2000–2009
Seamos enseñables
Abril 2002


Seamos enseñables

“Al ser enseñables, ponemos en marcha toda la fuerza y las bendiciones de la Expiación en nuestra vida”.

A los verdaderos discípulos del Maestro se les puede enseñar con facilidad. En breves palabras, Abraham nos da una idea de la razón por la que fue tan inmensamente bendecido. Había vivido “…anhelando recibir instrucciones y guardar los mandamientos de Dios”1. El anhelar recibir instrucciones es más que estar dispuesto a escuchar, porque cuando nuestro anhelo de recibir instrucciones es más poderoso que la comodidad de permanecer en la misma condición, llegamos a ser enseñables.

El presidente Brigham Young enseñó que nuestro “primer y primordial deber [consiste en] buscar al Señor hasta que podamos abrir una vía de comunicación desde Dios a nuestra propia alma”2. Poco después de su muerte, el profeta José Smith se apareció en un sueño a Brigham Young y le dio algunas instrucciones: “Diga a la gente que sea humilde y fiel y se asegure de conservar el espíritu del Señor, el cual le guiará con justicia. Que tengan cuidado y no se alejen de la voz apacible; ésta les enseñará lo que deben hacer y adónde ir; les proveerá los frutos del Reino…”3 .

¿Cómo podemos encender en nuestra vida este poder de instrucción divina? Primeramente, debemos estar dispuestos a recibir instrucción. Si bien hay muchos que por naturaleza tienen hambre y sed de justicia, otros tal vez sean obligados a ser humildes4. En vez de seguir instrucciones o de cambiar, algunos de nosotros sencillamente preferiríamos cambiar las reglas. Sin duda Naamán quería deshacerse de su carne leprosa, pero se alejó lleno de ira cuando el mensajero del profeta le dijo que simplemente se lavara siete veces en el río Jordán. Era un inconveniente, algo trivial, y pensaba que los ríos de su país eran mejores que el Jordán. Pero su lepra fue sanada al escuchar a sus siervos; cambió su manera de pensar e hizo “…conforme a la palabra del varón de Dios”5. De manera espectacular se le mostró que había un profeta y un Dios en Israel. Nosotros, también, debemos darnos cuenta de que Dios tiene leyes6 que gobiernan y que Su sabiduría es más grande que la nuestra. Incluso Moisés, después de ver la majestad y la obra de Dios, dijo: “…el hombre no es nada, cosa que yo nunca me había imaginado”7.

Segundo, debemos cultivar una actitud y un espíritu apropiados. Eso se logra al meditar con espíritu de oración y al esforzarse en el espíritu8. Esta obra requiere gran esfuerzo; en ella se incluyen los pasos sumamente activos del buscar, dar oídos a las Escrituras y estudiarlas. Nuestro corazón se enternece si nos humillamos y dejamos de lado el orgullo, y entonces podemos centrar la atención en los consejos y las instrucciones celestiales. El padre de Lamoni, el poderoso rey lamanita, realizó precisamente ese cambio en su foco de atención, incluso postrándose hasta el polvo a fin de demostrar su gran deseo de conocer a Dios. Él declaró: “…abandonaré todos mis pecados para conocerte, y para que sea levantado de entre los muertos y sea salvo en el postrer día”9.

Tercero, debemos ser obedientes a las instrucciones que recibamos. Alma dijo: “…[experimenta] con mis palabras, y [ejercita] un poco de fe…”10. Nefi dijo sencillamente: “Iré y haré…”11. Qué maravillosa actitud de sumisión y obediencia al aceptar el consejo de su padre de obtener las planchas de bronce, cuando se le dijo dónde debía cazar y cómo construir un barco12. En cada caso, él obró con confianza, yendo adelante “sin saber de antemano”13 lo que debía hacer o las consecuencias que resultarían. Pero ya que somos libres de tomar nuestras decisiones, la vida a veces puede ser una jornada difícil en la que tenemos que aplicar nuestro corazón y nuestra mente a las verdades de Dios. No obstante, como dijo el presidente Thomas S. Monson: “El Señor espera nuestro razonamiento; nuestra acción; nuestro trabajo”14.

El llegar a ser enseñables es un proceso en el que se aprende línea por línea. En este proceso, convertimos pensamientos y sentimientos en acciones. ¡Qué grande recompensa nos aguarda al ejercitar nuestra fe cuando abrimos una vía de comunicación con el Señor! El Señor dijo: “…benditos son aquellos que escuchan mis preceptos y prestan atención a mis consejos, porque aprenderán sabiduría”15. Y también dijo: “Y todo aquel que escucha la voz del Espíritu, viene a Dios, sí, el Padre”16.

Hace algunos años, recuerdo haberle preguntado a mi suegro, un hombre de mucha experiencia como obispo, en cuanto a una pequeña tarjeta que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa. Respondió que a veces acudían a él impresiones o ideas; entonces sacaba la tarjeta y anotaba esos sentimientos. Luego, trataba de hacer algo en cuanto a ellos, lo más pronto posible. Produce sentimientos de humildad el pensar que la voz apacible y delicada siempre está a nuestro alcance para enseñarnos lo que debemos hacer y a dónde ir. El Señor nos dice que cuando se hace caso a los susurros del Espíritu, a menudo se conceden más; si no los seguimos, con el tiempo serán cada vez menos.

Como resultado del ser dóciles para la enseñanza, obtenemos un testimonio aún mayor del interés que nuestro Padre Celestial tiene por nosotros; obtenemos la seguridad y la certeza de que nuestro curso en la vida está en armonía con Su voluntad17; incluso tenemos razones para ser buenos, razones para ser morales y razones para cambiar nuestra conducta. Al ser enseñables, ponemos en marcha toda la fuerza y las bendiciones de la Expiación en nuestra vida; nos volvemos sensibles a la inspiración del Santo Espíritu a fin de que los principios de rectitud que han enseñado los profetas y las verdades de la tierra puedan arraigar a Cristo en nuestra vida18. Nos convertimos en Sus verdaderos discípulos.

Si amamos esas verdades con todo nuestro corazón, se desarrollará una afinidad entre nosotros y la Fuente misma de la verdad: “Porque la inteligencia se allega a la inteligencia; la sabiduría recibe a la sabiduría; la verdad abraza a la verdad; [y] la virtud ama a la virtud…”19. Por consiguiente, descubriremos que las cosas que más valoramos y apreciamos son aquellas que personalmente hayamos aprendido del Señor.

Testifico que por medio del profeta José Smith hemos recibido innumerables revelaciones de verdad que dan testimonio del sacrificio expiatorio de Jesucristo. Al ser enseñables podremos ver y oír con más claridad y cumplir con esas revelaciones que continúan incluso hoy día mediante nuestros apóstoles, profetas, videntes y reveladores vivientes. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Abraham 1:2.

  2. Véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 45.

  3. Citado por Brigham Young en Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 45.

  4. Véase Mateo 5:6 y Alma 32:13.

  5. Véase 2 Reyes 5:1–14.

  6. Véase D. y C. 93:30.

  7. Moisés 1:10.

  8. Véase Alma 17:5.

  9. Alma 22:17–18.

  10. Alma 32:27.

  11. 1 Nefi 3:7.

  12. Véase 1 Nefi 3:4, 16:23–32, 17:8–11.

  13. 1 Nefi 4:6.

  14. Véase Thomas S. Monson, “Al rescate”, Liahona, julio de 2001, pág. 58.

  15. 2 Nefi 28:30.

  16. D. y C. 84:47.

  17. Véase Joseph Smith, compilación, Lectures on Faith, 1985, pág. 38.

  18. Véase Moisés 7:62.

  19. D. y C. 88:40.