2000–2009
¡A Sión venid, pues, prestos!
Octubre 2002


¡A Sión venid, pues, prestos!

Los principios de amor, trabajo, autosuficiencia y consagración son ordenados por Dios. Aquellos que los acepten y gobiernen sus vidas de la manera correspondiente, llegarán a ser puros de corazón.

Cuando nos reunimos con los miembros de la Iglesia alrededor del mundo, parece haber un desafío universal: el tener tiempo suficiente para hacer todo lo indispensable. Entre aquellos que tienen escasos recursos, se necesita más tiempo para ganar el sustento diario. Entre aquellos que tienen lo suficiente, se necesita más tiempo para disfrutar de la vida. El desafío es desalentador porque el tiempo es limitado; el hombre no puede prolongar el día ni extender el año.

El mundo es el culpable, porque a medida que lucha por hallar maneras más eficaces de administrar el tiempo, nos hace caer en la trampa de buscar más y más cosas terrenales. Pero la vida no es una lucha contra el tiempo, sino una batalla entre el bien y el mal.

Qué hacer en cuanto a todo esto puede ser una de las decisiones más mortificantes de la vida. En 1872, el profeta Brigham Young aconsejó a los santos en cuanto a este tema. Él dijo: “¡Deténganse! ¡Esperen! Cuando se levanten en la mañana y antes de llevarse a la boca ningún alimento… inclínense ante el Señor, pídanle que les perdone los pecados, que los proteja durante el día, que los libre de toda tentación y de todo mal, y que guíe correctamente sus pasos para que puedan hacer algo ese día que resulte en beneficio para el Reino de Dios en la tierra. ¿Tienen tiempo para eso?… Éste es el consejo que doy a los santos hoy. Deténganse, no se apresuren… Ustedes están siempre demasiado apresurados; no asisten suficientemente a las reuniones, no oran bastante, no leen las Escrituras lo suficiente, no meditan bastante, están ocupados en otras cosas y con tanto apremio que no saben qué hacer primero… Permítanme reducir esto a una simple máxima, uno de los dichos más sencillos y familiares quepodrían utilizarse: ‘Manténgase siempre listos’, de modo que cuando les llegue la buena fortuna puedan estar preparados para recibirla”1.

Válganse del plan del Evangelio para establecer las prioridades correctas. El Señor enseñó: “Por tanto, no busquéis las cosas de este mundo, mas buscad primeramente edificar el reino de Dios [o Sión], y establecer su justicia, y todas las cosas os serán añadidas”2.

Durante mi infancia en el sur de Utah, los conceptos de Sión no eran tan claros para mí como lo son ahora. Vivíamos en un pueblo pequeño no muy lejos del Zion National Park (Parque Nacional Sión). En la iglesia, a menudo cantábamos la conocida letra:

Israel, Jesús os llama

de las tierras de pesar.

Babilonia va cayendo;

Dios sus torres volcará.

A Sión venid, pues, prestos,

y su ira evitad.

A Sión venid, pues, prestos,

y su ira evitad3.

En mi mente de niño, veía los magníficos precipicios y enormes pináculos de piedra del parque nacional. Entre las escarpadas paredes del cañón serpenteaba un río de agua algunas veces plácida y otras veces torrentosa. Probablemente se pueden imaginar la confusión que experimentaba ese niño al tratar de establecer la relación entre las palabras del himno y los parajes familiares de aquel hermoso parque. Aunque no todo encajaba perfectamente, en mi mente tenía la firme impresión de que Sión era algo majestuoso y divino. Con el correr de los años, ha surgido un mejor entendimiento. En las Escrituras leemos: “Por tanto, de cierto, así dice el Señor: Regocíjese Sión, por que ésta es Sión: los puros de corazón…”4.

El establecimiento de Sión debe ser la meta de todo miembro de la Iglesia. Se puede afirmar con toda seguridad que: Al procurar con todo nuestro corazón traer y establecer Sión, las preocupaciones en cuanto a la escasez de tiempo desaparecerán. Hay satisfacciones y bendiciones al participar en esta noble causa. Nuestra vida personal se transforma. El hogar ya no es un hotel sino un refugio de paz, seguridad y amor. La sociedad en sí cambia. En Sión, cesan las contenciones y las disputas; desaparecen las distinciones de clase y el odio; nadie es pobre, ni espiritual ni temporalmente, y deja de existir toda clase de iniquidad. Como muchos han atestiguado, “ciertamente, no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los… creados por la mano de Dios”5.

El antiguo profeta Enoc trabajó muchos años para llevar a su pueblo a ese estado de rectitud. Tal como en nuestros días, ellos también vivieron en una época de hostilidad, iniquidad, guerras y derramamiento de sangre; pero los justos respondieron. “Y el Señor llamó SIÓN a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos”6.

Fíjense especialmente en la palabra “porque” en este pasaje. Sión se establece y florece por la vida y las labores de sus habitantes, inspiradas por Dios. Sión no viene como un obsequio, sino porque la gente virtuosa que ha hecho convenios se une para establecerla. El presidente Spencer W. Kimball observó: “Cuando cantamos juntos ‘A Sión, venid’, estamos diciendo… venid al barrio, a la rama, a la misión, a la estaca y ayudemos en el establecimiento de Sión”7. De este modo, una vez reunidos a la manera del Señor, los Santos de los Últimos Días se esfuerzan concienzudamente por establecer Sión como el “reino de nuestro Dios y su Cristo”8, en preparación para la segunda venida del Señor9.

El presidente Hinckley nos ha recordado que: “…esta obra en la cual estamos embarcados no es una obra común. Es la causa de Cristo; es el Reino de Dios, nuestro Padre Eterno; es la edificación de Sión sobre la tierra…”10.

“Para edificar esa Sión [de] la cual los profetas han hablado y de la que el Señor ha hecho una extraordinaria promesa, tenemos que dejar a un lado nuestro destructivo egoísmo. Tenemos que vencer nuestro amor por la comodidad y la holgura, y en el proceso mismo del esfuerzo y de las dificultades, en las mayores aflicciones, llegaremos a conocer mejor a nuestro Dios”11.

Entre las doctrinas que promueven este orden más alto de sociedad en el sacerdocio se encuentran el amor, el servicio, el trabajo, la autosuficiencia, la consagración y la mayordomía12. Para entender mejor cómo podemos establecer Sión sobre la base de estas verdades fundamentales, consideremos cuatro de ellas.

La primera es el amor.

“Jesús… dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

“Este es el primero y grande mandamiento.

“Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

“De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”13.

El amar a Dios sobre todo lo demás nos induce a poner nuestras prioridades en su debida perspectiva y en orden nuestra vida para que estén de acuerdo con Él. Llegamos a amar todas las creaciones de Dios, incluso a nuestros semejantes. El poner a Dios en primer plano en todas las cosas hace que haya más amor y devoción entre cónyuges, padres e hijos. En Sión encontramos a todo hombre “buscando… el bienestar de su prójimo, y haciendo todas las cosas con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios”14.

Después sigue el trabajo. El trabajo es un esfuerzo físico, mental o espiritual. El Señor mandó que “con el sudor de tu rostro comerás el pan”15. El trabajo es la fuente de felicidad, estima propia y prosperidad. En el sistema administrativo establecido por Dios, no hay lugar para el engaño y la codicia. El trabajo debe ser un esfuerzo honrado guiado por ese propósito divino que lo abarca todo: “Mas el obrero en Sión trabajará para Sión; porque si trabaja por dinero, perecerá”16.

Enseguida viene la autosuficiencia. Ésta es la precursora del albedrío personal y la seguridad. El Señor ha mandado a esta Iglesia y a sus miembros prepararse, ser autosuficientes e independientes17. Los tiempos de abundancia son tiempos en los que debemos vivir en forma prudente y almacenar. Los tiempos de escasez son tiempos en los que debemos vivir con frugalidad y utilizar lo que hemos almacenado.

“Ningún fiel Santo de los Últimos Días que esté física o emocionalmente capacitado cederá voluntariamente la carga de su propio bienestar o el de su familia a otra persona, sino que, mientras pueda, bajo la inspiración del Señor y con sus propios esfuerzos, se proveerá tanto él mismo como a su familia de las cosas espirituales y temporales necesarias de la vida”18.

Somos hijos e hijas de Dios y dependemos verdaderamente de Él para todo lo que poseemos. Si guardamos Sus mandamientos, Él jamás nos abandonará. Pero nuestro Padre Celestial no hace por nosotros aquello que nosotros podemos y debemos hacer por nosotros mismos. Él espera que usemos los recursos que recibimos de Él para mantenernos a nosotros y a nuestra familia. Cuando lo hacemos, somos autosuficientes19.

Por último, la consagración. El convenio de la consagración incluye el sacrificio; comprende el amor, el trabajo y la autosuficiencia; y es fundamental para el establecimiento del reino de Dios. “No se puede edificar a Sión”, dijo el Señor, “sino de acuerdo con los principios de la ley del reino celestial”20. El convenio de la consagración es fundamental para esa ley. Algún día deberemos aplicarla en su plenitud. Ese convenio abarca el “donar el tiempo, los talentos y los recursos para cuidar a aquellos que lo necesiten—ya sea espiritual o temporalmente—y edificar el reino de Dios”21.

Estos principios de amor, trabajo, autosuficiencia y consagración son ordenados por Dios. Aquellos que los acepten y gobiernen sus vidas de la manera correspondiente, llegarán a ser puros de corazón. La unión en justicia es el sello de su sociedad. Su paz y armonía se convierten en un pendón a las naciones. El profeta José Smith dijo:

“El establecimiento de Sión es una causa que ha interesado al pueblo de Dios en todas las edades; es un tema que los profetas, reyes y sacerdotes han tratado con gozo particular… a nosotros nos es permitido verla, participar en ella y ayudar a extender esta gloria [de Sión]… obra… que está destinada a efectuar la destrucción de los poderes de las tinieblas, la renovación de la tierra, la gloria de Dios y la salvación de la familia humana”22.

Les testifico que estas cosas son verdaderas. Gordon B. Hinckley es un profeta de Dios sobre la tierra, así como lo fue José Smith, hijo. El reino de Dios es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y se convertirá en Sión en toda su belleza. Cristo es el Redentor del mundo, el Hijo Amado del Dios viviente, el Santo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: Brigham Young, págs. 50, 251; cursiva agregada.

  2. Traducción de José Smith, Mateo 6:38.

  3. “Israel, Jesús os llama”, Himnos, Nº 6.

  4. D. y C. 97:21.

  5. Véase 4 Nefi 1:16; véanse también los versículos 1–18.

  6. Moisés 7:18; cursiva agregada.

  7. En el informe de la Conferencia de Área de París, 1976, pág. 3.

  8. D. y C. 105:32; véase también D. y C. 68:25–31; 82:14; 115:1–6.

  9. Véase D. y C. 65:2, 6.

  10. “Un pendón a las naciones”, Liahona, enero de 1990, pág. 54.

  11. “Nuestra misión salvadora”, Liahona, enero de 1992, pág. 67.

  12. Véase Spencer W. Kimball, “Y el Señor llamó Sión a su pueblo”, Liahona, diciembre de 1984, págs. 6–7.

  13. Mateo 22:37–40.

  14. D. y C. 82:19.

  15. Moisés 4:25; véase también Génesis 3:19.

  16. 2 Nefi 26:31.

  17. Véase D. y C. 78:13–14; 38:29–31.

  18. Véase “Y el Señor llamó Sión a su pueblo”, Liahona, diciembre de 1984, págs. 6–7; véase también 1 Timoteo 5:8.

  19. Véase El proveer a la manera del Señor, pág. 5.

  20. D. y C. 105:5.

  21. Véase “Y el Señor llamó Sión a su pueblo”, Liahona, diciembre de 1984, pág. 7.

  22. Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 282–284; cursiva agregada.