2000–2009
Su guía celestial
Abril 2001


Su guía celestial

“Si oran a menudo y buscan conocer la voluntad del Señor como lo hizo Nefi, el Señor les mostrará el camino”.

A esta altura de la vida, tal vez ustedes ya hayan pasado por la experiencia de tratar de hacer algo que parecía muy difícil y que requería más capacidad o experiencia de la que tenían. Y tal vez mientras intentaban realizar esa tarea aparentemente imposible, haya habido personas, tal vez amigos, que trataron de desanimarlas, avergonzarlas y denigrarlas. Los desafíos son diferentes para cada individuo, pero la Fuente de ayuda es la misma. Analicemos la experiencia de Nefi.

Nefi se crió en el desierto. No sabemos si había visto un barco antes de que el Señor le mandara que construyera uno, --¡una tarea aparentemente imposible!-- pero tenía fe en que el Señor lo ayudaría. Nefi dijo que el Señor le mostraba “de cuando en cuando”cómo debía construirlo (1 Nefi 18:1). Nos cuenta que no lo construyó de la manera que los hombres construyen los barcos, sino “segÚn el modo”que le había mostrado el Señor (1 Nefi 18:2), y luego nos dice cómo lo hizo. “Y yo, Nefi… oraba al Señor; por lo que el Señor me manifestó grandes cosas” (1 Nefi 18:3).

Si oran a menudo y buscan conocer la voluntad del Señor como lo hizo Nefi, el Señor les mostrará el camino. Pero con toda seguridad, cuando más se esfuercen por obedecer, se enfrentarán a la fuerte oposición de quienes deseen desanimarlas y disuadirlas. Los disidentes de Nefi eran sus propios hermanos. ¡Qué difícil situación!

Tal vez haya momentos en que ustedes, mujeres jóvenes, sientan que están pasando por una experiencia como la de Nefi. El Señor no les ha pedido que construyan un barco, sino que construyan su vida. Todavía no saben qué aspecto tomará su vida mortal una vez completa, pero su Padre Celestial sí lo sabe y puede guiarlas paso a paso. Les pide que edifiquen su vida de acuerdo con Sus pautas porque él es quien las creó y desea que estén listas para volver a Su presencia algÚn día. Tal como Nefi, ustedes tal vez tengan detractores y disidentes que desean que cambien su curso o que por lo menos retrasen su progreso.

Pero ustedes tienen acceso al mismo sistema de comunicación que Nefi usó. Mucho antes del correo electrónico y del fax, de los teléfonos celulares y de las antenas parabólicas, de las computadoras y de Internet, ya existía la comunicación con nuestro Padre Celestial. Antecede a todo tipo de invención actual para el beneficio de la comunicación y su poder se extiende a través del cosmos.

Nuestro Padre Celestial les ha dado el don del Espíritu Santo para que las ayude cuando busquen Su ayuda de todo corazón. Tal como Nefi, ustedes pueden saber qué hacer para construir su vida de acuerdo con el plan del Señor. Busquen su poder para que las ayude a abrirse paso a través de los desafíos de la vida terrenal hasta que lleguen a salvo al hogar celestial.

No se necesita equipo especial ni experiencia, posición social ni dinero para que el Espíritu Santo las guíe. La próxima vez que renueven sus convenios bautismales al tomar la Santa Cena, pongan atención a la promesa: si recuerdan siempre al Salvador y guardan Sus mandamientos, tendrán Su Espíritu con ustedes (véase D. y C. 20:77, 79). ¡Piensen en eso! Con tan magnífico don, ¿por qué querríamos resistir tal guía?

Mientras nuestra hija menor practicaba piano, le sugerí que tocara la misma pieza cinco veces más para que estuviera preparada para su lección.

Ella dijo: “No, mami. Cinco veces es demasiado”.

Yo le dije: “Entonces tÚ decide cuántas veces necesitas tocarla”.

Respondió: “No. Elige tÚ, pero no me digas que cinco”.

¿Nos comportamos así a veces cuando el Espíritu nos indica que hagamos algo que no nos parece fácil, cómodo o popular? ¿Le pedimos que nos diga algo diferente y le decimos que queremos ser obedientes pero que queremos que nos diga algo más fácil o más divertido? El tratar de complacernos a nosotros mismos puede ser algo muy peligroso.

Recuerdo cuando tenía la edad de ustedes y deseaba que el Espíritu me dijera algo diferente. Me crié en un pueblo pequeño de Canadá. Cuando me gradué de secundaria éramos sólo diez, de modo que se podría decir que me contaba entre los primeros diez alumnos más destacados de todo el grupo de graduados. Una noche, mi hermana Shirley y yo íbamos a asistir a la misma fiesta en casa de una amiga. Mamá y papá nos recordaron que volviéramos a casa inmediatamente después de la fiesta. Shirley era un año menor que yo y se fue con su grupo de amigas y yo con el mío. Después de la fiesta, Shirley se fue directo a casa, lo que le indicaría a mamá y a papá que la fiesta había terminado. Pero yo no fui tan prudente. Con mi grupo de amigas nos fuimos a visitar lugares entretenidos del pueblo: ¡los elevadores del molino y el cementerio!

Conforme pasaban las horas, sentía con mayor intensidad que debía irme a casa. Pero, ¿cómo iba a ser yo la primera en decir: “Tengo que irme a casa”? M quedé con mis amigas riendo y fingiendo estar pasándolo bien. La sensación de que debía irme a casa continuó haciéndose cada vez más fuerte, hasta que de modo jocoso les dije a mis amigas: “Si ven un auto azul más adelante, es mi papá que me está buscando”. En cuanto pronuncié esas palabras vi un auto azul y a mi papá de pie en el medio del camino (no había mucho tráfico) haciendo señas con las manos para que nos detuviéramos. Entonces se dirigió hacia la puerta del vehículo y cuando la abrió me dijo con calma: “Sharon, es mejor que vengas a casa conmigo”. ¡Quería esconderme bajo los tapetes del auto y no volver a salir! ¿Cómo podría ser mi papá tan cruel e insensible y por qué mi hermana no esperó fuera de la casa para que mamá y papá no se dieran cuenta a qué hora había terminado la fiesta? Hace poco le hablé a mi hermana de eso y me dijo: “Esperé afuera hasta que casi me congelé”. En ese entonces estaba totalmente segura de que la humillación que había sentido frente a mis amigas era culpa de todos los demás.

A través del lente del tiempo y de la realidad, puedo ver más claramente lo que en verdad sucedió. Una voz quieta y apacible y no una legión de ángeles y ni siquiera un ángel, me susurró y me advirtió varias veces. De hecho, fue sólo una sensación. Fue tan sutil, tan callada, que fácilmente se habría podido descartar y aparentar que no era real, ¡pero mis amigos sí lo eran!

No había cumplido con algo que se esperaba de mí. Había preferido ser popular ante mis amigas en vez de complacer a mis padres y al Señor. Pero a pesar de que a propósito preferí no obedecer, el Espíritu estuvo allí, dándome sus impresiones. No es posible hacer el mal y sentirse bien. El hacer de cuenta que el Espíritu no está dándonos una impresión cuando sí está haciéndolo, es como escribir la respuesta equivocada en un examen cuando uno sabe la respuesta correcta.

Tal vez haya momentos en que para el Espíritu sea difícil ayudarles porque ustedes no piden su ayuda al orar o tal vez porque no estén escuchando, o quizás porque el mensaje no puede pasar a través del estruendo de la mÚsica, de la radio o del video.

Kirstin nos dice: “Por experiencia personal, sé que si escuchamos al Espíritu, la vida no nos será tan complicada ni estará tan llena de tentaciones” (carta en el archivo de la oficina de las Mujeres Jóvenes). Lamán y Lemuel se negaron tantas veces a escuchar que “no [pudieron] sentir”esas impresiones sagradas (1 Nefi 17:45).

Pueden preguntarse a sí mismas: “¿Cómo puedo saber si es el Espíritu el que me está enseñando y no mis emociones o circunstancias?”. Piensen en alguna ocasión en que estén seguras que sintieron el Espíritu del Señor. Tal vez haya sido durante la reunión de testimonios de un campamento o mientras estaban con la familia y ustedes leían las Escrituras y oraban. Tal vez, durante esta reunión, mientras escuchen la mÚsica o al Profeta, sentirán ese calor en el pecho. Ese es el Espíritu Santo que les está testificando. Recuerden, recuerden la sensación del Espíritu y utilicen esa experiencia para definirlo una y otra vez.

El Espíritu Santo les enseñará de diferentes maneras en diferentes ocasiones. Nefi tuvo que aprender eso. Aprendan a reconocer la forma en que el Señor se comunica con ustedes. Amanda nos dice: “Un día estaba en seminario, escuchando el ’Discurso sobre el Plan de Salvación’ que había escuchado un millón de veces, cuando de sÚbito, todo comenzó a tener sentido y pude ver cómo todo encajaba en su lugar. Pude sentir verdaderamente el Espíritu Santo y supe que todo lo del Evangelio era verdad” (carta).

Hay momentos en que la impresión del Espíritu no es más que una sensación de incomodidad. Una jovencita nos dijo: “Sentí una sensación extraña en el estómago y algo que me inducía a decir no y que me alejara”. Carolani estaba pasando por problemas especialmente difíciles; ella nos dice: “Me pregunté: ’¿Qué querría mi Padre Celestial que hiciera?’. Sentí la impresión de leer mi bendición patriarcal y así lo hice. Lloré de gozo al saber que alguien me amaba y que valía algo” (carta).

Mujeres jóvenes, a ustedes se les ama y ustedes lo valen todo, aÚn la vida del Salvador. Vi una manifestación de este amor en una pequeña rama de Columbia Británica, Canadá. Nos reunimos en una pequeña casa durante una conferencia de rama, y en la planta baja para la reunión de Mujeres Jóvenes. En la pared estaba el póster del lema y sobre una pequeña mesa rodeada de cuatro sillas, un mantel de encaje y flores. Se encontraban presentes la presidenta de las Mujeres Jóvenes de la rama, la presidenta de las Mujeres Jóvenes de la estaca, una oficial de la mesa general de la organización y una jovencita llamada Hawley. También se encontraban presentes la influencia y el poder del Espíritu Santo. En ese mismo instante aprendí una lección: que el Señor se preocupa tanto por una preciada jovencita como lo hace por las miles de todas ustedes.

Lo más importante para nuestro Padre Celestial son Sus hijos. Si es importante para ustedes, es importante para él. Cualquier preocupación que tengan ustedes es preocupación de él. Cualquiera sea la duda que tengan, el Señor tiene la respuesta. Cualquier tristeza por la que estén pasando, él sabe cómo se sienten y aliviará el dolor. Él sabe lo que es sentirse completamente solo. Él les brindará consuelo.

Si mi Padre Celestial me conocía a mí, que vivía en un pequeño pueblo que rara vez aparecía en los mapas, las conoce a ustedes. Si él conoce a una jovencita de una alejada rama de Columbia Británica, las conoce a ustedes, dondequiera que estén. He aprendido esa verdad por mí misma y les dejo este testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.