2000–2009
Eres un hijo de Dios
Abril 2003


Eres un hijo de Dios

Nunca te olvides, mi amiguito, que realmente eres un hijo de Dios… que Él te ama y desea ayudarte y bendecirte.

Mis queridos amiguitos, querido niño y querida niña, estoy muy agradecido de estar aquí hoy que se celebra el aniversario 125 de la Primaria.

Creo que nunca antes hubo una reunión de niños como ésta. Yo les hablo desde el gran centro de conferencias en la ciudad de Salt Lake City. Está lleno de niños, maestros y padres; hay 21 mil. Y niños como tú se han reunido en miles de centros como éste para celebrar esta gran ocasión. Mis palabras se traducirán a muchos idiomas. Vivimos en países diferentes y tenemos banderas distintas, pero tenemos algo en común: todos somos miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Y el que tantos niños, al igual que tú, estén reunidos en todos esos lugares diferentes indica que la Iglesia ha tenido un gran crecimiento desde que fue establecida.

La Iglesia no siempre tuvo Primaria. Durante los primeros 48 años de su historia, los niños no tenían organización propia. Una señora muy querida que se llamaba Aurelia Spencer Rogers pensaba que los varoncitos de la Iglesia debían tener su propia organización para que les enseñaran “a ser mejores hombres”.

Alguien le contó la idea de ella al presidente de la Iglesia, que en aquella época era John Taylor. A él le pareció que si una organización era buena para los varoncitos, también debía ser buena para las niñas. Juntos podían cantar mejor. Fue así que hace muchos años, hace 125 años, se hizo la primera reunión de la Primaria. Había 224 niños “a quienes se les enseñó obediencia, fe en Dios, oración, puntualidad y buenos modales” (de Daniel H. Ludlow, Encyclopedia of Mormonism, 5 tomos, 1992, 3:1146).

Con esos humildes comienzos, la Primaria ha crecido hasta ser parte de la Iglesia en todo el mundo. Hoy hay casi un millón de niños como tú en la Primaria.

Eso es bueno, porque los varoncitos y las niñas deben tener su propia organización, al igual que los hombres y las mujeres jóvenes tienen sus organizaciones y que los mayores tienen sus propias organizaciones de enseñanza.

Las tres mujeres que acaban de hablar dirigen lo que se hace en la Primaria de todo el mundo. Entre las tres tienen 23 hijos, así que entienden lo que les interesa a los niños.

Eres muy afortunado, mi amiguito, por las excelentes maestras que tienes. Ellas te quieren mucho. Tienen muchas ganas de reunirse contigo cada semana y enseñarte los caminos del Señor.

El hermano Artel Ricks nos hace un relato interesante sobre una maestra de primaria inspirada. Cuando él tenía cinco o seis años, su familia se sentó una noche a la mesa y empezaron a hablar de los diezmos. Le dijeron que “el diezmo es diez por ciento de lo que uno gana, y los que aman al Señor se lo pagan a Él”.

Él amaba al Señor, así que quería darle los diezmos a Él. Tomó una décima parte de lo poquito que había ahorrado. En sus propias palabras: “fui al único cuarto de la casa que se podía cerrar con llave, el baño, y me arrodillé junto a la tina. Me coloqué las tres o cuatro monedas en la palma de la mano y le pedí al Señor que las aceptara. [Yo estaba seguro de que se me iba a aparecer el Señor y llevárselas.] Le rogué por un buen rato [pero no pasó nada. ¿Por qué Él no aceptaba mis diezmos?] Cuando me puse de pie, me sentí tan indigno que no me atreví a contarle a nadie lo que me pasó…

“Unos días después en la Primaria, la maestra dijo que sentía la impresión de que debía enseñar algo que no estaba en la lección. Me sorprendí cuando ella nos enseñó cómo pagar los diezmos [al obispo, el siervo del Señor]. Pero aprendí algo mucho más importante que pagar los diezmos. Aprendí que el Señor había escuchado y contestado mi oración, que me amaba y que yo le importaba. Años más tarde valoré otra cosa que me enseñó ese día mi maestra de primaria: a enseñar siguiendo la guía de Espíritu

“Tan dulce es para mí el recuerdo de esa ocasión, que por más de treinta años no se la conté a nadie. Incluso hoy día, sesenta años después de contarlo por primera vez, me resulta difícil hacerlo sin que se me llenen los ojos de lágrimas. La pena es que esa maravillosa maestra de Primaria nunca se enteró que, por medio de ella, el Señor le habló a un varoncito” (“An Answer to Prayer”, Tambuli, mayo de 1988, pág. 28).

Cuando yo era niño, también fui a la Primaria. En aquella época nos reuníamos los martes por la tarde, después de clases. Me parece que siempre estábamos cansados y con hambre a esa hora de la tarde después de clases. Pero nuestras maestras eran tan amables y buenas con nosotros. Muchas veces nos llevaban una galletita para comer, pero, lo que es más importante, es que nos enseñaron lecciones muy buenas y maravillosas. Allí aprendimos sobre Jesús y el gran amor que nos tiene. Aprendimos acerca de Dios, nuestro Padre Eterno, a quien podíamos acudir en oración.

Aprendimos acerca del joven José Smith, que fue a un bosque a orar, y que recibió respuesta a su oración cuando nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo lo visitaron. Allí aprendimos sobre la historia de la Iglesia y acerca de los valientes y fieles hombres y mujeres, niños y niñas, que se esforzaron tanto por fortalecerla. Allí también aprendimos que debemos tratar a los demás con amabilidad y que debemos ayudar a los demás en toda circunstancia. Aprendimos que es muy importante ayudar con lo que hay que hacer en la casa. Aprendimos a portarnos de forma ordenada.

Ahora las reuniones de la Primaria se hacen en domingo. Por muchas razones, es mejor hacerlas ese día. No estamos cansados por pasar todo el día en la escuela. La Primaria es un poco larga, pero nuestras maestras se preparan bien, y además de tener buenas clases, tenemos buenas actividades.

En esas reuniones cantamos juntos las hermosas canciones de la Primaria. Cuando yo era niño, cantábamos una que decía:

Padre, danos hoy tu luz

para poder ver.

Nuestros ojos abre ya;

haznos comprender.

Nuestra es la gran misión

de hacer la luz brillar,

y el mensaje del Señor

a todos predicar

(“La luz de Dios”, Himnos, Nº 200).

La letra de esa canción tan linda la escribió Matilda W. Cahoon. Ella fue mi maestra de escuela cuando yo era niño.

Tú tienes ahora este hermoso himnario que se llama Canciones para los niños, que está lleno de canciones escritas exclusivamente para los niños. Hoy se han entonado algunas de las canciones de este libro. Todos juntos hemos cantado ese hermoso himno que se escribió para los niños de la Primaria pero que toda la Iglesia lo canta. Es una canción lindísima. Se trata de una verdad muy importante y extraordinaria.

Soy un hijo de Dios,

Él me envió aquí.

me ha dado un hogar y

padres buenos para mí.

Guíame; enséñame

la senda a seguir

Para que algún día yo

con Él pueda vivir.

(“Soy un hijo de Dios”, Himnos, Nº 196).

¡Qué canción tan linda! Enseña una verdad grandiosa. Tú tienes un padre en la tierra. Él es el compañero que tu madre tanto quiere. Espero que tú lo quieras y que le seas obediente. Pero también tienes otro padre, o sea, tu Padre en el cielo. Él es el Padre de tu espíritu así como tu padre en la tierra es el padre de tu cuerpo; y es tan importante querer y obedecer al Padre Celestial como lo es querer y obedecer a tu padre terrenal.

Nosotros hablamos con nuestro padre terrenal; él es nuestro gran amigo, nuestro protector, el que generalmente se encarga de que haya comida y ropa en casa. Pero también hablamos con nuestro Padre Celestial. Le hablamos por medio de la oración. Espero que todas las noches y todas las mañanas te pongas de rodillas para hablar con tu Padre Celestial. Espero que por la mañana le des gracias por el descanso de la noche, por el cariño y consuelo y amor que te dan en casa. Espero que le pidas que te cuide y te bendiga y te guíe durante el día. Espero que ores por tu papá y por tu mamá y por tus hermanos, y que te acuerdes de los enfermos y los necesitados. Espero que en tus oraciones te acuerdes de los misioneros de la Iglesia.

Por la noche, antes de irte a dormir, espero que nuevamente te pongas de rodillas y le agradezcas a tu Padre Celestial las bendiciones del día. Dale gracias otra vez por tus padres y tus maestros; pídele que te bendiga con un buen sueño y que bendiga a todos los demás, especialmente a los necesitados y a los que no tienen nada para comer y a los que no tienen donde dormir.

No es mucho pedir, ¿verdad? El tomarte algunos minutos al comenzar el día y al terminar el día para hablar con tu Padre Celestial no es mucho pedir cuando sabes que eres un hijo de Dios.

Si realmente sabes que eres un hijo de Dios, también sabrás que Él espera mucho de ti porque eres Su hijo. Él espera que sigas Sus enseñanzas y las enseñanzas de Su amado Hijo Jesucristo. Él espera que seas generoso y bondadoso con los demás. Él se va molestar si dices malas palabras o groserías. Él se va a molestar si eres deshonesto de cualquier manera, si haces trampa o robas, por más poco que sea. Pero Él se pondrá contento si cuando oras te acuerdas de los desafortunados. Él te cuidará y guiará y protegerá; Él te bendecirá en la escuela y en la Primaria; Él te bendecirá en casa, para que seas un mejor varoncito o niña, obediente a tus padres, menos peleador con tus hermanos y para que prestes ayuda en casa.

Y así crecerás hasta ser un hombre joven o una mujer joven fuerte de la Iglesia. Serás mejor integrante de la comunidad.

Todo adulto que ha vivido en la tierra, incluso el Señor Jesucristo, un día fue un niño como tú. Los adultos se convirtieron en el tipo de persona que son por lo que hicieron. Si hicieron cosas buenas, se convirtieron en buenos hombres o mujeres.

Nunca te olvides, mi amiguito, que realmente eres un hijo de Dios, que has heredado parte de Su naturaleza divina, y que Él te ama y desea ayudarte y bendecirte. Ruego que tu Padre Celestial te bendiga, que te sonría con aprobación. Ruego que sigas Su camino y Sus enseñanzas. Ruego que nunca digas las palabras feas que dicen tus compañeritos de escuela. Ruego que siempre ores al Padre en el nombre de Su amado Hijo, el Señor Jesucristo. Ruego que cada uno de nosotros tome la determinación de seguirle a Él con fe, y que la vida te trate bien, porque realmente eres un hijo de Dios, digno y merecedor de Su amor y Sus bendiciones.

Nunca olvides que eres miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Es mi ruego que el Señor te bendiga. Comparto mi amor contigo, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.