2000–2009
Escogeos hoy
Octubre 2004


Escogeos hoy

Las decisiones que tomamos determinan nuestro destino.

Mis queridos hermanos y hermanas, tanto los que tengo a la vista como los que están reunidos por todo el mundo, necesito su fe y oraciones para responder a la asignación y el privilegio de dirigirme a ustedes. Primero, sin embargo, me gustaría extenderles una bienvenida personal a los élderes Dieter Uchtdorf y David Bednar, nuestros nuevos integrantes del Quórum de los Doce Apóstoles.

He estado pensando últimamente sobre decisiones y sus consecuencias. Se ha dicho que la puerta de la historia gira sobre bisagras pequeñas, y lo mismo sucede con la vida de las personas. Las decisiones que tomamos determinan nuestro destino.

Josué de la antigüedad dijo: “Escogeos hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová”1.

Cuando salimos del mundo de los espíritus y entramos en esta etapa muchas veces difícil que se llama la mortalidad, todos nosotros comenzamos un trayecto asombroso y vital. Trajimos ese gran don de Dios que es nuestro albedrío. El profeta Wilford Woodruff dijo: “Dios ha dado a todos Sus hijos… el albedrío individual… Antes de que el mundo fuese, lo poseíamos en los cielos y el Señor lo mantuvo allá y lo defendió de la agresión de Lucifer. …En virtud de ese albedrío, a ustedes y a mí y a toda la humanidad se nos ha hecho seres responsables, responsables del curso que sigamos, de la vida que llevemos, de nuestras acciones”2.

Brigham Young dijo: “Todos debemos utilizarlo [el albedrío] a fin de alcanzar la exaltación en el reino de Dios; siempre que tengamos la facultad de decidir, debemos ejercerla”3.

Las Escrituras nos dicen que somos libres de actuar según nuestro criterio, “para escoger la vía de la muerte interminable, o la vía de la vida eterna”4.

Un conocido himno nos da inspiración en las decisiones que tomemos:

Haz el bien; cuando tomes decisiones,

el Espíritu te guiará.

Y su luz, si hacer el bien escoges,

en tu vida siempre brillará.

Haz el bien; nos da paz hacer lo bueno.

Haz el bien; seguro estarás.

Haz el bien en cualquiera de tus hechos.

Sea tu meta el reino celestial5.

¿Tenemos una guía para ayudarnos a escoger lo bueno y a evitar desvíos peligrosos? En una pared de mi oficina, colocado directamente enfrente de mi escritorio, hay una copia de un hermoso cuadro del Salvador, pintado por Heinrich Hofmann. Me encanta el cuadro, que he tenido desde que fui obispo a los veintidós años y que he llevado conmigo a todas partes donde se me ha asignado trabajar. He tratado de seguir con mi vida el modelo del Maestro. Siempre que me he enfrentado a una decisión difícil, he mirado el cuadro, preguntándome: “¿Qué haría Él?”. Luego he tratado de hacer lo mismo. No podemos equivocarnos cuando optamos por seguir al Salvador.

Algunas decisiones pueden parecer más importantes que otras, pero ninguna es insignificante.

Hace unos años tuve en la mano una guía que, si se sigue, jamás dejará de ayudarnos a tomar las decisiones correctas; era un tomo de las Escrituras al que comúnmente llamamos combinación triple, que contiene el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Aquel libro en particular era el regalo de un padre amoroso a su preciada hija, que siguió fielmente su consejo. En la página en blanco, de puño y letra del padre están estas inspiradas palabras:

“A mi querida Maurine:

“Para que tengas una pauta constante por la cual discernir entre la verdad y los errores de las filosofías del hombre, y así puedas aumentar en espiritualidad a medida que aumente tu conocimiento, te regalo este libro sagrado que debes leer con frecuencia y atesorar toda tu vida.

“Con amor, tu padre,

Harold B. Lee

Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, nuestra meta es alcanzar la gloria celestial.

No seamos indecisos como Alicia, en la obra clásica de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Tal vez recuerden que ella llegó a una encrucijada con dos caminos que la llevaban adelante, pero en direcciones opuestas. Ahí se enfrenta al gato de Cheshire, al que pregunta: “¿Qué camino debo seguir?”.

El gato le responde: “Eso depende de a dónde quieras ir. Si no sabes a dónde quieres ir, no tiene importancia cuál de los caminos tomes”6.

A diferencia de Alicia, todos sabemos a dónde queremos ir; y sí es importante en qué dirección vayamos, pues el sendero que tomemos en esta vida, seguramente nos llevará al que sigamos en la vida venidera.

Cada uno de nosotros debe recordar que es un hijo o una hija de Dios, investido de fe, dotado de valor y guiado por la oración. Nuestro destino eterno está delante de nosotros. El apóstol Pablo nos habla actualmente igual que habló a Timoteo hace ya muchos años: “No descuides el don que hay en ti…”. “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado…”7.

A veces, muchos dejamos que el enemigo del éxito —el culpable derrotismo— eclipse nuestras aspiraciones, nos ahogue los sueños, nos empañe la visión y deteriore nuestra vida. La voz del enemigo nos susurra al oído: “No puedes hacer eso”. “Eres demasiado joven”. “Eres demasiado viejo”. “No eres nadie”. Ahí es cuando tenemos que recordar que somos creados a la imagen de Dios. El reflexionar sobre esa verdad nos da un sentido profundo de fortaleza y capacidad.

Tuve el privilegio de conocer íntimamente al presidente J. Reuben Clark, hijo, que prestó servicio muchos años como miembro de la Primera Presidencia. Mientras le ayudaba a preparar sus extraordinarios libros para imprimirlos, aprendí invalorables lecciones. Un día en que se encontraba de ánimo melancólico y reflexivo, me pidió si podría hacer arreglos para imprimir una lámina que se pudiera enmarcar. Se trataba de los leones de Persépolis custodiando las ruinas de una gloria desmoronada. El presidente Clark quería que con la lámina se imprimieran, entre los decadentes arcos de una civilización que ya no existía, algunos pasajes favoritos de las Escrituras, elegidos de su amplio conocimiento de las Santas Escrituras. Pensé que a ustedes les gustaría saber cuáles eligió. Había tres, dos de Eclesiastés y uno del Evangelio de Juan.

Primero, de Eclesiastés: “Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”8.

Segundo: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad”9.

Tercero, de Juan: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”10.

Moroni, un profeta antiguo, escribiendo en lo que hoy es el Libro de Mormón, aconsejó lo siguiente: “Y ahora quisiera exhortaros a buscar a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles, a fin de que la gracia de Dios el Padre, y también del Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo, que da testimonio de ellos, esté y permanezca en vosotros para siempre jamás”11.

El presidente David O. McKay aconsejó: “ ‘La batalla más importante de la vida se lleva a cabo en los ámbitos silenciosos de su propia alma’… Es bueno sentarse y entrar en comunión con uno mismo, llegar a comprenderse y decidir en ese momento de silencio cuál es su deber hacia la familia, la Iglesia, la patria y… los semejantes”12.

El joven profeta José Smith buscó ayuda celestial yendo a una arboleda que desde entonces fue sagrada. ¿Necesitamos nosotros una fortaleza similar? ¿Debe toda persona buscar su propia “Arboleda Sagrada”? Un lugar similar sería uno donde la comunicación entre Dios y el hombre no tenga impedimento, ni interrupción ni estorbo.

En el Nuevo Testamento, aprendemos que es imposible tener la disposición correcta hacia Cristo si no se tiene una disposición abnegada hacia el hombre. En el libro de Mateo leemos que Jesús enseñó esto: “…en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”13.

Cuando el Salvador buscó a un hombre de fe, no lo eligió de la multitud de los santurrones que se encontraban regularmente en la sinagoga. En cambio, lo llamó de entre los pescadores de Capernaum. Mientras enseñaba en la ribera, Él vio dos barcas que se hallaban junto al lago; entró en una de ellas y le dijo al dueño que la apartara de la costa para que la multitud no lo empujara. Después de enseñar desde allí, le dijo a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes…”

Simón le contestó: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red.

“Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces…

“Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”14.

La respuesta a eso fue: “…Venid en pos de mí, y yo os haré pescadores de hombres”15.

Simón el pescador había recibido su llamamiento. Dudoso, incrédulo, sin educación ni capacitación, el impetuoso Simón no halló fácil la vía del Señor ni encontró que fuera un camino libre de dolor. Todavía tendría que oír la reprensión: “¡Hombre de poca fe!”16. No obstante, cuando el Maestro les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”17.

Simón, el hombre que dudaba, se había convertido en Pedro, el apóstol de fe. Pedro había tomado su decisión.

Cuando el Salvador quiso elegir un misionero diligente y enérgico, Él no lo encontró entre Sus seguidores sino en medio de Sus adversarios. La experiencia en el camino a Damasco cambió a Saulo. El Señor dijo esto de él: “…instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel”18.

Saulo el perseguidor se convirtió en Pablo el proselitista. Pablo tomó su decisión.

Diariamente, innumerables miembros de la Iglesia llevan a cabo actos de servicio abnegado. Muchos se ejecutan voluntariamente, sin ostentación ni jactancia, sino más bien con amor discreto y tierno cuidado. Permítanme contarles un ejemplo de alguien que tomó la decisión sencilla pero arraigada de servir:

Hace unos años, mi esposa y yo estuvimos en la ciudad de Toronto, donde habíamos vivido cuando yo era presidente de la misión. Olive Davies, la esposa del primer presidente de estaca de Toronto, estaba gravemente enferma y se preparaba para partir de esta vida. Su enfermedad le exigió abandonar su amado hogar e internarse en el hospital, donde podía recibir el cuidado que le hacía falta. Su única hija vivía con su propia familia a gran distancia, en el Oeste.

Traté de consolar a la hermana Davies, pero ella ya tenía junto a sí el consuelo que anhelaba. Un fornido nieto suyo estaba sentado a su lado. Supe que se había pasado la mayor parte del verano alejado de sus estudios universitarios a fin de poder atender a las necesidades de su abuela. Le dije: “Shawn, nunca te arrepentirás de tu decisión. Tu abuela piensa que el cielo te ha enviado en respuesta a sus oraciones”.

Él me contestó: “Decidí venir porque la quiero y sé que esto es lo que mi Padre Celestial quería que hiciera”.

Hubo lágrimas, y la abuela comentó cuánto disfrutaba de la ayuda de su nieto y de presentarlo a todos los empleados y pacientes del hospital. Recorrían los pasillos caminando tomados de la mano, y de noche él permanecía cerca de ella.

Olive Davies ha pasado a su gloria, para reunirse allí con su fiel esposo y continuar junto con él una travesía eterna. Y en el corazón de aquel nieto siempre permanecerán estas palabras: “Haz el bien; cuando tomes decisiones, el Espíritu te guiará”19.

Esas son las piedras del cimiento para edificar nuestro templo personal. Como lo aconsejó el apóstol Pablo: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”20

Quisiera dejarles hoy una fórmula sencilla pero de largo alcance para guiarlos en sus decisiones:

Llenen su mente con la verdad.

Llenen su corazón con amor.

Llenen su vida con servicio.

Si lo hacemos, ojalá que un día podamos oír la aprobación del Señor y Salvador, diciendo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”21.

En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Josué 24:15.

  2. En Brian H. Stuy, comp., Collected Discourses delivered by President Wilford Woodruff, His Two Counselors, the Twelve Apostles, and Others, 5 tomos, 1987–1992, tomo 1, pág. 341.

  3. Discourses of Brigham Young, seleccionados por John A. Widtsoe, 1954, pág. 54.

  4. 2 Nefi 10:23.

  5. Joseph L. Townsend, 1849–1942, “Haz el bien”, Himnos, Nº 155.

  6. Adaptado de Lewis Carroll, Alice’s Adventures in Wonderland, traducción libre, 1992, pág. 76.

  7. 1 Timoteo 4:14; 6:20.

  8. Eclesiastés 12:13.

  9. Eclesiastés 1:2.

  10. Juan 17:3.

  11. Éter 12:41.

  12. En Conference Report, abril de 1967, págs. 84–85; o Improvement Era, junio de 1967, pág. 80.

  13. Mateo 25:40.

  14. Lucas 5:4–6, 8.

  15. Mateo 4:19.

  16. Mateo 14:31.

  17. Mateo 16:15, 16.

  18. Hechos 9:15.

  19. Himnos, Nº 155.

  20. 1 Corintios 3:16.

  21. Mateo 25:23.