2000–2009
La edad de oro
Abril 2003


La edad de oro

Valoren a la gente de edad por lo que es, no sólo por lo que pueda hacer.

Hace años, en una Nochebuena, un primo perdió a su pequeño niño de cinco años de una pulmonía galopante. La familia se reunió alrededor del ataúd para ofrecer una oración. Una pequeña manta, que había hecho la madre, estaba doblada sobre los pies del pequeño.

Cuando estaban a punto de cerrar el ataúd, mi madre se acercó a la doliente madre, pasó su brazo alrededor de ella y le ayudó a desdoblar la manta y tapar con ella al pequeño. Lo último que vieron sus padres fue a su hijito tapado con una manta preferida, como si estuviera dormido. Fue un momento muy tierno. ¡Eso es lo que hacen las abuelas!

Regresamos a Brigham City para asistir al funeral del padre de mi esposa, William W. Smith. Un joven al que conocí como alumno de seminario se encontraba de pie junto al ataúd, muy conmovido. Yo no sabía que conocía a mi suegro.

Él dijo: “Trabajé un verano para él en su granja. El hermano Smith me habló de ir a una misión. Era imposible para mi familia mantener a un misionero; pero el hermano Smith me dijo que orara, y dijo: ‘Si decides ir a la misión, yo te la pagaré’, y así lo hizo”.

Ni mi esposa ni su madre lo sabían. Fue una de esas cosas que hacen los abuelos.

Tenemos diez hijos. Durante una caótica mañana de domingo, cuando nuestros hijos eran pequeños, mi esposa se encontraba en la reunión sacramental. Yo, como de costumbre, no estaba allí el domingo; y nuestros hijos ocupaban casi todo el banco.

La hermana Walker, una amorosa abuela de cabello cano que había criado a doce hijos, se cambió calladamente desde varias filas atrás y se sentó entre nuestros inquietos hijos. Después de la reunión, mi esposa le agradeció su ayuda.

La hermana Walker dijo: ‘No podías con todos, ¿no es verdad?’. Mi esposa asintió. Entonces le palmeó la mano y le dijo: “Tus manos están ocupadas ahora; tu corazón estará rebosante más tarde”. ¡Qué profético fue su cariñoso comentario! ¡Eso es lo que hacen las abuelas!

Presidimos la Misión de Nueva Inglaterra. Uno de nuestros misioneros se casó y tuvo cinco hijos. Una vez salió para comprar un automóvil más grande para la familia y nunca regresó. Más tarde encontraron su cuerpo debajo de un puente de la carretera; el vehículo había sido robado.

Llamé a su presidente de estaca para ofrecer ayuda para la familia; él ya la había ofrecido.

El abuelo dijo: “Sabemos cuál es nuestro deber. No necesitaremos ninguna ayuda de la Iglesia; sabemos cuál es nuestro deber”. ¡Eso es lo que hacen los abuelos!

Mi propósito es hablarles a ustedes de los abuelos y dirigirme a ellos, los abuelos y las abuelas, y a otros miembros mayores que no tienen hijos pero que realizan la función de abuelos.

Las Escrituras nos dicen: “En los ancianos está la ciencia. Y en la larga edad la inteligencia” (Job 12:12).

Una vez, en una reunión de estaca, advertí que había un grupo más numeroso de miembros mayores que el acostumbrado; la mayoría eran viudas. Le mencioné al presidente de estaca lo admirable que eran.

El presidente contestó: “Sí, pero no son activos en la Iglesia”, queriéndome decir que no prestaban servicio como líderes ni maestros. Habló como si fuesen una carga.

Le repetí sus palabras: “¿No son activos en la Iglesia?”, y pregunté: “¿Son activos en el Evangelio?”. Al principio él no comprendió la diferencia.

Al igual que muchos de nosotros, él se concentraba tanto en lo que las personas hacen que pasaba por alto lo que son: una fuente invalorable de experiencia, sabiduría e inspiración.

Enfrentamos un grave problema: la población mundial está disminuyendo. El índice de natalidad en la mayoría de los países decae mientras que las expectativas de vida aumentan. Las familias son más pequeñas, limitadas deliberadamente. En algunos países, en pocos años habrá más abuelos que niños. El envejecimiento de la población tiene trascendentales consecuencias económicas, sociales y espirituales, lo cual afectará el crecimiento de la Iglesia.

Debemos enseñar a nuestros jóvenes a acercarse a los abuelos y a las abuelas.

La Primera Presidencia recientemente instruyó a las jovencitas que pronto serán mujeres a unirse a las madres y abuelas en la Sociedad de Socorro (véase la carta de la Primera Presidencia fechada el 19 de marzo de 2003).

Algunas jovencitas se apartan; prefieren estar con personas de su misma edad.

Mujeres Jóvenes: No sean tan insensatas como para no relacionarse con las hermanas mayores. Ellas les brindarán cosas de más valor a su vida que muchas de las actividades que ustedes tanto disfrutan.

Líderes: Enseñen a las jovencitas a acercarse a sus madres y abuelas y a las mujeres mayores de la Sociedad de Socorro. De ese modo, ellas tendrán una relación similar a la que tienen los jóvenes en los quórumes del sacerdocio.

Toda la atención que se da a nuestros jóvenes, todos los programas, todo lo que hacemos por ellos, será incompleto a menos que les enseñemos el propósito de la Restauración. Las llaves del sacerdocio se restauraron, la autoridad para sellar se reveló y se edificaron templos para unir a las generaciones. Desde tiempos antiguos, a través de todas las revelaciones se entreteje esa fibra eterna y dorada: “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (Malaquías 4:6).

Obispo: ¿Se da cuenta de que algunos de los problemas que le preocupan tanto con respecto a la juventud y otros se podrían resolver si ellos se mantuvieran cerca de sus padres, de sus madres y de sus abuelos, de la gente mayor?

Si le abruma todo el consejo que tiene que dar, recuerde que hay hermanas mayores y abuelas en el barrio que pueden ejercer su influencia en las jóvenes casadas y actuar como abuelas para ellas. También hay abuelos mayores para los jóvenes. La gente mayor posee una estabilidad y serenidad que provienen de la experiencia. Aprenda a utilizar esa fuente de recursos.

El profeta José Smith dijo: “La manera de resolver algún asunto importante es buscar hombres [y mujeres] sabios, hombres [y mujeres] de experiencia y edad, para ayudar en los concilios en tiempos dificultosos” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 364).

Tratamos de unir a los jóvenes y nos olvidamos de unir a las generaciones. Hay tanto que los miembros de edad pueden hacer. Si consideran que los miembros mayores son inactivos en la Iglesia, pregúntense: “¿Están activos en el Evangelio?”.

No pasen por alto el gran poder sustentador de las oraciones de padres y abuelos. Recuerden: “La oración eficaz del justo [o de la justa] puede mucho” (Santiago 5:16).

Alma, hijo, era rebelde; él fue reprendido por un ángel que le dijo: “He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también las oraciones de su siervo Alma, que es tu padre; porque él ha orado con mucha fe en cuanto a ti, para que seas traído al conocimiento de la verdad; por tanto, con este fin he venido para convencerte del poder y la autoridad de Dios, para que las oraciones de sus siervos sean contestadas según su fe” (Mosíah 27:14).

Mi esposa y yo hemos visto partir a nuestros abuelos, y luego a nuestros padres. Algunas de las experiencias que al principio consideramos una carga o un problema, desde hace mucho han sido reclasificados como bendiciones.

El padre de mi esposa murió en nuestra casa. Él necesitaba cuidado constante; las enfermeras enseñaron a nuestros hijos cómo cuidar de nuestro abuelo postrado en cama. Lo que aprendieron fue de gran valor, tanto para ellos como para nosotros. ¡Cuán agradecidos estamos de haberlo tenido cerca de nosotros!

Hemos sido recompensados miles de veces por la influencia que él ejerció en nuestros hijos. Fue una grandiosa experiencia para nuestros hijos, una que yo aprendí de niño cuando el abuelo Packer murió en nuestra casa.

Valoren a la gente de edad por lo que es, no sólo por lo que pueda hacer.

¿Se han preguntado alguna vez por qué el Señor organizó la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles para que el liderazgo de más antigüedad de la Iglesia estuviese siempre integrado por hombres mayores? Ese modelo de más antigüedad valora la sabiduría y la experiencia por encima de la juventud y el vigor físico.

La edad promedio de los miembros de la Presidencia y de los Doce en la actualidad es de 77 años. No somos muy ágiles; tal vez no nos encontremos en la flor de la vida; no obstante, el Señor ordenó que así fuese.

Hace una o dos conferencias, Joseph Wirthlin dijo que iba a desafiar a los miembros de los Doce a una carrera. Lo pensé y dije, “Creo que aceptaré el desafío”; después pensé que sería mejor correr contra el hermano David Haight que tiene 96 años; pero pensándolo bien, David bien podía hacerme una zancadilla con su bastón y hacerme perder la carrera. ¡Así que desistí!

Cuando la Presidencia y los Doce se reúnen, combinamos 1.161 años de vida con una asombrosa variedad de experiencias. Además, tenemos 430 años acumulados como Autoridades Generales de la Iglesia. De casi cualquier cosa de la que hablemos, ¡uno o más de nosotros ya ha pasado por esa experiencia, incluso por el servicio militar activo!

Vivimos en tiempos turbulentos. Durante la vida de nuestros jóvenes, los problemas nunca serán menos y de seguro serán más. Las personas de edad ofrecen el conocimiento cierto de que las cosas se puede soportar.

Nuestros hijos se han casado y se han ido del hogar para vivir su propia vida.

Una de esas familias se alejó con sus hijitos en un viejo automóvil. Mi esposa lloraba; la consolé diciéndole: “Al lugar al que van está la Iglesia; allí habrá alguna abuela que le contestará a ella sus preguntas acerca de cómo cocinar o el cuidado de los niños, y un abuelo que le enseñe a él cosas prácticas”.

En la Sociedad de Socorro se puede encontrar una abuela adoptiva, y un abuelo en los quórumes del sacerdocio. Sin embargo, no todos los abuelos y las abuelas se encuentran dentro de la Iglesia.

Uno de nuestros hijos compró una casita en un estado distante. Me mostró los ladrillos de una de las esquinas del cimiento que estaban corroídos y me preguntó qué podía hacer.

Yo no sabía, pero pregunté: “¿Vive cerca alguna pareja de edad?”.

“Sí”, dijo, “al otro lado de la calle, unas casas más para allá, vive un matrimonio jubilado”.

“Por qué no le pides a él que venga para que le eche un vistazo; él conoce el clima de aquí”.

Lo hizo y recibió el consejo de un hombre mayor que había visto problemas como ése y muchos otros. Eso es lo que los abuelos adoptivos pueden hacer.

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12).

El apóstol Pablo enseñó que “las ancianas” deben enseñar “a las mujeres jóvenes” y que los hombres de edad deben exhortar a los jóvenes presentándose “como ejemplo de buenas obras” (véase Tito 2:1–7).

Nosotros somos mayores ahora; y, en su debido tiempo, seremos llamados más allá del velo. No ponemos resistencia a ello. Tratamos de enseñar las cosas prácticas que hemos aprendido con el correr de los años a los que son más jóvenes: a nuestra familia y a los demás.

No podemos hacer lo que una vez hacíamos, pero hemos llegado a ser mejores de lo que fuimos. Las lecciones de la vida, algunas de ellas muy dolorosas, nos califican para aconsejar, para corregir e incluso para advertir a nuestra juventud.

En la edad de oro de ustedes hay tanto para hacer y tanto para llegar a ser. No se jubilen de la vida para divertirse. Eso, para algunos, sería en vano e incluso egoísta. Es posible que hayan prestado servicio en una misión y hayan sido relevados y que piensen que ya han terminado su servicio en la Iglesia, pero jamás se les releva de ser activos en el Evangelio. “Si”, dijo el Señor, “tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra” (D. y C. 4:3).

Es posible que a fin de cuentas, cuando sean ancianos y débiles, aprendan que la misión más grande de todas es fortalecer a su propia familia y a las familias de los demás: sellar las generaciones.

Ahora bien, estoy enseñando un principio verdadero; estoy enseñando doctrina. Está escrito que “…el principio concuerda expresamente con la doctrina que se os manda en la revelación” (D. y C. 128:7).

En el himno “Qué firmes cimientos”, que se publicó en 1835 en inglés, en el primer himnario Santo de los Últimos Días, encontramos estas palabras:

“Mi amor invariable, eterno y leal

constante a mi pueblo mostrarle podré.

Si blancos cabellos ya cubren tu sien,

Cual tierno cordero yo os cuidaré”

(Himnos, Nº 40, sexta estrofa).

Que la llama de su testimonio del Evangelio restaurado y el testimonio de nuestro Redentor resplandezca de tal manera que nuestros hijos se puedan calentar las manos en el fuego de su fe. ¡Eso es lo que los abuelos y las abuelas deben hacer! En el nombre de Jesucristo. Amén.