2000–2009
El gran plan de felicidad
Abril 2006


El gran plan de felicidad

A través de la Expiación infinita, Dios ha proporcionado un medio por el cual podemos vencer nuestros pecados y quedar completamente limpios otra vez.

El profeta Jacob preguntó: “…¿por qué no hablar de la expiación de Cristo, y lograr un perfecto conocimiento de él?”1.

Utilizaré esa pregunta como el tema de mi discurso: ¿por qué no hablar de la expiación de Cristo?

Alma se refiere a la Expiación como “el gran plan de felicidad”2. Emplearé esa frase para describir la hermosa doctrina que conocemos como la expiación de Jesucristo.

El presidente Hugh B. Brown dijo una vez: “Tarde o temprano las vicisitudes de la vida nos hacen pensar en este tema importante… de la inmortalidad del alma y la relación del hombre con Dios… Cada uno de nosotros, sin importar nuestra raza, credo o nacionalidad, tendrá un encuentro con lo que llamamos la muerte”3.

La mayoría de nosotros hemos estado con reverencia ante la tumba de un ser querido, doloridos y sintiendo un gran vacío, y nos hemos preguntado: “¿Hay felicidad en la muerte?”.

Un profeta del Libro de Mormón nos responde a esa pregunta con expresiones gozosas de agradecimiento por la expiación de Jesucristo, la cual nos rescata de la muerte: “¡Oh, la sabiduría de Dios, su misericordia y gracia!… ¡Oh, la grandeza y la justicia de nuestro Dios!”4.

Permítanme compartir cinco verdades del gran plan de felicidad que me producen ese tipo de gozo.

Primero: El conocimiento del plan confirma que hay un Dios y que Él tiene un Hijo, Jesucristo. El Padre y el Hijo son perfectos, viven en el cielo y poseen cuerpos glorificados de espíritu, carne y huesos.

En esta dispensación, se nos revelaron esas verdades cuando el joven José Smith se arrodilló en humilde oración y más tarde declaró: “…vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!5.

Segundo: El conocer la identidad del Padre y del Hijo nos ayuda a saber que todos nosotros vinimos a la tierra para obtener un cuerpo físico, para ganar experiencia y para probar que somos dignos de regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial. Hay leyes que gobiernan nuestra vida terrenal, y cuando transgredimos la ley, pecamos. Cuando pecamos, quebrantamos las leyes eternas, y la ley de la justicia exige una pena o un castigo.

Comparemos el pecado y la necesidad del arrepentimiento con un hombre que parte en un viaje; sobre las espaldas carga una gran bolsa vacía. De vez en cuando recoge una piedra, que representa la violación de una ley, y la coloca en la bolsa que lleva a las espaldas. Después de un tiempo, la bolsa se llena y está pesada, por lo que el hombre no puede continuar el viaje; tiene que encontrar un modo de vaciar la bolsa y sacar las piedras; y eso sólo lo puede hacer el Salvador por medio de la Expiación.

Eso es posible si ejercemos fe en Jesucristo, abandonamos el pecado y hacemos convenios mediante las ordenanzas del Evangelio. Si perseveramos fielmente hasta el fin, podremos regresar a vivir con nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo.

Tercero: A través de la Expiación infinita, Dios ha proporcionado un medio por el cual podemos vencer nuestros pecados y quedar completamente limpios otra vez. Eso se hace posible mediante la ley eterna de la misericordia, la que satisface las exigencias de la justicia por medio del arrepentimiento y del poder de la Expiación. Sin el poder de la Expiación y sin nuestro arrepentimiento total, estamos sujetos a la ley de la justicia.

Alma enseñó que “la misericordia reclama al que se arrepiente”6 y que “el plan de redención no podía realizarse sino de acuerdo con las condiciones del arrepentimiento”7.

El gran profeta Amulek enseñó: “Y así la misericordia satisface las exigencias de la justicia, y ciñe a los hombres con brazos de seguridad; mientras que aquel que no ejerce la fe para arrepentimiento queda expuesto a las exigencias de toda la ley de la justicia; por lo tanto, únicamente para aquel que tiene fe para arrepentimiento se realizará el gran y eterno plan de la redención”8.

Adán y Eva, nuestros primeros padres, transgredieron la ley y fueron expulsados del hermoso Jardín de Edén. A Adán y a Eva se les enseñó el gran plan de salvación a fin de que obtuvieran felicidad en esta vida9.

Adán dijo: “…pues a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne de nuevo veré a Dios”10.

Eva, con regocijo, se expresó en forma similar: “…De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención”11.

Cuarto: La caída de Adán y Eva trajo como consecuencia dos muertes. Todos nosotros estamos sujetos a ellas.

La muerte física es la separación del espíritu y el cuerpo físico. Por motivo de la caída de Adán, todo el género humano sufrirá la muerte física.

La segunda muerte es espiritual; es la separación de la presencia de Dios. Adán y Eva conversaron libremente con Dios en el Jardín de Edén; pero después de su transgresión, perdieron ese privilegio. A partir de entonces, la comunicación de parte de Dios vino sólo por medio de la fe y del sacrificio, en conjunto con ruegos sinceros.

En la actualidad, todos estamos en un estado de muerte espiritual; nos encontramos separados de Dios. Él mora en el cielo; nosotros vivimos en la tierra. Queremos regresar a Él. Él es puro y perfecto. Nosotros somos impuros e imperfectos.

El poder de la expiación de Cristo vence las dos muertes.

Después de Su crucifixión y de Su entierro en una tumba prestada, Cristo resucitó al tercer día. Esa Resurrección reunió el cuerpo físico de Cristo con Su espíritu.

La resurrección de los muertos constituye el aspecto más hermoso de la Expiación y es sin duda una parte del plan de felicidad; la resurrección es universal y se aplica a todo el género humano. Todos resucitaremos. Doy testimonio de ese hecho y de esa verdad y de que es una dádiva incondicional de Dios.

Pero la resurrección no vence la segunda muerte. Para obtener la vida eterna y vivir en la presencia del Padre y del Hijo, debemos arrepentirnos y ser merecedores de la misericordia, la cual satisfará la justicia.

En las revelaciones se enseña:

“…esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios”12.

“…no demoréis el día de vuestro arrepentimiento”13.

“…el mismo espíritu que posea vuestros cuerpos al salir de esta vida, ese mismo espíritu tendrá poder para poseer vuestro cuerpo en aquel mundo eterno”14.

Quinto: Jesucristo nació de una madre mortal, María; y de ella Él heredó la mortalidad y quedó sujeto a la muerte.

José fue Su mentor en la tierra; el Dios del cielo fue Su Padre y de Éste heredó la inmortalidad, el poder de vencer la muerte física.

Al ser el escogido para cumplir con los requisitos de la Expiación, Jesucristo condescendió a venir a la tierra y nacer de María como un niño indefenso. Condescendió a que lo tentaran, lo probaran, lo ridiculizaran, lo juzgaran y lo crucificaran aun cuando Él tenía poder y autoridad para impedir esos actos.

El presidente John Taylor describió la condescendencia de Cristo con estas hermosas palabras: “Era necesario que Él descendiera por debajo de todas las cosas, para que pudiera levantar a los demás sobre todas las cosas; porque si no se hubiese levantado a Sí mismo y si no hubiera sido exaltado mediante los principios establecidos por la Expiación, no habría podido levantar a las demás personas; no habría podido hacer por los demás lo que no hubiera podido hacer para Sí mismo”15.

El sufrimiento de Cristo en el Jardín de Getsemaní ejemplifica el atributo más maravilloso de Cristo: Su amor perfecto. Aquí vemos que Él en verdad nos ama a todos.

Un teólogo inglés que escribió en el siglo XIX dijo acerca de ese acontecimiento: “Su desgastado cuerpo se sometería a todo el sufrimiento que podría tolerar el cuerpo humano… Al dolor en su forma más aguda, a la más brutal y abrumadora humillación, a todo el peso del… pecado…, eso era a lo que entonces debió enfrentarse”16.

Al describir Su sufrimiento, el Señor dijo en la revelación moderna: “padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu”17.

La Expiación es el acontecimiento que nos permite reconciliarnos con Dios. La palabra expiación significa restaurar o volver. Para la familia, significa reunirse el uno con el otro y con Dios y con Su Hijo Jesucristo. Significa que la tristeza de la separación se convertirá en felicidad por medio de esa reunión.

Para concluir, comparto las palabras del presidente Boyd K. Packer:

“Si comprenden el gran plan de felicidad y viven de acuerdo con sus principios, lo que suceda en el mundo no determinará su felicidad”18.

Doy testimonio de esa verdad y del amor que nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos ha demostrado al proporcionar la Expiación, el gran plan de felicidad, para todos nosotros. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Jacob 4:12.

  2. Alma 42:8; véase también 2 Nefi 9:13; Alma 12:32; 34:9, 16; 41:2; 42:15; Moisés 6:62.

  3. En Conference Report, abril de 1967, pág. 48; se ha cambiado el orden de los párrafos.

  4. 2 Nefi 9:8, 17.

  5. José Smith—Historia 1:17.

  6. Alma 42:23.

  7. Alma 42:13.

  8. Alma 34:16.

  9. Véase Alma 12:32.

  10. Moisés 5:10.

  11. Moisés 5:11.

  12. Alma 34:32.

  13. Alma 34:33.

  14. Alma 34:34.

  15. The Mediation and Atonement, 1882, pág. 144.

  16. Frederic W. Farrar, The Life of Christ, 1994, pág. 575.

  17. D. y C. 19:18.

  18. “El padre y la familia”, Liahona, julio de 1994, pág. 24.