2000–2009
El trayecto a un terreno más elevado
Octubre 2005


El trayecto a un terreno más elevado

Hacemos frente a una decisión: podemos confiar en nuestra propia fuerza o podemos ascender a un terreno más elevado y venir a Cristo.

El 26 de diciembre de 2004, un violento terremoto azotó la costa de Indonesia, provocando un mortífero maremoto que acabó con la vida de más de doscientas mil personas. Fue una terrible tragedia; la vida de millones de personas cambió en un solo día.

Sin embargo, hubo un grupo de personas que no tuvo ni una víctima a pesar de que su aldea quedó destruida.

¿Por qué?

Sabían que se avecinaba un maremoto.

Los moken viven en aldeas en islas de las costas de Tailandia y Birmania (Myanmar). Son pescadores y su existencia depende del mar. Durante cientos, tal vez miles de años, sus antepasados han estudiado el océano y transmitido sus conocimientos de padres a hijos.

Algo de lo que se preocuparon en particular de enseñar fue qué hacer en caso de que el mar se retirara. Según sus tradiciones, cuando eso sucediera, el “Laboon”, o la ola que se come a la gente, no tardaría en llegar.

Cuando los ancianos de la aldea vieron las terribles señales, comenzaron a gritarles a todos que debían correr hasta alcanzar un terreno más elevado.

No todos les prestaron atención.

Un viejo pescador dijo: “Ninguno de los muchachos me hizo caso”. De hecho, hasta su propia hija le llamó mentiroso, pero el viejo pescador no desistió hasta que todos se hubieron ido de la aldea y ascendido a un terreno más elevado1.

Los moken fueron afortunados porque contaban con alguien repleto de determinación que les advirtió acerca de lo que se avecinaba. Los aldeanos fueron afortunados al seguir sus consejos; de lo contrario, habrían perecido.

El profeta Nefi escribió sobre el gran desastre de su época: la destrucción de Jerusalén. “Y así como una generación ha sido destruida entre los judíos a causa de la iniquidad, de igual manera han sido destruidos de generación en generación, según sus iniquidades; y ninguno de ellos ha sido destruido jamás sin que se lo hayan predicho los profetas del Señor”2.

Desde los días de Adán, el Señor ha hablado a Sus profetas y, si bien el mensaje difiere en cuanto a las necesidades específicas de cada época, hay un punto que jamás ha cambiado: “Aléjense de la iniquidad y asciendan a un terreno más elevado”.

Cuando las personas obedecen a los profetas, el Señor las bendice; mas cuando desechan Su palabra, muchas veces padecen aflicciones y sufrimiento. Ésta es una gran lección que el Libro de Mormón nos enseña una y otra vez. En sus páginas leemos de los antiguos habitantes del continente americano que, debido a su rectitud, fueron bendecidos por el Señor y prosperaron. Sin embargo, en ocasiones esa prosperidad se tornó en una maldición porque hizo endurecer “sus corazones, y… [olvidarse] del Señor su Dios”3.

Hay algo en la prosperidad que saca a relucir lo peor en algunas personas. En el libro de Helamán se habla de un grupo de nefitas que padeció grandes pérdidas y muerte. De ellos se escribió: “Y fue por el orgullo de sus corazones, por razón de sus inmensas riquezas, sí, fue a causa de haber oprimido a los pobres, negando su alimento a los que tenían hambre, y sus vestidos a los que estaban desnudos, e hiriendo a sus humildes hermanos en sus mejillas, burlándose de lo que era sagrado, [y] negando el espíritu de profecía y de revelación”4.

Sin embargo, no habrían padecido un dolor así “de no haber sido por su maldad”5. Si tan sólo hubieran dado oído a las palabras de los profetas de su época y ascendido a un terreno más elevado, sus vidas habrían sido notablemente diferentes.

La consecuencia natural que reciben los que se alejan de los caminos del Señor es que quedan abandonados a su propia fuerza6. Aun cuando en medio de la emoción que produce el éxito, podemos llegar a creer que nos basta con nuestra propia fuerza, quienes confían en el brazo de la carne no tardan en descubrir lo débil e inestable que éste es7.

Por ejemplo, al principio Salomón obedeció al Señor y aceptó Su ley, hecho que le reportó prosperidad y le bendijo no sólo con sabiduría, sino también con riqueza y honores. El Señor le prometió que, si seguía siendo recto, “[afirmaría] el trono de [su] reino sobre Israel para siempre”8.

Pero, incluso después de haber recibido visitaciones angélicas, de haber recibido bendiciones superiores a las de todos los hombres, Salomón se alejó de Dios. Por ello el Señor decretó que el reino le fuera quitado y entregado a su siervo9.

Ese siervo se llamaba Jeroboam, quien era un hombre industrioso, de la tribu de Efraín, y a quien Salomón había encomendado parte de la administración de su casa10.

Cierto día, mientras Jeroboam se encontraba viajando, se le acercó un profeta que le profetizó que el Señor quitaría el reino a Salomón y le entregaría a él, a Jeroboam, diez de las doce tribus de Israel.

Por medio de Su profeta, el Señor prometió a Jeroboam: “Si… hicieres lo recto delante de mis ojos…, yo estaré contigo y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David, y yo te entregaré a Israel”11.

El Señor escogió a Jeroboam y le prometió extraordinarias bendiciones si obedecía los mandamientos y ascendía a un terreno más elevado. Tras la muerte de Salomón se cumplieron las palabras del profeta y diez de las doce tribus de Israel siguieron a Jeroboam.

¿Obedeció el nuevo rey al Señor, después de haber recibido semejante concesión?

Lamentablemente, no. Mandó fundir becerros de oro e instó a su pueblo a adorarlos. Creó su propio “sacerdocio” seleccionando a quien le convenía y ordenando “sacerdotes de los lugares altos”12. A pesar de las grandes bendiciones que había recibido del Señor, el rey no tardó en superar la maldad de sus predecesores13. En las generaciones posteriores, Jeroboam era la referencia con la que se comparaba a los reyes inicuos de Israel.

A causa de semejante iniquidad, el Señor se alejó de Jeroboam; además, debido a la iniquidad del rey, decretó que tanto él como toda su familia fueran destruidos hasta que no quedara ninguno. Esta profecía se cumplió al pie de la letra y la simiente de Jeroboam se extinguió de la tierra14.

Salomón y Jeroboam son ejemplos del gran ciclo trágico que tan a menudo se ilustra en el Libro de Mormón. Cuando la gente es recta, el Señor los hace prosperar. La prosperidad conduce al orgullo y éste al pecado. El pecado lleva a la iniquidad y hace que el corazón se endurezca con respecto a las cosas del Espíritu. Finalmente, el fin de ese sendero conduce al pesar y a la aflicción.

Este patrón se repite no sólo en la vida de las personas en forma individual, sino en las ciudades, las naciones y en todo el mundo. Las consecuencias de hacer caso omiso del Señor y de sus profetas son reales y suelen ir acompañadas de sufrimiento y dolor. El Señor nos ha advertido en nuestra época de que la iniquidad finalmente desembocará en “hambre, plagas, terremotos [y] truenos del cielo” hasta que se haga “sentir a los habitantes de la tierra la ira, la indignación y la mano castigadora de un Dios Omnipotente”15.

No obstante, conviene tener presente que hay muchas personas buenas que son víctimas del poder de la naturaleza o de la maldad del hombre. Los primeros miembros de la Iglesia de esta dispensación fueron perseguidos y expulsados de sus hogares, y algunos murieron. Pero tal vez debido a lo mucho que padecieron, cultivaron una fortaleza interior que los preparó para la obra que tenían que llevar a cabo.

Lo mismo ocurre en la actualidad.

Y puesto que no estamos exentos de calamidades, conviene que aprendamos de ellas.

Si bien en las Escrituras se muestran las consecuencias de la desobediencia, también se muestra lo que le sucede a la gente que escucha al Señor y obedece Su consejo.

Cuando los de la inicua ciudad de Nínive hicieron caso a la advertencia del profeta Jonás, clamaron al Señor, se arrepintieron y se libraron de la destrucción16.

Debido a que las personas de la época de Enoc eran muy malvadas, el Señor mandó a Enoc que abriera la boca y advirtiera al pueblo que abandonara la iniquidad y sirviera al Señor su Dios.

Enoc hizo a un lado sus temores y obedeció. Viajó entre el pueblo clamando en alta voz, testificando en contra de las obras de la gente. Las Escrituras nos dicen que “todos los hombres se ofendían por causa de él”. Hablaban entre ellos de “una cosa extraña en la tierra” y de “un demente” que había ido entre ellos17.

Aunque muchos odiaban a Enoc, los humildes creyeron sus palabras, abandonaron sus pecados y viajaron a un terreno más elevado, “y fueron bendecidos sobre las montañas y en los lugares altos, y prosperaron”18. En su caso, la prosperidad no los condujo al orgullo y al pecado, sino a la caridad y a la rectitud. “Y el Señor llamó Sión a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos”19.

Después de Su resurrección, el Salvador visitó las Américas. Gracias a Su extraordinario ministerio, el corazón de la gente se ablandó, abandonaron sus pecados y se trasladaron a terrenos más elevados. Ellos apreciaron Sus palabras y trataron de seguir Su ejemplo.

Era tal su rectitud que no hubo contenciones entre ellos y se trataban con igualdad los unos a los otros. Compartían libremente de lo que tenían y prosperaron sobremanera.

De este pueblo se dijo: “Ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios”20.

Hoy día hacemos frente a la misma decisión. Podemos tontamente no hacer caso a los profetas de Dios, depender de nuestra propia fuerza y terminar cosechando las consecuencias, o podemos sabiamente acercarnos al Señor y participar de Sus bendiciones.

El rey Benjamín describió ambos caminos y ambos tipos de consecuencias. Dijo que los que rechazan al Señor quedan “consignados al horrendo espectáculo de su propia culpa y abominaciones, que los hará retroceder de la presencia del Señor a un estado de miseria y tormento sin fin”21.

Mas los que ascienden a terrenos más elevados y guardan los mandamientos de Dios, “son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo, para que así moren con Dios en un estado de interminable felicidad”22.

¿Cómo sabemos en qué sentido vamos? Durante Su ministerio terrenal, se le pidió al Salvador que mencionara el mandamiento más grande de todos. Sin vacilar, Él dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

“Este es el primero y grande mandamiento.

“Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

“De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”23.

En estos versículos, el Señor ofrece una manera clara de saber si nos hallamos en el camino correcto. Los que ascienden a un terreno más elevado aman al Señor con todo su corazón, un amor que se manifiesta en sus vidas; acuden al Señor por medio de la oración y suplican por Su Santo Espíritu; se humillan y abren el corazón a las enseñanzas de los profetas; magnifican sus llamamientos y anhelan servir más que ser servidos; son testigos de Dios, obedecen Sus mandamientos y se fortalecen en el testimonio de la verdad.

También aman a los hijos de nuestro Padre Celestial y sus vidas reflejan ese amor; se preocupan por sus hermanos y hermanas; nutren, sirven y sustentan a sus cónyuges e hijos; con un espíritu de amor y bondad, edifican a los que los rodean; dan liberalmente de sus bienes; lloran con los que lloran, y consuelan a los que necesitan consuelo24.

Este trayecto a un terreno más elevado es el sendero al discipulado del Señor Jesucristo. Es un trayecto que conduce a la exaltación con nuestras familias en la presencia del Padre y del Hijo. Por consiguiente, nuestro trayecto a un terreno más elevado debe comprender la casa del Señor. Al venir a Cristo y ascender a un terreno más elevado, desearemos pasar más tiempo en Sus templos, pues éstos representan un terreno elevado, un terreno sagrado.

En cada época hacemos frente a una decisión: podemos confiar en nuestra propia fuerza o podemos ascender a un terreno más elevado y venir a Cristo.

Cada decisión tiene su consecuencia.

Cada consecuencia, un destino.

Testifico que Jesús el Cristo es nuestro Redentor, el Hijo viviente del Dios viviente. Los cielos están abiertos y un amoroso Padre Celestial revela Su palabra al hombre. El Evangelio fue restaurado por conducto del profeta José Smith. Hoy día hay un profeta, vidente y revelador, el presidente Gordon B. Hinckley, que vive y revela al hombre la palabra de Dios. Su voz concuerda con la de los profetas de todas las épocas pasadas.

“Invito a cada uno de ustedes”, ha dicho, “los miembros de esta Iglesia, doquiera que estén, a que se levanten con un canto en el corazón y avancen, viviendo el Evangelio, amando al Señor y edificando Su reino. Juntos, nos mantendremos firmes y guardaremos la fe, pues el Todopoderoso es nuestra fortaleza”25.

Hermanos y hermanas, somos llamados a ascender a un terreno más elevado.

Podemos evitar el pesar y la aflicción que son consecuencia de la desobediencia.

Podemos participar de la paz, la dicha y la vida eterna si damos oído a las palabras de los profetas, si somos receptivos a la influencia del Espíritu Santo y si llenamos nuestro corazón de amor por nuestro Padre Celestial y por nuestro prójimo.

Les dejo mi testimonio de que el Señor bendecirá a todo aquel que se embarque en el sendero del discipulado y ascienda a un terreno más elevado. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Trascripción del programa CBS News, 60 Minutes: “Sea Gypsies See Signs in the Waves,” emitido el 20 de marzo de 2005; http://www.cbsnews.com/ stories/2005/03/18/60minutes/ main681558.shtml.

  2. 2 Nefi 25:9.

  3. Helamán 12:2.

  4. Helamán 4:12.

  5. Helamán 4:11.

  6. Véase Helamán 4:13.

  7. Véase Juan 15:5: “…separados de mí, nada podéis hacer”.

  8. Véase 1 Reyes 9:4–5.

  9. Véase 1 Reyes 11:9–10.

  10. Véase 1 Reyes 11:28.

  11. 1 Reyes 11:38.

  12. Véase 1 Reyes 12:28–30; 13:33.

  13. Véase 1 Reyes 14:9.

  14. Véase 1 Reyes 15:29.

  15. D. y C. 87:6.

  16. Véase Jonás 3:4–10.

  17. Véase Moisés 6:37–38.

  18. Moisés 7:17.

  19. Moisés 7:18.

  20. 4 Nefi 16.

  21. Mosíah 3:25.

  22. Mosíah 2:41.

  23. Mateo 22:37–40.

  24. Mosíah 18:9.

  25. Gordon B. Hinckley, “Mantengámonos firmes; guardemos la fe”, Liahona, enero de 1996, pág. 82.