2000–2009
Un convenio con Él
Octubre 2003


Un convenio con Él

Nuestra hermandad comprende todas las edades y una diversidad de experiencias; estamos unidas por los convenios que hemos hecho.

Mis queridas hermanas, el año ha pasado velozmente y es maravilloso reunirnos de nuevo las mujeres de la Sociedad de Socorro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Sean cuales sean nuestras circunstancias, somos mujeres bendecidas. Hemos hecho convenios con nuestro Padre Celestial de realizar Su obra, ¡y la estamos realizando! Al igual que María y Marta, nos hemos puesto a los pies del Maestro y hemos escogido “la buena parte”1. Hemos escogido a Cristo y hemos escogido la Sociedad de Socorro.

Pero me pregunto si las hermanas tenemos una visión completa de lo que es la Sociedad de Socorro. Cuando José Smith leyó los primeros estatutos que escribió Eliza R. Snow, dijo que el documento era el mejor que había visto, pero que él veía “algo mejor” y que “organizaría a las hermanas bajo la autoridad del sacerdocio y según el modelo del sacerdocio”2. Cuando el profeta José “dio vuelta a la llave”3 y estableció “La Sociedad de Socorro de Mujeres de Nauvoo”, dijo que la Iglesia no había estado plenamente organizada sino hasta ese momento4. Hermanas, es importante comprender esa afirmación. La Sociedad de Socorro fue establecida por Dios, mediante un profeta, por el poder de la autoridad del sacerdocio; su existencia es parte necesaria de la organización de la Iglesia. Hombres y mujeres trabajan unidos en el sacerdocio y en la Sociedad de Socorro en el esfuerzo de traer las familias a Cristo. Las mujeres nunca debemos pensar que nuestra función en la Iglesia es menor que lade los varones. Del mismo modo que, como mujeres justas, honramos al sacerdocio, es preciso que también consideremos sagrado nuestro llamamiento como mujeres.

Al examinar este cuadro de Marta y María con el Salvador, he llegado a conceptuarlas mis predecesoras. Me he preguntado si ellas también “abundaba[n] en buenas obras y limosnas”5. Es grato pensar que tanto ellas como otras mujeres fieles que eran discípulas de Cristo deben de haberse reunido para aprender su parte en la edificación del reino. Ellas eran mujeres del convenio como nosotras. Resolvieron dar al Salvador toda su dedicación. Por lo que también, cuando se organizó la Sociedad de Socorro, ésta se originó de nuestro divino llamamiento y de nuestro anhelo de servir, de amar y de cuidar las unas de las otras. Así como las ordenanzas y la dirección del sacerdocio son necesarias en la obra del Señor, del mismo modo lo es el servicio que prestamos.

Para llevar a cabo esta importante obra, escogemos ser mujeres del convenio: mujeres que hemos hecho promesas sagradas al Señor. Las que hemos recibido las bendiciones del templo, hemos prometido consagrar nuestro tiempo y nuestros talentos a la edificación del reino del Señor. Mediante ese convenio, podemos servir a la Iglesia en muchos aspectos.

Hace veinte años, me llamaron a ser la presidenta de las Mujeres Jóvenes del barrio. En ese entonces tenía yo el cabello castaño y físicamente era… digamos, más ágil. Muchos años después, de nuevo me llamaron a ocupar ese mismo cargo, esa vez en otro barrio. Me reciclaban y eso me llenó de entusiasmo, pues era una oportunidad de renovar mi convenio con Dios de servirle en lo que me necesitase. Pero mi cabello era ya casi todo canoso y ya me costaba muchísimo estirarme para tocarme los dedos de los pies. Pero no me sentía tan anciana para ser de nuevo bendecida por las extraordinarias jovencitas que eran tan fieles, inteligentes y llenas de alegría. Quisiera pensar que para entonces yo tenía un poco más de sabiduría para compartir con ellas, y un testimonio más profundo del Evangelio, pero una vez más, aprendí tanto de ellas como ellas de mí. Nuestra hermandad comprende todas las edades y una diversidad de experiencias; estamos unidas por los convenios que hemos hecho.

Y recordemos que la vigencia de esos convenios no caduca nunca. Podemos servirnos unas a otras en todas las etapas de nuestra vida. Me he enterado hace poco de una joven madre de familia cuyo esposo, que es miembro del obispado, se hallaba en el estrado mientras ella se veía en serios apuros por sosegar a sus inquietos hijos. Una hermana ya mayor sentó a la más pequeña en su falda y la tranquilizó. Esos sencillos auxilios son parte de la edificación del reino de Dios. Eso es lo que hacemos. Es lo que somos como hermanas de la Sociedad de Socorro. Ya sea que sirvamos como presidenta de la Sociedad de Socorro o como maestra de la Primaria, o como directora de campamento de las Mujeres Jóvenes, estamos cumpliendo nuestra responsabilidad sagrada de hermanas de la Sociedad de Socorro. Cuando visitamos a una vecina de edad o preguntamos por ella, o alentamos y ayudamos a una madre joven, u oramos por otra familia, cumplimos los convenios que hemos hecho.

Hace poco, nuestra presidencia se reunió con un líder de la Iglesia que expresó sus deseos de que en las reuniones de la Sociedad de Socorro, así como en las del sacerdocio, pudiésemos decirnos sin ambages los unos a los otros: “Hermanas, o hermanos, estoy pasando dificultades. ¿Pueden ayudarme?”. He estado en reuniones de la Sociedad de Socorro con un ambiente así. Siempre recordaré un domingo por la mañana cuando en la reunión de testimonios una hermana nos habló de la soledad de su vida. Había pasado por la traición, el divorcio y las subsiguientes penurias económicas al intentar trabajar y criar a sus hijos con un pequeño ingreso. Por entonces, conocía el dolor de la soledad al haberse ido de casa sus hijos ya mayores. Esos momentos estuvieron impregnados de dulzura, el Espíritu se sentía con fuerza y vi a las hermanas que la rodearon para darle lo que sabemos dar mejor: amor. El salón de la Sociedad de Socorro fue un lugar santo aquel día; fue lo que todo salón de la Sociedad de Socorro debe ser para todaslas hermanas.

Es de suma importancia incluir a todas las hermanas. No olvidemos a las que prestan servicio en la Primaria o en las Mujeres Jóvenes. Ellas necesitan la atención de fieles maestras visitantes y también bien preparadas y acogedoras reuniones de Superación Personal, de la Familia y del Hogar. Hay también en nuestro círculo muchas hermanas que van envejeciendo, ¡como yo! Ustedes, las hermanas de mi edad, o mayores, permítanse ser “recicladas”. El Señor necesita su servicio y nosotras las necesitamos a ustedes.

Sé de una hermana joven a quien se le hace muy cuesta arriba la transición de las Mujeres Jóvenes a la Sociedad de Socorro. Es fiel y firme en el Evangelio, pero ahora se siente sola. ¿Por qué es así? Si somos en verdad hermanas, debemos conocer las necesidades de unas y de otras. Esos primeros años de la vida adulta no deben ser una transición, sino un paso natural dentro de una gran hermandad. Hay muchas de estas hermanas jóvenes en nuestros barrios. Por favor, búsquenlas, quiéranlas y tráiganlas al círculo de la hermandad. Y, a ustedes, hermanas jóvenes, deseo decir: No den por sentado que saben cómo es la Sociedad de Socorro sino hasta que se hayan unido a las hermanas y hayan hecho su parte por llegar a conocerlas. El pasar de las Mujeres Jóvenes a la Sociedad de Socorro no es un cambio de una clase a otra, sino que es su oportunidad de asumir una función de mayor envergadura en el servicio al Señor y en la realización de Su obra.

Hermanas, no somos un club social, aun cuando nacen amistades profundas de nuestra hermandad. No somos, como oí decir a una jovencita: “Las hermanas ancianas que nos reunimos el domingo”. Tenemos poder cuando lo utilizamos: el poder que se nos ha dado por medio de Dios para llevar a cabo Sus propósitos. Somos la organización de mujeres más grande del mundo. Si ejercemos nuestra influencia en nuestras comunidades con el conocimiento y la inspiración que el Señor nos ha otorgado, podremos ayudar a guiar a un mundo que necesita nuestra guía. Es lo que el profeta José esperaba; es lo que el presidente Hinckley espera de nosotras en la actualidad.

La amplitud de nuestra obra tal vez nos parezca de enormes proporciones, pero como sin vacilar les diría mi nieto que acaba de bautizarse, un convenio es una promesa entre dos partes. Todas conocemos la enseñanza de las Escrituras de que “aquel a quien mucho se da, mucho se requiere”6. Pero recordemos que, cuando mucho se requiere, también mucho se da. Cuando concertamos convenios con Dios y guardamos esos convenios, todas las cosas se hacen posibles. Él nos da lo que nos hace falta para realizar Su obra.

En esta ocasión, mis queridas hermanas, las invito a rededicarse como mujeres del convenio a Cristo y a Su organización para nosotras, Sus hijas. Escojan la buena parte. Escojan seguir a Cristo. Escojan la Sociedad de Socorro. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Lucas 10:42.

  2. Como se cita en Sarah M. Kimball, “Auto-biography”, Woman’s Exponent, 1º de septiembre de 1883, pág. 51.

  3. George Albert Smith, “Address to the Members of the Relief Society”, Relief Society Magazine, diciembre de 1945, pág. 717.

  4. Véase “Story of the Organization of the Relief Society”, Relief Society Magazine, marzo de 1919, pág. 129.

  5. Hechos 9:36.

  6. D. y C. 82:3.