2000–2009
“¿Te dije…?”
Abril 2003


“¿Te dije…?”

En el eterno plan de salvación, lo más importante y satisfactorio que hagan será edificar un hogar santo y criar con amor una familia unida.

Hace casi tres años, una de nuestras hijas se casó y de inmediato ella y su esposo se fueron a otra ciudad donde él estudiaría medicina. Salía ella de la seguridad de su hogar para empezar su propia familia. Me hice la pregunta: ¿Le enseñé todo lo que necesita saber? ¿Sabe lo que es más importante en esta vida? ¿Está lista para edificar un hogar feliz?

Al observarla partir, recordé un pequeño diario que le di cuando cumplió 17 años; se titulaba: “¿Te dije…?”. En él, anoté consejos que solía darle las noches que nos quedábamos hasta tarde charlando. Al verlos partir hacia su nueva vida, pensé en tres anotaciones adicionales que deseaba poner en ese diario para ayudarla en la transición más importante y desafiante que el viajar a otra ciudad: la transición de empezar su propio hogar y familia. Permítanme compartir esas anotaciones con ella y con toda la juventud de la Iglesia, a fin de enseñarles la importancia de la familia.

Primeramente, ¿te dije… cómo hacer de tu hogar un refugio de paz y un baluarte de fortaleza? Debes seguir el modelo que observaste al entrar en la casa del Señor, para “[establecer] una casa… de oración una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción… una casa de orden” (D. y C. 109:8). Si seguimos ese modelo, tendremos gran paz en nuestros hogares en un mundo cada vez más agitado.

Ten en cuenta el ejemplo del hogar de tus abuelos; por ambas líneas familiares, ellos criaron a sus “hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:40). El hogar de mi padre fue un hogar de instrucción . En el funeral de su padre, él dijo que nunca había aprendido un principio del Evangelio en una reunión de la Iglesia que no hubiese aprendido ya en su propio hogar. La Iglesia era un complemento para su hogar. Mi hogar fue una casa de orden; era de suma importancia (a pesar de las ocupaciones de todos) estar juntos durante el desayuno y la cena. La hora de la comida era más que sólo para comer; era un momento de suma importancia para alimentar nuestro espíritu así como nuestro cuerpo.

Las cosas pequeñas constituyen un hogar feliz, cosas como orar, decir “lo siento”, expresar gratitud, leer un buen libro juntos. ¿Recuerdas cuánto reímos y lloramos al construir la cerca de atrás de la casa? ¿Recuerdas que cada vez que salíamos en el auto cantábamos para no ir peleando? ¿Recuerdas que oramos por la decisión importante de un miembro de la familia y por una prueba importante de otro? La proclamación sobre la familia hace hincapié en esto: “…las familias que logran tener éxito se establecen… sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas”(La Familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 1998, pág. 24).

En tu juventud, formaste los hábitos de orar y leer las Escrituras. Aprovecha esos hábitos así como las aptitudes que aprendiste de cocinar y presupuestar. Con tus justos deseos y tus aptitudes domésticas, edificarás un hogar que es un refugio de paz y un baluarte de fortaleza.

Segundo, ¿te dije… que “herencia de Jehová son los hijos” (Salmos 127:3)? La Proclamación de la Familia declara: “…el mandamiento que Dios dio a sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece inalterable”(Liahona, octubre de 1998, pág. 24). Esperamos que nuestro Padre Celestial te bendiga con hijos. Muchas personas pasan por alto la alegría y consideran a los niños sólo como un inconveniente. Es cierto que el ser padres es físicamente agotador, emocionalmente extenuante y mentalmente fatigante. Nadie te dará buenas calificaciones o un premio por lo que hagas como madre. A veces te preguntarás: “¿Hice lo correcto? ¿Vale la pena?”.

¡Sí vale la pena! Todos los profetas modernos han testificado sobre la función sagrada de la maternidad. El presidente Spencer W. Kimball dijo: “Es importante que ustedes, las mujeres Santos de los Últimos Días, comprendan que el Señor considera la maternidad y las madres como algo sagrado y en la más alta estima” (véase “Privilegios y responsabilidades de la mujer de la Iglesia”, Liahona, febrero de 1979, págs. 139–148). El Espíritu le confirma a mi alma que eso es verdad.

Llegarás a saber, al igual que yo, que ser padres no sólo es un desafío, sino que proporciona las alegrías más grandes de la vida. Se siente la alegría cuando en una noche de hogar el niño de cinco años cuenta un relato de las Escrituras con detalles completos y correctos, o cuando un niño lee fielmente el Libro de Mormón todas las noches. Siento alegría cuando mi hija, que es animadora de deportes, tiene el valor de decirle al grupo que la nueva rutina tiene movimientos inapropiados, y cuando una hija misionera escribe acerca de su testimonio del Evangelio. Siento alegría al ver a una hija que le lee a una mujer ciega, y a un hijo que sirve en el templo. En esos momentos, me siento como Juan el Amado: “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 1:4). ¿Te dije… que con todo mi corazón me encanta ser madre?

Por último, ¿te dije… que el amor es la virtud fundamental en la edificación de un hogar fuerte? Nuestro Padre Celestial ejemplifica el modelo que debemos seguir; Él nos ama, nos enseña, es paciente con nosotros y nos confía nuestro albedrío. El presidente Hinckley dijo: “El amor cambiará las cosas: el amor, el cariño que den a sus hijos generosamente en la infancia y también a lo largo de los difíciles años de la juventud… Y el aliento estimulante, que es rápido en felicitar y lento en criticar” (“Instruye al niño en su camino…”, Liahona, enero de 1994, pág. 67). A veces la disciplina (que significa enseñar) se confunde con la crítica. Los niños (así como las personas de todas las edades) mejoran su conducta con el amor y el aliento en vez de la crítica.

Cuando un joven que conozco se dejó crecer el cabello en la adolescencia, sus padres decidieron concentrarse en su buena ética de trabajo y en su bondad para con los necesitados. Con el tiempo, él mismo tomó la decisión de cortarse el pelo; se propuso obtener una buena educación, servir en la Iglesia y seguir en su propia familia este modelo de amar a los hijos para que decidan hacer lo correcto.

Demostramos nuestro amor por la familia no sólo al enseñarles de manera positiva, sino también al darles nuestro tiempo. Hace un tiempo leí un artículo titulado: “Los hijos al último”, que hablaba de los padres que programan el tiempo que pueden dedicar a los hijos; 15 minutos por la noche, si es posible; tiempo para jugar una vez a la semana, etc. (véase Mary Eberstadt, Wall Street Journal, 2 de mayo de 1995). Comparen eso con la madre que promete dar a sus hijos tiempo no sólo en cuantía sino en calidad; ella reconoce que una relación amorosa requiere comunicación constante, jugar, reír y trabajar. Yo también creo que padres e hijos deben participar mutuamente en sus experiencias diarias y comunes. Así, yo me entero de tus exámenes escolares y tú sabes de la lección que debo preparar; yo asisto a tus juegos escolares y tú me ayudas a preparar la cena. De ese modo, nos influimos mutuamente de forma positiva, cosechando amor a través de las experiencias diarias.

Y el amor perdura a través de las pruebas de la vida. El apóstol Pablo enseñó: “El amor es sufrido…, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13: 4, 7, 8). Yo observé el amor perdurable que sentía una madre por su hijo alcohólico; nunca dejó de orar por él y de estar asequible para él. Años más tarde, él por fin “[volvió] en sí” (Lucas 15:17), tuvo un trabajo respetable y echó mano de sus aptitudes para arreglar la casa de su madre.

Muchas familias tienen dificultades con hijos descarriados. Sentimos consuelo en “el sellamiento eterno de padres fieles”, que llevarán a los hijos “de nuevo al redil” (Orson F. Whitney, en Conference Report, abril de 1929, pág. 110). Jamás debemos dejar de amarles, de orar por ellos y confiar en el cuidado de nuestro Padre Celestial.

De modo que a mi hija, y a toda la juventud de la Iglesia, al hacer la transición a esta nueva fase de su vida, les digo estas cosas. Testifico que en el eterno plan de salvación, lo más importante y satisfactorio que hagan será edificar un hogar santo y criar con amor una familia unida. Esta unidad familiar bendecirá la sociedad y perdurará en la eternidad. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.