2000–2009
Cómo mejorar nuestra experiencia en el templo
Abril 2001


Cómo mejorar nuestra experiencia en el templo

“Existe una diferencia entre simplemente asistir al templo y el tener una magnífica experiencia espiritual”.

Una de las mayores bendiciones que tenemos hoy día es la oportunidad de asistir al templo. Con el creciente nÚmero de templos, sus bendiciones están al alcance de un nÚmero cada vez mayor de miembros de la Iglesia.

Esas bendiciones no deben tomarse a la ligera. El Salvador ha mandado que no debemos “[tratar] con liviandad las cosas sagradas” (D. y C. 6:12).

El templo y las santas ordenanzas son muy sagrados y debemos ser espiritualmente sensibles a ellos. El asistir al templo para adorar al Señor es una sagrada bendición.

Existe una diferencia entre simplemente asistir al templo y el tener una magnífica experiencia espiritual. Las verdaderas bendiciones del templo se reciben cuando mejoramos nuestra experiencia en él. Para hacerlo, debemos sentir un espíritu de reverencia y adoración por ese lugar.

Espíritu de reverencia

Quienes asisten al templo deben recordar el consejo del Señor cuando dijo: “Mi santuario tendréis en reverencia” (Levítico 19:30). La reverencia es una expresión de profundo respeto, honor y adoración por el Señor. Es tener veneración por Su nombre, Sus palabras, Sus ordenanzas y convenios, Sus siervos, Sus capillas y Sus templos.

Es una manifestación externa de lo que sentimos por él. Siempre debemos recordar que vamos a Su santa casa, el templo del Señor, por invitación Suya. Debemos responder a esta invitación siendo dignos, estando preparados y teniendo el templo como prioridad en nuestra vida. Mientras nos encontremos en el templo debemos actuar como si estuviéramos en Su santa presencia.

El ser reverentes significa no sólo mantener silencio, sino ser conscientes de lo que está sucediendo. Supone un deseo divino de aprender y ser receptivo a las impresiones del Espíritu, así como una bÚsqueda de mayor luz y conocimiento. La irreverencia no es sólo una falta de respeto hacia la Deidad, sino que hace que sea imposible que el Espíritu nos enseñe lo que precisamos saber.

En el templo debemos conversar en un tono reverente, pues la reverencia no es cosa trivial ni mundana. Tiene consecuencias eternas y se debe tratar como algo divino. Para ser reverentes debemos ver el templo como un lugar de pureza y de santidad.

Lugar de pureza. El templo es un lugar de pureza y es de suma importancia que lo mantengamos puro y santo. El Salvador prometió:

“Y si mi pueblo me edifica una casa en el nombre del Señor, y no permite que entre en ella ninguna cosa inmunda… mi gloria descansará sobre ella.

Sí, y mi presencia estará allí, porque vendré a ella…” (D. y C. 97:15–16).

Quienes entren al templo deben preparar tanto el corazón como la mente. Deben poder responder afirmativamente a las preguntas de Alma cuando dijo:

“¿Podréis mirar a Dios en aquel día con un corazón puro y manos limpias? ¿Podréis alzar la vista, teniendo la imagen de Dios grabada en vuestros semblantes?” (Alma 5:19).

Cuando somos reverentes en el templo, ayudamos a mantenerlo puro y santo, libre de distracciones y ofensas para el Espíritu. Debemos recordar no decir ni hacer nada que sea ofensivo para el Señor.

El presidente David O. McKay aconsejó: “Al entrar en un edificio de la Iglesia, entramos en la presencia de nuestro Padre Celestial; y este pensamiento debe ser incentivo suficiente para preparar el corazón, la mente y aun la vestimenta, para presentarnos apropiada y debidamente en Su presencia” (Improvement Era, julio de 1962, pág. 509).

La reverencia comprende el pensar, hablar, sentir y actuar como lo haríamos si estuviéramos delante del Señor.

Lugar de santidad. El templo es un lugar de santidad; es el lugar más santo y sagrado sobre la tierra y se le debe tratar con el más alto grado de reverencia y respeto. La reverencia que mostremos en el templo es una manifestación al Señor de que lo consideramos un lugar divino y que lo reconocemos como Su santa casa.

Espíritu de adoración

El templo es un lugar de adoración y la reverencia es una forma divina de adorar, pues es la manera de rendir culto en el reino celestial. En la visión de los grados de gloria que recibió el profeta José Smith se describe la adoración celestial con las siguientes palabras:

“Y así vimos la gloria de lo celestial… donde Dios, el Padre, reina en su trono para siempre jamás;

“ante cuyo trono todas las cosas se inclinan en humilde reverencia, y le rinden gloria para siempre jamás” (D. y C. 76:92–93).

Nuestra adoración en el templo nos prepara para vivir en la presencia de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo, a quienes debemos adorar en un espíritu de humildad y de reverencia.

La verdadera adoración del Señor en Su santa casa implica el que debemos mejorar nuestra experiencia en el templo. Podemos tener magníficas experiencias espirituales en el templo al hacer lo siguiente:

Primero, al entrar en el templo debemos dejar el mundo atrás, y segundo, debemos obtener mayor luz y conocimiento.

Dejar el mundo atrás. Cuando entremos en el templo debemos dejar el mundo atrás; debemos sentir cómo sería entrar en la presencia del Señor. Podríamos considerar los pensamientos y las conversaciones que tendríamos en Su santa presencia. El poder captar la visión de este momento nos ayudará a prepararnos para entrar en Su presencia y dejar el mundo atrás al entrar en el templo.

1. Pensamientos

Al acercarnos a las inmediaciones del templo, debemos hacer a un lado nuestros pensamientos triviales y concentrarnos en nuestras sagradas responsabilidades mientras servimos en la casa del Señor.

Nuestros pensamientos deben ser de naturaleza espiritual, pues debemos recordar que el Señor los conoce. Él habló a Ezequiel y le dijo: “Y las cosas que suben a vuestro espíritu, yo las he entendido” (Ezequiel 11:5).

2. Conversaciones

El Salvador nos ha dado importantes consejos concernientes a nuestras conversaciones en el templo y ha dicho: “Por consiguiente, cesad de todas vuestras conversaciones livianas, de toda risa… de todo vuestro orgullo y frivolidad…” (D. y C. 88:121).

Del mismo modo que dejamos nuestros pensamientos triviales atrás al aproximarnos a las inmediaciones del templo, también debemos dejar atrás nuestras conversaciones mundanas. Es inapropiado hablar de cuestiones de negocios, de placer o de sucesos de actualidad.

No sólo lo que hablamos en el templo es importante, sino la manera que lo hablamos. La voz que usemos para comunicarnos en todo lugar del templo debe ser siempre suave y apacible. Ésa debe ser nuestra voz en el templo.

En el templo debe guardarse silencio en los lugares donde se lleven a cabo ordenanzas sagradas, permitiéndose la comunicación necesaria para la realización de dichas ordenanzas. Esos lugares son sagrados y en ellos no se debe conversar de asuntos mundanos.

El Señor nos ha dado el siguiente consejo amoroso que nos ayudará a mejorar nuestra experiencia del templo al dejar el mundo atrás: “Y de cierto te digo que desecharás las cosas de este mundo y buscarás las de uno mejor” (D. y C. 25:10).

Tal vez sea apropiado recordar las palabras de reprensión del Señor a David Whitmer:

“Sino que tus pensamientos han estado en las cosas de la tierra más que en las que son de mí, tu Creador… y no has prestado atención a mi Espíritu…

“Por tanto, quedas a solas para consultarme por ti mismo…” (D. y C. 30:2–3).

Procura obtener mayor luz y conocimiento. El obtener mayor luz y conocimiento no es un proceso pasivo; es preciso concentrarse en las cosas del Espíritu y buscar las lecciones espirituales que se deben aprender. El Salvador aconsejó: “Y si vuestra mira está puesta Únicamente en mi gloria, vuestro cuerpo entero será lleno de luz y no habrá tinieblas en vosotros; y el cuerpo lleno de luz comprende todas las cosas” (D. y C. 88:67).

El Espíritu Santo es el maestro en el templo. Él enseña principios de significado eterno. Es durante esta instrucción que vemos la relación que existe entre lo terrenal y lo eterno. Debemos recordar que el Espíritu sólo enseña a los que son dóciles. Si entramos al templo en busca de mayor luz y conocimiento, podremos aprender algo nuevo durante nuestra experiencia en él. El Salvador prometió: “Lo que es de Dios es luz; y el que… persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto” (D. y C. 50:24).

Conclusión

Ruego que mejoremos nuestra experiencia del templo con un espíritu de reverencia, tratándolo como un lugar de pureza y santidad. Que mejoremos nuestra experiencia del templo con un espíritu de adoración, dejando atrás las cosas del mundo y buscando mayor luz y conocimiento. Si hacemos esto, el Señor nos bendecirá y estaremos preparados para vivir en Su santa presencia. De esto testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.