2000–2009
Una conversión plena brinda felicidad
Abril 2002


Una conversión plena brinda felicidad

“Tu felicidad ahora y siempre está condicionada a tu grado de conversión y a la transformación que ésta efectúe en tu vida”.

Cada uno de nosotros ha observado que algunas personas van por la vida haciendo siempre lo correcto. Se ven felices e incluso entusiasmadas de la vida. Cuando tienen que tomar decisiones difíciles, parecería que invariablemente toman las correctas, aun cuando haya opciones tentadoras a su alcance. Sabemos que están expuestas a la tentación, pero se comportan como si éstas no existieran. Asimismo, hemos observado cómo otras personas no son tan valientes en las decisiones que toman. En un ambiente de gran espiritualidad, toman la resolución de ser mejores, de cambiar el curso de su vida, de dejar a un lado los hábitos que debilitan. Son sinceras en su determinación de cambiar; pero sin embargo, pronto vuelven a hacer aquello que habían resuelto abandonar.

¿Qué hace que la vida de esos dos grupos sea diferente? ¿Cómo puedes tomar siempre las decisiones correctas? Las Escrituras nos iluminan al respecto. Piensa en el entusiasta e impetuoso Pedro. Durante tres años sirvió junto al Maestro en calidad de apóstol, y observó milagros y oyó enseñanzas transformadoras y la explicación privada de muchas parábolas. Pedro había sido ordenado apóstol. Había tenido gran éxito en la misión de enseñar, sanar y dar testimonio del Salvador en las ciudades de Galilea. Junto con Santiago y Juan, Pedro presenció la gloriosa transfiguración de Jesucristo, a la que le acompañaron las visitaciones de Moisés y Elías el profeta1. Pero a pesar de todo eso, el Salvador percibió que a Pedro le faltaba constancia. El Maestro lo conocía tan bien, como nos conoce a cada uno de nosotros. En la Biblia leemos:

“Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido… pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez [convertido], confirma a tus hermanos. El le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte”2. No cabe duda de que, desde la perspectiva de Pedro, no eran palabras vanas. Él lo decía con sincera intención; pero sin embargo, actuaría de otro modo.

Más tarde, en el Monte de los Olivos, Jesús profetizó a Sus discípulos: “Todos os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas serán dispersadas”. Pedro de nuevo respondió: “Aunque todos se escandalicen, yo no…” Entonces el Maestro gravemente profetizó: “De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces”. A lo que Pedro respondió con más vehemencia: “Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré”3.

Para mí, uno de los pasajes más conmovedores de las Escrituras describe lo que ocurrió después. Un recordatorio aleccionador para nosotros de que el saber hacer lo correcto, e incluso el desear ardientemente hacerlo, no es suficiente. Muchas veces es más difícil hacer lo que sabemos claramente que debemos hacer. Y leemos:

“Pero una criada, al verle [a Pedro]… dijo: También éste estaba con él. Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco… viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy… otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él… Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor… Y… saliendo fuera, lloró amargamente”4.

A pesar de lo dolorosa que debe haber sido para Pedro la confirmación de la profecía, su vida comenzó a cambiar para siempre; se convirtió en ese siervo inquebrantable y sólido como una roca, esencial para el plan del Padre después de la crucifixión y resurrección del Salvador. Ese conmovedor pasaje ilustra también cuánto amaba el Salvador a Pedro. A pesar de encontrarse en medio de un agobiante desafío a Su propia vida, con todo el peso de lo que iría a suceder sobre Sus hombros, aún así se volvió a mirar a Pedro. El amor de un Maestro se transmitió al alumno amado infundiéndole valentía e iluminándolo en momentos de necesidad. Después, Pedro alcanzó el máximo potencial de su llamamiento. Él enseñó con poder y testimonio inquebrantables, a pesar de las amenazas, los encarcelamientos y las golpizas. Él se había convertido plenamente.

En ocasiones, la palabra convertido, se emplea para describir el momento en el que una persona sincera decide bautizarse. Sin embargo, si se utiliza apropiadamente, la conversión significa más que eso, tanto para el nuevo converso como para el que ha sido miembro desde hace mucho tiempo. Con su característica precisión y claridad doctrinal, el presidente Marion G. Romney explicó la conversión:

“Conversión significa volverse de una creencia o de una acción a otra. La conversión es un cambio tanto espiritual como moral. La conversión implica no solamente la aceptación intelectual de Jesús y Sus enseñanzas, sino también una fe motivadora en Él y en Su Evangelio; una fe que efectúa una transformación; un cambio real en cuanto a la comprensión que la persona tiene del significado de la vida y de la fidelidad a Dios, en interés, pensamiento y conducta. Para uno que está realmente convertido, el deseo de hacer cosas contrarias al Evangelio de Jesucristo muere, y en su lugar nace el amar a Dios con la firme e imperante determinación de guardar Sus mandamientos”.

Para convertirte, debes recordar aplicar diligentemente a tu vida las palabras clave: “el amar a Dios con la firme e imperante determinación de guardar Sus mandamientos”. Tu felicidad ahora y siempre está condicionada a tu grado de conversión y a la transformación que ésta efectúe en tu vida. ¿Cómo puedes entonces llegar a ser un verdadero converso? El presidente Romney describe los pasos que debes seguir:

“El ser miembro de la Iglesia y el estar convertido no son necesariamente sinónimos; el estar convertidos y el tener un testimonio tampoco es precisamente la misma cosa. Un testimonio se recibe cuando el Espíritu Santo testifica de la verdad a aquel que la busca fervientemente. Un verdadero testimonio vitaliza la fe, o sea, induce al arrepentimiento y a la obediencia a los mandamientos. La conversión es el fruto o la recompensa del arrepentimiento y de la obediencia”5.

Simplemente, la verdadera conversión es el fruto de la fe, el arrepentimiento y la obediencia constante. La fe se recibe al oír la palabra de Dios6 y responder a ella. Recibirás del Espíritu Santo un testimonio de las cosas que aceptes por medio de la fe, al hacerlas de buena voluntad7. Recibirás guía para arrepentirte de los errores que cometas como resultado de cosas equivocadas que hayas hecho o de cosas correctas que hayas dejado de hacer. Como consecuencia, tu capacidad para obedecer constantemente se fortalecerá. Ese ciclo de fe, arrepentimiento y obediencia te llevará a una conversión aún mayor y a sus correspondientes bendiciones. La verdadera conversión fortalecerá tu capacidad de hacer lo que sabes que debes hacer, en el momento en que debes hacerlo, a pesar de las circunstancias que te rodeen.

La parábola del sembrador, que enseñó Jesús, se utiliza por lo general para describir cómo reciben la palabra del Señor las diferentes personas, al ser ésta predicada. Piensa por un momento en cómo esa misma parábola quizá se aplique a ti en las diferentes circunstancias de tu vida, al afrontar problemas o estar bajo fuertes influencias. La palabra o las enseñanzas del Salvador las recibes de muchos modos: al observar a los demás, por medio de la oración, al meditar las Escrituras o por medio de la guía del Espíritu Santo. A medida que repito la explicación que Jesús dio a Sus discípulos de esa parábola, examina mentalmente tu vida. Observa si hay momentos en los que las enseñanzas correctas encuentran en ti condiciones que no son propicias para recibirlas y, como consecuencia, los frutos prometidos de felicidad, paz, contentamiento y progreso se pierden.

“El sembrador es el que siembra la palabra. [Algunas se sembraron] junto al camino… después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones”.

¿Podría sucederte eso a ti, en un ambiente inadecuado, con amigos que no te convienen?

“[Algunas] en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene… la persecución… luego tropiezan”.

¿Te has encontrado alguna vez en una situación en la que alguien propone algo inapropiado y tú no haces nada para oponerte?

“[Algunas] fueron sembrad[a]s entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo… y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.

¿Ha habido momentos en que quieres tanto algo que justificas una excepción a tus normas?

“[Algunas] fueron sembrad[a]s en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno”8.

Yo sé que esa es la forma en que deseas vivir tu vida. La plenitud con la que aceptes las enseñanzas del Salvador, determinará cuánto fruto o bendiciones cosecharás en la vida. Esta parábola ilustra que el grado al que estés dispuesto a obedecer esas cosas que sabes que debes hacer, resistiéndote a justificarte a hacer lo contrario, determinará cuán verdaderamente convertido estés; y por lo tanto, cuán plenamente el Señor te bendecirá.

La verdadera conversión produce frutos de felicidad perdurable que se puede disfrutar aún cuando haya gran tumulto en el mundo y la mayoría sea desdichado. El Libro de Mormón enseña lo siguiente en cuanto a un grupo de personas que tenía dificultades: “No obstante, ayunaron y oraron frecuentemente, y se volvieron más y más fuertes en su humildad, y más y más firmes en la fe de Cristo, hasta henchir sus almas de gozo y de consolación; sí, hasta la purificación y santificación de sus corazones, santificación que viene de entregar el corazón a Dios”9.

El presidente Hinckley ha declarado que la verdadera conversión es lo que marca la diferencia10.

Para recibir las bendiciones prometidas gracias a la verdadera conversión, haz ahora los cambios que tú sabes que son necesarios. El Salvador dijo: “…¿no os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane? … si venís a mí, tendréis vida eterna”11.

Testifico que si oras pidiendo guía, el Espíritu Santo te ayudará a reconocer los cambios personales que tienes que hacer para obtener una verdadera conversión. El Señor entonces te bendecirá más abundantemente. Tu fe en Él se reafirmará, tu capacidad para arrepentirte aumentará y tu poder para obedecer constantemente se fortalecerá. El Salvador vive. Él te ama. A medida que te esfuerces por hacer lo mejor, Él te ayudará. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Mateo 17:3, 1 Reyes 17:1, D. y C. 110:13.

  2. Lucas 22:31–32; cursiva agregada.

  3. Véase Marcos 14:27, 29–31.

  4. Lucas 22:56–62.

  5. Conferencia de Área en Guatemala, febrero de 1977; véase “El gozo de la conversión”, Liahona, mayo y junio de 1977, pág. 70).

  6. Véase Romanos 10:17; Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 96.

  7. Véase Éter 12:6.

  8. Marcos 4:14–20.

  9. Helamán 3:35.

  10. Seminario de Representantes Regionales, 6 de abril de 1984, citado por W. Mack Lawrence en “La conversión y el compromiso”, Liahona, julio de 1996, pág. 81.

  11. 3 Nefi 9:13–14.