2000–2009
¿No somos todas madres?
Octubre 2001


¿No somos todas madres?

“La maternidad es más que dar a luz hijos. Se trata de la esencia de quiénes somos como mujeres“.

Este verano, cuatro sobrinas y yo compartimos una tensa tarde de domingo cuando nos dirigíamos desde un hotel, situado en el centro de la ciudad que estábamos visitando, hacia una capilla cercana donde yo tenía que hablar. Yo había realizado ese trayecto varias veces, pero aquella tarde nos encontramos repentinamente en medio de un nutrido grupo de personas bebidas que acababan de presenciar un desfile. Aquél no era el mejor lugar para cuatro jovencitas ni para la tía de éstas; pero con las calles cerradas al tránsito no teníamos más opción que seguir caminando. Por encima del griterío alcancé a decir a las chicas: “No se alejen de a mí“. Mientras nos abríamos paso entre el gentío, lo único que me preocupaba era la seguridad de mis sobrinas.

Por fin llegamos a la capilla, pero durante una hora, comprendí lo que deben sentir las madres que hacen a un lado su seguridad personal para proteger a un hijo. Mis hermanas me habían confiado a sus hijas, a las cuales amo, y habría hecho cualquier cosa para guiarlas a lugar seguro. De igual modo, nuestro Padre ha confiadoSushijos a nosotras, las mujeres, y nos ha pedido que los amemos y los guiemos de regreso a casa, protegiéndolos de los peligros de la vida terrenal.

Amoryguía. Estas palabras resumen no sólo la extraordinaria tarea del Padre y del Hijo, sino la esencia de nuestra labor, que es la de ayudar al Señor en Su obra. ¿De qué manera podemos ayudar mejor al Señor en Su obra las mujeres piadosas de los últimos días?

Los profetas han dado respuesta a esa pregunta en repetidas ocasiones, como hizo la Primera Presidencia hace seis décadas, cuando llamó a la maternidad “el servicio más sublime y más sagrado… asumido por la humanidad“1.

¿Se han preguntado alguna vez por qué los profetas han enseñado la doctrina de la maternidad —yesdoctrina— una y otra vez? Yo sí. He reflexionado mucho en la obra de las mujeres de Dios. He luchado por saber qué significado tiene la doctrina de la maternidad paratodasnosotras. Eso me ha llevado a arrodillarme, me ha conducido a las Escrituras y al templo, donde seenseña la enaltecedora doctrina sobre nuestra función más importante como mujeres. Es una doctrina que debe quedar clara si esperamos ser “firmes e inmutables“2con respecto a los asuntos de debate que giran de continuo en torno a la mujer, pues Satanás ha declarado la guerra a la maternidad. él sabe que las que mecen la cuna pueden acabar con su imperio terrenal, y sabe también que si no hay madres rectas que amen y guíen a la nueva generación, el reino de Dios se vendrá abajo.

Cuando llegamos a comprender la gran importancia de la maternidad, se hace evidente por qué los profetas han sido tan protectores con la función más sagrada de la mujer. Aunque solemos equiparar exclusivamente la maternidad con el tener hijos, según la emplea el Señor, la palabramadretiene diversos significados. De entre todas las palabras que pudieron haber utilizado para definir su función y su esencia, tanto Dios el Padre como Adán llamaron a Eva “la madre de todos los vivientes“3, y lo hicieronantesde que tuviera hijo alguno. Al igual que Eva, nuestra maternidad se inició antes de nacer. Así como los varones justos fueron preordenados para recibir el sacerdocio en la vida terrenal4, las mujeres justas fueron dotadas en la existencia preterrenal del privilegio de la maternidad5. La maternidad es más que dar a luz hijos. Se trata de la esencia de quiénes somos como mujeres. Define nuestra identidad, nuestra estatura y naturaleza divinas, así como los rasgos exclusivos que nos ha dado nuestro Padre.

El presidente Gordon B. Hinckley dijo que “Dios plantó en cada mujer algo divino“6. Ese algo es el don y los dones de la maternidad. El élder Matthew Cowley enseñó que “los hombres precisan recibir algo [en esta vida] que los convierta en salvadores de hombres, pero no así las madres, no las mujeres. [Ellas] nacen con el derecho y la autoridad inherentes de ser salvadoras de almas humanas… y constituir la fuerza regeneradora en la vida de los hijos de Dios“7.

La maternidad no es un resto de lo que quedó después de que nuestro Padre Celestial bendijera a Sus hijos con la ordenación al sacerdocio. Era el atributo más enaltecedor que podía conceder a Sus hijas, una confianza sagrada que dio a la mujer una función sin precedentes a la hora de ayudar a Sus hijos a guardar su segundo estado. Como dijo el presidente J. Reuben Clark, hijo, la maternidad “es de origen divino y eternamente tan importante en el lugar que ocupa como lo es el sacerdocio mismo“8.

No obstante, el asunto de la maternidad es bastante delicado, pues evoca algunas de nuestras mayores dichas y de nuestros más grandes pesares como mujeres. Esto ha sido así desde el principio. Eva se “regocijó“ tras la Caída al darse cuenta de que, de no haber ocurrido así, “nunca habríamos tenido posteridad“9. Y pese a ello, imaginen su angustia con lo sucedido entre Caín y Abel. Algunas madres padecen por causa de los hijos que han tenido; otras sufren por no haber tenido hijos en esta vida. El élder John A. Widtsoe fue muy claro al respecto: “Las mujeres que, sin culpa alguna de su parte, no pueden ejercer el don de la maternidad, pueden hacerlo de forma vicaria“10.

Por motivos que el Señor conoce, a algunas mujeres se les requiere esperar a tener hijos. Ese retraso puede resultar incómodo a cualquier mujer recta; pero el horario que el Señor dispone para cada una de nosotras no anula nuestra naturaleza. Por lo tanto, algunas simplemente debemos buscar otras formas de ser madres, y todos los que están a nuestro alrededor son los que necesitan ser amados y guiados.

Eva dio el ejemplo. Además de dar a luz hijos, fue la madre de toda la humanidad cuando tomó la decisión más valiente que mujer alguna haya tomado jamás, y junto con Adán, abrió el camino para nuestro progreso. Dio el ejemplo como mujer que los hombres deben respetar y las mujeres deben seguir, al destacar las características de que se nos ha dotado como mujeres: una fe heroica, una intensa sensibilidad al Espíritu, el aborrecimiento de lo malo y una abnegación absoluta. Al igual que el Salvador, “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz“11, Eva, por el gozo de contribuir al inicio de la familia humana, sufrió la Caída. Ella nos amaba lo bastante como para guiarnos.

Como hijas de nuestro Padre Celestial, y como hijas de Eva, todas somos madres y siempre lo hemos sido. Cada una tiene la responsabilidad de amar y guiar a la nueva generación. ¿Cómo aprenderán nuestras jóvenes a vivir como hijas de Dios si no ven lo que visten, ven y leen las mujeres de Dios; en qué pasamos el tiempo y enfrascamos nuestras mentes; cómo hacemos frente a la tentación y a la incertidumbre; dónde hallamos el verdadero regocijo, y por qué la modestia y la feminidad son características de la mujer recta? ¿Cómo aprenderán nuestros jovencitos a apreciar a las mujeres de Dios si no les mostramos la virtud de nuestras virtudes?

Cada una de nosotras tiene la importante obligación de ser ejemplo de mujer recta, pues nuestros jóvenes pueden no verlo en ninguna otra parte. Cada hermana de la Sociedad de Socorro, que es la comunidad de mujeres más importante en este lado del velo, tiene el deber de ayudar a nuestras mujeres jóvenes a que su transición a la Sociedad de Socorro sea feliz. Eso significa que nuestra amistad con ellas debe empezar mucho antes de que cumplan dieciocho años. Cada una puede ser como una madre de alguien, comenzando por nuestra propia familia y extendiéndose mucho más allá. Cada una puede mostrar con palabras y hechos que la obra de las mujeres en el reino del Señor es magnífica y santa. Repito:Todas somos madres en Israely nuestro llamamiento es amar y guiar a la nueva generación por entre las peligrosas calles de la vida terrenal.

Pocas de nosotras alcanzaremos nuestro potencial sin el cuidadoso influjo de la madre que nos dio a luz y de las madres que nos enseñan con paciencia y amor. Hace poco me emocionó el ver por primera vez en años a una de mis líderes de cuando era joven. Cuando era adolescente y carecía totalmente de confianza en mí misma, siempre me mantenía cerca de ella porque me rodeaba con su brazo y me decía: “¡Eres la mejor!“. Me amaba y, por eso, yo la dejaba guiarme. ¿Cuántos jovencitos y cuántas jóvenes anhelan desesperadamente el amor y el liderazgo deustedes? ¿Somos plenamente conscientes de que nuestra influencia como madres en Israel es irreemplazable y eterna?

Cuando era niña, no era raro que mi madre me despertara a la medianoche y me dijera: “Sheri, toma la almohada y vete abajo“. Sabía lo que quería decir. Significaba que se acercaba un tornado y yo me llenaba de miedo. Pero entonces, mi madre me decía: “Sheri, todo va a ir bien“. Sus palabras siempre me calmaban. Hoy, décadas más tarde, cuando la vida parece abrumadora o atemorizante, llamo a mi madre para que me diga: “Sheri, todo va a ir bien“.

Los recientes sucesos horrorosos acaecidos en los Estados Unidos han puesto en evidencia el hecho de que vivimos en un mundo de incertidumbre. Nunca ha existido una mayor necesidad de madres rectas, madres que bendigan a sus hijos con un sentimiento de seguridad y confianza en el futuro, madres que enseñen a sus hijos dónde pueden hallar paz y verdad y que el poder de Jesucristo es siempre más fuerte que el poder del adversario. Cada vez que edificamos la fe o reforzamos la nobleza de una jovencita o de un joven, cada vez que amamos o guiamos a alguien aunque sólo se trate de un pequeño paso en el camino, estamos siendo fieles a nuestro atributo de madres y, al hacerlo, edificamos el reino de Dios. Ninguna mujer que entienda el Evangelio pensará jamás que existe otra labor más importante ni dirá: “Soy tansólouna madre“, puesto que las madres sanan el alma de las personas.

Miren a su alrededor. ¿Quién necesita de ustedes y de su influencia? Si en verdad queremos ejercer una influencia, lo lograremos al ser madres de aquellos a quienes hayamos dado a luz y a quienes estemos dispuestas a enseñar con paciencia y amor. Si permanecemos cerca de nuestros jóvenes, es decir, si losamamos, en la mayoría de los casos se quedarán a nuestro lado, es decir, permitirán que losguiemos.

Como madres en Israel, nosotras somos el arma secreta del Señor. Nuestra influencia procede del atributo divino que hemos recibido desde el principio. En el mundo premortal, cuando nuestro Padre describió nuestra función, me pregunto si no nos habremos quedado asombradas de que él nos bendijera con una responsabilidad sagrada tan importante para Su plan, y de que nos dotase de atributos tan vitales para amar y guiar a Sus hijos. Me pregunto si no nos habremos regocijado12al menos en parte debido a la enaltecedora importancia que nos él concedió en Su reino. El mundo no les dirá eso, pero el Espíritu sí lo hará.

Simplemente no podemos decepcionar al Señor. Y si llega el día en que seamos las únicas mujeres sobre la faz de la tierra que consideren la maternidad como algo noble y divino, que así sea, puesto quemadrees la palabra que definirá a la mujer recta hecha perfecta en el grado más alto del reino celestial, la mujer que se haya hecho merecedora de tener aumento eterno traducido en posteridad, sabiduría, dicha e influencia.

Sé, con absoluta certeza, que estas doctrinas sobre nuestra función divina son verdaderas, y que cuando se entienden brindan paz y sentido a toda mujer. Mis queridas hermanas, a quienes amo más de lo que me es posible expresar, ¿aceptarán el reto de ser madres en estos tiempos peligrosos, aunque al hacerlo sean probadas hasta la última gota de su perseverancia, su valor y su fe? ¿Permanecerán firmes e inmutables como madres en Israel y como mujeres de Dios? Nuestro Padre y Su Hijo Unigénito nos han dado una mayordomía sagrada y una corona santa en Su reino. Ruego que nos regocijemos en ello y que seamos dignas de Su confianza. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. “The Message of the First Presidency of the Church“,Improvement Era, noviembre de 1942, pág. 761.

  2. Mosíah 5:15.

  3. Moisés 4:26.

  4. Véase Alma 13:2 –4, 7 –8.

  5. Véase Spencer W. Kimball, “The Role of Righteous Women“,Ensign,noviembre de 1979, pág. 102.

  6. Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 387.

  7. Matthew Cowley Speaks, 1954,pág. 109.

  8. “Our Wives and Our Mothers in the Eternal Plan“,Relief Society Magazine,diciembre de 1946, pág. 801.

  9. Moisés 5:11.

  10. Priesthood and Church Government,comp. John A. Widtsoe, 1939, pág. 85.

  11. Hebreos 12:2.

  12. Véase Job 38:7.