2000–2009
“Honraré a los que me honran”
Abril 2001


“Honraré a los que me honran”

Honren en la vida cuatro principios sagrados: Reverencia por la Deidad, el respeto de los lazos familiares, reverencia y obediencia a las ordenanzas y los convenios del santo sacerdocio, respeto por ustedes mismos como hijos de Dios.

Mis amados hermanos de esta magnífica hermandad del sacerdocio, acudo ante a ustedes con humildad y en oración. El dirigirles la palabra es una responsabilidad sagrada y sobrecogedora. Deseo que se me entienda y espero que cada uno de nosotros pueda reclamar la promesa del Señor que dice: “Honraré a los que me honran”1.

Doy pleno reconocimiento a los logros conseguidos por los siervos del Señor en épocas pasadas, pero creo que ustedes, jóvenes poseedores del sacerdocio y jovencitas de su misma edad son en muchos aspectos la generación más prometedora de la historia del mundo; y llego a esta conclusión por varios motivos. Cuando la hermana Faust y yo leemos las bendiciones patriarcales de nuestros nietos, descubrimos casi sin excepción que son más halagüeñas que las nuestras.

Para que puedan alcanzar todo su potencial, precisarán honrar en la vida cuatro principios sagrados, los cuales son:

  1. Reverencia por la Deidad.

  2. El respeto de los lazos familiares.

  3. Reverencia y obediencia a las ordenanzas y los convenios del santo sacerdocio.

  4. Respeto por ustedes mismos como hijos de Dios.

Esta noche debo hablar de estos cuatro grandes principios.

El primero es reverencia por la Deidad. Me siento agradecido que el Señor nos haya concedido como pueblo bendiciones temporales sin igual en la historia de la Iglesia. Se nos han dado esos recursos para hacer el bien y permitir que se agilice nuestra obra en la tierra, pero temo que por motivo de la prosperidad muchos se preocupen de lo que Daniel dio en llamar los “dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven ni oyen, ni saben”2. Éstos, naturalmente, son ídolos.

Para mostrar reverencia por lo sagrado, el amar y respetar a la Deidad es más importante que cualquier otra cosa. Durante gran parte de la historia del mundo, la humanidad ha estado inmersa en la idolatría, bien adorando a dioses falsos o interesados en la adquisición de opulencia material.

Tras la resurrección del Salvador, Pedro y algunos de los discípulos se hallaban en el mar de Tiberias. Pedro les dijo que se iba a pescar y los discípulos acordaron ir con él. Parecían haber olvidado que fueron llamados a ser pescadores de hombres. Pescaron durante toda la noche, pero no capturaron nada. Por la mañana, JesÚs, que estaba en la orilla, les dijo que echaran las redes por el costado derecho del barco, y éstas se llenaron de peces. JesÚs les dijo que trajeran el pescado, y Pedro y sus compañeros contaron hasta 153 piezas. Cuando llegaron a la orilla vieron peces preparados en una hoguera, y JesÚs les invitó a comerlos con pan. Cuando terminaron, JesÚs le dijo a Simón Pedro: “¿Me amas más que éstos”3. Pedro era un ferviente pescador, profesión que había tenido antes de que el Salvador lo llamara a ser pescador de hombres.

El requisito de que debemos amar al Señor más que a los peces, las cuentas bancarias, los automóviles, las ropas costosas, las acciones, los bonos y los certificados de depósito, o cualquier otra posesión, es total; es absoluto. El primer mandamiento que recibieron los antiguos israelitas fue: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”4. El Salvador mismo ensanchó ese mandato cuando contestó al intérprete de la ley que le preguntó cuál era el gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”5.

Con frecuencia me ofende oír a personas en pÚblico y en la televisión que con tanta indiferencia violan el mandamiento que dice: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano”6. En la sección 107 de Doctrina y Convenios se nos recuerda que “para evitar la demasiado frecuente repetición de su [santo] nombre”7, el santo sacerdocio pasó a denominarse con el nombre del gran sumo sacerdote Melquisedec. La reverencia y el respeto por las cosas sagradas manan del primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”8.

Aquellos que hemos sido comisionados con la autoridad del sacerdocio para obrar en el nombre del Salvador, precisamos respetar a Dios el Padre, a Jesucristo y al Espíritu Santo por encima de todo.

El segundo es el respeto de los lazos familiares. Este respeto debe comenzar por la reverencia al amor sagrado de una madre. Todas las madres descienden al valle de sombra de muerte cuando dan a luz para proporcionarnos la vida. Mi madre lleva muerta muchos años y echo de menos su dulce influencia en mi vida, sus consejos y su reprobación; pero más que nada extraño su amor incondicional. El anhelo de estar con ella es en ocasiones abrumador. La mayoría de nosotros podría sumarse a Abraham Lincoln cuando dijo: “Todo lo que soy o espero ser se lo debo a mi madre angelical”9. Mi madre cocinaba, cosía, remendaba y rehacía la ropa; y se privaba de cosas para que nuestro limitado presupuesto pudiera estirarse y así dar a sus hijos más oportunidades que las que ella tuvo. Pero más importante aÚn era su fe inquebrantable, la cual deseaba plantar profundamente en nuestra alma.

Hermanos, una noble paternidad nos permite vislumbrar los atributos divinos de nuestro Padre Celestial. Un padre debe ser muchas cosas. Debe magnificar su sacerdocio y ser un ejemplo de rectitud. En compañía de su esposa, debe ser la fuente de estabilidad y fortaleza de toda la familia. Debe ser el protector, el proveedor y el paladín de los miembros de su familia. Mucho del amor que tiene por sus hijos debe manar de su propio ejemplo de amor, preocupación y fidelidad por su esposa. Debe inculcar carácter en sus hijos por medio de su ejemplo inflexible.

Cuando el Élder LeGrand Richards partió para asistir a la universidad, su padre, George F. Richards, le dijo a él y a su hermano, George F., hijo: “Confío en que irán a cualquier parte que yo mismo iría”. Sus corazones rebosaron de amor y satisfacción al oír esas palabras. Tiempo después, LeGrand dijo de sus padres: “Nos educaron para ser firmes y rectos, y no podíamos hacer nada que les decepcionara”10.

Un padre nunca debe decepcionar de forma consciente a su esposa ni a sus hijos. En 1989 hubo un terremoto terrible en Armenia que acabó con la vida de 30.000 personas en cuatro minutos. Un padre consternado comenzó a buscar a su hijo de forma desesperada, y llegó a la escuela del pequeño para descubrir que había quedado reducida a escombros. Sin embargo, le impulsaba la promesa que le había hecho a su hijo: “¡No importa lo que suceda, siempre estaré contigo!”. Intentó imaginarse el sitio donde debía estar el aula de su hijo y comenzó a desescombrar ladrillo a ladrillo.

Aparecieron otras personas en el lugar, primero el jefe de los bomberos y luego el de la policía, para advertirle del peligro de incendios y de explosiones, e instarle a que dejara la bÚsqueda en manos de los equipos de emergencia. Pero él prosiguió excavando con tenacidad. La noche vino y se fue, y después de pasar treinta y ocho horas cavando, pensó haber oído la voz de su hijo. “¡Armand!”, gritó; y luego oyó: “¿Papá? ¡Soy yo! Les dije a los otros chicos que no se preocuparan, que si tÚ estabas vivo vendrías a rescatarme, y que cuando lo hicieras, los rescatarías a ellos… Quedamos 14 de 33… Cuando el edificio se derrumbó, cayó formando un hueco, como un triángulo, y nos salvó”.

“¡Sal, muchacho!”.

“¡No, papá! ¡Deja que salgan los otros chicos primero, pues sé que me sacarás! ¡No importa lo que suceda, sé que estarás conmigo!”11.

Se deben honrar todos los lazos familiares, incluso los de nuestros familiares fallecidos. El amor, la ayuda y el servicio deben fluir entre hermanos y hermanas y los familiares más cercanos.

El tercero es reverencia y obediencia a las ordenanzas y los convenios del santo sacerdocio. En la antigüedad, los que participaban en las ordenanzas del sacerdocio vestían ropas sacerdotales, y aun cuando hoy día no vestimos de esa forma, mostramos respeto al llevar ropa apropiada cuando bendecimos y repartimos la Santa Cena o damos una bendición a un enfermo.

Elí, el sacerdote, fue retirado de su posición por permitir que entrara la iniquidad en la casa del Señor, quien dijo: “Honraré a los que me honran”12. El gran poder y autoridad del sacerdocio que se nos ha confiado debe ser ejercido por aquellos que han sido autorizados y que han demostrado ser dignos de ello. Sólo de este modo serán selladas nuestras obras por el Santo Espíritu de la Promesa, y de ese modo serán honradas por el Señor13.

Honramos al Señor cuando observamos los convenios del bautismo, de la Santa Cena, del templo, y cuando santificamos el día de reposo. El Señor ha dicho: “Todos los que de entre ellos saben que su corazón es sincero y está quebrantado, y su espíritu es contrito, y están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, sí, cualquier sacrificio que yo el Señor les mandare, éstos son aceptados por mí”14.

El cuarto es respeto por ustedes mismos como hijos de Dios. Aquellos que hemos servido misiones hemos visto el milagro en las vidas de las personas a las que hemos enseñado cuando se dan cuenta de que son hijos e hijas de Dios. Hace muchos años, un Élder que sirvió en las Islas Británicas dijo al término de su servicio: “Creo que mi misión ha sido un fracaso. He trabajado todos los días y sólo he bautizado a un pobrecito muchacho irlandés. Ese es el Único al que bauticé”. Años más tarde, después de que hubo regresado a su hogar en Montana, recibió a un visitante que le preguntó: “¿Es usted el Élder que sirvió una misión en las Islas Británicas en 1873?”.

“Sí”.

El hombre prosiguió: “¿Recuerda haber dicho que su misión fue un fracaso porque sólo bautizó a un pobrecito muchacho irlandés?”.

Nuevamente dijo que sí.

El visitante extendió la mano y dijo: “Me gustaría estrecharle la mano. Me llamo Charles A. Callis, del Quórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; yo soy el pobrecito muchacho que usted bautizó en su misión”15.

Aquel joven irlandés obtuvo un conocimiento de su potencial como hijo de Dios. El Élder Callis dejó un legado duradero a su numerosa familia. Al servir como presidente de misión durante veinticinco años y en su ministerio apostólico durante trece, bendijo literalmente la vida de miles de personas. Me siento privilegiado por haber conocido a ese gran apóstol del Señor cuando yo era joven.

Si constantemente somos conscientes de las semillas de divinidad que hay en nuestro interior, podremos elevarnos por encima de los problemas y de las dificultades terrenales. Brigham Young dijo: “Cuando contemplo el rostro de seres inteligentes, veo la imagen del Dios cuyo siervo soy. No hay persona que no posea cierta porción de divinidad; y aunque estamos revestidos de un cuerpo que es a la imagen de nuestro Dios, esta condición física es inferior a la porción divina que hemos heredado de nuestro Padre”16. El ser conscientes de nuestra herencia divina ayudará a jóvenes, jovencitas y mayores a magnificar la divinidad que hay en cada uno de ellos y en cada uno de nosotros.

Todos los que deseamos ser honrados por el Señor y recibir Su bondadosa misericordia y bendiciones eternas, debemos, repito, ser obedientes a estos cuatro principios.

1. Reverencia por la Deidad.

2. El respeto de los lazos familiares.

3. Reverencia y obediencia a las ordenanzas y los convenios del santo sacerdocio.

4. Respeto por ustedes mismos como hijos de Dios.

Hermanos, ruego que el Señor nos bendiga a todos y cada uno de nosotros en este gran ejército de hombres rectos poseedores del sacerdocio. Puede que nuestra contribución individual no parezca ser tan grande, pero creo que unidos el poder del sacerdocio que poseemos es la fuerza más potente que hay hoy en la tierra para hacer el bien. Todo se ejerce bajo las llaves del sacerdocio que tiene en su poder el presidente Gordon B. Hinckley, que es el sumo sacerdote presidente en la tierra. Es mi oración que seamos obedientes a su liderazgo inspirado y sigamos su ejemplo, y que su magnífico ministerio se extienda por muchos años.

Hermanos, he tenido el privilegio, de joven y de adulto, de disfrutar del cálido y consolador manto espiritual del santo sacerdocio durante sesenta y ocho años. No puedo expresar con palabras la enorme y maravillosa influencia que ha sido para mí y para mi familia. En muchas ocasiones no he estado a la altura, pero en mi debilidad he deseado ser merecedor de esta bendición divina. Mientras haya aliento en mi boca, quiero que me vean testificar de la maravilla y gloria del Evangelio restaurado con sus llaves del sacerdocio y autoridad. Ruego seamos dignos de la promesa del Señor: “Honraré a los que me honran”. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Samuel 2:30.

  2. Daniel 5:23.

  3. Véase Juan 21:1–15.

  4. Éxodo 20:3.

  5. Marcos 12:30.

  6. Éxodo 20:7.

  7. D. y C. 107:4.

  8. Éxodo 20:3.

  9. The Home Book of Quotations, sexta edición, 1934, pág. 1350.

  10. LeGrand Richards: Beloved Apostle, Lucile Tate, 1928, pág. 28.

  11. ”Are You Going to Help Me?” Mark V. Hansen, Chicken Soup for the Soul, Jack Canfield y Mark Victor Hansen, 1993, págs. 273–274.

  12. 1 Samuel 2:30.

  13. Véase D. y C. 132:7.

  14. D. y C. 97:8.

  15. Teachings of Harold B. Lee, Clyde J. Williams, 1996, págs. 602–603.

  16. Discourses of Brigham Young, sel. John A. Widtsoe, 1941, pág. 168.