2000–2009
Un derramamiento de bendiciones
Abril 2006


Un derramamiento de bendiciones

Todos los miembros fieles son igualmente bendecidos por el derramamiento de bendiciones que reciben mediante las ordenanzas del sacerdocio.

En Kirtland, cuando se confirieron las restantes llaves del sacerdocio, el Señor dijo: “…éste es el principio de la bendición que se derramará sobre la cabeza de los de mi pueblo”1. Estoy agradecida por el derramamiento de bendiciones que hemos recibido cada uno de nosotros mediante el sacerdocio de Dios. Por medio del poder del sacerdocio se creó este mundo y todo lo que hay en él, incluso a cada uno de nosotros. El sacerdocio está estrechamente relacionado con lo que somos y con lo que hemos sido2. Los hijos y las hijas de Dios tenemos responsabilidades y funciones exclusivas, y, por medio de las bendiciones del sacerdocio, se nos dan a todos participación, dones y bendiciones equivalentes.

El otoño pasado, la mayor de mis nietas fue bautizada y confirmada miembro de la Iglesia. Tras haber recibido el Espíritu Santo, se bendijo y se le dio un nombre a su hermanita menor. Al mes siguiente, se bendijo y se le dio un nombre a otra nueva nieta. Desde entonces, he pensado a menudo en los privilegios que tienen esas niñitas gracias a que el sacerdocio de Dios se ha restaurado.

Confío en que mis nietas y nietos crezcan conscientes de que no son ni nunca han sido tan sólo observadores del sacerdocio, pues las bendiciones de éste, que “están al alcance tanto de los hombres como de las mujeres”3, están estrechamente entrelazadas y relacionadas con ellos. Cada uno de ellos es bendecido por ordenanzas sagradas y podrá recibir las bendiciones de dones espirituales en virtud del sacerdocio.

Todos los miembros fieles de la Iglesia del Señor son igualmente bendecidos por las ordenanzas del sacerdocio. La primera ordenanza4 que se recibe en la vida de un niño tiene lugar por lo general cuando, de bebé, se le da un nombre y se le bendice. Cuando los niños llegan a la edad de responsabilidad, son bautizados. No se efectúa un bautismo diferente para niños y niñas, sino que la misma ordenanza bautismal se lleva a cabo por una niña y por un niño, los que son bautizados en la misma pila bautismal. Cuando esos niños son confirmados y reciben el Espíritu Santo, se otorga el mismo poder a cada uno de ellos; se hacen merecedores de la ayuda de ese santo poder mediante su fidelidad y no de ninguna otra manera.

Los miembros de la Iglesia somos iguales ante el Señor cuando tomamos la Santa Cena. Por medio de nuestra fe en Jesucristo y del poder de Su expiación, que esa ordenanza hace posible, todos podemos arrepentirnos y llegar a ser mejores.

Cada uno de nosotros tiene el mismo derecho a recibir una bendición del sacerdocio al hallarse enfermo o precisar apoyo extra del Señor. La mujer joven que desee recibir la bendición patriarcal tiene el mismo derecho de conocer su linaje y su potencial que el hombre joven de su misma edad. Las bendiciones que reciba cada uno de ellos por conducto de Abraham son poderosas e importantes.

Enseñamos a todos los hombres y las mujeres jóvenes a prepararse para ir al templo a fin de “recibir las bendiciones de [los] padres, las cuales [les] permitirán recibir las más elevadas bendiciones del sacerdocio”5. Una de mis sobrinas, tras haber recibido la investidura del templo hace unos meses, exclamó con alegría: “¡Lo logré!”. Toda mi vida me han enseñado acerca de prepararme para el templo, y ¡lo logré!”

Todo hombre y toda mujer que estén dispuestos a servir al Señor y se hagan merecedores de recibir la recomendación para el templo hacen los mismos convenios de obediencia y sacrificio. Cada uno es investido “con poder de lo alto”6.

Todo élder y toda hermana que reciben un llamamiento misional son apartados para efectuar la obra del Señor y a cada uno se le da autoridad para predicar el Evangelio de Cristo.

El hombre y la mujer que hacen el convenio del matrimonio en el templo comparten por igual las bendiciones de ese convenio si son fieles7. El Señor ha dicho que su convenio seguirá en vigor después de esta vida y juntos, se les promete poder y exaltación8.

El presidente Ezra Taft Benson dijo: “Cuando nuestros hijos obedecen al Señor y van al templo a recibir sus bendiciones y entran en el convenio del matrimonio, entran en el mismo orden del sacerdocio que Dios instituyó en el principio con el padre Adán”9.

Vi el poder de las bendiciones del sacerdocio al visitar una familia cuyo joven padre estaba agonizando. Le rodeaban su esposa y sus hermosas hijas. En cada pared de la habitación había al menos una fotografía de la familia o del templo. La madre dio fe de las bendiciones que tenían cuando dijo: “Estamos protegidos por los convenios que hemos hecho. Nuestra familia perdurará para siempre. El Señor vela por nosotros y no estamos solos”. Todos los miembros fieles son igualmente bendecidos por el derramamiento de bendiciones que reciben mediante las ordenanzas del sacerdocio.

En virtud de que el sacerdocio se ha restaurado, también compartimos por igual las bendiciones de los dones espirituales, los cuales nos da el Señor para nuestro propio beneficio,10 así como para ayudarnos unos a otros11.

Moroni dice que “hay diversas maneras de administrar estos dones, pero es el mismo Dios que obra todas las cosas en todo; y se dan a los hombres por las manifestaciones del Espíritu de Dios para beneficiarlos.

“Porque he aquí, a uno le es dado por el Espíritu de Dios enseñar la palabra de sabiduría;

“y a otro, enseñar la palabra de conocimiento por el mismo Espíritu;

“y a otro, una fe sumamente grande; y a otro, los dones de sanar por el mismo Espíritu”12.

Al intentar aprender español y recordar el portugués (que aprendí de niña), he suplicado la ayuda del Señor y la he sentido al comunicarme en esas lenguas. He oído a otros líderes de la Iglesia y a misioneros dar potente testimonio en idiomas que apenas habían estudiado. Conozco a personas que han recibido el don espiritual de creer y que, al oír el Evangelio, han reconocido muy dentro de sí que es verdadero. Conozco a otras personas que poseen el don de la sabiduría, o sea, la facultad de emplear el conocimiento de una manera correcta. Algunos tienen la facultad de obrar milagros, otros tienen el don de sanar y aún otros tienen un admirable discernimiento13.

Cuando yo era pequeña, solía contraer enfermedades graves. Mi padre siempre estaba dispuesto a utilizar el poder del sacerdocio que poseía con dignidad para bendecirme. Pero yo también comprendía que los dones especiales que tenía mi madre contribuían a sanarme, pues ella poseía un talento extraordinario para atender a mis necesidades y ayudarme a mejorar. Su gran fe en que el Señor la llevaría a acertar con el tratamiento médico adecuado era un consuelo para mí. ¡Cuán bendecida fui de tener padres que se valieron con amor de sus dones espirituales!

El presidente Wilford Woodruff dijo que “es privilegio de todo hombre y de toda mujer de este reino tener el espíritu de profecía, el cual es el Espíritu de Dios; y a los fieles, éste revela lo que es necesario para su consuelo y su alivio, así como para guiarlos en sus deberes diarios”14.

Las bendiciones del sacerdocio hacen posible que toda persona que sea apartada para servir en cualquier oficio en la Iglesia del Señor reciba “la autoridad, la responsabilidad y las bendiciones relacionadas con ese oficio”15.

Los dones espirituales son numerosos y diversos, y los recibimos cuando los buscamos y los utilizamos en la debida forma. Llegamos a tenerlos gracias a que el poder del Espíritu Santo está estrechamente entrelazado con nosotros16.

Por conducto de las bendiciones del sacerdocio, el Señor nos hace saber que Él “no hace acepción de personas”17. Al viajar, suelo tener la oportunidad de visitar a los miembros en sus hogares, y algunos de éstos son viviendas muy sencillas. Al principio, me preguntaba: “¿Por qué tengo la bendición de tener una casa con electricidad e instalación de agua cuando esta familia ni siquiera tiene agua cerca de la suya? ¿La ama el Señor menos de lo que me ama a mí?”.

Pero un día, me senté en un templo junto a una hermana que vive en una humilde morada. Pasé dos horas a su lado. A menudo miraba sus hermosos ojos y veía en ellos el amor del Señor. Una vez terminada nuestra obra en el templo, de pronto, lo comprendí todo: en todas las bendiciones eternas, en todos nuestros más importantes privilegios y oportunidades, éramos iguales. Yo había sido “bautizada para arrepentimiento”18 y ella también. Yo tenía dones espirituales y también ella los tenía. Yo tenía la oportunidad de arrepentirme y ella también la tenía. Yo había recibido el Espíritu Santo y ella también. Yo había recibido las ordenanzas del templo y ella también. Si las dos nos hubiésemos ido de este mundo en aquel momento, habríamos llegado siendo iguales ante el Señor en lo que respecta a nuestras bendiciones y a nuestro potencial.

Las bendiciones del sacerdocio nos hacen a todos iguales. Esas bendiciones son las mismas para los hombres y para las mujeres, para los niños y para las niñas; son las mismas para los casados y para los solteros, los ricos y los pobres, los intelectuales y los iletrados, los famosos y los desconocidos.

Estoy agradecida por que mediante la infinita justicia y el amor de Dios, a todos los hombres y a todas las mujeres se nos han dado participación, dones y bendiciones equivalentes, y potencial por medio de las ordenanzas del sacerdocio y de los dones espirituales. Gracias al sacerdocio, que está estrechamente entrelazado con nosotros, todo poder y todo convenio indispensables para efectuar la obra de nuestra vida y volver a nuestro hogar celestial se han derramado sobre nuestra cabeza. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. D. y C. 110:10.

  2. Véase D. y C. 88:36–45; Abraham 3:1–28.

  3. Dallin H. Oaks, “La autoridad del sacerdocio en la familia y en la Iglesia”, Liahona, noviembre de 2005, pág. 26.

  4. Véase “Las ordenanzas y bendiciones del sacerdocio”, Guía para la familia (31180 002), pág. 18.

  5. Ezra Taft Benson, “Lo que espero que enseñéis a vuestros hijos acerca del templo”, Liahona, abril/mayo de 1986, pág. 6.

  6. Véase D. y C. 95:8.

  7. Véase D. y C. 131:1–2.

  8. Véase D. y C. 132: 19–20.

  9. Ezra Taft Benson, “Lo que espero que enseñéis a vuestros hijos acerca del templo”, Liahona, abril/mayo de 1986, pág. 6.

  10. Véase D. y C. 46:26.

  11. Véase D. y C. 46:12.

  12. Moroni 10:8–11.

  13. Véase D. y C. 46:10–26.

  14. Wilford Woodruff, Journal of Discourses, tomo IX, 8 de abril de 1862, pág. 324.

  15. Boyd K. Packer, “Lo que todo élder debe saber; y toda hermana también: Un compendio de los principios de la administración del sacerdocio”, Liahona, noviembre de 1994, pág. 20.

  16. Véase Moroni 10:7–17.

  17. D. y C. 38:16.

  18. Alma 9:27.