté qué diría a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico si pudiera hablarles, y me contestó: “Les pediría que demostraran respeto por el sacerdocio y que fueran poseedores del sacerdocio los siete días de la semana y no sólo el domingo. Algunos jóvenes no demuestran el debido respeto por el sacerdocio porque usan lenguaje vulgar, ven o leen pornografía, y algunos andan en drogas”.Seguramente ustedes están de acuerdo en que el lenguaje vulgar, la pornografía y las drogas no deben formar parte de la vida de un poseedor del sacerdocio.

El sacerdocio no es algo que nos quitamos durante la semana y nos lo ponemos el domingo; es un privilegio y una bendición las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.

La vulgaridad y la grosería han llegado a ser comunes y muchos las aceptan como parte normal de su vocabulario. Nuestro sentido del bien y del mal se ha opacado con el constante bombardeo de vulgaridad. Prolifera en la música, las escuelas, los deportes, los centros comerciales y los lugares de trabajo. Gran parte de las conversaciones diarias contienen términos vulgares y expresiones profanas, a veces enmascarados con el humor.

Recientemente me encontraba en una tienda grande probándome zapatos. Cuatro jóvenes buscaban zapatos que, según ellos, se parecieran a los que usan los misioneros. Era evidente que por lo menos dos de los jóvenes habían recibido llamamientos misionales y estaban allí para buscar zapatos apropiados para el servicio misional. Me sorprendió la avalancha de términos vulgares con algunas malas palabras que de rutina salían de sus bocas. Cuando se dieron cuenta de que alguien estaba cerca, escuché a uno de ellos decir: “Oigan, será mejor que nos limpiemos la boca”, en el momento que indicaba con la cabeza hacia donde yo estaba.

El presidente Hinckley ha dicho:

“La conversación es la esencia de las amistosas reuniones sociales: puede ser feliz, puede ser alegre, puede ser seria, puede ser divertida; pero no debe ser picante, ni grosera, ni indecente si uno es de verdad creyente en Cristo” (”No tomarás el nombre de Dios en vano”, Liahona, enero de 1988, pág. 47). La vulgaridad y el sacerdocio no son compatibles; tampoco es compatible con el servicio misional. Si los términos profanos y vulgares forman parte de nuestra conversación, debemos eliminarlos de nuestro vocabulario. La conversación es una de las ventanas de nuestra alma.

En este momento en que hemos “pedido tiempo”, hablemos en cuanto a la pornografía. En años recientes, se ha esparcido como fuego arrasador. Estamos expuestos a ella todos los días, y es tan adictiva como lo son muchas substancias que ni siquiera pensaríamos en ingerir. Las consecuencias de la pornografía son catastróficas. Recuerden que Satanás no quiere que seamos felices ni que tengamos éxito en nuestro ministerio en el Sacerdocio Aarónico. Que no les quepa la menor duda: él quiere que seamos infelices. Su meta es capturar nuestro corazón incitándonos a participar en cosas terribles como la pornografía. Aléjense de ella. Debemos disciplinarnos para evitar libros, revistas, música, fotografías, videos, películas, sitios en internet, programas de televisión… de cualquier cosa que contenga pornografía o material sensual. La pornografía y el sacerdocio no son compatibles. Respeten el sacerdocio; aléjense de manera permanente de cualquier influencia pornográfica.

El presidente Hinckley nos ha recordado que la “plaga moderna de las drogas ha llegado a ser una plaga mundial; pero en la mayoría de los casos la muerte que acarrea no es repentina, sino que más bien viene después de un largo período de desdicha, dolor y remordimiento. A diferencia de las plagas antiguas, contra las que no se conocía ninguna defensa, en el caso de las drogas ilícitas la defensa es clara y relativamente fácil: se trata simplemente de no tocarlas” (”El azote de las drogas ilícitas”, Liahona, enero de 1992, pág. 52). No pondríamos en peligro nuestra vida jugando con una víbora venenosa. Las drogas son tan peligrosas como lo es el mortífero veneno de ese reptil.

Hace poco, al regresar a casa del trabajo, nuestro hijo encontró a su hijo pequeño sentado con los codos sobre la mesa y la cara entre las palmas de las manos. Otro hijo tenía una expresión triste al estar sentado en la sala mirando por la ventana. La madre no se veía por ninguna parte. Nuestro hijo preguntó a los niños dónde podría estar; señalaron hacia el baño. Él tocó suavemente a la puerta y preguntó: “Querida, ¿estás allí?”.Ella respondió que había decidido “pedir tiempo”.De vez en cuando los adultos tienen que hacerlo.

Poseedores del Sacerdocio de Melquisedec, sírvanse “pedir tiempo” con nosotros. Durante la batalla del diario vivir, es fácil perder de vista nuestro ministerio como padres y como poseedores del sacerdocio. Si no nos cuidamos, nuestro trabajo, pasatiempos, diversión y quizás hasta nuestro servicio en la Iglesia tengan un impacto negativo en nuestra responsabilidad como padres y esposos.

El presidente Howard W. Hunter tuvo una sola oportunidad de hablar en la reunión del sacerdocio de una conferencia general mientras fue Presidente de la Iglesia. En esa ocasión, en octubre de 1994, el presidente Hunter intituló su discurso “El ser marido y padre con rectitud”.En ese discurso magistral, explicó ciertas normas y expectativas para todos los que poseen el Sacerdocio de Melquisedec. Les recomiendo que repasen el discurso entero. Esta noche mencionaré sólo dos. El presidente Hunter dijo: “El hombre que posee el sacerdocio debe considerar que la familia es ordenada por Dios. El ser líder de su familia es su deber más importante y más sagrado. La familia es la unidad más importante en esta vida y en la eternidad y como tal supera a todos los demás intereses de la vida” (Liahona, enero de 1995, pág. 58).

El presidente Harold B. Lee declaró que “la parte más importante de la obra del Señor que podamos realizar será la obra que efectuemos dentro de las paredes de nuestro propio hogar” (”Una mesa rodeada de amor familiar”, Liahona, julio de 1995, pág. 94). Debemos honradamente considerar nuestros motivos y deseos en lo que respecta a nuestra familia. ¿Estamos haciendo todo lo que debemos hacer para dar a nuestra familia las enseñanzas del Evangelio y supervisión, o estamos dejando esa responsabilidad a otras personas? El ser líder en la familia a menudo requiere que ordenemos de nuevo nuestras prioridades a fin de encontrar el tiempo que necesitamos. Tanto la calidad como la cantidad del tiempo son esenciales.

El presidente Hunter también nos recordó: “El hombre que posee el sacerdocio está a la cabeza de su familia en lo que toca a participar en la Iglesia para que ellos conozcan el Evangelio y estén bajo la protección de los convenios y las ordenanzas” (Liahona, enero de 1995, pág. 63). A fin de lograrlo, debemos asegurar que nuestra vida esté en orden. La hipocresía nunca ha dado resultado, y no dará resultado ahora. Se precisa que dirijamos en rectitud y que animemos a nuestra familia a seguir nuestro ejemplo. Seamos líderes en la noche de hogar para la familia y en el estudio de las Escrituras. Demos bendiciones del sacerdocio. Seamos líderes en la oración personal y familiar. El presidente Monson dijo: “[recuerda] que una persona nunca es más grande que cuando está de rodillas” (”Un hogar celestial: Una familia eterna”, Liahona, febrero de 1988, pág. 5).

El “pedir tiempo” por lo general incluye palabras de ánimo. Hermanos, podemos salir victoriosos y al final ganar la competencia. Podemos honrar y respetar el sacerdocio siete días de la semana, las veinticuatro horas del día. Podemos eliminar la blasfemia, la pornografía y las drogas de nuestra vida así como cualquier otra actividad malsana o impura. Podemos brindar a nuestra familia el liderazgo del sacerdocio y la dirección espiritual que necesita. Podemos hacer todo esto y mucho más si nos acercamos al Salvador, honramos el sagrado sacerdocio que poseemos y somos fieles a los convenios que hemos hecho.

Testifico que estamos en la obra del Señor. Él es nuestro Salvador; Él es nuestro Redentor; Él ha expiado nuestros pecados. Él es nuestro Abogado ante el Padre. Él vive y nos ama incondicionalmente. Somos poseedores de Su sacerdocio. Amo al presidente Hinckley, a sus consejeros, a los Doce y a mis colegas de las Autoridades Generales, y testifico de su bondad, de su grandeza y de su autoridad. Les amo a ustedes, compañeros poseedores del sacerdocio, y ruego que tengan éxito. En el santo nombre de Jesucristo. Amén.