2000–2009
Llegar a ser misioneros
Octubre 2005


Llegar a ser misioneros

Ustedes y yo, hoy y siempre, debemos dar testimonio de Jesucristo y declarar el mensaje de la Restauración… la obra misional es una manifestación de nuestra identidad y de nuestro patrimonio espirituales.

Todos los que hemos recibido el Santo Sacerdocio tenemos la sagrada obligación de bendecir a las naciones y a las familias de la tierra, al proclamar el Evangelio y al invitar a todos a recibir las ordenanzas de salvación mediante la debida autoridad. Muchos de nosotros hemos sido misioneros de tiempo completo, algunos actualmente prestan ese mismo servicio; y hoy día todos prestamos servicio y continuaremos prestando servicio como misioneros de toda la vida. Todos los días somos misioneros tanto en nuestra familia, como en nuestras escuelas, en nuestros lugares de trabajo y en nuestras comunidades. Sin importar nuestra edad, experiencia o condición en la vida, todos somos misioneros.

La proclamación del Evangelio no es una actividad en la que participamos de manera periódica o temporal, y nuestra labor como misioneros ciertamente no se limita al breve periodo que se presta en el servicio misional de tiempo completo en nuestra juventud o en los años de la madurez. Más bien, en la obligación de proclamar el Evangelio restaurado de Jesucristo están implícitos el juramento y el convenio del sacerdocio, el cual concertamos. La obra misional es esencialmente una responsabilidad del sacerdocio, y todos los que poseemos el sacerdocio somos los siervos autorizados del Señor en la tierra y somos misioneros en todo momento y en todo lugar, y siempre lo seremos. Nuestra identidad misma como poseedores del sacerdocio y de la descendencia de Abraham la define en gran parte la responsabilidad de proclamar el Evangelio.

Mi mensaje esta noche nos atañe a todos en nuestro deber del sacerdocio de proclamar el Evangelio. Sin embargo, mi propósito específico en esta reunión del sacerdocio es hablar francamente con los jóvenes de la Iglesia que se están preparando para el llamamiento de servir como misioneros. Los principios que trataré con ustedes son tanto sencillos como espiritualmente importantes, y nos deben motivar a meditar, a evaluar y a mejorarnos. Suplico la compañía del Espíritu Santo para mí y para ustedes a medida que juntos consideremos este importante tema.

Una pregunta frecuente

En las reuniones con los miembros jóvenes de la Iglesia por el mundo, acostumbro invitar a los presentes a hacer preguntas. Una de las preguntas que los jóvenes me hacen con más frecuencia es ésta: “¿Qué puedo hacer para prepararme de una manera más eficaz para servir como misionero de tiempo completo?”. Esa sincera pregunta merece una seria respuesta.

Mis queridos y jóvenes hermanos, lo más importante que pueden hacer para prepararse para el llamamiento a servir es llegar a ser misioneros antes de ir a la misión. Tengan a bien notar que en mi respuesta recalqué llegar a ser en vez de ir. Permítanme explicar lo que quiero decir.

En el vocabulario normal de la Iglesia, solemos hablar de ir a la Iglesia, ir al templo e ir a la misión. Me atrevería a afirmar que el énfasis un tanto habitual en la palabra ir no es acertado.

La cuestión no es ir a la Iglesia; más bien, es adorar y renovar nuestros convenios al asistir a la Iglesia. La cuestión no es ir al templo; más bien, es tener en nuestro corazón el espíritu, los convenios y las ordenanzas de la casa del Señor. La cuestión no es ir a la misión; más bien, es llegar a ser misioneros y servir a lo largo de nuestra vida con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza. Es posible para un joven ir a la misión y no llegar a ser misionero, y eso no es lo que el Señor requiere ni lo que la Iglesia necesita.

Mi deseo ferviente para cada uno de ustedes, jovencitos, es que simplemente no vayan a la misión, sino que lleguen a ser misioneros mucho antes de que envíen sus papeles misionales, mucho antes de que reciban un llamamiento a servir, mucho antes de que sean apartados por su presidente de estaca, y mucho antes de que ingresen en el Centro de Capacitación Misional.

El principio de lo que debemos llegar a ser

El élder Dallin H. Oaks nos ha enseñado eficazmente en cuanto al desafío de llegar a ser algo en vez de sólo hacer las cosas que se esperan o de efectuar ciertos actos.

“El apóstol Pablo enseñó que se nos han dado las enseñanzas y los maestros del Señor para que todos podamos alcanzar ‘la medida de la estatura de la plenitud de Cristo’ (Efesios 4:13). Ese proceso implica más que la adquisición de conocimiento. No es siquiera suficiente para nosotros estar convencidos de la veracidad del Evangelio; debemos actuar y pensar a fin de ser convertidos por medio de él. A diferencia de las instituciones del mundo, que nos enseñan a saber algo, el Evangelio de Jesucristo nos desafía a llegar a ser algo…

“…No es suficiente que cualquiera tan sólo actúe mecánicamente. Los mandamientos, las ordenanzas y los convenios del Evangelio no son una lista de depósitos que tenemos que hacer en alguna cuenta celestial. El Evangelio de Jesucristo es un plan que nos muestra cómo llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a ser” (“El desafío de lo que debemos llegar a ser”, Liahona, enero de 2001, pág. 40).

Hermanos, el desafío de lo que debemos llegar a ser tiene que ver de manera precisa y perfecta con la preparación misional. Obviamente, el proceso de llegar a ser misioneros no exige que un jovencito lleve camisa blanca y corbata a la escuela todos los días o que siga las reglas misionales en lo que concierne a la hora de acostarse y levantarse, a pesar de que la mayoría de los padres apoyaría esa idea. Pero pueden incrementar su deseo de servir a Dios (véase D. y C. 4:3), y pueden empezar a pensar como piensan los misioneros, a leer lo que leen los misioneros, a orar como oran los misioneros y a sentir lo que sienten los misioneros. Pueden evitar las influencias mundanas que hacen que el Espíritu Santo se aleje, y pueden aumentar su confianza al reconocer los susurros espirituales y responder a ellos. Línea por línea, y precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí, ustedes pueden gradualmente llegar a ser los misioneros que desean ser y los misioneros que el Salvador espera.

Ustedes no se transformarán de manera repentina o mágica en misioneros preparados y obedientes el día que pasen por las puertas del Centro de Capacitación Misional. Lo que ustedes hayan llegado a ser en los días, meses y años previos a su servicio misional es lo que serán en el CCM. De hecho, la clase de transición por la que tengan que pasar en el CCM será un indicador confiable del progreso que logren para llegar a ser misioneros.

Cuando entren en el CCM es natural que extrañen a su familia, y muchos aspectos de su horario diario serán nuevos y difíciles, pero para el joven que se haya preparado bien para llegar a ser misionero, la adaptación básica a los rigores de la obra misional y de ese estilo de vida no le parecerán abrumadores, agobiantes ni inoportunos. Es por eso por lo que uno de los elementos clave al elevar el nivel de preparación consiste en esforzarse para llegar a ser misioneros antes de ir a la misión.

Padres, ¿comprenden la función que tienen de ayudar a su hijo a ser misionero antes de que vaya a la misión? Ustedes y su esposa son muy importantes en el proceso de que él llegue a ser misionero. Líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, ¿reconocen la responsabilidad que tienen de ayudar a los padres y a todo joven a llegar a ser misioneros antes de ir a la misión? El nivel de preparación también se ha elevado para los padres y para todos los miembros de la Iglesia. El meditar con espíritu de oración en el principio de lo que deben llegar a ser brindará la inspiración que se ajuste a las necesidades específicas de su hijo o de los jóvenes a quienes sirvan.

La preparación que estoy describiendo no sólo va enfocada hacia el servicio misional de un joven de 19, 20 ó 21 años de edad. Hermanos, ustedes se están preparando para toda una vida de obra misional; como poseedores del sacerdocio, siempre somos misioneros. Si verdaderamente progresan en el proceso de llegar a ser misioneros, antes de ir a la misión, así como en el campo misional, cuando llegue el día en que se les releve honorablemente como misioneros de tiempo completo, ustedes partirán de su campo de trabajo y regresarán a su familia, pero nunca dejarán de efectuar su servicio misional. Un poseedor del sacerdocio es un misionero en todo momento y en todo lugar. El misionero es quien es y somos quienes somos como poseedores del sacerdocio y como la descendencia de Abraham.

La descendencia de Abraham

Los herederos de todas las promesas y de los convenios que Dios hizo con Abraham se conocen como la descendencia de Abraham (véase Guía para el Estudio de las Escrituras, “Abraham”, subtítulo “La descendencia de Abraham”, págs. 6–7). Esas bendiciones se obtienen únicamente mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio de Jesucristo. Hermanos, el proceso para llegar a ser misioneros está directamente relacionado con el conocimiento de nuestra identidad como descendencia de Abraham.

Abraham fue un gran profeta que deseó la rectitud y fue obediente a todos los mandamientos que recibió de Dios, incluso el mandato de ofrecer en sacrificio a su amado hijo Isaac. Debido a su perseverancia y obediencia, a Abraham se le suele conocer como el padre de los fieles. Nuestro Padre Celestial estableció un convenio con Abraham y su posteridad y le prometió grandes bendiciones:

“…por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo;

“de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.

“En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:16–18).

Fue así que a Abraham se le prometió una gran posteridad y que las naciones de la tierra serían bendecidas por medio de esa posteridad.

¿Cómo son bendecidas las naciones de la tierra por medio de la descendencia de Abraham? La respuesta a esta importante pregunta se encuentra en el libro de Abraham:

“Y haré de ti [Abraham] una nación grande y te bendeciré sobremanera, y engrandeceré tu nombre entre todas las naciones, y serás una bendición para tu descendencia después de ti, para que en sus manos lleven este ministerio y sacerdocio a todas las naciones;

“Y las bendeciré mediante tu nombre; pues cuantos reciban este evangelio serán llamados por tu nombre; y serán considerados tu descendencia, y se levantarán y te bendecirán como padre de ellos” (Abraham 2:9–10).

En estos versículos aprendemos que los fieles herederos de Abraham tendrían las bendiciones del Evangelio de Jesucristo y la autoridad del sacerdocio. Por tanto, la frase “lleven este ministerio y sacerdocio a todas las naciones” se refiere a la responsabilidad de proclamar el Evangelio de Jesucristo y de invitar a todos a recibir las ordenanzas de salvación por medio de la debida autoridad del sacerdocio. En verdad, sobre la descendencia de Abraham descansa una gran responsabilidad en estos últimos días.

¿En qué forma se relacionan estas promesas y bendiciones con nosotros hoy día? Ya sea por linaje literal o por adopción, todo hombre y jovencito que me oiga esta noche es heredero legítimo de las promesas que Dios le hizo a Abraham. Somos la descendencia de Abraham. Una de las razones fundamentales por la que recibimos una bendición patriarcal es para ayudarnos a comprender mejor quiénes somos en calidad de posteridad de Abraham, y a reconocer la responsabilidad que descansa sobre nosotros.

Mis queridos hermanos, ustedes y yo, hoy y siempre, debemos bendecir a todas las personas en todas las naciones de la tierra. Ustedes y yo, hoy y siempre, debemos dar testimonio de Jesucristo y declarar el mensaje de la Restauración. Ustedes y yo, hoy y siempre, debemos invitar a todos a recibir las ordenanzas de salvación. La proclamación del Evangelio no es una obligación del sacerdocio para sólo parte del tiempo; no es simplemente una actividad en la que participamos por un corto tiempo o una asignación que debemos cumplir como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Más bien, la obra misional es una manifestación de nuestra identidad y de nuestro patrimonio espirituales. Fuimos preordenados en la existencia preterrenal y nacimos para cumplir el convenio y la promesa que Dios le hizo a Abraham. Nos encontramos sobre la tierra en este tiempo para magnificar el sacerdocio y para predicar el Evangelio. Eso es quienes somos, y eso es por lo que estamos aquí, hoy y siempre.

Tal vez les guste la música, los deportes o sean diestros en mecánica, y es posible que algún día trabajen en un oficio, en una profesión o en las artes. Pese a lo importante que puedan ser esas actividades y ocupaciones, éstas no definen nuestra identidad. Lo primero y más importante es que somos seres espirituales; somos hijos de Dios y la descendencia de Abraham:

“Porque quienes son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los cuales he hablado, y magnifican su llamamiento, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos.

“Llegan a ser los hijos de Moisés y de Aarón, y la descendencia de Abraham, y la iglesia y reino, y los elegidos de Dios” (D. y C. 84:33–34).

Mis queridos hermanos, mucho se nos ha dado, y mucho se espera de nosotros. Ruego que ustedes, jovencitos, comprendan mejor su identidad como descendientes de Abraham y lleguen a ser misioneros mucho antes de que vayan a la misión. Después de que vuelvan a sus hogares y a sus familias, ruego que los ex misioneros siempre sean misioneros, y que todos nos levantemos como hombres de Dios y seamos una bendición para las naciones de la tierra con un testimonio y un poder espiritual más grandes de los que jamás hayamos tenido.

Declaro mi testimonio que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor. ¡Sé que Él vive! Y testifico que como poseedores del sacerdocio somos Sus representantes en la magnífica obra de proclamar Su Evangelio, hoy y siempre. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.