2000–2009
Profetas, videntes y reveladores vivientes
Octubre 2000


Profetas, videntes y reveladores vivientes

”Existe un abismo cada vez más grande entre las normas del mundo y las del Evangelio y el reino de Dios, y... los profetas vivientes siempre enseñarán las normas de Dios”.

Hermanos, esta noche quisiera contarles una experiencia que tiene un gran significado para mí. Durante la sesión del domingo por la tarde de la Conferencia General del 6 de abril de 1986, tuvo lugar una Asamblea Solemne, cuyo propósito era sostener a Ezra Taft Benson como profeta, vidente y revelador, y decimotercer Presidente de la Iglesia. Se invitó a todos los miembros a tomar parte, ya fuese que estuviesen presentes en el Tabernáculo o participaran por medio de la radio o la televisión. Como familia, aceptamos la invitación de tomar parte en nuestra casa y, con la excepción de un hijo que estaba sirviendo en el campo misional, todos nos encontrábamos allí: un sumo sacerdote, un presbítero, un diácono, un hijo de once años y mi esposa, LeAnn. De acuerdo con las indicaciones y por turno, cada uno de los que poseíamos el sacerdocio nos pusimos de pie y después lo hizo el resto de la familia, y todos juntos sostuvimos al presidente Benson.

¿Por qué llama el Señor a profetas, videntes y reveladores? Y, ¿cómo los sostenemos?

La responsabilidad fundamental de los profetas, videntes y reveladores, todos los cuales poseen autoridad apostólica, es testificar con convencimiento del nombre de Cristo en todo el mundo. Ese llamamiento básico de ser testigos especiales de Su nombre ha permanecido invariable siempre que ha habido Apóstoles sobre la tierra. Ese testimonio, que se recibe del Espíritu Santo por medio de la revelación, fue el núcleo de la Iglesia del Nuevo Testamento y es el punto central de la Iglesia en la actualidad. El día de Pentecostés, Pedro dio un claro testimonio de que a Jesús de Nazaret lo habían prendido, matado y crucificado y de que había sido levantado, ”sueltos los dolores de la muerte”; de todo eso habían sido testigos los Apóstoles1. Tan potente fue ese testimonio de Jesucristo que dio aquel Apóstol viviente, quese efectuó un cambio en el corazón y cerca de tres mil personas se bautizaron para la remisión de suspecados. Leemos que esos nuevos conversos perseveraron ”en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”2. Este relato del libro de Hechos brinda un profundo significado espiritual a las palabras que Pablo escribió más adelante a los efesios, de que quienes abracen el Evangelio formarán parte de la familia de Dios ”edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”3.

En esta dispensación de la restauración, el profeta José Smith enseñó: ”Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y profetas concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó el tercer día y ascendió a los cielos; y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente dependencias de esto”4.

Con el fin de observar esa responsabilidad divina que se mandó, de testificar con convencimiento del nombre de Cristo en todo el mundo, los Apóstoles vivientes de nuestra época han dado su testimonio. En la proclamación: ”El Cristo Viviente”, ellos declaran la restauración de Su sacerdocio y de Su Iglesia, testifican de Su Segunda Venida y dan ”testimonio, en calidad de Sus apóstoles debidamente ordenados, de que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios”5.

Tanto los Apóstoles de la antigüedad como los de la actualidad testifican del nombre de Jesucristo porque ”…no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo, el Señor Omnipotente…”6.

Segundo, profetas, videntes y reveladores enseñan con claridad la palabra de Dios de que todos Sus hijos se beneficiarán y serán bendecidos si obedecen las enseñanzas de ellos. El presidente Hinckley escribió sobre Joseph Fielding Smith: ”Sí, hablaba con franqueza y sin rodeos; ésa es la misión de un profeta”7. La necesidad de maestros proféticos que saben la palabra revelada de Dios y la hablan con franqueza y sin temor es tan importante hoy día como lo fue en el pasado. En un mundo confuso de ideas conflictivas, de valores cambiantes y de deseos egoístas por el poder, sería bueno que estudiáramos con detenimiento la conversación que se llevó a cabo entre Felipe y el hombre de Etiopía. Mientras éste leía la Escrituras, Felipe corrió hacia él y le preguntó: ”…¿entiendes lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?”8.

Al pueblo del Señor, Alma enseñó:

”[No] confiéis en nadie para que sea vuestro maestro ni vuestro ministro, a menos que sea un hombre de Dios, que ande en sus vías y guarde sus mandamientos… y nadie era consagrado a menos que fuera hombre justo. Por tanto, velaban por su pueblo, y lo sustentaban con cosas pertenecientes a la rectitud”9.

Esas palabras describen perfectamente a los profetas, videntes y reveladores que dirigen esta Iglesia. Ellos hablan las palabras de Dios con claridad, autoridad y entendimiento.

Tercero, sostenemos a quince hombres no sólo como profetas y reveladores, sino también como videntes. De la presencia de videntes entre nosotros no se habla mucho, mas la habilidad de ver más allá del presente brinda poder y autoridad a la enseñanza y al testimonio apostólicos. Voy a referirme a dos pasajes de las Escrituras que hablan de este importante y extraordinario llamamiento. Según el Libro de Mormón, Ammón enseñó al rey Limhi que ”…un vidente puede saber de cosas que han pasado y también de cosas futuras; y por este medio todas las cosas serán reveladas… y también manifestarán cosas que de otra manera no se podrían saber”10.

En la Perla de Gran Precio leemos que el Señor dio instrucciones a Enoc de que se untase los ojos con barro y se los lavara, y de esa forma vería. Y Enoc lo hizo.

”Y vio… cosas que el ojo natural no percibe; y desde entonces se esparció este dicho por la tierra: El Señor ha levantado un vidente a su pueblo”11.

Acerca de la pregunta sobre qué nos dan a conocer nuestros videntes modernos, que de otro modo no se sabría, y qué ven que no percibe el ojo natural, daré una respuesta sencilla. Escuchen, mediten y examinen con oración qué nos enseñan y qué hacen. Al hacerlo, saldrá a la luz un modelo que revelará muchoy que nos dará la respuesta a esa pregunta.

Vuelvo ahora a lo que ocurrió en mi familia durante la Asamblea Solemne. Al terminar la votación, el presidente Hinckley, que conducía, dijo: ”Gracias, hermanos y hermanas, por el voto de sostenimiento. Pensamos que no sólo nos han sostenido con la mano, sino también con el corazón, con la fe y con las oraciones que tan urgentemente necesitamos. Y rogamos que continúen haciéndolo”12. Hermanos, el modo en que demostramos nuestro sostenimiento a los profetas, videntes y reveladores no es solamente levantando la mano, sino más bien por medio de la valentía, el testimonio y la fe para escucharles, para obedecerles y seguirles.

Pero, me pregunto: Si eso es tan claro, ¿por qué es tan difícil? Podría haber muchas respuestas a esa pregunta, pero creo que en realidad hay sólo una. Gran parte de la dificultad radica en nuestro deseo de parecer más aceptables al mundo que a Dios.

Las enseñanzas de un profeta viviente son muchas veces contrarias a las tendencias del mundo. Nosotros, en calidad de Santos de los Últimos Días y poseedores del sacerdocio de Dios, debemos comprender que existe un abismo cada vez más grande entre las normas del mundo y las del Evangelio y el reino de Dios, y que los profetas vivientes siempre enseñarán las normas de Dios. Por mucho que deseemos que el Evangelio se ajuste al mundo, es imposible; nunca ha pasado ni nunca pasará.

Mucho de nuestro mundo actual está fundamentado en la satisfacción de los caprichos, en la ganancia y el placer inmediatos y en la aceptación social a cualquier precio. El Evangelio y el reino de Dios son mucho más que eso. Entre las características que Dios valora más se encuentran la paciencia, la longanimidad, la entereza, la bondad y el amor fraternal, ninguna de las cuales se logra a corto plazo ni se cultiva en un momento.

Hermanos, el tener profetas, videntes y reveladores vivientes entre nosotros y no prestarles atención es lo mismo que simplemente no tenerlos. El profeta Jacob deseaba que las palabras que hombres justos habían escrito con tanta dificultad sobre las planchas, sus hijos las recibieran con corazones agradecidos y aprendieran de ellas ”con gozo, no con pesar”13. Que seamos así de prudentes para hacer lo mismo con las palabras de los profetas, videntes y reveladores de nuestra época.

Doy testimonio del poder salvador de la expiación de Jesucristo. Doy testimonio de los apóstoles, profetas, videntes y reveladores vivientes. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Hechos 2:23: 24; véase también el versículo 32.

  2. Hechos 2:42.

  3. Efesios 2:20.

  4. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 141.

  5. ”El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, pág. 3.

  6. Mosíah 3:17.

  7. ”Creed a sus profetas”, Liahona, julio de 1992, pág. 59.

  8. Hechos 8:30:31.

  9. Mosíah 23:14, 17:18.

  10. Mosíah 8:17.

  11. Moisés 6:35:36; véase también el versículo 35.

  12. Véase ”La Asamblea Solemne y el sostenimiento de oficiales de la Iglesia”, Liahona, julio de 1986, pág. 68.

  13. Jacob 4:3.