2000–2009
Madre, tu más grande desafío
Octubre 2000


Madre, tu más grande desafío

”No creo que exista mejor respuesta a... [las] repugnantes prácticas que acosan a nuestros jóvenes que las enseñanzas de una madre, impartidas con amor y con una advertencia inequívoca”.

Me sentiría satisfecho de terminar esta reunión ahora mismo. Esta noche se nos ha enseñado muy bien. Felicito a la presidencia por sus excelentes palabras. Como sabrán, ellas se han preocupado, han orado y suplicado al Señor que las ayudara en su preparación y presentación. Hermana Smoot, hermana Jensen y hermana Dew, les agradecemos todo lo que han hecho; han realizado un gran trabajo.

Considero que es una grandiosa oportunidad el dirigirme a ustedes. Ninguna otra congregación es semejante a ésta. Nos dirigimos a ustedes desde el Tabernáculo de la Manzana del Templo, en Salt Lake City, pero ustedes nos escuchan en casi todas partes al encontrarse reunidas a través de los Estados Unidos y Canadá, de las naciones de Europa, de México, de Centroamérica y de Sudamérica. Están todas unidas en esta gran congregación no importa si están en Asia, el Pacífico Sur o en otras tierras lejanas.

Sus corazones albergan el mismo propósito. Se encuentran reunidas juntas porque aman al Señor; tienen un testimonio y una convicción de Su realidad viviente; oran al Padre en el nombre de Jesús; reconocen el poder de la oración; son esposas y madres; viudas y madres solteras que llevan cargas demasiado pesadas; mujeres recién casadas, y mujeres que no están casadas. Son una vasta concurrencia de mujeres de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; más de cuatro millones de ustedes pertenecen a esta gran organización; y nadie puede calcular la inmensa fuerza para bien que pueden llegar a ser. Ustedes son las guardianas del hogar; las administradoras del hogar. Al igual que la hermana Dew, les exhorto a que sean firmes y fuertes en defensa de esas grandes virtudes que han sido el fundamento de nuestro progreso social. Cuando están unidas, su poder no tiene límites; pueden lograr lo que quieran. Y cuánto, cuánto se les necesita en un mundo en el que los valores se están viniendo abajo, donde el adversario parece tener tanto control.

Siento gran respeto y admiración por ustedes, las jovencitas que hace muy poco tiempo ingresaron a la Sociedad de Socorro; en gran parte han podido soportar la tormenta que las azotó durante la época de su juventud; se han conservado limpias del mundo; se han mantenido libres de las manchas de la iniquidad; ustedes son la flor y nata de la juventud buena y madura de la Iglesia. Han llegado hasta este punto de su vida, limpias, bellas y virtuosas. Les felicito de todo corazón.

Rindo honor a las mujeres solteras; saben muy bien lo que es la soledad; saben lo que es la ansiedad, el temor y la añoranza vehemente; pero no se han dejado vencer. Ustedes han salido adelante en la vida, haciendo importantes y maravillosas contribuciones a lo largo del camino. Dios las bendiga, mis queridas hermanas y amigas.

Esta noche no puedo dirigirme a todas directamente. He elegido un segmento de esta vasta congregación: a ustedes, las madres. Y quiero además incluir a las que se convertirán en madres. ¡Qué cosa tan maravillosa han logrado como madres! Han dado vida y nutrido a sus hijos; han entrado en una sociedad con nuestro Padre Celestial a fin de dar experiencia terrenal a Sus hijos e hijas. Ellos son hijos de él y son hijos de ustedes, carne de su carne, por quienes él las hará responsables. Ustedes se han regocijado por causa de ellos, y, en muchos casos, también han sentido pesar; ellos les han traído la felicidad que nadie más podría traerles; les han traído dolor como nadie más podría hacerlo.

En general, han llevado a cabo una tarea extraordinaria al criarlos. Muchas veces he dicho que creo que tenemos la mejor generación de jóvenes que la Iglesia jamás haya tenido: tienen una mejor educación, tienen más motivación, conocen las Escrituras, viven la Palabra de Sabiduría, pagan sus diezmos, oran, tratan de hacer lo correcto, son inteligentes y capaces, limpios y puros, atractivos y hábiles. La cantidad de estos jóvenes es considerable. Más que nunca salen de misión; contraen matrimonio en el templo; saben lo que es el Evangelio y se esfuerzan por vivirlo, al acudir al Señor para pedirle guía y ayuda.

Pero me duele decir que estamos perdiendo a muchos de nuestros jóvenes. Ellos prueban insensatamente una cosa tras otra, sin quedar por lo visto satisfechos, hasta que son arrastrados a un abismo del que no pueden salir. Entre ellos se encuentran algunos de nuestros propios jóvenes, y son ustedes, las madres, las que llevan la carga de pesar que resulta de todo ello. Son sus hijos y sus hijas. De manera que esta noche, con la esperanza de ofrecer ayuda, les hago una súplica.

En algunos casos tal vez sea demasiado tarde, pero en la mayoría, ustedes aún tienen la oportunidad de guiar y de persuadir, de enseñar con amor, de dirigir en senderos que son fructíferos y productivos y que están lejos de esas situaciones negativas que no traen nada bueno.

Nada en este mundo tiene más valor para ustedes que sus hijos. Cuando sean ancianas, cuando el cabello se les ponga blanco y el cuerpo se debilite, cuando estén propensas a sentarse en una mecedora y meditar sobre su vida, nada será más importante que el interrogante de lo que llegaron a ser sus hijos. No tendrá importancia el dinero que hayan ganado, ni tampoco los automóviles que hayan tenido, ni las casas grandes en las que hayan vivido. La pregunta inquietante que acudirá a su mente una y otra vez será: ”¿Cómo les ha ido a mis hijos?”.

Si la respuesta es que les ha ido bien, entonces la felicidad de ustedes será completa; si no ha sido así, entonces ninguna otra satisfacción podrá compensarles esa pérdida.

De manera que esta noche les suplico, mis queridas hermanas, que se sienten y en silencio examinen los triunfos y los fracasos que hayan tenido en su función de madres. Nunca es demasiado tarde. Cuando nada dé resultado, acudan a la oración y a la ayuda prometida del Señor para ayudarlas en sus tribulaciones. Pero no se demoren. Empiecen ahora, no importa si su hijo tiene seis o dieciséis años de edad.

Me contaron que recientemente se llevó a cabo en esta región una gran reunión que atrajo a diez mil jóvenes; estoy seguro de que algunos de ellos eran los nuestros.

Se dice que los espectáculos de esa noche fueron lujuriosos y diabólicos; aborrecibles y degradantes, típicos de los aspectos más repugnantes de la vida. En ellos no había belleza, sólo fealdad y depravación; fue algo de lo más sórdido que se pueda imaginar.

Esos jóvenes pagaron entre $35 y $50 dólares por entrada. En muchos casos, ese dinero provino de los padres. Cosas semejantes a ésta están ocurriendo por todo el mundo. Algunos de los hijos y de las hijas de ustedes hacen posible que los organizadores de este tipo de inmundicia prosperen en sus malévolas empresas.

El domingo pasado, el diario local Deseret News publicó un artículo detallado sobre las fiestas clandestinas de drogas que se conocen como ”Rave”. Empiezan a las 3:00 de la madrugada y siguen hasta las 7:30 de la mañana del domingo. Allí, los jovencitos y las jovencitas, de edades que oscilan entre los últimos años de la adolescencia hasta los veinte y tantos, bailan al ritmo estruendoso de lo que algunos consideran música, que sale por numerosos amplificadores. ”Algunos llevan puestas cuentas de colores brillantes; otros levantan al aire barritas iridiscentes; otros llevan chupetes (chupones) de niño en la boca, mientras que hay quienes llevan puestas mascarillas de las que usan los pintores” (Deseret News, 17 de septiembre de 2000, B1).

Las drogas pasan de mano en mano, de las que las venden a las que las usan, de $20 a $25 dólares por píldora.

No creo que exista mejor respuesta a estas repugnantes prácticas que acosan a nuestros jóvenes que las enseñanzas de una madre, impartidas con amor y con una advertencia inequívoca. Habrá fracasos, sí; habrá desilusiones desgarradoras; habrá tragedias, tristes y sin esperanza; pero en muchos casos, si el proceso se comienza a temprana edad y se continúa, se alcanzará el éxito, la felicidad, el amor y una gran gratitud. El abrir la cartera y dar dinero al hijo o a la hija antes de que ustedes se vayan al trabajo no servirá de nada, sino tal vez sirva para llevarlos a más prácticas maléficas.

Un antiguo proverbio dice: ”Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).

Otro sabio refrán reza: ”Árbol que crece torcido nunca su tronco endereza” (Alexander Pope, Moral Essays, tomo II 2, The Works of Alexander Pope, Esq., ”Epistle I: To Sir Richard Temple, Lord Cobham” [1776], pág. 119; line 150).

Enseñen a sus hijos desde muy temprana edad, y nunca dejen de hacerlo. Mientras ellos se encuentren en el hogar con ustedes, considérenlos su responsabilidad primordial. Tomo la libertad de sugerir varias cosas que podrían hacer para enseñarles. La lista no está completa, pero ustedes pueden agregar otras cosas.

Enséñenles a buscar buenos amigos. Ellos van a tener amigos, buenos o malos. Esas amistades ejercerán una gran influencia en la vida de ellos. Es importante que cultiven una actitud de tolerancia hacia todos los demás, pero es más importante que ellos se rodeen de personas de su misma clase quienes harán que aflore lo mejor que lleven dentro de sí. De lo contrario, ellos se contagiarán con la manera de ser de sus compañeros.

No he olvidado la anécdota que el Élder Robert Harbertson relató desde este púlpito. Él habló sobre un joven indio que subió una alta montaña. Hacía frío. A sus pies había una víbora de cascabel. La serpiente tenía frío y le suplicó al joven que la levantara y la bajara hasta un lugar más cálido.

El joven indio escuchó las súplicas de la serpiente y por fin accedió. La levantó en sus brazos y la cubrió con la camisa; la llevó al pie de la montaña, donde estaba más cálido. Con mucho cuidado la colocó en el pasto. Cuando la serpiente se hubo calentado, levantó la cabeza y mordió al joven con sus venenosos colmillos.

El joven maldijo a la serpiente por haberle mordido como pago por su bondad. La serpiente respondió: ”Tú sabías lo que yo era cuando me levantaste” (”Restoration of the Aaronic Priesthood,” Ensign, julio de 1989, pág. 77).

Adviertan a sus hijos en contra de los colmillos ponzoñosos de aquellos que los tentarán, que los seducirán con palabras fáciles para luego herirlos y probablementedestruirlos.

Enséñenles a valorar la educación. ”La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad” (D. y C. 93:36).

Sobre la gente de esta Iglesia yace el mandato del Señor de adquirir conocimiento; éste bendecirá la vida de ellos ahora y a través de los años venideros.

Una noche, miré fascinado por televisión el relato de una familia de la parte central de los Estados Unidos, compuesta por el padre, la madre, tres hijos varones y una hija mujer.

Al casarse, el padre y la madre decidieron que harían todo lo que estuviese de su parte para que sus hijos adquirieran la mejor educación que estuviera a su alcance.

Vivían en una casa humilde y modesta, pero aún así brindaron conocimiento a sus hijos; y cada uno de ellos se destacó de una manera formidable. Todos habían recibido una buena educación. Uno llegó a ser rector de una universidad, los otros estuvieron al frente de grandes instituciones de negocios; personas de éxito indiscutible.

Enséñenles a respetar sus cuerpos. Entre los jóvenes se está extendiendo la práctica de hacerse tatuajes o perforaciones en el cuerpo. Llegará el día en que les pesará el haberlo hecho, pero para entonces será demasiado tarde. En las Escrituras se indica claramente: ”¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

”Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16-17).

Es triste y lamentable que los jóvenes y algunas jovencitas se hagan tatuajes en el cuerpo. ¿Qué esperan ganar mediante este doloroso proceso? ¿Hay ”algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza” (Artículo de Fe Nº 13) en tener el indecoroso y supuesto arte impregnado en la piel para llevarlo allí durante toda la vida, hasta llegar a la ancianidad y la muerte? Es necesario que les aconsejen a rechazar tal práctica, a evitarla a toda costa. Llegará el día en que lamentarán haberlo hecho, pero no podrán escapar del recordatorio constante de su insensatez excepto mediante otro procedimiento costoso y doloroso para quitárselos.

Yo considero que no tiene ningún atractivo, y sin embargo es algo común, el ver a los hombres jóvenes con las orejas perforadas para llevar aretes, y no sólo un par, sino varios.

¿No tienen ningún respeto por su apariencia? ¿Lo consideran ingenioso y atractivo el adornarse de esa manera?

Les aseguro que esto no es embellecimiento; es hacer feo lo que era atractivo. No sólo se perforan las orejas, sino también otras partes del cuerpo, incluso la lengua. ¡Es absurdo!

Nosotros --la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce-- hemos adoptado la siguiente norma: ”La Iglesia se opone a los tatuajes; también se opone a las perforaciones del cuerpo que no sean para propósitos médicos, aunque no ha tomado ninguna postura en cuanto a las perforaciones mínimas que se hacen las mujeres en las orejas para usar un par de aretes”.

Enseñen a sus hijos e hijas a evitar las drogas ilegales como si fueran una plaga. El uso de estos narcóticos les destruirán. Ellos no pueden abusar de tal manera sus cuerpos, no pueden desarrollar de esa manera apetitos despiadados y esclavizantes sin que se hagan un daño incalculable. Un hábito lleva a otro, hasta que en muchos de los casos, la víctima llega a una situación de total impotencia que pierde todo control sobre sí mismo o sí misma y se habitúa de tal forma que no puede prescindir de él.

En un programa reciente de televisión se indicó que el 20 por ciento de los jóvenes que utilizan drogas lo hacen porque sus padres les enseñaron a hacerlo. ¿Qué le pasa a la gente? El uso de las drogas ilegales se convierte en un camino sin salida; no lleva a ningún lado excepto a la pérdida del autodominio, a la pérdida del autorrespeto y a la autodestrucción. Enseñen a sus hijos a evitarlas como lo harían con una terrible enfermedad. Incúlquenles una total aversión a ellas.

Enséñeles a ser honrados. Las cárceles del mundo están llenas depersonas que empezaron sus actividades ilícitas con pequeños actos de deshonestidad. Una mentirilla a menudo lleva a una mentira más grande; un robo pequeño a menudo lleva a un robo más grande y, cuando se quiere acordar, la persona ha tejido una maraña de la cual no se puede librar. El ancho camino que lleva a la prisión comienza con un sendero pequeño y atractivo.

Enséñenles a ser virtuosos. Enseñen a los jóvenes a respetar a las jovencitas como hijas de Dios investidas con algo muy valioso y bello. Enseñen a sus hijas a tener respeto por los jóvenes, por los hombres que poseen el sacerdocio, los jóvenes que deben permanecer y permanecen por encima de las sórdidas maldades del mundo.

Enséñenles a orar. Ninguno de nosotros es lo suficientemente inteligente como para lograr el éxito por sí mismo. Necesitamos la ayuda, la sabiduría, la dirección del Todopoderoso en tomar esas decisiones que son tan tremendamente importantes en nuestra vida. No hay sustituto para la oración; no hay recurso más grande.

Mis queridas madres, las cosas que he mencionado por cierto no son nuevas; son tan antiguas como Adán y Eva, pero son tan certeras en su causa y efecto como el amanecer de la mañana, y la lista no está completa.

A pesar de todo lo que hay que evitar, puede haber mucho para divertirse y disfrutar. Con buenos amigos se puede tener mucha felicidad. No es necesario que sean arrogantes; ellos pueden divertirse mucho y lo hacen.

Dios las bendiga, queridas amigas. No cambien su primogenitura de madre por una bagatela de valor transitorio. Que su interés primordial se centre en el hogar. El bebé que sostienen en los brazos crecerá tan rápidamente como del alba al crepúsculo transcurre el día cuando estamos apurados. Espero que cuando eso ocurra, no tengan que exclamar como lo hizo el rey Lear: ”¡…cuánto más punzante que el diente de un reptil es tener un hijo ingrato! (William Shakespeare, El Rey Lear, Acto 1, Escena IV). En vez de eso, espero que tengan motivo para sentirse orgullosas de sus hijos, que los amen y que tengan fe en ellos; que los vean crecer en rectitud y virtud ante el Señor, y llegar a ser miembros útiles y provechosos para la sociedad. Si a pesar de todo lo que hayan hecho llegaran a fracasar, al menos podrán decir: hice todo lo posible; me esforcé por hacer lo mejor que pude; no permití que nada interfiriera en mi función de madre. Así, los fracasos no serían tantos.

Para que no piensen que pongo toda esta responsabilidad sobre ustedes, quiero decirles que tengo la intención de hablarle a los padres sobre estos asuntos en la reunión general del sacerdocio dentro de dos semanas.

Que las bendiciones del cielo descansen sobre ustedes, queridas hermanas. Que no cambien una cosa actual de valor transitorio por el grandioso bienestar de hijos e hijas, niños y niñas, jóvenes y jovencitas, de cuya crianza tienen una responsabilidad ineludible.

Que la virtud de la vida de sus hijos las santifique y las consagre en su vejez. Que lleguen a exclamar con gratitud como lo hizo Juan: ”No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 1:4). Ruego por ello, y lo ruego fervientemente, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.