2000–2009
“Consagr[ad] vuestra acción”
Abril 2002


“Consagr[ad] vuestra acción”

“Al meditar en la consagración y procurarla, es comprensible que temblemos por dentro ante lo que se nos pueda requerir, mas el Señor ha dicho en forma consoladora: ‘Mi gracia os es suficiente’ (D. y C. 17:8)”.

Estas palabras están dirigidas a los que son imperfectos, pero que, a pesar de ello, se esfuerzan en la familia de la fe. Como siempre, soy yo el primero que debe prestar oídos.

Tendemos a pensar en la consagración únicamente como el ceder nuestras posesiones materiales cuando se nos solicite en forma divina; pero la verdadera consagración consiste en entregarse uno mismo a Dios. Cristo utilizó las palabras inclusivas corazón, alma y mente para describir el primer mandamiento, el cual siempre está vigente de manera constante y no periódica (véase Mateo 22:37). Si éste se observa, nuestras acciones se tornarán, como resultado, en una consagración total para el beneficio perdurable de nuestra alma (véase 2 Nefi 32:9).

Dicha totalidad comprende la convergencia sumisa de sentimientos, pensamientos, palabras y hechos, que es justamente lo opuesto del distanciamiento. “Porque ¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para él, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su corazón?” (Mosíah 5:13).

Muchos hacen caso omiso de la consagración puesto que parece demasiado abstracta o de enormes proporciones; sin embargo, los que son conscientes de entre nosotros experimentan el descontento divino debido al progreso mezclado con dilación. Por lo tanto, me permito dar consejo amoroso para seguir en ese progreso, ofrecer aliento para continuar la jornada y consuelo para cuando experimentemos los diferentes grados inherentes de dificultad.

La sumisión espiritual no se logra en un instante, sino con mejoras graduales y mediante el uso de peldaños sucesivos que, de todos modos, se deben ascender uno a la vez. Nuestra voluntad finalmente puede ser “absorbida en la voluntad del Padre” a medida que estemos “dispuesto[s] a someter[nos]… tal como un niño se somete a su padre” (véase Mosíah 15:7; Mosíah 3:19). De lo contrario, a pesar de esforzarnos, continuaremos sintiendo las sacudidas del mundo y nos desviaremos parcialmente.

Un ejemplo sobre la consagración económica es significativo. Cuando Ananías y Safira vendieron sus posesiones, “sustraj[eron] del precio” (véase Hechos 5:1–11). Muchos de nosotros nos aferramos obstinadamente a una “parte” en particular, e incluso tratamos nuestras obsesiones como posesiones; por tanto, sin importar lo que hayamos dado con anterioridad, la última porción es la más difícil de ceder. Cierto es que la entrega parcial es todavía digna de elogio, pero se asemeja bastante a la excusa: “Ya he colaborado con esa ofrenda hace tiempo” (véase también Santiago 1:7–8).

Podríamos, por ejemplo, tener aptitudes específicas, las cuales consideremos erróneamente que de algún modo nos pertenecen. Si seguimos aferrándonos a ellas más que a Dios, disminuiremos nuestra obediencia total al primer mandamiento consagratorio. Puesto que Dios nos da “aliento… momento tras momento”, ¡no es recomendable acongojarnos con dichas distracciones! (Mosíah 2:21.)

Otra piedra de tropiezo se presenta cuando servimos a Dios generosamente con tiempo y cheques, pero retenemos parte de nuestro fuero interno, ¡queriendo decir que todavía no somos completamente de Él!

Para algunos es difícil cuando hay tareas en particular que les arruinan la puesta del sol. Sin embargo, Juan el Bautista es un modelo, cuando refiriéndose al rebaño cada vez más grande de Jesús, dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). El considerar erróneamente nuestras asignaciones como indicadoras únicas de cuánto nos ama Dios contribuye a nuestra renuencia a renunciar a ellas. Hermanos y hermanas, nuestro valor individual ya ha sido divinamente establecido como “grande” y no fluctúa como la bolsa de valores.

Quedan otros peldaños sin usar porque, como el joven rico, no estamos dispuestos a admitir lo que aún carecemos (véase Marcos 10:21). Queda expuesto, entonces, un orgullo residual.

El no consagrarse completamente ocurre de muchas maneras: el reino terrestre, por ejemplo, incluirá a los “honorables”, quienes obviamente no dan falso testimonio; sin embargo, aún así, no son “valientes en el testimonio de Jesús” (D. y C. 76:79). La mejor manera de testificar con valentía de Jesús es llegar a ser continuamente más como Él y es esa consagración la que esculpe el carácter emulador (véase 3 Nefi 27:27).

Al afrontar los desafíos descritos, es afortunado contar con sumisión espiritual y es útil puesto que a veces nos ayuda a “renunciar” a cosas, incluso la vida terrenal; otras veces, nos ayuda a “asirnos” y otras, a hacer uso del próximo peldaño (véase 1 Nefi 8:30).

Si carecemos de perspectiva, los próximos metros pueden parecer muy difíciles. Aun cuando los miopes Lamán y Lemuel sabían cómo Dios había bendecido al antiguo Israel para escapar del poderoso Faraón y de sus ejércitos, carecían de fe en la capacidad que Dios tenía para ayudarlos con Labán, un insignificante líder local.

También podemos desviarnos si estamos demasiado ansiosos por complacer a nuestros superiores en el campo profesional o en nuestros pasatiempos. El complacer a “otros dioses”, en vez de complacer al Dios verdadero, todavía es una violación del primer mandamiento (Éxodo 20:3).

A veces, incluso defendemos nuestras idiosincrasias, como si estas protuberancias de alguna manera constituyeran nuestra personalidad. En cierta manera, el discipulado es un “deporte de contacto”, tal como el profeta José Smith testificó:

“Soy como una enorme piedra áspera… y la única manera en que puedo pulirme es cuando una de las orillas de la piedra se alisa al frotarse con otra cosa, como cuando pega fuertemente… así llegaré a ser dardo pulido y terso en la aljaba del Todopoderoso” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 370).

Puesto que las rodillas con frecuencia ceden mucho antes que la mente, el retener una “parte” ocasiona que la obra de Dios se vea privada de algunos de los mejores intelectos de la humanidad. Es mucho mejor ser manso como Moisés, quien aprendió cosas que “nunca… había imaginado” (Moisés 1:10). Sin embargo, con tristeza, hermanos y hermanas, hay tanta vacilación en la imperceptible interacción entre el albedrío y la identidad. La entrega total de la mente es en realidad una victoria, ¡puesto que nos introduce a los caminos ensanchados y “más altos” de Dios! (véase Isaías 55:9).

Irónicamente, la atención desmedida, incluso a las cosas buenas, puede disminuir nuestra devoción a Dios. Por ejemplo, uno podría estar totalmente absorto en los deportes y en las formas de veneración del cuerpo que vemos entre nosotros; podría reverenciar la naturaleza pero descuidar al Dios de la naturaleza; podría estimar la buena música en forma excluyente y, de manera similar, una noble profesión. En tales circunstancias, “lo más importante” a menudo se omite (Mateo 23:23; véase también 1 Corintios 2:16;). Sólo el Ser Supremo puede guiarnos plenamente para lograr el mayor bien que ustedes y yo podamos hacer.

Al referirse a los dos grandes mandamientos, Jesús declaró enfáticamente que de ellos depende todo lo demás y no viceversa (véase Mateo 22:40). El primer mandamiento no se deja de lado sólo porque procuramos en forma vigorosa algo bueno de menor valor, porque no adoramos a un dios menor.

Antes de gozar la cosecha de los esfuerzos rectos, reconozcamos primero la mano de Dios. De lo contrario, aparecen las excusas, entre ellas: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” (Deuteronomio 8:17); o bien, nos “jactamos” como lo habría hecho el antiguo Israel (excepto por el deliberadamente pequeño ejército de Gedeón), vanagloriándonos y diciendo: “Mi mano me ha salvado” (Jueces 7:2). El jactarse de nuestra propia “mano” hace doblemente difícil el confesar la mano de Dios en todas las cosas (véase Alma 14:11; D. y C. 59:21).

En un lugar llamado Meriba, Moisés, uno de los más grandes, estaba fatigado ante el clamor de la gente por agua. Por un momento, Moisés “habló precipitadamente” diciendo: “¿Os hemos de hacer salir aguas?” (Salmos 106:33, Números 20:10; véase también Deuteronomio 4:21). El Señor enseñó al excepcional Moisés en cuanto al problema del pronombre [“os hemos” en vez de “os he”] y lo magnificó aún más. Nosotros haríamos bien en ser mansos como Moisés (véase Números 12:3).

¡Jesús nunca, nunca perdió de vista Su objetivo! A pesar de que anduvo haciendo tanto bien, Él siempre supo que le aguardaba la Expiación, y suplicó con perspectiva: “[Padre, sálvame de esta hora.] Mas para esto he llegado a esta hora” (Juan 12:27; véase también 5:30; 6:38).

Al cultivar ustedes y yo más amor, paciencia y mansedumbre, tendremos más de esas virtudes para brindar a Dios y a la humanidad; además, no se coloca a nadie exactamente en el mismo lugar en el que estamos nosotros en nuestras oportunas órbitas humanas.

Cierto es que los peldaños nos llevan a un territorio nuevo que tal vez estemos renuentes a explorar; por ende, los que usan con éxito los peldaños son motivadores poderosos para el resto de nosotros. Por lo general, solemos prestar más atención a aquellos que admiramos calladamente. El hambriento hijo pródigo recordó el menú de su hogar, pero también se vio atraído por otros recuerdos, por lo que declaró: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:18).

Al esforzarnos por lograr la sumisión máxima, de todos modos nuestra voluntad constituye todo lo que en realidad tenemos para darle a Dios. Los dones comunes y sus derivativos que le damos a Él podrían franquearse de manera justificada con el título: “Devolver al Remitente” con R mayúscula. Aun cuando Dios reciba este solo don a cambio, el verdadero fiel recibirá “todo lo que [Él] tiene” (D. y C. 84:38). ¡Qué gran tasa de cambio!

Mientras tanto, la realidad es que: Dios nos ha dado nuestra vida, nuestro albedrío, nuestros talentos y nuestras oportunidades; Él nos ha dado nuestras posesiones; Él nos ha señalado la duración de nuestra vida terrenal junto con el aliento necesario (véase D. y C. 64:32). Orientados con tal perspectiva, evitaremos los graves errores de una perspectiva falsa. Algunos de estos son mucho menos graciosos que ¡el escuchar un doble cuarteto y confundirlo con el Coro del Tabernáculo!

Con razón el presidente Hinckley ha puesto énfasis en que seamos un pueblo de convenios, y ha hecho hincapié en los convenios de la Santa Cena, de los diezmos y del templo, citando al sacrificio como la “esencia misma de la Expiación” (Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, p. 147).

El Salvador alcanzó una sumisión impresionante al enfrentar la angustia y la agonía de la Expiación y “dese[ó] no tener que beber la amarga copa y desmayar” (D. y C. 19:18). En nuestra pequeña e imperfecta escala, nos enfrentamos a pruebas que hay que superar y deseamos que éstas de alguna manera se eliminaran.

Consideremos lo siguiente: ¿Qué habría sido del ministerio de Jesús si Él hubiera hecho más milagros sin llevar a cabo el milagro trascendental de Getsemaní y del Calvario? Sus otros milagros otorgaron extensiones benditas de vida y disminuyeron el sufrimiento, para algunos; pero, ¿cómo podrían compararse esos milagros con el más grande milagro de la resurrección universal? (véase 1 Corintios 15:22). La multiplicación de los panes y de los peces alimentó a una gran multitud; a pesar de eso, los beneficiados pronto tuvieron hambre otra vez, mas los que participan del Pan de Vida no volverán a tener hambre (véase Juan 6:51, 58).

Al meditar en la consagración y procurarla, es comprensible que temblemos por dentro ante lo que se nos pueda requerir, mas el Señor ha dicho en forma consoladora: “Mi gracia os es suficiente” (D. y C. 17:8). ¿Creemos en Él realmente? Él también ha prometido que hará que las cosas débiles sean fuertes (véase Éter 12:27). ¿Estamos realmente dispuestos a someternos a ese proceso? Sin embargo, si deseamos la plenitud, ¡no podemos sustraer una parte!

El permitir que nuestra voluntad sea absorbida cada vez más en la voluntad del Padre en verdad representa una individualidad mejorada, extendida y más capaz de recibir “todo lo que [Dios] tiene” (D. y C. 84:38). Además, ¿cómo se nos podría confiar “todo”lo que Él tiene si nuestra voluntad no es como la de Él? Ni tampoco sería posible que “todo” lo de Él sea valorado cabalmente por aquel que se comprometa en forma parcial.

Francamente, traicionamos nuestro propio potencial cuando sustraemos cualesquiera que sea la “parte”. Por lo tanto, no habrá necesidad de preguntar: “¿Soy yo, Señor?”; más bien, refiriéndonos a nuestras propias piedras de tropiezo preguntemos: “¿Es ésta, Señor?”(Mat. 26:22). Tal vez hayamos sabido la respuesta desde hace mucho tiempo, y quizá necesitemos más bien tener la determinación que Su respuesta.

La mayor felicidad que existe en el generoso plan de Dios está finalmente reservada para aquellos que estén dispuestos a esforzarse y pagar el costo de viajar a Su majestuoso reino. Hermanos y hermanas, “comencemos de nuevo esta jornada” (“Come, Let Us Anew”, Hymns, Nº 217).

En el nombre del Señor del Brazo Extendido (véase D. y C. 103:17; 136:22.), a saber, Jesucristo. Amén.