2000–2009
La Iglesia avanza
Abril 2002


La Iglesia avanza

“Ninguna otra iglesia que haya salido de los Estados Unidos ha crecido tan rápido ni se ha expandido en forma tan extensa… Es un fenómeno sin precedentes”.

Mis amados hermanos y hermanas, es maravilloso reunirme con ustedes nuevamente en una gran conferencia mundial de la Iglesia.

Se cumplen hoy 172 años desde que José Smith y sus compañeros se reunieron en la modesta cabaña de troncos en la granja de Peter Whitmer, en el tranquilo pueblecito de Fayette, Nueva York, y organizaron la Iglesia de Cristo.

Desde sus humildes comienzos, ha sucedido algo sumamente excepcional. Grande ha sido la historia de esta obra. Nuestro pueblo ha perseverado toda clase de sufrimientos; sus sacrificios han sido indescriptibles; sus obras han sido increíblemente inmensas. Pero de ese ardiente crisol ha emanado algo glorioso. Hoy estamos sobre la cima de los tiempos y observamos lo que hemos logrado.

De los seis miembros originales, ha brotado una vasta familia de fieles, cuyo número asciende a más de 11 millones de personas. De ese tranquilo pueblecito ha nacido un movimiento que hoy día se esparce por unas 160 naciones de la tierra. Ésta ha llegado a ser la quinta iglesia más grande de los Estados Unidos, lo que representa un desarrollo espectacular. Más miembros de la Iglesia viven fuera de los Estados Unidos que dentro, y esto es también algo sorprendente. Ninguna otra iglesia que haya salido de los Estados Unidos ha crecido tan rápido ni se ha expandido en forma tan extensa. Dentro de esta amplia Iglesia hay miembros de muchas naciones que hablan muchos idiomas. Es un fenómeno sin precedentes. Al extenderse el tapiz de su pasado, ha quedado al descubierto un hermoso diseño que encuentra su expresión en las vidas de un pueblo feliz y maravilloso y que presagia cosas maravillosas todavía por suceder.

Cuando nuestra gente recién llegó a este valle hace 155 años, vieron con visión profética un gran futuro. Pero a veces me pregunto si verdaderamente se dieron cuenta de la magnitud de ese sueño que se haría realidad.

La sede de la Iglesia está en esta ciudad que recientemente recibió a las Olimpiadas de Invierno número XIX. Tomamos deliberadamente la decisión de no usar la ocasión ni el lugar para hacer proselitismo, pero teníamos confianza en que algo maravilloso resultaría para la Iglesia de este acontecimiento. Los grandes edificios que tenemos: el Templo, el Tabernáculo, este magnífico Centro de Conferencias, el Edificio Conmemorativo José Smith, las instalaciones de historia familiar, el Edificio Administrativo de la Iglesia, el edificio de las Oficinas Generales de la Iglesia, nuestras instalaciones de bienestar, junto con cantidad de capillas en este valle, no pudieron pasar inadvertidos por aquellos que caminaron por las calles de ésta y otras ciudades vecinas. Como me lo dijo en una oportunidad el presentador de televisión Mike Wallace, “Estas estructuras denotan algo sólidamente establecido”.

Y además de todo lo mencionado, teníamos total confianza en nuestra gente, muchos miles de ellos que sirvieron como voluntarios en esta gran competencia. Eran de confianza; eran agradables; eran entendidos; eran serviciales. La capacidad especial y distintiva de nuestra gente que habla los idiomas del mundo demostró ser una gran ventaja, mayor que cualquiera en alguna otra parte.

Todo funcionó muy bien. Los visitantes llegaron por cientos de miles. Algunos llegaron con sospechas e indecisiones, con imágenes antiguas y falsas que persistían en sus mentes. Venían con el sentimiento de que podían ser atrapados en alguna situación indeseada por fanáticos religiosos. Pero encontraron algo que no esperaban. Descubrieron no sólo el paisaje maravilloso de esta región, con sus magníficas montañas y valles, no sólo encontraron el espíritu maravilloso de los juegos internacionales en su mejor momento, sino que encontraron belleza en esta ciudad. Encontraron anfitriones amables y complacientes y ansiosos de ayudarles. No deseo insinuar que tal hospitalidad se limitó a nuestra gente. La comunidad entera se unió en una expresión de hospitalidad. Pero de todo ello resultó algo maravilloso para esta Iglesia. Los representantes de los medios de comunicación, muchas veces un grupo frío e insensible, hablaron y escribieron con muy pocas excepciones en un idioma de felicitaciones y en forma descriptiva y exacta sobre la cultura especial que encontraron aquí, sobre la gente que conocieron y con quien trataron, y del espíritu de hospitalidad que sintieron.

La televisión llevó el panorama a miles de millones a través de la tierra. Los periódicos y las revistas lanzaron artículo tras artículo.

Miles y decenas de millares de personas caminaron a través de la Manzana del Templo, admiraron la majestuosa Casa del Señor y se sentaron en el Tabernáculo a escuchar la inigualable música del coro. Otros miles más llenaron este gran Centro de Conferencias para presenciar una producción maravillosa que tenía que ver con la Iglesia y su misión a través del mundo. Otros miles visitaron el Centro de Historia Familiar. Los medios de comunicación fueron recibidos en el Edificio Conmemorativo José Smith. Se nos entrevistó por televisión, radio y la prensa por corresponsales de muchas partes de este país y del mundo. Me han dicho que se escribieron casi 4.000 artículos sobre la Iglesia tan sólo en Alemania.

Georgie Anne Geyer, prominente periodista de los Estados Unidos, cuya columna aparece en muchos periódicos, escribió lo siguiente: “¿Cómo se atreve un gran estado mormón a hacer algo tan osado como ser anfitrión de una reunión de celebridades internacionales? ¿Va a venir el mundo tranquilamente a un estado cuya religión predominante pide a sus miembros que se abstengan del alcohol, del tabaco e incluso de la cafeína, tres de las necesidades básicas de toda reunión internacional?”

Y luego citó a Raymond T. Grant, director del Festival Artístico de las Olimpiadas. Él habló de la ceremonia de apertura y dijo: “ ‘Como sabe, el 98 por ciento del elenco eran voluntarios, y eso es extraordinario. De hecho, a la mayoría no se le pagó nada. Ésta es una historia extraordinaria y la relaciono directamente con la cultura mormona. Yo soy un católico de Nueva York, y encontré interesante que Brigham Young, el fundador de la colonización de los mormones de Utah, haya construido un teatro antes que otra cosa’.

“Empezó a hacer un recuento: El estado tiene seis compañías de ballet; se venden más pianos y arpas en Utah que en cualquier otra parte de los Estados Unidos; el Coro del Tabernáculo Mormón tiene 360 miembros; y la compañía representante de los pianos Steinway más antigua de Utah… empezó en 1862. El gasto per cápita por estudiante en Utah es uno de los más bajos; sin embargo, se enorgullecen de sus altas calificaciones. ‘Ha sido fascinante para mí aprender de esta cultura’ ”.

La señorita Geyer concluyó su historia al escribir: “Es simplemente una mezcla de una religión seria y recta, de familias que fomentan e insisten en proporcionar el nivel más alto de cultura unida a la más avanzada tecnología, y de una organización y una forma de gobierno sensibles. En suma, es una mezcla moderna de la antigua nación de Estados Unidos de América” (“Salt Lake City y el estado de Utah se revelan al mundo”, Salt Lake Tribune, viernes, 15 de febrero de 2002, A15).

Si tuviera tiempo, les daría muchas citas de periodistas veteranos del mundo que escribieron en forma muy elogiosa.

¿Hubo algo negativo? Por supuesto; pero fue mínimo. Tuvimos entrevistas privadas con presidentes de naciones, con embajadores, con líderes empresariales y con gente de otros campos.

En 1849, dos años después de que nuestra gente llegara aquí y se supiera del descubrimiento de oro en California, muchos se sintieron desalentados. Habían luchado por ganarse la vida en la árida tierra. Los grillos habían devorado sus cosechas. Los inviernos eran fríos. Muchos pensaron en irse a California y hacerse ricos. El presidente Young se puso ante ellos y los alentó a quedarse, y les prometió: “Dios atenuará el clima y construiremos una ciudad y un templo para el Dios Altísimo. Extenderemos nuestras colonias hacia el este y el oeste, hacia el norte y el sur, y edificaremos cientos de pueblos y ciudades y miles de santos se congregarán desde las naciones de la tierra. Ésta llegará a ser la gran supercarretera de las naciones. Los reyes y emperadores, los nobles y sabios de la tierra nos visitarán aquí” (en Preston Nibley, Brigham Young: The Man and His Work, 1936, pág. 128. Véase también Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 109).

En estos recientes días hemos visto el cumplimiento de esa profecía. Está de más que lo diga, pero yo estoy feliz con lo que se ha llevado a cabo. Esos visitantes probaron la cultura particular de esta comunidad. Consideramos que la cultura es algo que vale la pena preservar. Felicito y agradezco a tantos de nuestros miembros que participaron en forma tan generosa, y felicito y agradezco a todos los demás que se esforzaron para hacer de éste un maravilloso e importante acontecimiento.

Ahora deseo hablar en forma breve de uno o dos asuntos.

El mencionar a Brigham Young me hizo recordar el Fondo Perpetuo para la Educación que hemos establecido. Hace sólo un año que hablé por primera vez de esto en una conferencia general. Las contribuciones que han hecho generosos Santos de los Últimos Días han logrado asegurar que esta empresa esté ahora sobre un cimiento sólido. Necesitaremos más aún, pero ya se ha demostrado que de esta empresa se logrará un inmenso beneficio. Jóvenes y señoritas en lugares menos privilegiados del mundo, jóvenes y señoritas que en su mayoría cumplieron misiones, tendrán la oportunidad de lograr una buena educación que los sacará de la desesperación de la pobreza en la cual han estado sumidos sus antepasados por generaciones. Se casarán y progresarán con destrezas que los calificarán para ganar bien, y ocuparán su lugar en la sociedad donde harán una contribución substancial. También crecerán en la Iglesia ocupando cargos de responsabilidad y criando familias que seguirán en la fe.

Tengo tiempo para leer sólo un testimonio. Viene de un joven que ha sido bendecido por este programa.

Él dice: “Es tan maravilloso que ya no tenga que soñar solamente de mi educación y mi futuro. ¡El Señor ha despejado el camino, y ya lo estoy haciendo!

“En la actualidad asisto a un gran instituto técnico en nuestro país, donde estudio para ser técnico en computación… Al ir a la escuela estoy descubriendo mis habilidades. La disciplina que cultivé en la misión me ayuda a tener éxito… Nunca antes un joven se ha sentido más bendecido que yo. El Fondo Perpetuo para la Educación ha fortalecido mi fe en el Señor Jesucristo. Ahora, más que nunca, siento la responsabilidad que el Evangelio pone en mí de prepararme para ser un miembro mejor, un mejor líder y un mejor padre…

“Mi querida madre, que ha sacrificado tanto, se emociona tanto que llora cuando ora en las noches por su gratitud al Señor…

“Ahora imagino a mi pueblo siendo bendecido debido a mí. Imagino a la Iglesia con líderes con estabilidad financiera y que puedan apoyar la obra del Señor con todo su poder, mente y fuerza. Veo prosperar a la Iglesia. Me entusiasma empezar mi propia familia y enseñarle que podemos ser autosuficientes, por lo que tengo que terminar mi educación. Entonces, pagaré mi préstamo rápidamente para ayudar a otras personas… Estoy agradecido por la misericordia del Salvador. Realmente Él nos apoya con Su amor”.

Y así avanzamos, mis hermanos y hermanas. Al extenderse esta gran obra a través de la tierra, estamos bendiciendo ahora a unos 2.400 jóvenes, y otros también serán bendecidos.

Que el Señor nos bendiga a cada uno al regocijarnos por la oportunidad de formar parte de esta gran causa en esta extraordinaria época de la obra del Señor, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.