2000–2009
La Expiación: Todo por todo
Abril 2004


La Expiación: Todo por todo

Cuando el todo del Salvador y nuestro todo se unan, no sólo recibiremos perdón por el pecado, sino que… “seremos semejantes a él”.

En años recientes, nosotros, los Santos de los Últimos Días, hemos estado enseñando, cantando y testificando mucho más en cuanto al Salvador Jesucristo. Me regocijo de que nos regocijemos más.

Al “[hablar más] de Cristo”1, la plenitud doctrinal del Evangelio saldrá de la obscuridad; por ejemplo, algunos de nuestros amigos no pueden ver cómo se relacionan nuestras creencias de la Expiación con nuestras creencias sobre cómo llegar a ser más como nuestro Padre Celestial; otros equivocadamente piensan que nuestra Iglesia se desliza hacia un entendimiento sobre la relación que existe entre la gracia y las obras, que se acerca a las enseñanzas de las religiones protestantes. Tales malentendidos, hoy me instan a tratar la singular doctrina de la Expiación, recibida en la Restauración.

El Señor restauró Su Evangelio por conducto de José Smith porque había habido una Apostasía. Desde el siglo quinto, la cristiandad enseñaba que la Caída de Adán y Eva había sido un trágico error, lo que llevaba a la creencia de que la humanidad tiene una naturaleza maligna intrínseca. Ese punto de vista es erróneo, no sólo en cuanto a la Caída y en cuanto a la naturaleza humana, sino también en cuanto al propósito mismo de la vida.

La Caída no fue un desastre; no fue error ni accidente, sino una parte deliberada del Plan de Salvación. Somos “linaje”2 espiritual de Dios, enviados a la tierra “inocentes”3 de la transgresión de Adán; aun así, el plan del Padre nos hace propensos a la tentación y al sufrimiento en este mundo caído como el precio que hay que pagar para comprender el gozo auténtico. Sin probar lo amargo, en verdad no podemos comprender lo dulce4. Se precisa la disciplina y el refinamiento de la vida terrenal como “el próximo paso en [nuestro] perfeccionamiento” para ser como nuestro Padre5. Es más, crecer significa padecer los dolores del crecimiento; también significa aprender de nuestros errores en un proceso continuo hecho posible por la gracia del Salvador, la cual Él extiende tanto durante, como “después de hacer cuanto podamos”6.

Adán y Eva aprendieron constantemente de sus experiencias a menudo difíciles; sabían lo que siente una familia con problemas: piensen en Caín y Abel. Aun así, merced a la Expiación, ellos pudieron aprender de su experiencia sin ser condenados por ella. El sacrificio de Cristo no anuló sus elecciones y los volvió a un Edén de inocencia; eso hubiera sido una historia sin argumento ni crecimiento del carácter. El plan de Él es uno de desarrollo: línea por línea, paso a paso, gracia por gracia.

Por tanto, si tienen problemas, no piensen que algo anda mal con ustedes; el luchar con ellos es la esencia misma del propósito de la vida. Al acercarnos a Dios, Él nos mostrará nuestras debilidades y, por medio de ellas, nos hará más sensatos y fuertes7. Si están descubriendo más sus debilidades, es posible que eso signifique que se están acercando más a Dios, y no que se estén alejando.

Uno de los primeros conversos australianos dijo: “Mi vida pasada [estaba] llena de hierbas malas, con una que otra flor entre ellas; [pero] ahora las hierbas han desaparecido y brotan flores en su lugar”8.

Nosotros crecemos de dos maneras: quitando las hierbas negativas y cultivando las flores positivas. La gracia del Salvador bendice ambas maneras si hacemos nuestra parte. Primero, y repetidamente, debemos arrancar las hierbas malas del pecado y de las malas elecciones; no es suficiente podarlas; hay que sacarlas de raíz, arrepentirnos totalmente para satisfacer las condiciones de la misericordia; pero el ser perdonados es sólo parte de nuestro crecimiento. No sólo se trata de pagar una deuda; sino que nuestro objetivo es llegar a ser seres celestiales; por lo tanto, una vez que hayamos limpiado el interior de nuestro corazón, debemos plantar y nutrir las semillas de las cualidades divinas, y arrancar las hierbas en forma continua; entonces, a medida que nuestro esfuerzo y disciplina nos faculten merecer Sus dones, “aparecerán las flores de la gracia”9, como la esperanza y la mansedumbre; incluso un árbol de la vida puede echar sus raíces en ese jardín del corazón y dar un fruto tan dulceque aligere nuestras cargas “mediante el gozo de su Hijo”10. Y cuando allí florezca la caridad, amaremos a los demás con el poder del propio amor de Cristo11.

Necesitamos la gracia tanto para librarnos de las hierbas del pecado como para que crezcan las flores divinas. No podemos hacer nada de ello por nosotros mismos; pero la gracia no es barata, sino que es muy costosa, incluso muy preciada. ¿Cuánto cuesta esa gracia? ¿Es suficiente sólo creer en Cristo? El hombre que encontró la perla de gran precio dio “todo lo que tenía”12 por ella. Si deseamos “todo lo que [el] Padre tiene”13, Dios pide todo lo que tengamos. Para merecer ese tesoro exquisito, de la forma que nos sea posible, debemos dar de la misma forma que Cristo dio: cada gota que Él tenía: “cuán dolorosos no lo sabes; cuán intensos no lo sabes”14. Pablo dijo: “si es que padecemos juntamente con él”, seremos “coherederos con Cristo”15. Él dio todo Su corazón y, nosotros debemos dar todo nuestro corazón.

¿Qué perla valdría ese precio, para Él y para nosotros? Esta tierra no es nuestro hogar; sino que estamos en una escuela intentando dominar las lecciones del “gran plan de felicidad”16 para regresar a casa y saber lo que significa estar allí. Una y otra vez el Señor nos dice por qué el plan merece nuestro sacrificio; y el de Él. Eva lo llamó “el gozo de nuestra redención”17; Jacob lo llamó “esa felicidad… preparada para los santos”18. Por necesidad, el plan tiene espinas y lágrimas: las de Él y las nuestras. Pero, puesto que Él y nosotros trabajamos en eso juntos,el ser “uno” con Él para vencer toda oposición nos dará un “gozo incomprensible” 19.

La expiación de Cristo está en el centro mismo de ese plan. Sin Su tan preciado sacrificio, no habría manera de regresar al hogar ni modo de estar juntos ni de llegar a ser como Él. Él nos dio todo lo que Él tenía; por eso, “cuán grande es su gozo” 20, aun cuando uno solo de nosotros “lo comprende” y alza la vista por sobre las hierbas malas y nuestro rostro se vuelve hacia el Hijo.

¡Sólo el Evangelio restaurado tiene la plenitud de esas verdades! Aun así, el adversario se mantiene ocupado en uno de los engaños más grandes de la historia: trata de persuadir a la gente que esta Iglesia sabe menos —cuando en realidad sabe más— sobre cómo nuestra relación con Cristo nos convierte en verdaderos cristianos.

Si debemos dar todo lo que tenemos, entonces el dar sólo casi todo no es suficiente. Si casi guardamos los mandamientos, casi recibiremos las bendiciones. Por ejemplo, algunos jóvenes piensan que pueden revolcarse en el lodazal del pecado y luego darse una ducha de arrepentimiento antes de ser entrevistados para ir a la misión o al templo. Algunos planean arrepentirse en el acto mismo de la transgresión; ellos se burlan del don de la misericordia que se logra mediante el verdadero arrepentimiento.

Algunos desean mantener una mano en las paredes del templo mientras tocan las “cosas inmundas” 21 del mundo con la otra. Debemos poner las dos manos en el templo y mantenerlas allí si deseamos ser salvos. Una sola mano ni siquiera es casi suficiente.

El joven rico había dado casi todo; y cuando el Salvador le dijo que debía vender todo lo que tenía no hablaba sólo de las riquezas22. Podemos tener la vida eterna si la deseamos, pero sólo si no hay nada que queramos más.

De modo que de buena gana debemos darlo todo, porque Dios mismo no puede hacernos crecer en contra de nuestra voluntad y sin nuestra participación total; no obstante, aun cuando utilicemos toda nuestra energía y todos nuestros recursos, carecemos del poder para crear la perfección que sólo Dios puede efectuar. Nuestro todo sigue siendo solamente casi suficiente, hasta que sea consumado por el todo de Él, que es el “consumador de la fe” 23. En ese punto, nuestro imperfecto pero consagrado casi es suficiente.

Mi amiga Donna creció con el deseo de casarse y de criar una numerosa familia, pero esa bendición nunca llegó. En lugar de eso, pasó su vida adulta prestando servicio a la gente de su barrio con gran compasión y aconsejando a niños con problemas en un gran distrito escolar. Ella sufría de una artritis que la inmovilizaba y pasaba largos días de tristeza; aun así, siempre edificaba a sus amistades y éstas y su propia familia siempre la alentaban. Un día, al enseñar sobre el sueño de Lehi dijo con fino humor: “Me imagino que estoy en el sendero estrecho y angosto asida a la barra de hierro, pero me desplomo de fatiga en él”. En una bendición que le dio su maestro orientador antes de que ella falleciera, se le dijo que el Señor había “aceptado” su vida. Donna se emocionó; no había pensado que su vida de soltera fuera aceptable. Pero el Señor dijo que si están “dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio… son aceptados por mí”24. Y yo creo verlo a Él andando por el sendero, desde el árbolde la vida, para ayudar a Donna a ponerse de pie con alegría y llevarla de regreso a casa.

Piensen en otras personas que, al igual que Donna, se han consagrado tan plenamente que, para ellas, el casi es suficiente; por ejemplo:

Muchos misioneros que están en Europa y lugares similares, que nunca dejan de ofrendar su corazón herido a pesar del rechazo continuo.

Esos pioneros de los carros de mano que dijeron haber llegado a conocer bien a Dios en sus dificultades, y que el precio que pagaron para conocerlo a Él fue un privilegio.

El padre que hizo todo lo posible, pero que aun así no pudo influir en las decisiones de su hija; y lo único que pudo hacer fue acercarse con humildad al Señor y suplicar, como Alma, por esa hija.

La esposa que alentó a su marido a pesar de los años de debilidad de él hasta que las semillas del arrepentimiento finalmente brotaron en el corazón de él. Ella dijo: “Traté de considerarle como Cristo me hubiera considerado a mí”.

El marido cuya mujer padeció por años un desorden emocional que la imposibilitaba, pero que para él siempre fue “nuestro pequeño problema” y nunca “la enfermedad de ella”. En el reino de su matrimonio, el padeció con ella en todas sus aflicciones25, de la misma manera que Cristo, en su reino infinito, “en todas [nuestras] aflicciones… fue afligido”26.

El pueblo que se menciona en 3 Nefi 17 había sobrevivido la destrucción, la duda y las tinieblas a fin de llegar al templo para estar con Jesús. Después de escucharlo por horas, se sintieron demasiado fatigados para entenderle; y cuando Él se preparó para partir, lo miraron con lágrimas y con un gran deseo de que se quedara y bendijera a sus afligidos y a sus hijos. Ni siquiera lo comprendían, pero deseaban estar con Él, más que ninguna otra cosa; por lo tanto, Él se quedó. El casi de ellos fue suficiente.

Casi es suficiente en especial cuando nuestros sacrificios hacen eco de alguna forma el sacrificio del Salvador, sin importar lo imperfectos que seamos. No podemos en realidad sentir la caridad —el amor de Cristo por los demás— sin por lo menos probar Su sufrimiento por los demás, porque el amor y el sufrimiento son dos partes de una misma realidad. Cuando nos aflijan las aflicciones de los demás, podremos unirnos a “la participación de sus padecimientos”27 lo suficiente para ser coherederos con Él.

Que no nos espantemos al descubrir, paradójicamente, cuán alto es el precio que debemos pagar para recibir lo que finalmente es una dádiva de Él. Cuando el todo del Salvador y nuestro todo se unan, no sólo recibiremos el perdón del pecado, sino que “lo veremos tal como es” y “seremos semejantes a él28. Lo amo. Deseo estar con Él. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. 2 Nefi 25:26.

  2. Véase Hechos 17:28.

  3. Véase D. y C. 93:38.

  4. Véase D. y C. 29:39.

  5. Jeffrey R. Holland, Christ and the New Covenant, The Messianic Message of the Book of Mormon, 1997, pág. 207.

  6. 2 Nefi 25:23; cursiva agregada.

  7. Véase Éter 12:27.

  8. Martha Maria Humphreys, citado por Marjorie Newton, Southern Cross Saints: The Mormons in Australia, 1991, pág. 158.

  9. “Tengo gozo en mi alma hoy”, Himnos Nº 146.

  10. Alma 33:23.

  11. Véase Moroni 7:48.

  12. Mateo 13:46; véase también Alma 22:15.

  13. D. y C. 84:38.

  14. D. y C. 19:15.

  15. Romanos 8:17.

  16. Alma 42:8.

  17. Moisés 5:11.

  18. 2 Nefi 9:43.

  19. Véase Alma 28:8.

  20. D. y C. 18:13; cursiva agregada.

  21. Véase Alma 5:57.

  22. Véase Mateo 19:16–22.

  23. Hebreos 12:2; véase también Moroni 6:4.

  24. D. y C. 97:8; cursiva agregada.

  25. D. y C. 30:6.

  26. D. y C. 133:53.

  27. Filipenses. 3:10.

  28. Moroni 7:48; 1 Juan 3:2; cursiva agregada.