2000–2009
Elévense a la altura de su llamamiento
Octubre 2002


Elévense a la altura de su llamamiento

El Señor le guiará por revelación de la misma forma en que lo llamó. Debe pedir con fe para recibir revelación y saber qué debe hacer.

No hace mucho, un joven al que no conocía se me acercó en un lugar abarrotado de personas y me dijo calladamente pero con gran firmeza: “Élder Eyring, acabo de ser llamado como presidente del quórum de élderes. ¿Qué consejo podría darme?”. Yo sabía que no podía darle allí lo que él precisaba saber y pensar, con la gente pasando a nuestro lado, así que le dije: “Le daré mi consejo en la conferencia general”.

Este joven no es el único que desea ayuda. Cada semana se llama a miles de miembros de la Iglesia de todo el mundo a prestar servicio y muchos de ellos son recién conversos. La variedad de sus llamamientos es grande, y la variedad de su experiencia previa en la Iglesia es aún mayor. Si usted es uno de los que llama, capacita o simplemente cuida de esas personas, como lo hacemos todos nosotros, hay ciertas cosas que debe saber sobre cómo ayudarles a tener éxito.

Primero debe asegurarse de que ellos reciban un manual de instrucciones, de lecciones o los registros que deban llevar. Incluso puede darles una lista de las horas y los lugares de las reuniones a las que deban asistir. Después, puede ocuparse de hablarles de cómo se va a evaluar su labor, cuando perciba cierta preocupación en sus ojos.

Hasta el más nuevo de los miembros de la Iglesia sabe que el llamamiento a servir debe ser, principalmente, un asunto del corazón. Llegamos a conocer al Maestro al entregarle por completo nuestro corazón y guardar Sus mandamientos. Con el tiempo, nuestro corazón cambia y llegamos a ser como Él. Por tanto, existe una manera mejor de ayudar a los que reciben un llamamiento que darles una descripción de lo que tienen que hacer.

Lo que necesitarán, mucho más que una capacitación en sus tareas, es ver con ojos espirituales lo que significa ser llamados a servir en la Iglesia restaurada de Jesucristo. Ésta constituye el reino de Dios sobre la tierra, y debido a ello, tiene un poder que sobrepasa cualquier otra actividad en que los hombres puedan tomar parte. Ese poder depende de la fe de aquellos a quienes se llama a servir en esta Iglesia.

Por tanto, doy mi consejo a todo hombre o mujer, jovencita o joven que haya sido llamado o que sea llamado en el futuro. Hay algunas cosas cuya veracidad deberá llegar a conocer. Intentaré expresarlas con palabras, pero sólo el Señor, por medio del Espíritu Santo, puede manifestarlas a lo más profundo de su corazón. Ellas son:

En primer lugar, usted es llamado por Dios. El Señor le conoce. Él sabe a quién desea que sirva en cada responsabilidad de Su Iglesia. Él le escogió y ha preparado la manera de poder extenderle su llamamiento. Él restauró las llaves del sacerdocio a José Smith, las cuales han pasado por una línea sin interrupción hasta el presidente Hinckley. Mediante esas llaves, se han dado llaves a otros siervos del sacerdocio para presidir en estacas y barrios, en distritos y ramas. Fue por conducto de esas llaves que el Señor le ha llamado; esas llaves llevan consigo el derecho a la revelación, y ésta se recibe en respuesta a la oración. La persona que fue inspirada a recomendarle para su llamamiento no lo hizo porque usted le cayera bien o necesitara a alguien para llevar a cabo una determinada tarea. Esas personas oraron y recibieron la respuesta de que era a usted a quien se debía llamar.

La persona que le extendió el llamamiento no lo hizo simplemente porque sabía que usted era digno y estaba dispuesto a servir, sino que oró para conocer la voluntad del Señor con respecto a usted. Fueron la oración y la revelación dada a los siervos autorizados del Señor lo que le trajeron a este punto. Su llamamiento es un ejemplo de la fuente de poder exclusiva de la Iglesia del Señor. Los hombres y las mujeres son llamados por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos a quienes Él ha autorizado.

Se le ha llamado para representar al Salvador. Cuando usted testifica, su voz es la de Él, sus manos que auxilian son las de Él. Su labor consiste en bendecir a los hijos espirituales de Su Padre con la oportunidad de escoger la vida eterna. Por tanto, su llamamiento consiste en bendecir vidas, y esto es así aún en las tareas más sencillas que le hayan sido asignadas o en los momentos en los que podría estar haciendo algo aparentemente sin relación alguna con su llamamiento. Su forma de sonreír o la manera de ofrecer ayuda a alguien puede edificar la fe de esa persona; y tanto su forma de hablar como su comportamiento pueden destruir la fe.

Su llamamiento tiene consecuencias eternas para otras personas y para usted. Puede que en el mundo venidero miles de personas le llamen bienaventurado, un número mayor de las que usted haya servido aquí, pues serán los antepasados y los descendientes de aquellos que escogieron la vida eterna gracias a algo que usted dijo, hizo o incluso fue. Si alguien rechaza la invitación del Salvador porque usted no hizo todo lo que pudiera haber hecho, el pesar de ellos será el suyo. No hay llamamientos pequeños en lo referente a representar al Señor. Su llamamiento conlleva una seria responsabilidad, pero no debe temer porque su llamamiento también trae consigo grandes promesas.

Una de esas promesas es la segunda cosa que precisa saber; y es que el Señor le guiará por revelación de la misma forma en que lo llamó. Debe pedir con fe para recibir revelación y saber qué debe hacer. Acompaña al llamamiento la promesa de que tendrá respuestas, pero esa guía la recibirá sólo cuando el Señor tenga la certeza de que usted va a obedecer. Para conocer Su voluntad, usted debe estar comprometido a obedecerla. Las palabras “hágase tu voluntad”, escritas en el corazón, son la puerta que conduce a la revelación.

La respuesta se recibe por medio del Espíritu Santo, y precisará esta guía con frecuencia. Para disfrutar de la compañía del Espíritu Santo, usted debe ser digno, purificado por medio de la expiación de Jesucristo. En consecuencia, la obediencia a los mandamientos, el deseo y sus súplicas determinarán la claridad con que el Maestro podrá guiarle por conducto de las respuestas a sus oraciones.

Con frecuencia las respuestas las recibirá durante el estudio de las Escrituras. Éstas contienen relatos de los hechos del Salvador durante Su ministerio terrenal y la guía que brindó a Sus siervos. Las Escrituras contienen doctrina que se aplica a cada momento y a cada situación. El meditar en las Escrituras le ayudará a hacer las preguntas adecuadas al orar, y, tan cierto como que los cielos se abrieron para José Smith tras meditar las Escrituras con fe, Dios dará respuesta a sus oraciones y le llevará de la mano.

Hay una tercera cosa que debe saber: Así como Dios le llamó y le guiará, Él le magnificará. Usted va a necesitar que Él le magnifique. Seguramente tendrá oposición en su llamamiento, pero está al servicio del Maestro, es Su representante y hay vidas eternas que dependen de usted. Él enfrentó la oposición y dijo que ése sería el destino de todos a los que llamara. Las fuerzas combinadas en contra de usted no sólo buscarán frustrar su labor, sino destruirle espiritualmente. El apóstol Pablo lo describió de esta manera: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo…”1.

Habrá ocasiones en las que se sienta abrumado. Uno de los ataques que recibirá será mediante el sentimiento de que usted resulta inadecuado; y sí, es inadecuado para aceptar el llamamiento de representar al Salvador únicamente con sus propias fuerzas; pero usted tiene acceso a más que sus facultades naturales y no trabaja solo.

El Señor magnificará lo que usted diga y haga a los ojos de la gente a la que preste servicio. Él enviará el Espíritu Santo para manifestarles que lo que usted ha dicho es verdad. Sus palabras y hechos portarán esperanza y brindarán dirección a la gente más allá de su capacidad natural y de su propio entendimiento. Ese milagro ha sido la marca distintiva de la Iglesia del Señor en cada dispensación, y está tan integrada en su llamamiento que puede que usted hasta la dé por sentado.

El día de su relevo le enseñará una gran lección. El día de mi relevo como obispo, uno de los miembros del barrio fue luego hasta mi casa y me dijo: “Sé que ya no es más mi obispo pero, ¿podríamos hablar una vez más? Usted siempre me ha dicho las palabras que necesitaba escuchar y me ha dado tan buenos consejos. El nuevo obispo no me conoce tan bien como usted. ¿Podríamos hablar una vez más?”.

Accedí, aunque algo reacio. El miembro se sentó en una silla enfrente de mí, de forma idéntica a los cientos de veces que había entrevistado a los miembros del barrio como un juez en Israel. Comenzó la conversación y llegó el momento en el que se hizo necesario el consejo. Yo esperaba que las ideas, las palabras y los sentimientos fluyeran a mi mente, como siempre había sucedido.

Pero no recibí nada. En mi corazón y en mi mente sólo había silencio. Tras unos instantes dije: “Lo siento. Aprecio su amabilidad y su confianza, pero me temo no poder ayudarle”.

Cuando se le releve de su llamamiento sabrá lo que yo supe entonces. Dios magnifica a los que Él llama, incluso en lo que para usted parezca un servicio pequeño e insignificante. Usted tendrá el don de ver que su servicio sea magnificado, y dé las gracias mientras sea suyo, pues cuando ya no lo tenga, llegará a apreciarlo más de lo que pueda imaginarse.

El Señor no sólo magnificará el poder de sus esfuerzos, sino que trabajará a su lado. Sus palabras, dirigidas a cuatro misioneros llamados por medio del profeta José Smith a realizar una tarea difícil, dan valor a todo el que Él llama en Su reino: “…y yo mismo los acompañaré y estaré entre ellos; y soy su intercesor ante el Padre, y nada prevalecerá en contra de ellos”2.

En virtud de que el Salvador es un ser resucitado y glorificado, no está físicamente con cada uno de Sus siervos en todo momento. Pero es perfectamente consciente de ellos y de sus circunstancias, y puede intervenir con Su poder. Es por ello que puede prometerle: “Y quienes os reciban, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”3.

Éste es otro modo que tiene el Señor de magnificarle en el llamamiento de servirle. En ocasiones, incluso muchas veces, usted sentirá que no puede hacer todo lo que quisiera. La pesada carga de sus responsabilidades le parecerá inmensa; le preocupará no poder pasar más tiempo con su familia; se preguntará cómo puede hallar tiempo y energías para cumplir con sus demás responsabilidades aparte de la familia y el llamamiento. Puede que llegue a sentirse desanimado o incluso culpable después de haber hecho todo lo posible para cumplir con sus obligaciones. Yo he tenido días y noches así. Permítame decirle lo que aprendí.

Si pienso únicamente en mi propio rendimiento, mi tristeza se acrecienta. Pero cuando recuerdo que el Señor prometió que Su poder estaría conmigo, empiezo a buscar evidencias de Su obra en la vida de las personas a las que sirvo, y oro para poder ver con ojos espirituales los efectos de Su poder.

Entonces, invariablemente, los rostros de estas personas comienzan a fluir a mi mente. Recuerdo el brillo de los ojos de un niño cuyo corazón recibió alivio, las lágrimas de felicidad en el rostro de una niña de la última fila de una clase de Escuela Dominical que yo impartía, o el problema que se resolvió antes de tener tiempo de atenderlo. Entonces sé que he hecho bastante para que se cumpla una vez más la promesa dada por medio de José Smith: “Por tanto, muy queridos hermanos, hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces podremos permanecer tranquilos, con la más completa seguridad, para ver la salvación de Dios y que se revele su brazo”4.

Puede tener la total certeza de que El Señor multiplicará muchas veces el poder de usted. Todo lo que Él le pide es que dé el mejor de sus esfuerzos y le entregue todo su corazón. Hágalo con buen ánimo y la oración de fe. El Padre y Su Hijo Amado enviarán el Espíritu Santo para ser su compañero y guiarle; sus esfuerzos se magnificarán en la vida de la gente a la que usted sirva y, cuando mire hacia atrás a lo que ahora pueden parecer momentos difíciles de servicio y sacrificio, el sacrificio se habrá convertido en una bendición y usted sabrá que ha visto el brazo de Dios dando ayuda a los que usted ha servido en Su nombre, y ayudándole también a usted.

Sé que Dios el Padre vive. Él oye y contesta nuestras oraciones. Aquellos a quienes servimos son Sus hijos espirituales. Ésta es la Iglesia verdadera de Jesucristo. Él es el único nombre mediante el cual se pueden santificar los hijos del Padre y lograr la vida eterna. Las llaves del sacerdocio las ejerce el profeta viviente del Señor, Gordon B. Hinckley.

Testifico que el Salvador vive y dirige Su Iglesia. Lo sé. Soy un testigo para Él y por Él. Él le observa y aprecia el servicio fiel que usted brinda en la obra a la que le ha llamado.

En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Efesios 6:12.

  2. D. y C. 32:3.

  3. D. y C. 84:88.

  4. D. y C. 123:17.