2000–2009
Por sacrificios se dan bendiciones
Octubre 2002


Por sacrificios se dan bendiciones

Si tenemos amor, si tenemos caridad, si somos obedientes a Dios y seguimos a Sus profetas, nuestros sacrificios nos traerán las bendiciones del cielo.

Las palabras “por sacrificios se dan bendiciones”, del himno “Loor al Profeta”1, siempre me conmueven el alma. El sacrificio se define como: “El acto de ceder algo de valor a cambio de algo que es de mayor valor o importancia”2. El sacrificio se realiza de muchos modos. Los Santos de los Últimos Días hacemos un convenio con el Señor de sacrificarnos, y al hacerlo, sometemos nuestra voluntad a la de Él, y dedicamos nuestra vida a edificar Su reino y a servir a Sus hijos.

A aquellos que se sacrifican fielmente mediante un diezmo íntegro, el Señor ha prometido que abrirá las ventanas de los cielos3. Ese sacrificio no sólo bendice a la persona y a la familia, sino que esas aportaciones voluntarias a la Iglesia proporcionan las fuentes de recursos que ayudan al reino del Señor a efectuar milagros día a día. El rey Benjamín dijo: “[Consideren] el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales”4. La fiel contribución de los diezmos es una manifestación externa de un compromiso interior de sacrificarnos.

El obedecer la ley del ayuno es otra forma de sacrificio. El Señor nos pide que apartemos un domingo al mes para ayunar dos comidas; se nos invita a contribuir a la Iglesia el dinero que ahorremos en el costo de esas dos comidas para que ésta ayude a los necesitados. El ayunar y el contribuir con una ofrenda generosa producen un efecto purificador en el alma. El presidente Spencer W. Kimball declaró: “En la práctica de la ley del ayuno, la persona encuentra un manantial personal de poder para vencer los excesos personales y el egoísmo”5.

La obra del templo y la de historia familiar es un sacrificio de amor. Los santos fieles dedican millones de horas a compilar historia familiar; buscan en microfilmes y en registros, y con lápiz y computadoras registran fechas y acontecimientos. En el templo llevan a cabo ordenanzas sagradas para sus preciados antepasados. Como en el caso del Salvador, ésta es una expresión de sacrificio: el hacer algo por los demás que ellos no pueden hacer por sí mismos.

Hace unos años, cuando estábamos en una asignación para la Iglesia en San Petersburgo, Rusia, mi esposa Mary Jayne y yo tuvimos la singular oportunidad de sentir las bendiciones de la obra de historia familiar. Visitamos el archivo de las estadísticas demográficas para ver el trabajo que había hecho la Iglesia para microfilmar algunos registros de Rusia occidental. Al ver al archivista fotografiar las páginas mohosas de libros antiguos de la ciudad de Pskov, los nombres se convirtieron en gente real. Parecían salir de las páginas y decir: “Me han encontrado; ya no estoy perdido. Sé que algún día, en alguna parte, alguno de mi familia llevará mi nombre al templo y seré bautizado y recibiré la investidura, y mi esposa y mis hijos serán sellados a mí. ¡Gracias!”.

La vida de José Smith fue un ejemplo de sacrificio desinteresado por el Evangelio de Jesucristo. Aunque el Profeta José sufrió grandemente, permaneció optimista y superó muchas persecuciones. Parley P. Pratt relata una conmovedora experiencia al estar con el Profeta en la cárcel en Misuri, en el invierno de 1838–1839. Esos seis meses de sufrimiento y confinamiento instruyeron a ese preeminente y preordenado profeta.

En la cárcel, el Profeta y los demás hermanos habían oído a los guardias alardear de las infames injusticias que habían cometido entre los “mormones”. Finalmente, el Profeta no pudo aguantar más esas sórdidas blasfemias. De súbito, se levantó y, “con voz de trueno”, dijo: “ ‘SILENCIO, demonios del pozo infernal! En el nombre de Jesucristo os reprendo y os mando callar’

“Permaneció erguido en abrumadora majestad; encadenado y sin armas, sereno y digno como un ángel…” [Los temblorosos guardias] se retiraron a un rincón, “tiraron sus armas”, le pidieron perdón, y luego “se quedaron en silencio hasta que cambió la guardia”.

El hermano Pratt escribe más adelante: “He visto a magistrados de justicia ataviados con su vestimenta oficial… He presenciado a un congreso en asamblea solemne… Me he imaginado a reyes, cortes reales, tronos y coronas… pero majestad y dignidad sólo he contemplado una vez en mi vida, en cadenas, a medianoche, en el lóbrego calabozo de una desconocida aldea de Misuri”6.

Unas semanas después de ese acontecimiento, en otra oscura hora, José imploró la guía del Señor. El Señor respondió: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento”7. Luego el Señor dijo estas interesantes palabras al Profeta: “Los extremos de la tierra indagarán tu nombre”8.

Cinco años después, al mirar atrás y contemplar la incompleta construcción del Templo de Nauvoo, José supo que iba “como cordero al matadero”; sin embargo, se sentía “sereno como una mañana veraniega”9. Con garantías de que lo protegerían, se entregó a otro arresto; sin embargo, su confianza fue traicionada. El 27 de junio de 1844, él y su hermano Hyrum fueron asesinados salvajemente en la cárcel de Carthage.

Los extremos de la tierra han indagado en cuanto al nombre de José Smith, y hoy día el sol brilla sobre los miembros de la Iglesia restaurada de Jesucristo en todo el mundo. Estas palabras sobre el mártir Abraham Lincoln también describen la majestad del profeta José Smith:

He aquí un hombre de grandeza contra el mundo;

un hombre semejante a las montañas y los mares…

que cuando en el torbellino fue derrumbado,

lo hizo como el roble aún verde y majestuoso,

que con poderoso estruendo cae sobre las colinas

y un lugar vacío deja contra el cielo”10.

No hay sacrificio más grande que el sacrificio expiatorio del Salvador Jesucristo. Su Expiación, pese a que es incomprensible e incomparable, fue el acontecimiento culminante de este mundo. Estamos agradecidos porque debido a Su suprema ofrenda de caridad, la muerte no tiene aguijón ni el sepulcro victoria.

Nuestro desafío es sacrificar desinteresadamente todo lo que se nos ha dado, incluso nuestra voluntad. Como bien lo dijo el élder Neal A. Maxwell: “La sumisión de nuestra voluntad es la única cosa exclusivamente personal que tenemos para colocar sobre el altar de Dios; todo lo demás que le damos… es lo que Él nos ha dado o prestado a nosotros”11.

Al final, el sacrificio es un asunto del corazón… del corazón. “He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta”12. Si tenemos amor, si tenemos caridad, si somos obedientes a Dios y seguimos a Sus profetas, nuestros sacrificios nos traerán las bendiciones del cielo. “Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito”13.

En forma poco común, vislumbré en pequeña escala el sacrificio del amor del Salvador por mí. Estando en Jerusalén una Nochebuena, mi esposa y yo visitamos varios de los sitios por donde el Salvador caminó y enseñó. La agonía que Él padeció nos produjo gran pesar al visitar el calabozo debajo del palacio de Caifás. Fue allí donde nuestro Señor fue flagelado y azotado. Vimos en el muro los agujeros de las cadenas, y con lágrimas cantamos “Un pobre forastero”14. Él se encontraba muy solo entre los criminales más viles. Acongojados, suplicamos valor para ser siervos dignos de Él.

Poco después, visitamos el Sepulcro del Jardín. Resonaron en nuestro corazón las palabras de las Escrituras: “No está aquí, pues ha resucitado”15. Eliza R. Snow escribió:

En agonía Él colgó

y en silencio padeció.

Su gran misión desempeñó.

Al Padre Él glorificó.

Por los pecados padeció.

Vida eterna Él nos dio”16.

La expiación del Salvador fue el acto más sublime de caridad jamás conocido por el género humano.

Nosotros cantamos estas palabras del presidente Gordon B. Hinckley:

El vive, roca de mi fe,

la luz de la humanidad.

El faro del camino es,

destello de la eternidad”17.

Me aflige pensar que una sola gota de Su sangre se haya derramado por mí. Ruego que algún día pueda encontrarme con el Salvador. Me arrodillaré y besaré sus manos y pies heridos, y Él enjugará mis lágrimas. Ruego que Él me diga: “Bien, buen siervo y fiel”18. Debido a Su misericordia, tengo esperanza. Él es la “fuente de toda bendición”19. De estas cosas testifico en el sagrado nombre del más grande ejemplo de sacrificio, sí, nuestro Salvador Jesucristo. Amén.

  1. Himnos, Nº 15.

  2. The Oxford Encyclopedic English Dictionary, 1991, “sacrifice,” 1272–1273.

  3. Véase Malaquías 3:10.

  4. Mosíah 2:41.

  5. Véase “Convirtámonos en puros de corazón”, Liahona, agosto de 1978, pág. 127.

  6. Véase Marlin K. Jensen, “La influencia de una buena vida”, Liahona, julio de 1994, pág. 54.

  7. D. y C. 121:7.

  8. D. y C. 122:1.

  9. D. y C. 135:4.

  10. Edward Markham, “Lincoln the Man of the People”, en Louis Untermeyer, comp., A Treasury of Great Poems, 1955, págs. 994–995.

  11. “…absorbida la voluntad del Padre”, Liahona, enero de 1996, pág. 27.

  12. D. y C. 64:34.

  13. 3 Nefi 9:20.

  14. Himnos, Nº 16.

  15. Mateo 28:6.

  16. “Cristo, el Redentor, murió”, Himnos, Nº 114.

  17. “Vive mi Señor”, Himnos, Nº 74.

  18. Mateo 25:21.

  19. Hymns, Nº 70.