2000–2009
“Daréis oído a todas sus palabras”
Abril 2000


“Daréis oído a todas sus palabras”

“La continua expansión de la tecnología tan sólo nos traerá el mensaje… [Pero] el desafío que cada persona y cada familia tiene… [es el] de poner en práctica los mensajes del Evangelio”.

Hermanos Ted E. Davis, Donald D. Salmon y Frank M. McCord: como miembro de la Iglesia, quisiera agradecerles personalmente las muchas horas, días y años que han dedicado para asegurarme que todo en la Iglesia, desde el punto de vista financiero, está en el debido orden. Estoy seguro que también se lo agradecen profundamente casi once millones de miembros de la Iglesia. Muchas gracias.

Durante los dos últimos años, hemos observado con gran expectativa la construcción de este hermoso centro de conferencias. Ahora nos encontramos disfrutando esta conferencia general histórica con muchos miles más que están presentes para escuchar la voz de los profetas. Con toda seguridad, éste es el comienzo de una nueva era en la historia de la Iglesia; una era de alcance e influencia mayores y más profundos; una era de mayor desarrollo e impacto.

Antes de tener la última reunión del año de la Primera Presidencia y de los Doce, el presidente Hinckley, consciente de los cambios que estaban a punto de llevarse a cabo, propuso que fuésemos al templo en ayuno y que termináramos nuestro año, el siglo y el milenio, con una reunión de ayuno y testimonios. Y para no desmerecer el espíritu de testimonio, nos pidió que dejáramos de lado cualquier asunto de negocios en esa reunión especial y los tratáramos el año siguiente.

La reunión fue un festín espiritual colmado de atestiguaciones y testimonios sobre nuestro Señor y Salvador. Después de participar de la Santa Cena, cada uno de los miembros de los Doce se puso de pie y expresó su testimonio con respecto a la misión de Jesús, el Cristo, el Salvador del mundo. Los tres últimos testimonios fueron ofrecidos por los miembros de la Primera Presidencia, de los cuales el último fue el del presidente Hinckley. Fue una ocasión llena de sobriedad, pero a la vez de gozo, al fortalecernos unos a otros con firmes testimonios.

El presidente Hinckley agregó a su poderoso y emotivo testimonio una lista de asuntos que le preocupan para el futuro. Una de esas preocupaciones en particular se me quedó grabada en la mente. Su inquietud era que con el gran crecimiento de la Iglesia a través del mundo, sería cada vez más difícil que los apóstoles pudiesen visitar a todos los miembros de la Iglesia y exhortarles en forma personal a vivir el Evangelio. Por tanto, en el futuro sería necesario depender más en la tecnología para llevar el mensaje del Evangelio a la Iglesia mundial.

Al revisar la historia sagrada que se encuentra en las Escrituras, encontramos acontecimientos similares cuando un profeta de Dios ve cambios de importancia en el horizonte. Es interesante observar que cuando ocurren esos acontecimientos críticos, se da una grande e inspirada atención tanto al mensaje profético como a la forma en que se da a conocer, o sea, a la tecnología que se usa para llevar el mensaje del Evangelio.

Recuerdo el gran sermón que el rey Benjamín pronunció a su pueblo, que se encuentra en los primeros capítulos del libro de Mosíah. Este rey justo había servido fielmente a su pueblo durante mucho tiempo y era el momento de entregar el liderazgo a su hijo. Antes de hacerlo, deseaba dejar a su pueblo su testimonio con respecto al Señor y Salvador. Primero deseaba instruir a sus hijos para que “llegaran a ser hombres de entendimiento; y que supiesen concerniente a las profecías que habían sido declaradas por boca de sus padres, las cuales les fueron entregadas por la mano del Señor” (Mosíah 1:2).

Y también los instruyó con respecto a los anales que estaban grabados sobre las planchas de bronce, diciendo:

“…Hijos míos, quisiera que recordaseis que si no fuera por estas planchas, que contienen estos anales y estos mandamientos, habríamos padecido en la ignorancia, aun ahora mismo, no conociendo los misterios de Dios” (Mosíah 1:3).

El mantener la doctrina pura era la mayor preocupación del rey Benjamín, por lo que deseaba que todo su pueblo recibiera su testimonio y su palabra. Mandó traer a Mosíah, su hijo y sucesor, y le dio instrucciones específicas con respecto a reunir a su pueblo para ésa, su última conferencia. Él dijo:

“…Hijo mío, quisiera que hicieses una proclamación por toda esta tierra, entre toda esta gente, o sea, el pueblo de Zarahemla y el pueblo de Mosíah que viven en la tierra, para que por este medio se reúnan; porque mañana proclamaré a este mi pueblo por mi propia boca, que tú eres rey y gobernante de este pueblo que el Señor Dios nos ha dado.

“Y además, daré a los de este pueblo un nombre, para que de ese modo se destaquen sobre todos los pueblos que el Señor Dios ha traído de la tierra de Jerusalén; y lo hago porque han sido diligentes en guardar los mandamientos del Señor” (Mosíah 1:10–11).

Luego, Mosíah fue y proclamó al pueblo que deberían reunirse y dirigirse al templo donde podrían escuchar las palabras de su padre. Y aconteció que cuando llegaron al templo, “plantaron sus tiendas en los alrededores, cada hombre según su familia, que se componía de su esposa, y sus hijos y sus hijas, y los hijos e hijas de éstos, desde el mayor hasta el menor, cada familia separada la una de la otra” (Mosíah 2:5). Plantaron sus tiendas con la puerta dando hacia el templo para que oyeran las palabras del rey Benjamín a medida que les instruía sobre la doctrina de la vida eterna. Debido al número de personas reunidas tanto dentro como fuera de los muros del templo, el rey hizo edificar una torre para que pudieran escuchar sus palabras. Pero se dio cuenta de que incluso con la torre no todos podrían escucharle, por lo que hizo que se escribieran sus palabras y se enviaran a las familias que se hallaban fuera del alcance de su voz, para que todos recibiesen sus palabras (Mosíah 2:6–8).

Desde la torre él dijo a su gente que abrieran sus oídos y escucharan su testimonio del Salvador. Luego de profetizar y dar testimonio, les aconsejó sobre la forma de regresar ante su Padre Celestial.

“Y además, quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo, para que así moren con Dios en un estado de interminable felicidad. ¡Oh recordad, recordad que estas cosas son verdaderas!, porque el Señor Dios lo ha declarado” (Mosíah 2:41).

Finalmente, para asegurarse de que el pueblo había entendido sus palabras y guardaran los convenios que habían hecho con Dios de guardar Sus mandamientos, el rey Benjamín nombró “sacerdotes para enseñar al pueblo, a fin de que así pudiesen oír y saber los mandamientos de Dios, y despertar en ellos el recuerdo del juramento que habían hecho…” (Mosíah 6:3). En muchas formas, el rey Benjamín utilizó toda la tecnología disponible en su época para reunir a su pueblo, propagar la buena palabra de Dios y reafirmar la palabra.

En otra época, encontramos a otro profeta utilizando un nuevo medio de comunicación para hacer llegar su mensaje al corazón de la gente. Hubo una conferencia especial en conmemoración del centenario de la Iglesia. Encontramos el siguiente registro de la Conferencia Anual número 100 que se efectuó en el Tabernáculo el domingo 6 de abril, de 1930:

“De acuerdo con las instrucciones impartidas previamente por la Primera Presidencia de la Iglesia, se transmitió el siguiente programa en todos los barrios y las ramas de la Iglesia, comenzando a las 10:00 de la mañana del domingo 6 de abril… habiéndose hecho los arreglos para que la gente asistiera a sus propias capillas y escucharan, por medio de equipo de radio, los servicios que se transmitían desde el Tabernáculo de Salt Lake City…

“… El edificio estaba totalmente lleno, todos los asientos ocupados, así como los pasillos y las entradas, y cada espacio disponible” (en Conference Report, abril de 1930, pág. 2).

El presidente Heber J. Grant, que presidía esta transmisión de una sesión de la conferencia general, empezó diciendo:

“Mi corazón rebosa de gratitud, más allá de lo que pueda expresar, al ver esta maravillosa congregación del sacerdocio del Dios viviente, junto con los oficiales de nuestras organizaciones, reunidos aquí en conferencia para conmemorar el centenario de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

“Voy a leerles un discurso de la Primera Presidencia de la Iglesia, del que se han enviado copias a barrios, estacas y misiones en todos los países donde tenemos organizaciones de la Iglesia. En este momento, este mensaje se estará leyendo en todo el mundo a nuestro pueblo (en Conference Report, abril de 1930, pág. 3).

Al igual que el rey Benjamín, el presidente Grant empezó expresando su testimonio de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo. Prosiguió a recalcar algunos de los grandiosos conocimientos científicos, invenciones y adelantos de la industria que han aprovechado las fuerzas del universo y se han adaptado para la comodidad y la conveniencia del hombre. Declaró:

“Sin duda, el milagro más grandioso del siglo es el logro por medio del cual la voz humana, con la personalidad del discursante, se puede preservar indefinidamente y reproducir con cada detalle de su originalidad.

Al contemplar los logros del siglo pasado, a los cuales sólo se ha hecho una breve mención, nos lleva a exclamar:

“¡Cuán grandes y maravillosas son tus obras, oh Señor!

“¡Desde la eternidad eres el mismo!

“Tus propósitos nunca fracasan, ni hay quien pueda detener Tu mano” (en Conference Report, abril de 1930, pág. 5).

Ahora, en este día, 1º de abril del año 2000, nos reunimos en este hermoso y nuevo centro de conferencias que se ha edificado para que muchos miles más puedan ver al profeta y escuchar su voz. Pero incluso con este edificio y con las posibilidades en aumento de viajar hacia donde estén los santos para visitarlos en muchos países, menos miembros podrán disfrutar el contacto personal con los profetas y los apóstoles debido al crecimiento de la Iglesia. La tecnología nos ha bendecido con muchas recientes innovaciones para esparcir el mensaje del Evangelio por medio de sistemas de satélites, nuestro propio sitio en internet, televisión, radio, como también en forma de texto escrito en nuestras revistas y periódicos. Todo esto se suma a nuestros sistemas de distribución que aumenta en forma importante nuestra habilidad de recibir el mensaje que se envía.

Pero los sistemas individuales y la continua expansión de la tecnología tan sólo nos traerán el mensaje. Nuestro desafío continúa siendo el mismo que en el tiempo del rey Benjamín hasta el tiempo del presidente Grant y hasta hoy día, o sea, el desafío que cada persona y cada familia tiene, por medio del estudio individual y colectivo, de poner en práctica los mensajes del Evangelio de nuestro Señor y Salvador. La salvación no está en los edificios ni en la tecnología, sino en la palabra. Sólo el poder de la palabra impactará nuestras vidas y nos ayudará a vivir más cerca de nuestro Padre Celestial.

Recuerden las palabras del Señor cuando instruyó por primera vez a los santos en Su nueva y restaurada Iglesia, el 6 de abril de 1830. Él declaró:

“He aquí, se llevará entre vosotros una historia; y en ella serás llamado vidente, traductor, profeta, apóstol de Jesucristo, élder de la iglesia por la voluntad de Dios el Padre, y la gracia de tu Señor Jesucristo…

“Por tanto, vosotros, es decir, la iglesia, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba, andando delante de mí con toda santidad;

“porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca” (D. y C. 21:1, 4–5).

Es maravilloso estar en este nuevo edificio y disponer de nueva tecnología que lleva las sesiones de la conferencia a todo el mundo; pero es el mensaje que recibimos, si lo estudiamos y lo practicamos, lo que nos dará la luz del Evangelio como preparación adicional en nuestra gran búsqueda de la vida eterna.

Éste es mi humilde testimonio a ustedes, y lo hago en el nombre de nuestro Salvador, sí, Jesucristo. Amén.