2000–2009
La ley del diezmo
Abril 2002


La ley del diezmo

“El Señor ha establecido la ley del diezmo como la ley financiera de Su Iglesia… También es una ley mediante la cual mostramos nuestra lealtad al Señor”.

La Navidad pasada recibí un regalo especial de mi madre. Durante todos estos años, ella había guardado cuidadosamente en su posesión un pequeño libro que yo recibí de mis padres en 1944, cuando yo tenía 10 años de edad.

Éste es el libro. Es un diario en el que se me enseñó a registrar semanalmente mis ingresos y mis gastos.

Por ejemplo, en mis anotaciones para la semana del 29 de julio de 1944, se lee que empecé la semana con $24,05 dólares y gané $7,00 trabajando en nuestra granja familiar. En mis gastos tengo 5 centavos de caramelos, $3,45 de una compra, 20 centavos de cine y $2,37 de ropa. También invertí 20 dólares en un bono de ahorro de la guerra y pagué 70 centavos de diezmo. Terminé la semana con un saldo de $4,28.

Recuerdo haber preguntado a mi padre si no me podía aumentar mi salario de 25 centavos la hora, pero cuando pienso en que ir al cine costaba 20 centavos y los caramelos sólo 5 centavos, ahora reconozco que seguramente se me pagaba demasiado.

Mientras estudiaba ese diario de más de 50 años, noté que, durante los años 1944 y 1945, pagué mi diezmo del diez por ciento de mis ingresos cada semana. En diciembre de 1944, anoté que había pagado $12,35 en diezmos durante ese año, un diezmo íntegro.

Así es dónde y cómo aprendí a pagar el diezmo.

Mi esposa y yo enseñamos a nuestros hijos la importancia de apartar el diezmo cada semana a medida que recibían su asignación o ganaban dinero cuidando niños o en algunos trabajos especiales. Ponían el diezmo en una pequeña caja y el domingo de ayuno se lo entregaban al obispo. También aprendieron el valor del dinero al ahorrar una buena parte del saldo de sus ingresos para una futura misión y para su educación.

Nuestros nietos ahora siguen un modelo similar.

Enseñemos este principio a nuestros hijos y asegurémonos de que ellos nos vean cuando pagamos los diezmos. El presidente Joseph F. Smith dijo: “En cuanto nuestros hijos lleguen a tener la edad suficiente para ganar dinero, se les debe enseñar a pagar sus diezmos, a fin de que sus nombres queden inscritos en el libro de la ley del Señor”1.

En mi época en la Primaria, aprendimos este pequeño versito:

¿Qué es el diezmo?

Te lo diré

Diez centavos de cada peso

Y un centavo de cada diez.

La doctrina del pago de los diezmos está entrelazada como un tapiz a lo largo de las Escrituras. Abraham pagó diezmos a Melquisedec2. A los hijos de Israel se les enseñó a llevar sus diezmos al Señor3. Probablemente la cita de las Escrituras del Antiguo Testamento con respecto a este tema que se menciona con más frecuencia se encuentra en Malaquías:

“¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas…

“Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”4.

La cantidad que pagamos como diezmo es el arreglo más equitativo y perfecto que yo conozco. Es la décima parte de nuestro ingreso. Todos, desde el más pobre hasta el más rico, pagan el mismo porcentaje. Cristo enseñó este principio en la historia de la ofrenda de la viuda:

“Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho.

“Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante.

“Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca;

“porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”5.

Una blanca es una moneda muy pequeña; era la moneda de bronce más pequeña usada por los judíos y equivalía a una 64ava parte de un centavo de plata romano.

En esta dispensación, el Señor ha establecido la ley del diezmo como la ley financiera de Su Iglesia. Sin ella no podríamos llevar a cabo los propósitos eternos del Señor. También es una ley mediante la cual mostramos nuestra lealtad al Señor y demostramos ser dignos de privilegios, ordenanzas y bendiciones.

Hace poco estuve en Independence, Misuri, y sentí la necesidad de desviarme una hora hacia el norte, hasta Far West. Los Santos de los Últimos Días establecieron Far West en 1836 como un lugar de refugio lejos de la persecución. Far West se convirtió en la cabecera del gobierno del condado con una población aproximada de 3.000 a 5.000 personas. Durante una temporada fue la sede de la Iglesia. Mis propios antepasados vivieron allí.

Al llegar a Far West y mirar sus alrededores, todo lo que pude ver fueron hermosos terrenos agrícolas que se extendían como alfombras. No había una ciudad, ni caminos ni edificios. Sólo estaba el sitio del templo, un lugar pacífico y verde, que contenía las cuatro piedras angulares y que estaba rodeado de un modesto cerco.

En 1838, los santos fueron expulsados de Far West y José Smith y otros fueron arrestados y llevados a la Cárcel de Liberty, que quedaba cerca, donde languidecieron durante seis meses en las condiciones más horribles que se puedan imaginar. Mis propios antepasados sufrieron terriblemente en Far West y casi perdieron la vida.

Mientras estuve allí y me imaginé cómo habría sido en ese entonces, abrí mis Escrituras y leí en la sección 119 de Doctrina y Convenios. Esa revelación se le dio a José Smith en Far West el 8 de julio de 1838, en medio de esas persecuciones:

“Y esto será el principio del diezmo de mi pueblo.

“Y después de esto, todos aquellos que hayan entregado este diezmo pagarán la décima parte de todo su interés anualmente; y ésta les será por ley fija perpetuamente, para mi santo sacerdocio, dice el Señor”6.

Pensé que los miembros de la Iglesia no pudieron haber recibido la ley del diez en un tiempo menos oportuno. Pero la recibieron y empezaron a vivir esa nueva ley en un tiempo en el que estaban perdiendo sus posesiones y, en algunos casos, sus vidas. Al visitar Far West, obtuve un testimonio espiritual de la ley del diezmo, un testimonio más fuerte y más profundo como el que jamás había sentido.

Quisiera ofrecer una palabra de consejo a los muchos miles de miembros que se unen a la Iglesia hoy día como resultado de los esfuerzos diligentes de nuestros misioneros. Ejerzan fe; paguen su diezmo. Esta ley puede ser diferente de aquello a lo que estaban acostumbrados antes de su bautismo. Pero nada que ustedes hagan como nuevos conversos les preparará más completamente para disfrutar las maravillosas bendiciones que les esperan —incluso las bendiciones del templo— que el pago del diezmo.

Ahora deseo dar un breve consejo a los misioneros. Enseñen el diezmo a sus investigadores de manera tal que ellos obtengan un testimonio de ese principio maravilloso del Evangelio.

La madre de Joseph F. Smith fue conocida como la “Viuda Smith”. Fue la viuda de Hyrum Smith, quien murió en el martirio junto al profeta José. En cierta oportunidad reprendió al secretario encargado de los diezmos quien le dijo que, debido a su pobreza, ella no tenía que pagar su diezmo. Ella dijo: “¿Quiere usted negarme una bendición? Si no pagara mis diezmos, yo esperaría que el Señor me retuviera Sus bendiciones. Pago mis diezmos no sólo porque es la ley de Dios, sino porque espero una bendición de ello. Al guardar ésta y otras leyes, espero prosperar y poder sostener a mi familia”7.

¿Prosperó ella? Su hijo y su nieto llegaron a ser Presidentes de la Iglesia y entre sus descendientes hoy día se cuenta un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles y muchos notables líderes de la Iglesia.

Refiriéndose a su madre, Joseph F. Smith dijo en una oportunidad que ella pagaba “los diezmos de sus ovejas y ganado, la décima parte de su mantequilla, una gallina de cada diez, la décima parte de los huevos, uno de cada diez cerdos, becerros potrillos, la décima parte de cuanto producía”8.

En cierta ocasión yo enseñaba la ley del diezmo a un grupo de líderes de la Iglesia en África. Un hermano dijo: “Élder Tingey, ¿cómo puedo pagar mi diezmo si no tengo ingresos?”. Hice algunas preguntas y me enteré de que tenía una numerosa familia de siete u ocho hijos y estaba sin trabajo. Le pregunté cómo alimentaba a la familia. Dijo que tenía un pequeño huerto y que criaba gansos. Le pregunté: “¿Qué hacen los gansos?”. Él contestó: “Ponen huevos”. Yo respondí: ¿Qué sucede si una mañana descubre 10 huevos de ganso en los nidos?”. Una luz iluminó su alma. “Podría tomar un huevo y llevárselo a mi presidente de rama”, me contestó. Él entendió y pasó a ser un pagador de diezmo íntegro.

Al pagar el diezmo y al enseñar a nuestros hijos a pagarlo, formamos una familia profundamente arraigada en el principio de hacer y guardar los convenios del templo. La bendición más gloriosa de todas las que recibimos en esta vida y en la eternidad es la que se logra al saber que nuestras familias están selladas por la eternidad. Hoy día, algunos se darán cuenta de que se están negando a sí mismos esos privilegios por no cumplir con el pago del diezmo. Mi consejo para los que se encuentren en esa situación es que ejerzan su fe, pongan a prueba al Señor en esto y paguen su diezmo.

Al pagar un diezmo íntegro, ustedes y sus familias sentirán esa paz que sobrepasa todo entendimiento. Verán que todos los temores con respecto a las finanzas, al sustento y el cuidado de sus familias, disminuirán. Llegarán a saber que su Padre Celestial les ama.

Estoy agradecido porque mis padres me enseñaron a pagar el diezmo. Doy mi humilde testimonio de que el pago de los diezmos es un principio verdadero del Evangelio de Jesucristo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Doctrina del Evangelio, 1978, pág. 225.

  2. Véase Génesis 14:20.

  3. Véase Deuteronomio 12:6.

  4. Malaquías 3:8, 10.

  5. Marcos 12:41–44.

  6. D. y C. 119:3–4.

  7. Doctrina del Evangelio, pág. 222.

  8. Ibíd, pág. 223.