2000–2009
El plan de nuestro Padre
Octubre 2001


El plan de nuestro Padre

“El deseo [de nuestro] Padre es proporcionarnos a todos la oportunidad de recibir una plenitud de gozo, incluso la plenitud que él posee“.

En una revelación dada al profeta José Smith un día de junio de 1830, se nos da a conocer el manifiesto propósito de nuestro Padre Celestial: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre“1. De acuerdo con esa declaración, el deseo del Padre es proporcionarnos a todos la oportunidad de recibir una plenitud de gozo, incluso la plenitud que él posee en Su estado perfecto y glorificado2.

Durante estos trascendentalesúltimos días, declaramos que Dios nuestro Padre Eterno vive. Testificamos que existimos en Su presencia antes de esta vida, como Sus hijos espirituales. Durante nuestra existencia preterrenal, recibimos instrucción bajo condiciones que nos proporcionaron la oportunidad de desarrollar nuestros talentos y aptitudes. En esa bendita morada preterrenal, se nos permitió “escoger el bien o el mal“. Alma declara que escogimos el bien al ejercer una “fe… grande“ y llevar a cabo “buenas obras“. De ese modo, guardamos nuestro primer estado, mientras que nuestro Padre, a su vez, nos preordenó para recibir ciertos privilegios en esta vida3.

Del mismo modo, las revelaciones de los últimos días revelan que nuestro Padre Celestial creó un gran plan de felicidad para todos Sus hijos espirituales que hubieran guardado su primer estado4. En él, se incluía la posibilidad de que algún día podríamos llegar a ser como nuestro Padre Celestial y poseer todos los atributos y derechos que él ahora disfruta. El apóstol Pedro recordó a los santos que “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por [el] divino poder“ de nuestro Señor, “para que por ellas [lleguemos] a ser participantes de la naturaleza divina…“5. La declaración de Pedro podría parecer audaz y admitimos que llevaría toda una vida, y aún más, para lograrla; de todas formas, su afirmación encuentra eco en el mandamiento del Salvador: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto“6.

El plan del Padre también requería que todos los que guardasen su primer estado fuesen probados en un segundo estado o estado mortal. En ese ambiente, se nos requiere que actuemos por nosotros y nos probemos a nosotros mismos y a Dios para ver si guardaremos todos Sus mandamientos y venceremos el pecado y la oposición7.

Desde la caída de Adán, y debido a la naturaleza terrenal de la humanidad, el hombre desarrolló la predisposición de violar las leyes de Dios y de ese modo quedar esclavizado a las demandas de la justicia. No obstante, en virtud de la presciencia de nuestro Padre Celestial y mediante el gran plan de felicidad, él concibió el plan de misericordia, el cual proporcionaba la vía para apaciguar las demandas exactas de la justicia por medio de una Expiación infinita.8

Jesucristo, como el Escogido del Padre desde el principio9, poseía todos los atributos y requisitos necesarios para equilibrar las leyes de la justicia y de la misericordia por medio de Su expiación10.

El rey Benjamín enseñó que la Expiación permite al hombre despojarse del hombre natural y someterse al influjo del Espíritu Santo11. Por consiguiente, testificamos que todos los que vengan a Cristo y obedezcan las leyes y ordenanzas del Evangelio pueden ejercer la fe suficiente para obtener “salvación sin fin, y vida eterna“12.

Testificamos también que la obediencia a todas las condiciones del gran plan de felicidad, después de la Gran Apostasía, no fueron posibles hasta que nuestro Padre Celestial y Su Hijo, Jesucristo, restauraron el Evangelio por medio del profeta José Smith13.

Nuestro amado profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, declaró: “…el relato que hizo el profeta José de esos sucesos es verdadero, de que aquí el Padre dio testimonio de la divinidad de Su Hijo, de que el Hijo instruyó al joven profeta, y de que siguió una serie de acontecimientos que llevaron a la organización de la ’única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra’“14.

El guardar el segundo estado es el deseo ferviente de todos los fieles. Pero no estamos solos para encontrar nuestro camino de regreso; el Señor ha establecido Su reino sobre la tierra donde los elegidos de Dios se puedan congregar.

Bajo Su amoroso cuidado, el Señor nos ha proporcionado todos los recursos esenciales necesarios para seguir adelante a través de las muchas dificultades que el diablo pone en nuestro camino15.

Esos recursos indispensables incluyen las ordenanzas y los convenios del Evangelio en los cuales se manifiesta el poder de la Expiación16. También poseemos las Santas Escrituras que nos proporcionan la norma para discernir la verdad del error17.

Lo que es más importante, es que vivimos en una época bendita en la que el Señor ha puesto entre nosotros a Sus atalayas, los apóstoles y profetas vivientes; ellos poseen todas las llaves y la autoridad necesarias que son esenciales para administrar las ordenanzas de salvación y exaltación18.

Y, sobre todo, al bautizarnos como miembros de la Iglesia de Cristo, tenemos el incomparable don del Espíritu Santo. El Salvador, en la víspera de Su sufrimiento por nuestros pecados, dijo a Sus discípulos: “el Espíritu… os guiará a toda la verdad“19.

Juan el Revelador, en su visión celestial, vio el cumplimiento del plan de nuestro Padre y registró la condición de quienes han salido de la gran tribulación y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Vio a los que, habiendo vencido al mundo, estaban delante del trono de Dios y le servían a él en Su templo. El Señor estaba en medio de ellos, mientras que los fieles ya no tenían hambre ni sed, y Dios enjugaba las lágrimas de los ojos de ellos20.

No debemos temer, sino seguir con fe el gran plan de felicidad de nuestro Padre Celestial. Nuestro llamado a todos es para venir y recibir la gracia y la misericordia del Señor, porque él es poderoso para salvar y ¡nunca nos abandonará!21

Que el Señor nos bendiga en esta gran obra, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Moisés 1:39.

  2. Véase Moisés 7:67; D. y C. 76:69 –70.

  3. Véase Alma 13:3 –13; 1 Pedro 1:20.

  4. Alma 42:8.

  5. 2 Pedro 1:3 –4.

  6. Mateo 5:48; véase también 3 Nefi 12:48.

  7. Mateo 7:21; Apocalipsis 3:21;D. y C. 98:14 –15.

  8. Véase Ama 42:15.

  9. Véase Moisés 4:2.

  10. Doctrina del Evangelio, Manual del alumno, Religión 231 –232,pág. 26.

  11. Véase Mosíah 3:19.

  12. Mosíah 5:15; véase también Moroni 10:32.

  13. Véase 1 Nefi 11:13 –36; 2 Nefi 3:5 –11.

  14. D. y C. 1:30; “Testigos especiales de Cristo“,Liahona,abril de 2001,pág. 24.

  15. Véase Moisés 4:3 –4; D. y C. 93:39.

  16. Véase Juan 3:5; Mosíah 5:1 –2;D. y C. 76:50 –54.

  17. Véase Alma 4:19; 31:5.

  18. Véase Mateo 10:1 –15; D. y C. 1:14 –15; 21:1 –8.

  19. Juan 16:13.

  20. Apocalipsis 7:14 –17.

  21. Véase Deuteronomio 7:7 –18.