2000–2009
¿Qué es un quórum?
Octubre 2004


¿Qué es un quórum?

Una de las más grandes bendiciones que se pueda recibir al ser poseedor del sacerdocio… es el pertenecer a un quórum del sacerdocio.

“Habiendo sido inspirado por el Espíritu Santo para poner los cimientos de ella y edificarla para la fe santísima.

“Dicha iglesia se organizó y se estableció en el año de tu Señor de mil ochocientos treinta, en el cuarto mes y en el sexto día de mes llamado abril” (D. y C. 21:2–3).

Fue en ese día que José Smith, Oliver Cowdery y otros miembros de las familias Smith y Whitmer se reunieron en el hogar de Peter Whitmer, padre, en Fayette, Condado de Séneca, Nueva York. Después de las debidas canciones y oraciones, se leyó a la gente allí reunida las revelaciones concernientes a la organización de la Iglesia. En esas revelaciones se expusieron el orden del sacerdocio y los deberes de los oficiales de la Iglesia. La organización de la Iglesia de la actualidad se ha edificado siguiendo ese modelo.

“…de acuerdo con el mandamiento previo, el profeta José preguntó a los hermanos presentes para saber si ellos los aceptarían a él y a Oliver Cowdery como sus maestros de las cosas del reino de Dios; y si estaban dispuestos a proceder a organizar la Iglesia de acuerdo con el mandamiento del Señor, a lo cual ellos dieron su consentimiento mediante el voto unánime” (B. H. Roberts, A Comprehensive History of the Church, tomo I, pág. 196).

Y así tenemos el modelo establecido desde el principio mismo: “Y todas las cosas se harán de común acuerdo en la iglesia, con mucha oración y fe, porque recibiréis todas las cosas por la fe…” (D. y C 26:2).

Siento algo muy especial en todo mi ser cuando veo las manos levantadas en escuadra para sostener a los líderes de esta Iglesia. Hoy día los miembros de la Iglesia sostuvieron a dos nuevos miembros del Quórum de los Doce Apóstoles aquí, en el Centro de Conferencias, y mediante la televisión, Internet y el satélite a casi todos los rincones de la tierra.

Élder Uchtdorf y élder Bednar: a ustedes se les ha sostenido para llenar las vacantes originadas por el fallecimiento del élder David B. Haight y del élder Neal A. Maxwell. Como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, les doy la bienvenida con los brazos abiertos al llegar ustedes a ser parte de este sagrado llamamiento que es nuestro. Por supuesto, hoy día extrañamos nuestra asociación con el élder Haight y con el élder Maxwell. El élder Haight se sentó a mi lado en estas conferencias durante los últimos 28 años. El élder Maxwell se sentó al lado de él durante muchos años. ¡Ojalá tuviese yo el espíritu entusiasta del élder Haight o el poder de la palabra del élder Maxwell para expresar mis sentimientos acerca de esta larga relación que he experimentado con esos dos hermanos excepcionales! Ellos han contribuido tanto a mi vida y cómo extraño su continua asociación.

Tenemos una rica tradición en lo que se refiere a la obra de los Doce a medida que hemos viajado por todo el mundo proclamando el Evangelio de Jesucristo. Por ejemplo: fue el domingo, el 4 de junio de 1837, cuando el profeta José Smith se acercó al hermano Heber C. Kimball en el Templo de Kirtland y le susurró diciendo: “Hermano Heber, el Espíritu del Señor me ha susurrado: ‘Permite que mi siervo Heber vaya a Inglaterra y proclame mi Evangelio y abra la puerta de la salvación a aquella nación’ ” (citado en Orson F. Whitney, Life of Heber C. Kimball, 1945, pág. 104).

El relato de Heber C. Kimball y de Brigham Young, al dejar su hogar para dirigirse a Inglaterra, ciertamente demuestra el sacrificio que estaban dispuestos a hacer por los llamamientos que habían recibido. El relato dice así: “14 de septiembre [l839], el presidente Brigham Young dejó su hogar en Montrose para empezar la misión en Inglaterra. Estaba tan enfermo que no pudo llegar al río Mississippi, a una distancia de 150 metros, sin ayuda. Después de cruzar el río, cabalgó detrás de Isaac Barlow hasta mi casa, donde siguió enfermo hasta el 18 de septiembre. Dejó a su esposa enferma, con un bebé de tan sólo tres semanas de nacido, y todos los demás hijos estaban enfermos y no podían ayudarse unos a otros. Ninguno de ellos podía ir al pozo por un balde de agua y sólo tenían la ropa que llevaban puesta, ya que la turba de Misuri se había llevado casi todo lo que él tenía. El día 17, la hermana Mary Ann Young consiguió que un jovencito la llevara en su carreta a mi casa para que pudiese cuidar y consolar al hermano Brigham…” (citado en Life of Heber C. Kimball, pág. 265).

La familia de Heber C. Kimball también estaba enferma. Charles Hubbard envió a su hijo con un tiro de caballos y una carreta para ayudarlos en el viaje. El élder Kimball registra: “…sentía como si las entrañas mismas se me fueran a derretir al tener que dejar a mi familia en esas condiciones, casi en los brazos de la muerte. Me parecía algo imposible de soportar. Le indiqué al conductor que se detuviera. Entonces le dije al hermano Brigham: ‘Esto es muy duro, ¿no es cierto? Levantémonos y despidámonos alegremente’. Nos pusimos de pie en el carro, y agitando tres veces los sombreros en el aire, gritamos: ‘¡Viva! ¡Viva Israel!’ ”. La hermana Young y la hermana Kimball salieron a la puerta y se despidieron, lo que les dio a Brigham y a Heber mucho consuelo y continuaron sin “bolsa ni alforja” hacia Inglaterra (“El sacrificio al prestar servicio”, Liahona, enero de 1996, pág. 47).

La Guía para el Estudio de las Escrituras, declara que apóstol significa: “el que es enviado” (Guía para el Estudio de la Escrituras, pág. 18). El llamamiento de apóstol es el de ser un testigo especial del nombre de Jesucristo en todo el mundo, sobre todo de Su divinidad y de Su resurrección de entre los muertos. Los doce hombres que tienen ese alto llamamiento constituyen un consejo administrativo para la obra del ministerio… Hoy día, doce hombres con ese mismo llamamiento y ordenación divinos constituyen el Quórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

En la actualidad, un apóstol sigue siendo “el que es enviado”. Las condiciones que enfrentamos hoy son diferentes de las de los primeros hermanos, a medida que hacían sus viajes para cumplir con sus asignaciones. Nuestra manera de viajar a los cuatro rincones de la tierra es muy diferente de los primeros hermanos. Sin embargo, nuestra asignación sigue siendo la misma que dio el Salvador a Sus Doce, cuando les instruyó: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo…” (Mateo 28:19–20).

Para ustedes dos, nuevos Apóstoles, les prometo que habrá una nueva comprensión de lo que significa pertenecer a un quórum. Deseo que lo que sentimos por nuestro Consejo y el respeto que le tenemos pudiese ser transmitido a todo quórum de la Iglesia. ¿Podrían ustedes, los quórumes de diáconos, de maestros, de presbíteros, de élderes y de sumos sacerdotes, escuchar por un momento lo que yo creo que es una de las más grandes bendiciones que se pueda recibir al ser poseedor del sacerdocio? Esa bendición especial es el pertenecer a un quórum del sacerdocio.

El presidente Stephen L Richards, hace muchos años, nos brindó un maravilloso consejo sobre el gobierno de la Iglesia. Sus palabras son las siguientes:

“…la extraordinaria fuerza intelectual del gobierno de la Iglesia radica en gobernar por medio de consejos… Puedo apreciar la sabiduría, la sabiduría de Dios, en la creación de consejos: para gobernar Su reino. En el espíritu en el que trabajamos, hombres de aparentes puntos de vista divergentes y de muy diferentes experiencias se reúnen bajo la influencia de ese espíritu y al tomar consejo entre sí, pueden llegar a un acuerdo… Sin vacilar, les aseguro que, si se reúnen en consejo para deliberar, como se supone que lo hagan, Dios les dará las soluciones a los problemas que enfrentan…” (véase “Fortalezcamos los consejos”, Liahona, enero de 1994, pág. 89).

¿Y cuáles son los grandes beneficios que ustedes experimentarán al pertenecer a un quórum? De nuevo, Stephen L Richards dijo: “Un quórum tiene tres funciones: primero, es una clase; segundo, es una fraternidad; tercero, es una unidad de servicio” (véase “Llamados por Dios”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 7).

Yo veo esa característica distintiva en las funciones del Quórum de los Doce Apóstoles. Somos una clase al estudiar juntos las doctrinas del reino. ¿Se pueden imaginar lo especial que sería la experiencia de estar en una reunión de quórum y que los élderes Ezra Taft Benson, Mark E. Petersen, LeGrand Richards, Howard W. Hunter, Bruce R. McConkie, David B. Haight o Neal A. Maxwell nos enseñaran la doctrina del Evangelio? Notarán que sólo he mencionado a quienes han terminado su ministerio terrenal para no mostrar favoritismo entre los apóstoles de la actualidad. Esa misma bendición puede ser de ustedes en cada uno de sus quórumes. Las palabras de los apóstoles, pasados y presentes, siguen vivas en las Escrituras, en los discursos de las conferencias, en las revistas de la Iglesia, en los devocionales, etc. Están disponibles para llevar el poder de la doctrina del reino a la clase de su quórum. Hagan que la clase de su quórum aumente su conocimiento del Evangelio de nuestro Señor y Salvador.

En nuestro quórum existe una hermandad especial. En él procuramos elevarnos, inspirarnos y bendecirnos unos a otros de acuerdo con el espíritu de nuestro llamamiento. Si uno de nosotros tiene preocupaciones, los otros once están deseosos de animarle y de aligerar su carga. En ocasiones nos regocijamos juntos por logros alcanzados; en momentos de dolor, lloramos juntos. ¡Nunca sentimos que tenemos que enfrentar solos nuestros problemas! Siempre recibimos consejo, apoyo, ayuda y aliento de los miembros de nuestro Quórum.

En el libro Priesthood and Church Government [El sacerdocio y el gobierno de la Iglesia], leemos esta declaración acerca de la hermandad que debe existir en los quórumes del sacerdocio: “El sacerdocio es una gran hermandad sostenida por las leyes eternas e inmutables que constituyen el marco del Evangelio. El sentimiento de hermandad debe palparse en el quórum. El primer interés de un quórum debe ser ayudar a todos los miembros que tengan necesidades, tanto temporales como mentales o espirituales. El espíritu de hermandad debe ser la fuerza directora en todos los planes y funciones del quórum. Si sabia y constantemente se cultiva ese espíritu, no habrá ninguna otra organización que atraiga más a los poseedores del sacerdocio” (Sacerdocio Aarónico, Manual 3, Lección 21, pág. 85). Animamos a cada quórum del sacerdocio de la Iglesia que cultive tal hermandad.

Finalmente, el único propósito de nuestro quórum es prestar servicio. Quizá nuestros profundos sentimientos en cuanto a esa responsabilidad se podrían describir en una epístola de Wilford Woodruff fechada el 26 de octubre de 1886, que en ese entonces servía como Presidente del Consejo de los Doce Apóstoles: “Les diré a los apóstoles que nuestra responsabilidad es muy grande… ¿Qué clase de hombres habéis de ser? La tierra entera está madurando en la iniquidad y la Sión de Dios debe estar preparada para la venida del Esposo. Debemos humillarnos ante el Señor y ser dignos de ser llenos del espíritu de nuestro llamamiento, del Espíritu Santo y de las revelaciones de Jesucristo, para que conozcamos la intención y la voluntad de Dios con respecto a nosotros y estemos preparados para magnificar nuestros llamamientos y llevar a cabo la rectitud y ser valientes en el testimonio de Jesucristo hasta el fin… Nunca ha habido un momento en que la obra de Dios haya requerido un testimonio y una labor más fieles de parte de los apóstoles y de los élderes que hoy día” (“An Epistle”, Deseret News Weekly, 24 de noviembre de 1886, pág. 712). Hagan de cada uno de sus quórumes una gran organización de servicio para el beneficio de toda la humanidad.

Y ahora esta advertencia de las Escrituras:

“Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado.

“El que sea perezoso no será considerado digno de permanecer, y quien no aprenda su deber y no se presente aprobado, no será considerado digno de permanecer” (D. y C. 107:99–100).

Así que les digo a ustedes, las dos Autoridades Generales que se han unido a nuestro Quórum, y a todos ustedes, los hermanos que pertenecen al sacerdocio de Dios, que Dios nos bendiga a cado uno en nuestros llamamientos para dar servicio. Que nuestra fe nos fortalezca a medida que servimos en rectitud, guardando fielmente los mandamientos. Que nuestro testimonio siempre se fortalezca a medida que buscamos la fuente de la verdad eterna. Que la hermandad que existe en nuestro quórum sea de consuelo, fortaleza y seguridad a medida que pasamos por esta fase terrenal de nuestra existencia. Que el gozo de prestar servicio en el Evangelio permanezca por siempre en nuestro corazón al seguir adelante para cumplir con nuestros deberes y nuestras responsabilidades como siervos en el reino de nuestro Padre Celestial, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.