2000–2009
¿Quién sigue al Señor?
Abril 2005


¿Quién sigue al Señor?

El Señor necesita saber en quién puede confiar.

Esta noche me gustaría centrar mis comentarios en el entusiasta llamado a servir de un himno favorito: “¿Quién sigue al Señor? Toma tu decisión” (Himnos, Nº 170).

En ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos, al prepararnos para las satánicas batallas finales, en previsión del regreso de Cristo a la tierra, es muy importante saber quién sigue al Señor. El Señor necesita saber en quién puede confiar.

Se esperaría que se pudiera contar en que todo poseedor del sacerdocio se alistara para servir en las filas del ejército del Señor. En la actualidad, hay cerca de tres millones de poseedores del sacerdocio, distribuidos en partes iguales entre el Sacerdocio Aarónico y el Sacerdocio de Melquisedec.

Lamentablemente, muchos de estos hombres, jóvenes y no tan jóvenes, no están presentes, están ausentes sin permiso.

Un día, cada uno se sentó humildemente mientras que hombres con autoridad les impusieron las manos sobre la cabeza y les confirieron el sacerdocio. Aquel día, todos ellos hicieron un convenio con el Señor de obedecer y de servir.

Para entender la importancia de estos convenios debemos preguntarnos: “¿Qué es el sacerdocio?”. Cada diácono alerta sabe la respuesta a esta pregunta: El sacerdocio es el poder para actuar en el nombre de Dios.

¿Qué significa eso para ustedes, diáconos, maestros y presbíteros? Primero, significa que ustedes están autorizados para repartir, preparar y bendecir la Santa Cena. ¿Es esto algo importante? ¡Absolutamente!

¿Quién estuvo a cargo de la primera reunión sacramental de la que tenemos registro? Por supuesto que la respuesta es: el Señor Jesucristo. La noche anterior a Su sufrimiento en el huerto de Getsemaní, Cristo preparó, bendijo y repartió la Santa Cena a Sus discípulos. Así que cuando llevamos a cabo esta sagrada ordenanza, en realidad estamos en el lugar del Salvador mismo. ¡Eso es especial!

Juan el Bautista impuso las manos sobre la cabeza de José Smith y de Oliver Cowdery y les confirió el Sacerdocio de Aarón y declaró: “Confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados” (D. y C. 13:1). Ésa es una responsabilidad importante para los hombres de cualquier edad. Con ese encargo, claramente estamos del lado del Señor.

¿Y qué del Sacerdocio de Melquisedec? En la sección 84 de Doctrina y Convenios se lee: “Y este sacerdocio mayor administra el evangelio y posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios” (versículo 19). Este sacerdocio tiene el poder de administrar y de dirigir, de bendecir y de sanar, de enseñar y de sellar. Estas actividades de servicio del sacerdocio claramente colocan a los hermanos que participan del lado del Señor.

Uno de los más grandes ejemplos del poder del sacerdocio para sellar es la historia de Nefi, hijo de Helamán. Debido a su diligencia en declarar la palabra de Dios, el Señor le dio el poder para sellar para “que cuanto sellares en la tierra, sea sellado en los cielos; y cuanto desatares en la tierra, sea desatado en los cielos” (Helamán 10:7). Nefi habría sido un poderoso líder del ejército del Señor en cualquier dispensación.

¡Qué gran acto de confianza es, de parte de nuestro Padre Celestial, el compartir con nosotros una parte de Su poder para que lo ayudemos en Su gran obra, a medida que se extiende para llenar la tierra!

Noten cuán cuidadosamente hemos sido instruidos acerca de cómo conferir la autoridad del sacerdocio. Cuando cumplí 12 años, mi padre, Charles Oaks, y mi obispo, George Collard, colocaron sus manos sobre mi cabeza y me confirieron el Sacerdocio Aarónico y me ordenaron diácono.

Varios años después, el entonces élder Gordon B. Hinckley utilizó ese mismo procedimiento dirigido de los cielos para ordenarme Setenta. Cada ordenación refleja una confianza divina adicional y una nueva oportunidad de servir del lado del Señor.

Cuando se forman los ejércitos, por lo general las batallas se pelean en vastos campos de batalla, pero esta batalla por las almas es totalmente diferente. El conflicto sigue cada día en la vida de toda persona y coloca a las tropas del Señor contra las fuerzas de la codicia, del egoísmo y de la lujuria de Satanás.

Los musculosos 2.060 jóvenes guerreros de Helamán, hombro a hombro, dan a entender la necesidad de una gran fuerza física para alistarse en sus filas. Pero hay lugar para toda alma tenaz en este empeño.

Tenemos un nieto, Andrew, de 11 años, que está confinado a una silla de ruedas, quizá para el resto de su vida. Él será ordenado diácono en el otoño y se unirá al ejército del sacerdocio del Señor. Su impedimento físico no será un factor limitante en esta guerra porque las armas seleccionadas no son las lanzas, ni las espadas empuñadas en un caótico campo de batalla.

Por el contrario, las armas de valor eterno que reflejan toda la armadura de Dios son la verdad, la rectitud, la fe, la oración y la palabra de Dios (véase Efesios 6:13–18). Estas armas se empuñan en nuestra mente, en nuestros labios y en nuestras acciones. Cada pensamiento, cada palabra y cada acción, buenos y rectos, son una victoria a favor del Señor.

Es por eso que Andrew no tiene una limitación en esta batalla. Sus padres le han enseñado bien y él está listo para unirse a las filas de los hermanos del sacerdocio.

Lo que está en juego es extremadamente importante. Los premios son las almas de los hijos y de las hijas de Dios, su salvación eterna; y estas almas se ganarán o se perderán en base a la virtud y la pureza, a la caridad y al servicio, a la fe y a la esperanza.

Andrew se unirá al quórum de diáconos de su barrio; ellos le enseñarán a repartir la Santa Cena y a recabar las ofrendas de ayuno; lo cuidarán porque de eso se tratan los quórumes del sacerdocio, de cuidarse mutuamente. De hecho, ésa es la forma en que el ejército del sacerdocio del Señor está organizado: en quórumes.

Pasé la mayor parte de mi vida como piloto en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Los hombres de mi escuadrón permanecen, hasta hoy, como un grupo muy unido y que se mantiene en estrecho contacto después de 40 años.

En nuestro entrenamiento como pilotos de combate, una de las primeras y más básicas normas era: “Cuida al piloto de tu ala. Constantemente vigila su retaguardia para asegurarte de que el enemigo no se aparezca de repente detrás de él”.

Si es un buen consejo proteger a los compañeros de un escuadrón de combate, es un gran consejo el permanecer cerca y proteger a los miembros de nuestro quórum, al esforzarnos por permanecer firmes del lado del Señor. Debemos estar ansiosos por salir y buscarlos cuando se desvíen.

El permanecer firmes del lado del Señor es especialmente valioso en la actualidad. Nuestro profeta a menudo recalca que éstos son los últimos días. Sabemos, por las señales de los tiempos, que el fin se acerca y Satanás lo sabe también. Parece que él y sus fuerzas nunca duermen.

En una reunión mundial de capacitación de líderes, el presidente Hinckley, al observar las condiciones inmorales del mundo, declaró: “No sé si las cosas eran peores en los tiempos de Sodoma y Gomorra”.

Siguió diciendo: “Ellas y sus inicuos habitantes fueron aniquilados. Vemos condiciones similares hoy en día, que reinan por todo el mundo. Pienso que nuestro Padre debe llorar al contemplar a Sus hijos e hijas descarriados” (“El permanecer firmes e inquebrantables”, Reunión Mundial de Capacitación de Líderes, 10 de enero de 2004, págs. 21–22).

No sé qué más nos tiene que decir nuestro profeta para que nos consideremos advertidos.

En su discurso reciente de conferencia, el élder Dallin H. Oaks afirmó: “Esas señales de la Segunda Venida nos rodean y parecen ir aumentando en frecuencia e intensidad… Aunque no podemos hacer nada para alterar la realidad de la Segunda Venida y no podemos saber el momento exacto en que ocurrirá, podemos acelerar nuestra propia preparación y tratar de influir en la preparación de quienes nos rodean. Tenemos que hacer preparativos tanto temporales como espirituales para los acontecimientos profetizados para la Segunda Venida” (“La preparación para la Segunda Venida”, Liahona, mayo de 2004, págs. 7–9).

Y estas declaraciones de advertencia vinieron mucho antes de una época de destrucción sin precedente debido a los huracanes en el área del Caribe y a la devastación del maremoto en el este de Asia.

Nuestro himno: “¿Quién sigue al Señor?”, nos enseña: “Toma tu decisión”. Ahora es el momento para permanecer firmes en nuestra fe y en nuestros principios, como lo hizo el capitán Moroni. Se nos necesita ahora, diáconos, maestros, presbíteros, obispos, élderes, sumos sacerdotes y patriarcas. Ahora es el momento de demostrar nuestro agradecimiento por el sacrificio expiatorio de nuestro Señor Jesucristo. Ahora es el tiempo de demostrar nuestra fe mediante nuestra obediencia a los mandamientos básicos, tales como las leyes de la castidad y de los diezmos, la Palabra de Sabiduría y el guardar el día de reposo.

Ahora es el tiempo de amonestar a nuestro prójimo compartiendo el mensaje del Evangelio con ellos. Ahora es el momento de brindar al mundo un ejemplo de decencia y de modestia, de virtud y de pureza. Nunca debemos desperdiciar nuestro poder del sacerdocio revolcándonos en la corruptora y destructiva suciedad y fango de la pornografía.

Ahora es el momento para repasar los convenios que hemos hecho con el Señor en las aguas del bautismo, los convenios que hicimos cuando aceptamos el juramento y convenio del sacerdocio, y los convenios que hemos hecho en Sus santos templos.

Ahora, en verdad, es el momento de demostrar que estamos del lado del Señor.

Hermanos, ésta es Su obra. El Evangelio de Jesucristo ha sido restaurado en su plenitud en estos últimos días mediante el profeta José Smith. Cristo permanece a la cabeza de esta Iglesia, guiándola hacia adelante por conducto de Su profeta viviente, Gordon B. Hinckley. Cristo regresará a la tierra para gobernar y reinar, y cada uno de nosotros, un día, compareceremos ante Él para ser juzgados por nuestros pensamientos, nuestras acciones y los deseos de nuestro corazón. Él es nuestro Salvador y nuestro Redentor, y así lo testifico en Su santo nombre. Amén.