2000–2009
La obediencia de la fe
Abril 2002


La obediencia de la fe

“ ‘La obediencia de la fe’ es un asunto de confianza. La pregunta es sencilla: ¿Confiamos en nuestro Padre Celestial? ¿Confiamos en nuestros profetas?”.

En este mundo en que vivimos, las cosas no siempre son lo que parecen ser. A veces no somos conscientes de las fuerzas poderosas que ejercen su influencia sobre nosotros. Las apariencias engañan mucho.

Hace unos años tuve una experiencia con apariencias engañosas en la que los resultados pudieron haber sido trágicos. Un primo de mi esposa y su familia fueron a visitarnos desde Utah. Era un tranquilo día de verano en la costa del estado de Oregón y fuimos a pescar al océano. La ocasión era agradable y lo estábamos pasando muy bien pescando salmones cuando, de pronto, al volverme, vi una enorme ola de 2,5 m que se nos venía encima. Sólo tuve tiempo de dar un grito de advertencia antes de que la oleada nos golpease de costado la embarcación. No sé cómo ésta se mantuvo en su posición vertical, pero Gary, nuestro primo, salió disparado por la borda. Todos llevábamos puestos chalecos salvavidas y, con cierta dificultad, maniobramos el bote, que estaba medio lleno de agua, hasta donde se hallaba el primo flotando y lo subimos a bordo.

Nos había golpeado lo que llaman una ola furtiva. Esas olas impetuosas no suelen surgir a menudo y no hay modo de presagiarlas. Más tarde, nos enteramos de que, a lo largo de la costa de los estados de Oregón y de Washington, se habían ahogado cinco personas ese mismo día, en tres accidentes de embarcaciones separados. Los tres los había ocasionado la misma oleada furtiva, la cual se había formado en la superficie del mar sin razón evidente. Cuando llegamos a la orilla de la playa, el mar se veía llano y sereno, y no daba señal de peligro alguno. Sin embargo, el océano había resultado ser muy engañoso, pues no había sido en absoluto lo que parecía ser.

Al avanzar por la jornada de esta vida, debemos estar constantemente de guardia y atentos a esas cosas que son engañosas, es decir, que no son para nada lo que parecen ser. Si no tenemos cuidado, las olas furtivas de la vida podrán resultarnos tan mortales como las del mar.

Uno de los ardides furtivos y solapados del adversario es hacernos creer que la obediencia incondicional a los principios y a los mandamientos de Dios es obediencia ciega. Su objetivo es hacernos creer que debemos seguir nuestras propias vías mundanas e ir en pos de nuestras ambiciones egoístas, y lo hace al persuadirnos de que el seguir “ciegamente” a los profetas y el obedecer los mandamientos equivale a no pensar por nosotros mismos; él enseña que no es inteligente hacer algo tan sólo porque así nos lo dicen el profeta viviente o los profetas que nos hablan desde las Escrituras.

Nuestra obediencia incondicional a los mandamientos del Señor no es obediencia ciega. El presidente Boyd K. Packer nos enseñó acerca de eso en la conferencia de abril de 1983: “Los Santos de los Últimos Días no son obedientes porque se vean obligados a ser obedientes. Son obedientes porque conocen ciertas verdades espirituales y han resuelto, como expresión de su propio albedrío individual, obedecer los mandamientos de Dios… No somos obedientes porque seamos ciegos, sino que somos obedientes porque vemos” (véase “El libre albedrío y el autocontrol”, Liahona, julio de 1983, pág. 99).

Podríamos calificar eso de “la obediencia de la fe”. Con fe, Abraham fue obediente al preparar a Isaac para sacrificarlo; con fe, Nefi fue obediente al obtener las planchas de bronce; con fe, se lanza el niño pequeño obedientemente desde una altura a los fuertes brazos de su padre. “La obediencia de la fe” es un asunto de confianza. La pregunta es sencilla: ¿Confiamos en nuestro Padre Celestial? ¿Confiamos en nuestros profetas?.

Otra de las artimañas engañosas del adversario es hacernos creer que la sabiduría y el aprendizaje del mundo es la única fuente de conocimiento a la que debemos acudir. Jacob, hermano del profeta Nefi, comprendió el plan del adversario y nos advirtió:

“¡Oh ese sutil plan del maligno! ¡Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no escuchan el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo que saben por sí mismos; por tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve; y perecerán” (2 Nefi 9:28).

Jacob no dice que no debamos adquirir instrucción, pues continúa diciendo que bueno es ser instruido, si se hace caso de los consejos de Dios.

Hay quienes llegan a creer que se puede escoger qué mandamientos de Dios obedecer. De un modo muy cómodo catalogan muchos mandamientos como cosas pequeñas que se pueden dejar a un lado y que no parecen ser una amenaza de muerte ni son muy importantes, como por ejemplo, el decir nuestras oraciones, el santificar el día de reposo, el leer las Escrituras, el pagar nuestro diezmo, el asistir a las reuniones de la Iglesia y muchas otras cosas demasiado numerosas para nombrarlas.

Nuestro Padre Celestial se comunica con Sus hijos de un modo muy claro. En las enseñanzas del Evangelio no hay sonido incierto del que hace mención el apóstol Pablo (véase 1 Corintios 14:8). No hay duda con respecto al significado de lo que se dice ni de los sentimientos que infunde el Espíritu. No se nos ha dejado solos, sin guía: tenemos las Escrituras, los profetas, padres cariñosos y líderes.

¿Por qué nos apartamos a veces del buen camino? ¿Por qué nos dejamos influir por los ardides engañosos del adversario? La solución a sus engaños es sencilla en su respuesta, pero a veces es difícil en su aplicación. El presidente Harold B. Lee, en la conferencia de octubre de 1970, habló del Señor, del adversario y de la solución al poder engañoso del adversario:

“Tenemos que pasar por pruebas difíciles antes de que el Señor haya llevado a cabo lo de esta Iglesia y del mundo en esta dispensación… El poder de Satanás aumentará; lo vemos en todas partes… Debemos aprender a prestar oídos a las palabras y a los mandamientos que el Señor dará por medio de Su profeta… Habrá algunas cosas que requieran paciencia y fe” (véase “Valientes en el testimonio de Jesús”, Liahona, julio de 1982, págs. 122–123).

En seguida, el presidente Lee añadió una advertencia al indicar que puede ser que no siempre nos guste lo que provenga de las autoridades de la Iglesia, por motivo de que ello podría estar en conflicto con nuestras ideas personales o interferir en algunos aspectos de nuestra vida social. No obstante, si prestamos oídos a ello y lo hacemos como si proviniese de la boca misma del Señor, no seremos engañados y recibiremos grandes bendiciones.

El hacer eso nos llevará de regreso a la obediencia, y siempre será así. Es parte del plan de felicidad eterna. No sé de doctrina alguna que sea más fundamentalmente importante para nuestro bienestar en esta vida y en la venidera. Todas las Escrituras enseñan la obediencia y no ha vivido apóstol o profeta que no haya enseñado el principio de la obediencia.

A veces es preciso ser obedientes aun cuando no comprendamos la razón de la ley. El ser obediente requiere fe. El profeta José Smith, al enseñar la obediencia, dijo: “Todo cuanto Dios requiere es justo… aunque no podamos ver la razón [de] ello sino hasta mucho después…” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312).

Estoy agradecido por haber llevado con mis acompañantes chalecos salvavidas aquel día estival en el océano. Me siento agradecido por haber podido evitar la tragedia de que fueron víctimas otras personas por aquella oleada furtiva. Es mi oración que continuemos llevando puesto el chaleco salvavidas de la obediencia a fin de evitar la tragedia de que indudablemente seríamos víctimas si fuésemos engañados y cediéramos a las tentaciones del adversario.

Les testifico que nuestro Padre Celestial vive, que Él nos ama y que, si somos incondicionalmente obedientes a Sus mandamientos, podremos volver a morar con Él y con Su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. En el nombre de Jesucristo. Amén.