2000–2009
Nuestra nueva generación
Abril 2006


Nuestra nueva generación

Nuestra nueva generación merece que pongamos todo nuestro empeño en apoyarlos y fortalecerlos durante su trayectoria hacia la edad adulta.

Buenas tardes, mis queridos hermanos del sacerdocio. Esta noche, en todo el mundo, nos hallamos congregados más cerca de los templos del Señor que en ningún otro momento de la historia de la humanidad. Gracias a la amorosa bondad de nuestro Salvador al dirigir a Sus profetas, el pueblo del convenio del Señor cuenta con 122 templos a los que puede ir para recibir sus propias bendiciones y para efectuar ordenanzas vitales por sus antepasados ya fallecidos. ¡Y hay más templos que ya se han anunciado y que tendremos pronto! Gracias, presidente Hinckley, por su dirección inspirada en esta extraordinaria obra.

Durante los primeros tiempos de la época que cubre el Libro de Mormón, los miembros de la Iglesia también se congregaron cerca de un templo para recibir instrucción de su profeta y líder. Hacia el final de sus días, el rey Benjamín mandó a los padres que reuniera a sus familias, para aconsejarles y amonestarles. En Mosíah leemos:

“Y aconteció que cuando llegaron al templo, plantaron sus tiendas en los alrededores, cada hombre según su familia…

“…cada hombre con la puerta de su tienda dando hacia el templo, para que así se quedaran en sus tiendas y oyeran las palabras que el rey Benjamín les iba a hablar” (Mosíah 2:5–6).

Me encanta el simbolismo de estos versículos. Si hablamos en sentido figurado, ¿están las puertas de nuestros hogares orientadas hacia los templos que tanto queremos? ¿Vamos al templo tan a menudo como nos es posible y demostramos así a nuestros hijos, por medio de nuestro ejemplo, la importancia de esos lugares tan sagrados y especiales?

Como se registra en el libro de Mosíah, las familias, por medio de su profeta, recibieron la palabra del Señor con entusiasmo y dedicación. Las personas se sintieron tan conmovidas por las enseñanzas del rey Benjamín, que hicieron un nuevo convenio de seguir al Señor Jesucristo.

Sin embargo, esa historia tiene un final triste. Más adelante, en Mosíah 26, nos enteramos de qué sucedió con los que eran niños pequeños en la época del sermón del rey Benjamín.

“Y aconteció que había muchos de los de la nueva generación que no pudieron entender las palabras del rey Benjamín, pues eran niños pequeños en la ocasión en que él habló a su pueblo; y no creían en la tradición de sus padres” (Mosíah 26:1).

Hermanos, ¿qué les pasó a los de la nueva generación? ¿Por qué no aceptaron los pequeños las tradiciones rectas de sus padres? Y más importante aún, aquí estamos nosotros, siglos más tarde, en una época con muchos templos y guía profética constante, ¿pero qué sucede con nuestra nueva generación? ¿Tenemos motivos para preocuparnos? ¡Por supuesto que sí!

Los jóvenes de aquí y de todo el mundo, al igual que las jovencitas, son muy especiales. El presidente Hinckley ha dicho de ellos:

“Muchas veces he dicho que creo que tenemos la mejor generación de jóvenes que la Iglesia jamás haya tenido… tratan de hacer lo correcto, son inteligentes y capaces, limpios y puros, atractivos y hábiles… saben lo que es el Evangelio y se esfuerzan por vivirlo, al acudir al Señor para pedirle guía y ayuda”. (Presidente Gordon B. Hinckley, “Madre, tu más grande desafío”, Liahona, enero de 2001, pág. 113.)

Todos nosotros, los que trabajamos con los jóvenes, conocemos la veracidad de las palabras del presidente Hinckley.

El élder Henry B. Eyring, del Quórum de los Doce Apóstoles, al hablar de la juventud, nos hace una sombría advertencia:

“Muchos de nuestros jóvenes tienen una madurez y una fe extraordinarias, pero aun los mejores de ellos son probados con gran intensidad; y las pruebas serán cada vez más severas” (“We Must Raise Our Sights”, Ensign, septiembre de 2004, pág. 14).

Me llama la atención la advertencia de que “las pruebas serán cada vez más severas”. Nuestra nueva generación merece que pongamos todo nuestro empeño en apoyarlos y fortalecerlos durante su trayectoria hacia la edad adulta.

En estos tiempos peligrosos en los que nuestra juventud se ve enfrentada con una adversidad en aumento, podemos aprender de otras personas. En las fuerzas armadas, pero sobre todo en los cuerpos de Marina del mundo, cada marinero entiende una frase que equivale a una orden clara de atención inmediata, no importa lo que se esté haciendo o en qué parte del barco se encuentre. La llamada es: “Todos a sus puestos”. Muchas batallas en alta mar se han perdido o se han ganado de acuerdo con la forma en que se ha cumplido esa orden.

En calidad de miembros de la Iglesia, líderes de los jóvenes, padres intranquilos y abuelos preocupados, en lo que a los jóvenes y a los adultos solteros se refiere, debemos responder a la orden de “todos a sus puestos”. Todos debemos buscar ocasiones para bendecir a los jóvenes, estemos o no directamente relacionados con ellos. Debemos seguir enseñando y fortaleciendo a los padres y a las madres con respecto a sus hijos en lo que se refiere a sus funciones que divinamente les fueron establecidas. Preguntémonos constantemente si esa actividad deportiva extra, si aquella otra actividad o si esa tarea fuera de casa es más importante que el que la familia esté junta en el hogar.

Hermanos, éste es el momento en que, en todo lo que hagamos, a dondequiera que vayamos y con toda persona joven Santo de los Últimos Días que conozcamos, seamos concientes de la necesidad que tenemos de fortalecerlos, de nutrirlos espiritualmente y de ser una influencia positiva para ellos.

Mi propia familia ha tenido una experiencia así mediante excelentes y atentos líderes del sacerdocio. Cuando hace algunos años se me llamó para prestar servicio como Setenta, se me asignó a Solihul, Inglaterra, donde debíamos trasladarnos para servir en la Presidencia de Área. Mi esposa y yo llevamos a nuestros dos hijos menores con nosotros. Nuestra hija era una joven adulta soltera, y nuestro hijo tenía 17 años, al que le gustaba el fútbol al estilo estadounidense y lo jugaba muy bien; nos preocupábamos mucho por ellos porque allí no teníamos amigos ni familiares, ¡ni tampoco fútbol americano! Yo me preguntaba: “¿Sería esta nueva y emocionante experiencia una grave prueba para nuestra familia?”.

La respuesta llegó durante una de las primeras asignaciones que recibí. Se me pidió que dirigiera unas palabras a los misioneros del Centro de Capacitación Misional de Preston, Inglaterra. Al llamar al presidente White, presidente de ese centro, me complació saber que conocía mi situación familiar. Él me sugirió que lleváramos a nuestros hijos con nosotros a Preston. ¡Una vez allí, hasta les pidió a los dos que hablaran a los misioneros! ¡Qué fantástico fue para mis hijos sentirse incluidos y compartir su testimonio de la obra del Señor!

Al terminar, nos despedimos de los misioneros y visitamos el hermoso Templo de Preston, Inglaterra, que está muy cerca del Centro de Capacitación Misional. Al acercarnos a la entrada, vimos allí al presidente y a la hermana Swanney, el presidente del templo y la directora de las obreras, respectivamente. Nos saludaron y nos dieron la bienvenida al templo con estas palabras: “Élder Rasband, ¿les gustaría a usted y a su familia hacer bautismos por los muertos?”. ¡Qué idea tan maravillosa! Nos miramos los unos a los otros y aceptamos agradecidos. Tras efectuar las ordenanzas, y mientras mi hijo y yo aún seguíamos en la pila bautismal, con lágrimas de gozo en los ojos él me puso la mano en el hombro y me preguntó: “Papá, ¿por qué no habíamos hecho esto antes?”.

Pensé en todos los partidos de fútbol y en todas las películas a las que habíamos ido juntos, en todos los buenos momentos que habíamos disfrutado. Recuerdos felices y tradiciones que por cierto son muy importantes edificar.

Sin embargo, me di cuenta de que se nos presentaba la oportunidad de tener experiencias más significativas y espirituales con nuestros hijos, como las que habíamos tenido aquel día en Preston. Gracias a la atención y a la preocupación de aquellos líderes del sacerdocio, supe que a nuestra familia le iría bien en Europa. ¡Cuán agradecido me siento por los muchos líderes del sacerdocio y de las Mujeres Jóvenes que con amor han estado siempre pendientes de nuestros hijos y de los hijos de ustedes!

En otra época del relato del Libro de Mormón: Nefi pasó por una situación en la que algunas personas de su familia tuvieron problemas con la obediencia, la armonía y la fidelidad. No cabe duda alguna de que él entendía la necesidad de prestar dedicada atención a los jóvenes de la nueva generación. Casi al final de su vida dijo:

“Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26).

Ruego que, como poseedores del sacerdocio de Dios, cada uno de nosotros haga todo lo que esté a su alcance para enseñar a nuestra juventud a qué fuente deben ellos acudir para la remisión de sus pecados, sí, al Señor Jesucristo. Ruego que todos respondamos con nuestra dedicación más sincera a la orden de “todos a sus puestos”, ya que está en juego la salvación de nuestra nueva generación, la que es merecedora de nuestra mejor dedicación.

Testifico que ésta es la Iglesia verdadera del Señor, la que Él dirige por medio de nuestro amado profeta, Gordon B. Hinckley, a quien quiero y sostengo. En el nombre de Jesucristo. Amén.