2000–2009
El diezmo: Una prueba de fe con bendiciones eternas
Octubre 2002


El diezmo: Una prueba de fe con bendiciones eternas

Paguen su diezmo; abran las ventanas de los cielos; serán bendecidos abundantemente por su obediencia y fidelidad a las leyes y mandamientos del Señor.

El diezmo es una prueba de fe con bendiciones eternas1. En el Antiguo Testamento, Abraham demostró su fe al pagar diezmos al gran sumo sacerdote Melquisedec2. Jacob, nieto de Abraham, prometió al Señor: “De todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”3.

El diezmo se ha establecido en estos últimos días como una ley esencial para los miembros de la Iglesia restaurada del Señor. Es una de las formas básicas de demostrar nuestra fe en Él y nuestra obediencia a Sus leyes y mandamientos. El diezmo es uno de los mandamientos que nos habilitan, mediante nuestra fe, a entrar en el templo: la Casa del Señor.

Poco más de tres meses después del martirio del profeta José Smith, cuando los santos edificaban el Templo de Nauvoo, Brigham Young escribió en nombre del Quórum de los Doce Apóstoles:

“Observen firme y constantemente la ley del diezmo… luego acérquense a la Casa del Señor y sean instruidos en Sus caminos, y caminen por Sus senderos”4.

La observancia estricta de la ley del diezmo no sólo nos habilita para recibir las ordenanzas salvadoras más elevadas del templo, sino que también nos permite recibirlas en nombre de nuestros antepasados. Cuando se le preguntó al presidente John Taylor, en ese entonces integrante del Quórum de los Doce, si los miembros de la Iglesia que no habían pagado sus diezmos podían ser bautizados por los muertos, contestó:

“El que no pague sus diezmos no es digno de bautizarse por los muertos… Si un hombre no tiene la fe suficiente para cumplir con estos pormenores, tampoco tiene la fe suficiente para salvarse a sí mismo ni a sus amigos”5.

El diezmo desarrolla y prueba nuestra fe. Al sacrificar al Señor lo que podríamos pensar que necesitamos o que deseamos para nosotros, aprendemos a confiar en Él. Nuestra fe en Él hace posible que guardemos los convenios del templo y recibamos las bendiciones eternas del mismo. La pionera Sarah Rich, esposa de Charles C. Rich, escribió en su diario después de salir de Nauvoo:

“Fueron muchas las bendiciones que recibimos en la Casa del Señor, lo cual nos llenó de gozo y consuelo en medio de nuestras tribulaciones, y nos permitió tener fe en Dios, sabiendo que Él nos guiaría y nos apoyaría en la jornada desconocida que estaba ante nosotros”6.

Al igual que los pioneros, el pago obediente del diezmo fortifica nuestra fe y esa fe nos sostiene a través de las pruebas, las tribulaciones y el dolor en nuestra jornada por la vida.

El diezmo también nos enseña a controlar nuestros deseos y pasiones por las cosas del mundo. El pago del diezmo nos alienta a tener un trato honrado con nuestros semejantes. Aprendemos a confiar en que lo que se nos ha dado, por medio de las bendiciones del Señor y de nuestro esfuerzo diligente, es suficiente para nuestras necesidades.

El diezmo tiene un propósito especial como ley preparatoria. A principios de esta dispensación, el Señor mandó a ciertos miembros de la Iglesia vivir la ley más alta de la consagración, una ley recibida por convenio. Los santos enfrentaron grandes tribulaciones cuando no guardaron ese convenio7. Se retiró entonces la ley de consagración y en su lugar el Señor reveló la ley del diezmo para toda la Iglesia8. El 8 de julio de 1838, Él declaró:

“Y esto será el principio del diezmo de mi pueblo…

“Y todos aquellos que hayan entregado este diezmo pagarán la décima parte de todo su interés anualmente; y ésta les será por ley fija perpetuamente”9.

La ley del diezmo nos prepara para vivir la ley más alta de la consagración, de dedicar y dar todo nuestro tiempo, talentos y recursos a la obra del Señor. Mientras llegue el día en que se nos requiera vivir esa ley más alta, se nos manda vivir la ley del diezmo, que es dar liberalmente10 una décima parte de nuestro ingreso anualmente.

A aquellos que viven fiel y honradamente la ley del diezmo, el Señor promete una abundancia de bendiciones. Algunas de esas bendiciones son temporales, así como el diezmo es temporal, pero al igual que las ordenanzas físicas externas del bautismo y de la Santa Cena, el mandamiento de pagar el diezmo requiere un sacrificio temporal que, a la larga, se traduce en grandes bendiciones espirituales.

Conozco a un matrimonio que vivía a miles de kilómetros del templo más cercano. Aun cuando no ganaban mucho, pagaban fielmente su diezmo y ahorraron todo lo que pudieron para ir a la casa del Señor. Después de un año, el hermano del esposo —que no era miembro de la Iglesia— en forma inesperada les ofreció dos pasajes de avión. Esa bendición temporal hizo posible la bendición espiritual de sus investiduras en el templo y su sellamiento. Más tarde recibieron una bendición espiritual adicional cuando el hermano, conmovido por la humilde fidelidad del matrimonio, se unió a la Iglesia.

Las bendiciones temporales y espirituales del diezmo se adaptan específicamente a nosotros y a nuestras familias, de acuerdo con la voluntad del Señor, pero para recibirlas debemos obedecer la ley sobre la cual se basan11. Con respecto a los diezmos, el Señor ha dicho: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”12.

¿Rechazaríamos intencionalmente el derramamiento de bendiciones del Señor? Lamentablemente, eso es lo que hacemos cuando dejamos de pagar el diezmo y decimos no a las bendiciones que estamos buscando y por las que estamos orando. Si alguno de ustedes duda de las bendiciones del diezmo, le recomiendo aceptar la invitación del Señor de “[probarlo] ahora en esto”. Paguen su diezmo; abran las ventanas de los cielos; serán bendecidos abundantemente por su obediencia y fidelidad a las leyes y mandamientos del Señor.

Tengan la seguridad de que las bendiciones se derraman por igual sobre ricos y pobres. Como dice el himno, es el sacrificio lo que trae las bendiciones del cielo, no la cantidad de nuestras aportaciones13.Los miembros que pagan sin reparos el diez por ciento de su ingreso anual reciben todas las bendiciones prometidas del diezmo, ya sea que la cantidad sea la blanca de la viuda o el tesoro de un rey.

Hace algunos años visité un centro de reuniones de otra denominación religiosa. Grabado sobre los hermosos vitrales provenientes de Europa estaba el nombre de su donante; esculpidas en el majestuoso púlpito de cedro del Líbano estaban las iniciales del rico benefactor; las bancas más deseables llevaban el nombre de prominentes familias que habían hecho los mayores donativos al fondo de construcción de la iglesia.

En contraste, en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, todo el que paga un diezmo íntegro es reconocido y bendecido por igual por el Señor, sin honores especiales ni recompensas públicas. Él “no hace acepción de personas”14; su ley de ingresos es en verdad equitativa.

Es importante en estos días la forma en que se distribuyen los diezmos. Mientras que por un lado vemos ejemplos de codicia y avaricia entre algunos ejecutivos corporativos irresponsables, nosotros podemos estar agradecidos de que el Señor proporcionó una forma de administrar los diezmos bajo Su dirección.

De acuerdo con las revelaciones, los obispos han sido ordenados para “administrar el almacén del Señor; recibir los fondos de la iglesia” 15. Se espera que tanto los obispos como los secretarios paguen un diezmo íntegro y hayan aprendido a vivir en forma prudente de acuerdo con sus medios. Horas después de recibir los fondos de diezmos de los miembros de sus barrios o ramas, esos líderes locales traspasan esos fondos a las Oficinas Generales de la Iglesia.

Luego, de acuerdo con la revelación del Señor, el uso de los diezmos lo determina un consejo compuesto por la Primera Presidencia, el Quórum de los Doce Apóstoles y el Obispado Presidente. El Señor declara específicamente que el trabajo del Consejo debe ser dirigido “por mi propia voz dirigida hacia ellos”16. Este consejo se denomina el “Consejo Encargado de la Disposición de los Diezmos”.

Es sorprendente observar cómo ese Consejo está atento a la voz del Señor. Cada miembro está al tanto de todas las decisiones del Consejo y participa en ellas. No se toma ninguna decisión hasta que haya unanimidad en el Consejo. Todos los fondos de diezmos se gastan en los objetivos de la Iglesia, entre los que se cuenta el bienestar: el cuidado de los pobres y los necesitados; templos, edificios y el mantenimiento de centros de reuniones, educación, cursos de estudio; en una palabra, en la obra del Señor.

Cuando un amigo del presidente George Albert Smith le preguntó lo que pensaba del plan que tenía de tomar lo que habría sido el diezmo y donar esa décima parte a organizaciones de beneficencia de su elección, el consejo del presidente Smith fue el siguiente:

“Me parece que eres muy generoso con lo que le pertenece a alguien más… Me has dicho lo que has hecho con el dinero del Señor, sin ninguna indicación de que hayas dado ni un solo centavo tuyo. Él es el mejor socio que tienes en el mundo; él te da todo lo que posees, aun el aire que respiras. Él ha dicho que debes dar la décima parte de lo que percibes a la Iglesia; eso no es lo que has hecho; has tomado el dinero de tu mejor socio para regalarlo a otros”17.

Los diezmos de los miembros de la Iglesia pertenecen al Señor, quien decide, por medio de un consejo de Sus siervos, cómo se deberán usar.

Doy mi testimonio a los miembros de la Iglesia y a otras personas de todo el mundo con respecto al Consejo Encargado de la Disposición de los Diezmos. He formado parte de ese Consejo durante diecisiete años, como Obispo Presidente de la Iglesia y ahora como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles. Sin excepción, los fondos de los diezmos de la Iglesia se han utilizado para los propósitos del Señor.

El Señor desea que todos Sus hijos tengan las bendiciones que provienen del pago del diezmo. Muy a menudo nosotros, como padres, no enseñamos ni alentamos a nuestros hijos a vivir esa ley porque sus aportaciones sólo ascienden a unos pocos centavos. Pero sin el testimonio de los diezmos, ellos son vulnerables. En los años de su adolescencia les atraen la ropa, las diversiones y las posesiones costosas, y se arriesgan a perder la protección especial que les da el diezmo.

Al pasar los años, ¿es posible que un joven sea ordenado élder, sirva en una misión y enseñe a los demás en forma eficaz una ley que él mismo no ha vivido? Al volver a casa y al enfrentar las presiones de los estudios, de empezar una familia y una carrera, ¿se le hará más fácil vivir la ley del diezmo? De igual forma, ¿será digna una jovencita de servir al Señor y de hacer convenios de un matrimonio celestial sin haber ganado un testimonio del diezmo por sí misma? ¿Estará preparada para enseñar a sus hijos una ley que no haya aprendido por experiencia propia? ¡Cuánta fidelidad se necesita de padres y madres que en unión invocan las bendiciones protectoras del diezmo sobre sus familias y las bendiciones que justamente les pertenecen! El presidente Lorenzo Snow dijo: “Enseñen a sus hijos a pagar los diezmos, para que lo hagan perpetuamente. Si observamos esa ley, no importa qué hagan nuestros enemigos, el Señor nos preservará”18.

En unas semanas más cada uno de nosotros tendrá la oportunidad sagrada de reunirse nuevamente con su obispo y ajustar sus diezmos con el Señor. El obispo de ustedes será delicado y amable; entenderá los desafíos que ustedes enfrentan. Si no pueden ponerse al corriente, sigan adelante; empiecen a pagar a partir de hoy. Compartan con su obispo la promesa que han hecho de pagar un diezmo íntegro en el futuro y busquen la forma de regresar al templo lo antes posible. Tan pronto como hayan demostrado su fe al pagar el diezmo durante un tiempo y al cumplir con otros mandamientos necesarios, tendrán la posibilidad de disfrutar de las bendiciones eternas del templo. Les suplico, no dejen pasar esta oportunidad; no la dejen para después.

Padres y madres, al prepararse para el ajuste de diezmos, les recomiendo reunir a sus pequeñitos y ayudarles a calcular sus centavos. Ayuden a sus jóvenes y jovencitas a consultar sus registros y a hacer un inventario de sus ingresos anuales. ¡Qué oportunidad más maravillosa es sembrar la semilla de la fe en los corazones de sus hijos! Con esto los iniciarán en el camino que lleva al templo. Las generaciones de sus antepasados y su posteridad por venir les llamarán bienaventurados, porque habrán preparado a sus hijos para llevar a cabo ordenanzas salvadoras en beneficio de ellos. No es coincidencia, mis hermanos y hermanas, que bajo la dirección del profeta viviente de Dios sobre la tierra hoy día, el presidente Gordon B. Hinckley, se estén construyendo templos por todo el mundo. El guardar los mandamientos, que incluye el pago de nuestros diezmos, nos habilitará para entrar en esos templos, ser sellados a nuestra familia y recibir bendiciones eternas.

Ruego que no demoremos y que demos oídos al mandamiento de nuestro Señor de vivir la ley del diezmo. Sé de dos misioneros que visitaron a una familia muy pobre. La casa de la familia estaba hecha de madera prensada y palos, con piso de tierra y sin electricidad ni camas. El padre, un agricultor, había gastado todo el ingreso del día en alimentos para la cena. Al salir de ese humilde hogar, el compañero mayor pensó para sí: “La ley del diezmo va a ser un obstáculo para esta familia. Quizás no debamos mencionarla por un tiempo”. Unos minutos más tarde el compañero menor, que se había criado en circunstancias similares en su propio país, expresó sus pensamientos en voz alta: “Sé que tenemos que esperar cuatro lecciones más para enseñar la ley del diezmo, pero, ¿podríamos enseñarla en nuestra próxima visita? Ellos necesitan saber sobre los diezmos porque necesitan tanto la ayuda y las bendiciones del Señor”.

Ese misionero entendía que “Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa”19. El Señor desea bendecir a esa familia y espera ansiosamente su obediencia para poder hacerlo.

Mis amados hermanos y hermanas, las bendiciones eternas del diezmo son reales; las he experimentado en mi vida y en la de mi familia. La prueba de nuestra fe es si viviremos o no la ley del diezmo por medio de la obediencia y el sacrificio. Porque, en las palabras del profeta José Smith, “una religión que no requiera el sacrificio de todas las cosas nunca tendrá poder suficiente para producir la fe indispensable para la vida y la salvación”20.

Testifico que el Señor Jesucristo sacrificó Su vida para traer esta salvación a cada uno de nosotros. Como Su testigo especial, testifico que Él vive y en Su nombre expreso mi gratitud a ustedes, los niños, las viudas, los jóvenes, las familias —los fieles— por sus diezmos sagrados. “A tu prójimo ayudaste y así serviste a tu Señor”21. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, págs. 220–221.

  2. Véase Génesis 14:20.

  3. Génesis 28:22.

  4. Véase “La ley divina del diezmo” Liahona, diciembre de 1986, pág. 12.

  5. “La ley divina del diezmo” Liahona, diciembre de 1986, pág. 12.

  6. Diario de Sarah De Armon Pea Rich, Archivos de la Biblioteca Harold B. Lee, Universidad Brigham Young, (manuscrito), pág. 42.

  7. Véase Joseph Fielding Smith, Church History and Modern Revelation, primera serie, 1946, pág. 196.

  8. Véase la Introducción histórica a la sección 119 de Doctrina y Convenios.

  9. D. y C. 119:3–4.

  10. Véase Church History and Modern Revelation, tercera serie, 1946, pág. 120.

  11. Véase D. y C. 130:21–22.

  12. Malaquías 3:10.

  13. Véase “Loor al Profeta”, Himnos, Nº 15.

  14. D. y C. 1:35; 38:16.

  15. D. y C. 72:10.

  16. D. y C. 120:1.

  17. Véase Liahona, diciembre de 1986, pág. 16.

  18. Citado en Church History and Modern Revelation, tercera serie, pág. 122.

  19. D. y C. 130:20–21.

  20. Presidente James E. Faust, “Abrir las ventanas de los cielos”, Liahona, enero de 1999, pág. 69.

  21. “Un pobre forastero”, Himnos, Nº 16.