2000–2009
“El toque de la mano del Maestro”
Abril 2001


“El toque de la mano del Maestro”

“Todos cometemos errores… Es entonces algo natural que sintamos culpa, humillación y sufrimiento que, por nosotros mismos, no podemos curar. Entonces es cuando el poder sanador de la Expiación nos ayudará”.

Este hecho de sostener a los oficiales constituye una gran protección para la Iglesia. El Señor mandó: ”…a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi iglesia, a menos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad, y sepa la iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la iglesia”1. De esa forma, los miembros de la Iglesia, en cada una de sus organizaciones y a través de todo el mundo, saben quiénes son los verdaderos mensajeros.

Mi intención hoy es aliviar el dolor de aquellos que sufren del desagradable sentimiento de culpabilidad. Me siento como el médico que comienza su tratamiento diciendo: “Bueno, quizás esto habrá de dolerle un poquito…”

Cada uno de nosotros ha experimentado al menos un malestar de conciencia después de cometer errores.

Juan dijo que “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”2. Y luego lo expresó con mayor firmeza: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos [al Señor] mentiroso, y su palabra no está en nosotros”3.

A veces todos nosotros, y muchas veces algunos de nosotros, sufrimos el remordimiento de conciencia a raíz de haber hecho algo malo o de no haber hecho ciertas cosas. Tal sentimiento es para el espíritu lo que el dolor es para el cuerpo.

Pero la culpa puede ser más difícil de soportar que el dolor físico. El dolor físico es el método natural de precaución que nos advierte que hay algo que debemos cambiar, limpiar o atender, y quizás hasta remover mediante cirugía. La culpa, el dolor de conciencia, no se puede sanar de tal manera.

Si están agobiados con deprimentes sentimientos de culpabilidad, desaliento, fracaso o vergüenza, hay un remedio para eso. No es mi intención herir sus tiernos sentimientos, sino ayudarles y ayudar a sus seres amados. Los profetas nos enseñan cuán dolorosa puede ser la culpabilidad. Al leerles lo que ellos han dicho, prepárense para escuchar palabras muy fuertes. Y aun así, no he de leerles las cosas más fuertes que han pronunciado.

El profeta Alma, al describir sus sentimientos de culpabilidad, dijo: ”…me martirizaba un tormento eterno, porque mi alma estaba atribulada en sumo grado, y atormentada por todos mis pecados”4.

Los profetas han escogido palabras muy descriptivas.

Martirizado significa “torturado”5. En la antigüedad, era algo comÚn que se martirizara a los acusados recostándolos sobre un enrejado de cremallera con las muñecas y los tobillos amarrados de manera que pudieran ser distendidos hasta causarles un dolor insoportable.

En otros casos, para tal suplicio utilizaban una especie de rastra como la que se usa para nivelar la tierra después de ararla. Con frecuencia, las Escrituras hablan de almas y conciencias “atormentadas”por la culpabilidad6.

Atormentado significa “retorcer”, otro medio de tortura tan dolorosa que hasta los inocentes confesaban sin ser culpables7.

Los profetas hablan de “la hiel de amargura”8 y con frecuencia comparan el dolor de la culpa con el fuego y el azufre.

El rey Benjamín dijo que los malvados “serán consignados al horrendo espectáculo de su propia culpa y abominaciones, que los hará retroceder de la presencia del Señor a un estado de miseria y tormento sin fin”9.

El profeta José Smith dijo: “El hombre se atormenta y se condena a sí mismo… En la mente del hombre [o de la mujer] el tormento causado por el engaño es tan intenso como ’un lago que arde con fuego y azufre’”10.

Ese lago de fuego y azufre, cuyas llamas son inextinguibles, es la descripción que las Escrituras dan del infierno11.

Imagínense si no hubiera remedio, si no hubiera manera de aliviar el dolor espiritual ni de eliminar la agonía de la culpa; si cada error, cada pecado, se agregara a otros con atribulación, con tormento interminable. Hay demasiadas personas entre nosotros que, sin necesidad, soportan la carga de la culpabilidad y la vergüenza.

Las Escrituras nos enseñan que ”…es preciso que haya una oposición en todas las cosas”. Si no fuera así, ”…no se podría llevar a efecto la rectitud ni la iniquidad”12; no habría felicidad, ni gozo, ni redención.

El tercer Artículo de Fe nos enseña: “Creemos que por la Expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio”. La Expiación nos ofrece el ser redimidos de la muerte espiritual y del sufrimiento que los pecados causan.

Por alguna razón pensamos que la expiación de Cristo se aplica solamente al final de la vida mortal para redimirnos de la Caída, de la muerte espiritual, pero es mucho más que eso. Se trata de un poder en constante vigencia al que podemos recurrir a diario. Cuando estamos siendo atormentados, atribulados o torturados por la culpa o agobiados por las tribulaciones, él puede sanarnos. Aunque no entendamos cabalmente cómo fue realizada la expiación de Cristo, podemos, sí, experimentar “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”13.

El plan del Evangelio es “el gran plan de felicidad”14. Es contrario a la naturaleza de Dios y a la naturaleza misma del hombre encontrar la felicidad en el pecado. ”…la maldad nunca fue felicidad”15.

Sabemos que algo de la ansiedad y la depresión que sentimos resulta de ciertos desórdenes físicos, pero mucho de ello (tal vez la mayor parte) no proviene de dolores del cuerpo sino del espíritu. El dolor espiritual que la culpa ocasiona puede remplazarse con la tranquilidad de conciencia.

A diferencia de las duras palabras que condenan el pecado, escuchen las palabras tranquilizantes y sanadoras de la misericordia que atenÚan las palabras más severas de la justicia.

Alma dijo: “Mi alma ha sido redimida de la hiel de amargura, y de los lazos de iniquidad. Me hallaba en el más tenebroso abismo; mas ahora veo la maravillosa luz de Dios. Atormentaba mi alma un suplicio eterno; mas… mi alma no siente más dolor”16.

“… me acordaba de todos mis pecados e iniquidades, por causa de los cuales yo era atormentado con las penas del infierno…

“Y… mientras así me agobiaba este tormento, mientras me atribulaba el recuerdo de mis muchos pecados, he aquí, también me acordé de haber oído a mi padre profetizar al pueblo concerniente a la venida de un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo.

“Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh JesÚs, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!

“Y he aquí que cuando pensé esto, ya no me pude acordar más de mis dolores; sí, dejó de atormentarme el recuerdo de mis pecados.

“Y ¡oh qué gozo, y qué luz tan maravillosa fue la que vi! Sí, mi alma se llenó de un gozo tan profundo como lo había sido mi dolor”17.

Todos cometemos errores. A veces nos perjudicamos a nosotros mismos y ofendemos seriamente a otros de maneras que no podemos remediar a solas. Destrozamos cosas que no podemos reparar por nosotros mismos. Es entonces algo natural que sintamos culpa, humillación y sufrimiento que, por nosotros mismos, no podemos curar. Entonces es cuando el poder sanador de la Expiación nos ayudará.

El Señor dijo: ”…he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten”18.

Si Cristo no hubiera llevado a cabo Su expiación, los castigos de nuestros errores se acumularían uno sobre otro. La vida carecería de esperanza. Pero él se sacrificó voluntariamente a fin de que pudiéramos ser redimidos. Y dijo: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más”19.

Ezequiel dijo: “si el impío restituyere la prenda, devolviere lo que hubiere robado, y caminare en los estatutos de la vida, no haciendo iniquidad, vivirá ciertamente y no morirá.

“No se le recordará ninguno de sus pecados20”.

Piensen en eso, ¡ni siquiera serán recordados!

Inclusive podemos “[retener] la remisión de [nuestros] pecados”21. El bautismo por inmersión es para la remisión de nuestros pecados. Y ese convenio puede renovarse al participar cada semana de la Santa Cena22.

La Expiación tiene un valor práctico, personal y constante; aplíquenlo en su vida. Esto puede hacerse comenzando con algo tan sencillo como la oración. No es que después estarán libres de problemas o errores, sino que podrán eliminar la culpabilidad por medio del arrepentimiento y vivir en paz.

Ya he citado el tercer Artículo de Fe. Éste contiene dos partes: “Creemos que por la Expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, [y entonces menciona las condiciones] mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio”.

La justicia requiere que haya un castigo23. La culpa no se exime sin dolor. Hay leyes que obedecer y ordenanzas que recibir, y también castigos que sufrir.

El dolor físico requiere un tratamiento y un cambio en el modo de vivir.

Y así es con el dolor espiritual. Debe haber arrepentimiento y disciplina, principalmente autodisciplina. Pero a fin de restablecer nuestra inocencia después de serias transgresiones, es menester que las confesemos a nuestro obispo, quien es el juez designado.

El Señor ha prometido: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”24. Esa cirugía espiritual del corazón, tal como en el cuerpo físico, puede causarnos dolor y requerir un cambio en nuestros hábitos y nuestra conducta. Pero en ambos casos, la recuperación nos brinda una vida renovada y tranquilidad de conciencia.

Cuando los cielos fueron abiertos y el Padre y el Hijo se presentaron ante José Smith, el Padre pronunció estas palabras: “éste es mi Hijo Amado: ¡EscÚchalo!”25. Se recibió una revelación tras otra y así se organizó La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días26. El Señor mismo declaró que era “la Única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra”27.

Pedro, Santiago y Juan restauraron el sacerdocio mayor y Juan el Bautista restauró el Sacerdocio Aarónico. La plenitud del Evangelio fue revelada.

Después de las revelaciones ya recibidas y que aÚn se recibirán para Su Iglesia, todo lo que se ha impreso, predicado, cantado, edificado, enseñado o transmitido ha sido hecho a fin de que los hombres, las mujeres y los niños puedan reconocer la influencia redentora de la expiación de Cristo en su vida diaria y vivir en paz.

Él dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy”28.

Como uno de Sus Apóstoles, doy testimonio de él y del poder siempre presente de Su Expiación.

Desde aquellas excelsas palabras de justicia y misericordia y de admonición y esperanza en los versículos de las Escrituras, quiero ahora pasar a los versos de un simple poema con el mismo mensaje:

Estropeado y marcado por el tiempo,

no despertó interés en el subastador,

mas él, disimulando y sonriendo,

tomó el viejo violín y a todos lo mostró.

“¡Qué me ofrece, por este instrumento!

¡Quién va a ser el mejor postor?”, preguntó.

“Un dólar, uno. ¿Alguno ofrece dos?

¡Dos dólares! ¡Ah, alguien tres ofreció!

¡Tres dólares, tres! Por tres el violín doy…”

Entonces, un anciano de cabello gris

se acercó lentamente, el arco levantó,

quitando el polvo al vetusto violín

las cuerdas flojas con cuidado ajustó,

y una melodía dulce dejó oír

que cual son de ángeles a todos pareció.

Al morir las notas, el subastador

con grave y mesurada voz preguntó:

“Ahora, ¡cuánto dan por este violín!”

Y en alto el instrumento levantó.

“Mil dólares allí. ¿Alguien me da dos mil?

¡Dos mil, dos mil! ¿Y quién me ofrece más?

¡Ah, tres mil! ¡Por tres mil el violín se va!”

Hubo ovaciones, pero alguien preguntó:

“Y, ¿cómo puede ser? Si no valía nada,

¿por qué de pronto su valor aumentó?”

Y al punto se oyó la respuesta muy clara:

“Es que la mano de un Maestro lo tocó”.

Muchos hay que, con desafinada vida,

marcada y estropeada del pecado, al fin

a la malvada multitud se ofrecen

al más bajo precio, como el viejo violín,

por “Un plato de lentejas”, una copa de vino

o un juego de necios, al mejor postor.

“¡Se vende! ¡Se vende! ¡Y ya está vendido!”

exclama contento el subastador.

Mas viene el Maestro, y los insensatos

“No lo entiendo”, dicen, pues nadie captó

el valor de un alma y el cambio forjado

cuando la mano del Maestro la tocó.29

En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. D. y C. 42:11.

  2. 1 Juan 1:8.

  3. 1 Juan 1:10

  4. Alma 36:12; cursiva agregada.

  5. Véase Mosíah 27:29; Alma 36:12, 16–17; Mormón 9:3.

  6. Véase 2 Nefi 9:47; Alma 14:6; 15:3; 36:12, 17, 19; 39:7.

  7. Véase Mosíah 2:39; 3:25; 5:5; Moroni 8:21.

  8. Véase Alma 41:11; Hechos 8:23; Mosíah 27:29; Alma 36:18; Mormón 8:31; Moroni 8:41.

  9. Mosíah 3:25.

  10. Deseret News, 8 de julio de 1857, 138.

  11. Véase Apocalipsis 20:10; 21:8; 2 Nefi 9:16, 19, 26; 28:23; Jacob 3:11; 6:10; Mosíah 3:27; Alma 12:17; 14:14; D. y C. 63:17; 76:36.

  12. 2 Nefi 2:11.

  13. Filipenses 4:7.

  14. Alma 42:8.

  15. Alma 41:10; véase también el versículo 11.

  16. Mosíah 27:29.

  17. Alma 36:13, 17–20.

  18. D. y C. 19:16.

  19. D. y C. 58:42; véase también Hebreos 8:12; 10:17.

  20. Ezequiel 33:15–16.

  21. Mosíah 4:12; véase también 2 Nefi 25:26; 31:17; Mosíah 3:13; 4:11; 15:11; Alma 4:14; 7:6; 12:34; 13:16; Helamán 14:13; 3 Nefi 12:2; 30:2; Moroni 8:25; 10:33.

  22. Véase D. y C. 27:2.

  23. Véase Alma 42:16–22.

  24. Ezequiel 36:26.

  25. JS--H 1:17

  26. Véase D. y C. 115:4.

  27. D. y C. 1:30.

  28. Juan 14:27.

  29. Myra Brooks Welch, “The Touch of the Master’s Hand”, The Gospel Messenger, Brethren Press, 26 de feb. de 1921.