2000–2009
Un testimonio puro
Octubre 2000


Un testimonio puro

”Como un testigo especial del nombre de Jesucristo en todo el mundo, les prometo que si buscan al Señor, lo encontrarán. Pedid y recibiréis”.

Una vez más nos reunimos en este maravilloso Centro de Conferencias y en muchos otros lugares alrededor del mundo. En esta conferencia hemos escuchado y aún escucharemos el testimonio de muchos siervos del Señor. Concerniente al testimonio, el salmista escribió: ”La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel”1.

Para los Santos de los Últimos Días, un testimonio es ”la certeza de la realidad, de la verdad y de la bondad de Dios, de las enseñanzas y de la expiación de Jesucristo y del llamado divino de los profetas de los últimos días… Es conocimiento respaldado por la divina confirmación personal del Espíritu Santo”2.

Las expresiones de un testimonio solemne siempre han sido importantes para los hijos de Dios sobre la tierra. Los testimonios individuales han fortalecido a esta Iglesia desde sus comienzos.

Una noche de abril de 1836, por ejemplo, el Élder Parley P. Pratt se retiró a sus aposentos temprano muy preocupado y acongojado. No sabía cómo iba a cumplir con sus obligaciones financieras. Su esposa había estado gravemente enferma y su anciana madre se había mudado a vivir con él. El año anterior, la casa que había estado construyendo había quedado reducida a cenizas después de un incendio.

Al estar en profunda meditación, alguien golpeó a la puerta; el Élder Heber C. Kimball entró y lleno del espíritu de profecía dijo al Élder Pratt que debería viajar a Toronto, Canadá, donde ”encontraría gente preparada para la plenitud del Evangelio” y que ”muchos serían llevados al conocimiento de la verdad”3.

A pesar de sus preocupaciones, el Élder Pratt se dirigió a ese lugar. Al llegar a Toronto, al principio nadie parecía estar interesado en escuchar lo que él tenía que decir.

Entre los que conoció se hallaba John Taylor, quien había sido un ministro metodista. John recibió al Élder Pratt con cortesía, pero con reservas. John Taylor había escuchado rumores distorsionados acerca de un nueva secta, de su ”biblia de oro” y relatos de ángeles que se habían aparecido a un joven ”indocto criado en la zona rural de Nueva York”4.

John Taylor era un hombre sabio y había buscado la verdad toda su vida. Él escuchó lo que el Élder Pratt tenía que decir y, entre otras cosas, el extraño de Estados Unidos le prometió que cualquiera que investigara el Evangelio podría saber por sí mismo, a través de la influencia del Espíritu Santo, que era verdadero.

En un momento dado, John Taylor preguntó: ”¿A qué se refiere con este Espíritu Santo?… [¿Dará] un conocimiento seguro de los principios en los que usted cree?”.

El apóstol respondió: ”Sí, y si no fuera así, entonces soy un impostor”5.

Al escuchar eso, John Taylor aceptó el desafío, diciendo: ”Si su religión es verdadera, la aceptaré sin importar cuáles sean las consecuencias; y, si es falsa, lo pondré al descubierto”6.

No sólo aceptó el desafío, sino que ”recibió ese Espíritu por medio de la obediencia al Evangelio”7. Pronto supo por sí mismo lo que desde entonces millones han sabido: que el Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado sobre la tierra.

Con el tiempo, ese hombre, que había dedicado toda su vida a buscar la verdad, se convirtió en el tercer Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Con el tiempo, muchos han sido los cambios en el mundo; sin embargo, una cosa permanece igual: la promesa que el Élder Pratt le hizo a John Taylor hace 164 años tiene la misma validez hoy que entonces: el Espíritu Santo confirmará las verdades del Evangelio restaurado de Jesucristo.

La lógica misma afirma que un Padre Celestial amoroso no abandonaría a Sus hijos sin proporcionarles la vía para que aprendieran de él. Uno de los grandes mensajes de la Restauración es que las ventanas de los cielos están abiertas. Todos los que procuran saber la verdad pueden saber por sí mismos a través de las revelaciones del Espíritu.

Somos bendecidos al vivir en una época en la que apóstoles y profetas andan por la tierra dando solemne y certero testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios. Muchos miembros, millones en número, agregan sus voces al creciente coro que testifica que una vez más Dios ha hablado al hombre.

El presidente Joseph F. Smith declaró: ”Toda persona debe saber que el Evangelio es verdadero, y ese privilegio es de todo el que se bautiza y recibe el Espíritu Santo. Sé que el Evangelio es verdadero y que Dios está con Su pueblo; y que si cumplo con mi deber y guardo Sus mandamientos, las nubes pasarán y la bruma se disipará”8.

¿Cómo se adquiere un testimonio personal?

Estudien la palabras de Moroni que vivió hace más de 1500 años. Este profeta había presenciado la completa masacre de su pueblo, aniquilado a consecuencia de una guerra civil. Su nación quedó en la ruina, sus amigos y seres queridos fueron asesinados y su propio padre, un gran general y un hombre justo, había sido muerto.

Este gran profeta, Moroni, habiendo perdido todo lo que él amaba se encontró solo. Siendo el último de su pueblo, fue el único testigo de la desolación y del sufrimiento que resultan del odio y de la furia.

Era muy breve y sumamente limitado el tiempo y el espacio que tenía para escribir en las planchas unas palabras finales. Habiendo sido destruido su propio pueblo, Moroni escribió para nuestra época, y para nosotros escribió estas valiosas palabras de despedida; eran sus últimas palabras de consejo:

”He aquí, quisiera exhortaros”, escribió ”a que, cuando leáis estas cosas… recordéis cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres… que lo meditéis en vuestros corazones. Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo”9.

¡Cómo me gustaría que todo oído oyera el último testimonio de Moroni, ese gigante entre los hombres, ese humilde siervo de Dios!

¿Desean conocer la verdad de las Santas Escrituras? ¿Desean romper las barreras que separan a los mortales del conocimiento de las verdades eternas? ¿Desean conocer de veras la verdad? Entonces sigan el consejo de Moroni, y con certeza encontrarán lo que buscan.

Sean sinceros. Estudien. Mediten. Oren sinceramente con fe.

Si hacen estas cosas, ustedes también podrán decir con los millones que testifican: que Dios nuevamente se comunica con el hombre en la tierra.

Un testimonio de la verdad del Evangelio no viene de igual manera a todas las personas. Algunas lo reciben en una experiencia única que cambia la vida; otras obtienen su testimonio lentamente, casi de manera imperceptible, hasta que un día, por fin, lo saben.

Estudien las palabras del presidente David O. Mckay, quien dice que cuando era niño se arrodilló y ”oró fervientemente y con sinceridad, con toda la fe que un joven muchacho podía tener” a fin de que ”Dios le declarara la verdad de su revelación a José Smith”.

El presidente McKay relata que cuando se levantó después de estar de rodillas, tuvo que admitir que ”no había tenido ninguna manifestación espiritual. Si soy honrado conmigo mismo, debo decir que soy el mismo [muchacho] que era antes de orar”.

No sé qué sentía el joven David en su corazón en ese momento, pero estoy seguro de que se habrá sentido decepcionado y tal vez frustrado por no haber recibido la experiencia espiritual que había esperado; pero eso no lo desalentó en continuar su búsqueda de ese conocimiento.

La respuesta a sus oraciones sí llegó, pero no sino hasta años después, cuando servía como misionero. ¿Por qué la respuesta a su oración se había demorado tanto? El presidente McKay creía que esa manifestación espiritual ”llegaba como una secuencia natural al desempeño del deber”10.

El Salvador enseñó un principio similar: cuando se puso en tela de juicio la verdad de Su mensaje, él declaró: ”El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”11.

No se desanimen si la respuesta a sus oraciones no viene de inmediato. Estudien, mediten, oren, con fe sincera y vivan los mandamientos.

”No contendáis porque no veis, porque no recibís ningún testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe”, enseñó Moroni12.

Recuerdo que cuando era niño escuchaba los testimonios de los adultos de mi barrio. Esos testimonios penetraron mi corazón e inspiraron mi alma. Doquiera que voy por el mundo, no importa el idioma ni la cultura, me emociona el escuchar el testimonio de los santos.

Hace poco recibí una carta de un nieto que es misionero. Él escribió que los miembros que ”leen las Escrituras y oran están más dispuestos a compartir el Evangelio”13.

Creo que tiene razón. Cuanto más leamos las Escrituras y más oremos, más entusiasmo tendremos de compartir nuestro testimonio del Evangelio con los demás.

Recuerden que los miembros de la Iglesia que reciben un testimonio del Evangelio están bajo convenio de ”ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar”14. Es claro que tenemos la obligación sagrada de obtener referencias para nuestros misioneros. Los testigos tienen un conocimiento especial y deben dar testimonio de ”aquello que han visto y oído y que creen con certeza”15. Nosotros hacemos declaraciones en forma simple, clara y directa de que sabemos con certeza y seguridad que el Evangelio es verdadero porque ”el Santo Espíritu de Dios [nos lo hace] saber”16. Al dar ese testimonio, hablando por el poder del Espíritu Santo, se nos promete que ”se derramará el Espíritu Santo para testificar de todas las cosas que habléis”17 y se nos bendice personalmente cuando testificamos de esa manera.

El presidente Boyd K. Packer dijo: ”Un testimonio se encuentra cuando se expresa. En alguna parte, en su búsqueda del conocimiento espiritual, existe ese ’salto de fe’ como lo llaman los filósofos. Es el momento en que uno llega al borde de la luz y tropieza con la obscuridad, sólo para descubrir que el camino continúa iluminado cada uno o dos pasos”18.

El hacer una declaración pública de las creencias de ustedes con determinación y confianza es ese paso hacia lo desconocido. Tiene un efecto poderoso al fortalecer sus propias convicciones. El dar el testimonio lleva la fe a lo más profundo del alma y ustedes creen con más fervor que antes.

A los que fielmente dan testimonio, el Señor dijo: ”Benditos sois, porque el testimonio que habéis dado se ha escrito en el cielo para que lo vean los ángeles; y ellos se regocijan a causa de vosotros, y vuestros pecados son perdonados”19. He tratado de seguir ese consejo al dar testimonio.

Permítanme decirles cómo obtuve un testimonio de la verdad y de la naturaleza divina de esta gran obra de los últimos días. Me temo que la mía no es una experiencia muy dramática. No es el relato de hosannas celestiales o de gritos de trueno; no es un relato de rayos, de fuego ni de inundación.

Sin embargo, siempre he sabido de la realidad y de la bondad de Dios.

Desde mis más tempranas memorias, estuvo allí, un testimonio seguro y perdurable de esta gran obra. A veces, esa seguridad viene cuando sentimos el amor del Salvador al conocer a Sus siervos. Recuerdo cuando tenía cinco años y mi familia se mudó a un nuevo barrio. Ese primer domingo, el obispo Charles E. Forsberg, originario de Suecia, se acercó y me llamó por mi nombre. Lo supe entonces.

Durante los grises y fríos días de la Gran Depresión, recuerdo un maravilloso siervo del Salvador que se llamaba C. Perry Erickson. El hermano Erickson, constructor, había tenido dificultades para encontrar empleo; podría haberse apartado de los demás; podría haberse enojado o amargado; podría haberse dado por vencido; en cambio, cuando yo tenía doce años, se le llamó para ser mi maestro scout. Él pasó horas interminables ayudándome a mí y a otros jóvenes de mi edad a aprender, a progresar y a enfrentar toda dificultad con optimismo y confianza. Sin excepción, todos los scouts de C. Perry Erickson recibieron el máximo premio de águila scout. Lo supe entonces.

Sí, el testimonio de los líderes del sacerdocio y de los fieles miembros del barrio me ayudaron a saberlo.

Recuerdo las palabras de mi madre y de mi padre. Recuerdo sus expresiones de fe y de amor por su Padre Celestial. Lo supe entonces.

Supe de la realidad de la compasión del Salvador cuando, por solicitud de mi padre, el obispo del barrio, yo distribuía comida y ropa a las viudas y a los pobres del barrio.

Lo supe cuando, siendo un joven padre, mi esposa y yo reuníamos a nuestros hijos a nuestro alrededor y expresábamos gratitud a nuestro Padre Celestial por tantas bendiciones.

Lo supe el pasado abril cuando escuché desde este púlpito las palabras de nuestro Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, quien llamó a Jesús su amigo, su ejemplo, su líder, su Salvador y su Rey.

El presidente Hinckley dijo: ”Al haber dado Su vida, con dolor y sufrimiento indescriptibles, él me ha tendido la mano para sacarme a mí y a cada uno de nosotros, y a todos los hijos y las hijas de Dios, del abismo de oscuridad eterna que sigue a la muerte. Él ha proporcionado algo mejor, una esfera de luz y de entendimiento, de progreso y de belleza”20.

Ahora me gustaría compartir mi testimonio: sé que José Smith vio lo que dijo que vio, que los cielos se abrieron y Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo aparecieron a un joven indocto criado en la zona rural de Nueva York.

Como testigo especial del nombre de Jesucristo en todo el mundo, les prometo que si buscan al Señor, lo encontrarán. Pedid y recibiréis.

Ruego que así lo hagan y testifico a los confines de la tierra que el Evangelio de nuestro Salvador se ha restaurado a los hombres. En el nombre de mi amigo, mi ejemplo, mi Salvador y Rey, Jesucristo. Amén.

  1. Salmos 19:7

  2. Daniel H. Ludlow, editor, Encyclopedia of Mormonism, Vol. 4,pág. 1470.

  3. Pratt, Parley P., The Autobiography of Parley P. Pratt, 1985, pág. 110.

  4. Roberts, B. H., The Life of John Taylor, 1963, pág. 34.

  5. Deseret News, Semi-Weekly, 18 de abril de 1882, vol. 23, pág. 51.

  6. The Life of John Taylor, pág. 38.

  7. Deseret News, Semi-Weekly, 18 de abril de 1882.

  8. Gospel Doctrine, Joseph F. Smith, pág. 43.

  9. Moroni 10:3-4.

  10. Middlemiss, Clare, compilación, Cherished Experiences from the Writings of President David O. McKay, 1955, pág. 16.

  11. Juan 7:17; cursiva agregada.

  12. Éter 12:6.

  13. Carta del Élder Andrew Cannon, 30 de agosto de 2000.

  14. Mosíah 18:9.

  15. D. y C. 52:36.

  16. Alma 5:46.

  17. D. y C. 100:8.

  18. Packer, Boyd K, ”La lámpara de Jehová”, Liahona, diciembre de 1988,pág. 36.

  19. D. y C. 62:3.

  20. Liahona, julio de 2000, pág. 85.